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𝟸𝟹. 𝙼𝚎𝚗𝚜𝚊𝚓𝚎𝚜

Samuel enarcó una ceja ante la propuesta de la abogada, que parecía eufórica con el plan que seguramente había trazado con una emoción exorbitante, demasiado quizás para una mujer con ese rostro tan inocente mientras fragua la muerte de alguien, pensó él. Y aunque la idea le había venido al cabeza justo en el momento de leer el diario de Holly, hace casi doce años atrás, nunca creyó que eso ayudaría a Holly a no asesinar más. Él sabía bien que eso se encontraba ya en su naturaleza y Saemann lo hacía por decisión más que por obligación.


Como ocurriera con él, Holly también había hecho un acuerdo con aquello para obtener algo a cambio, ¿cuál era el deseo de ella? Jamás le interesó descubrirlo, pero Saemann parecía haber perdido el interés en realizarlo. Durante los años que se mantuvo a su lado, él había sido el encargado de llevar víctimas hasta su hogar cerca de la Lexington Avenue. Les daba muerte, obtenía el tan anhelado placer de poseer sus cuerpos muertos y los depositaba en manos de Holly, quien con el correr de las semanas parecía mucho más necesitada de probar su carne. No parecía importarle el hecho de que aquellas víctimas no contaban para ÉL, pues era menester que las asesinara por sí misma.

Saemann parecía enfrascada solo en la gula de consumir aquellos cadáveres, sin un deseo de por medio, tal y como sucedía con él mismo.


Por ello Samuel lucía renuente a entrar en el nuevo "proyecto" de Nona, considerándolo inútil. Estaba seguro de que Holly no cambiaría jamás. Ella se había convertido en un monstruo desde hace mucho tiempo atrás y le sorprendía que la abogada pensara que aún tenía remedio.

—A mi parecer el único remedio es que Holly no exista más.

—No podemos —se apresuró a aclarar Nona—. Ha sufrido demasiado, ella no tiene la culpa de ser como es.

—Créeme, Nona, lo que es Holly ahora ha sido por decisión propia. Ni siquiera estamos seguros de que ese hombre aún esté con vida.

—Lo está —sonrió ella, sacando de su portafolio un par de papeles para extendérselos—. Está anciano y senil, pero vive.

Samuel fijó sus ojos en los pozos verdes del hombre que miraba a la cámara con seriedad. Se trataba de una fotografía tomada en la cárcel para el registro policiaco. El hombre leyó un poco los informes entre los que palabras como, ebriedad, disturbio público, asalto a mano armada y exceso de velocidad, resaltaban en su mente. No suponía un maleante de peligro, pero vaya que era un tipo problemático. Quizá casi como él durante sus años de juventud.

—¿En dónde vive? ¿Lo sabes?

—Por supuesto, tengo toda la información necesaria.

Samuel exhaló un suspiro de cansancio.

—Si me niego a hacerlo, ¿qué harás tú? —cuestionó, mirándola directo a los ojos.

—Tendría que hacerlo por mi cuenta, ya te lo he dicho; continuaré con esto ya sea que tenga tu apoyo o no. Aunque, si tú me ayudas será mucho más sencillo.

—¿Leíste mi diario?

Nona entornó los ojos, confundida por el cambio de tema.

—Así es...

—Conoces mis debilidades.

—Lo sé, pero debes admitir que, con tu pasado, un favor como el que te estoy pidiendo es pan comido.

—No lo comprendes —Samuel cerró la mano, apretando el puño con furia—, no sabes lo poderosa que es esta adicción, ni la profundidad sinuosa en la que tengo que sumergirme para hacer algo como eso. Tú no sabes de esa pena.

—¿Entonces por qué lo hacías?

Samuel mostró una sonrisa torcida.

—Las adicciones suelen trabajar de esa manera. Primero te llevan al paraíso, te hacen sentir poderoso e infranqueable, pero mientras más tiempo pasa, te das cuenta de que estás a punto de convertirte en un vil esclavo, hasta que se convierten en tu dueño. Son una pesadilla una vez que pierdes el control sobre ellas. Ahora estoy tratando de olvidarme de eso, de volver a tener el poder sobre mi propia voluntad y no puedo regresar a ese infierno de nuevo.

—Lo comprendo —dijo ella, y en verdad lo hacía, pero tenía esa idea demasiado metida en la cabeza como para renunciar a ella—. Descuida, no quiero ser yo la causante de que vuelvas a eso.

Se puso de pie y cogió el informe sobre Tarasov que Samuel aún tenía en las manos. El rubio la observó atónito ante su forma de actuar. Por unos segundos creyó que la abogada le suplicaría que lo hiciera, pero en su lugar se mostraba desinteresada si él accedía o no a su petición, y convencida hasta la médula de que ella podría hacerse cargo del asunto.

Cuando la chica iba a pasar de largo a su lado, él la detuvo, cogiéndola de la mano.

—¿En verdad vas a hacer algo como eso?

—Lo haré si con ello obtengo mi libertad.

—¿Tan segura estás de que va a funcionar?

Nona lo miró desde arriba, denotando una altivez que el hombre no había conocido hasta entonces.

—Agotaré todas las opciones.

—Es más sencillo deshacerse de Holly, y lo sabes.

—No puedo permitir que nada malo le suceda, ella debe vivir, ¿lo entiendes? La necesito con vida.

—¿Por qué? —preguntó él, y su voz salió de entre los labios carnosos con cierta desesperación.

Nona suspiró hondo, dando un paso atrás para mirarlo mejor.

—Ahora me es difícil contarlo, pero si todo sale según lo esperado, serás la primera persona a la que le cuente todo.

Después de aquello, Nona salió del establecimiento contoneando su sensual figura curveada y taconeando hasta perderse de vista para Samuel, quien no comprendía qué demonios estaba ocurriendo ahí.


Desde que había visto a Nona, algo en ella lo atrajo enseguida. No solo era atractiva, un hecho que no podía ignorar, sino que había cierto encanto misterioso en ella. Aún desconocía las razones por las cuales estuviera ligada a Holly. Sí, ella misma le había contado que fue Saemann quien solicitó sus servicios como abogada para defenderla en el juicio en su contra, pero conocía a Holly, y tal era así, que no le quedaba ni un solo atisbo de duda en que Nona no había sido seleccionada por ella al azar.

Ahora, con las actitudes tan extrañas de la abogada, la confusión se cernía aún más sobre él. ¿Por qué Nona parecía tan deseosa de ayudar a Holly? ¿Acaso obtenía algo de ella? ¿O era que, como él bien temía, la abogada comenzaba a compenetrarse con la mujer que había sido capaz de golpearla y que, en propias palabras de ella, la trataba como escoria? ¿Había algo en Holly que atrajera a Nona más de la cuenta?


Movió la cabeza en negativa mientras cavilaba sobre todo el asunto. Le parecía que esa chica era lo suficientemente inocente como para caer en los engaños de Holly sin siquiera notarlo. Después de todo, él mismo había caído años atrás. Conocía bien las artimañas de la gorda Saemann. Su labia tan fecunda con la que era capaz de orillarte a actuar de modos impulsivos. Además de poseer una sagacidad para hallar las debilidades de todo aquel que se cruzaba en su camino, sin tener reparo alguno en hacer uso de ellas para lograr sus propósitos.

Pero en realidad, la pregunta era: ¿Hasta qué punto había sido capaz de controlar a Nona, y gracias a qué debilidades? Si lograba encontrarlas, quizás podría salvarla de caer en un infierno idéntico al que él vivía.



Hagler cogió la chamarra de cuero y salió con premura de la casa, entrando al auto que tenía aparcado al frente. Sus ojos parecían irisarse con los rayos del ocaso que se filtraban a través del parabrisas al tiempo que de sus labios se esbozaba una media sonrisa llena de esperanza y seguridad.


Aquella mañana le había solicitado un favor especial a Ryan, quien como esperaba, aceptó con todo el gusto del mundo, e incluso se había ofrecido para acompañarlo hasta el lugar cuya dirección él mismo le acababa de conseguir. Hagler no quiso aceptar su ofrecimiento. En primer lugar, porque no acostumbraba a trabajar acompañado, y segundo, porque no era su trabajo salir a buscar pistas, él era el fiscal del condado, de modo que su ocupación en esos momentos debía ser la de ordenar y tratar de echar algo de luz a las posibles pruebas que él le había preparado. De ese modo había sido durante los largos treinta y dos años de trabajo, y no pensaba cambiar ahora, mucho menos con un caso en el que se sentía tan sumergido.


No estacionó el auto frente a la imponente casona que, para su sorpresa, era el lugar que Ryan le había indicado en el mapa primitivo que le entregó. Simplemente se limitó a pasar frente al lugar, inspeccionando todo a su alrededor. Frente a la casa había un pequeño parquecillo bordeado por docenas de pequeños arbustos, que a su vez funcionaban para delimitar la vereda del bien cuidado jardín. Un par de parejas paseaban por ahí en esos instantes, bajo la sombra de los árboles, tomadas de la mano.

Hagler pensó que aquel era un estupendo sitio desde el cual podría observar cada movimiento de la casona. De modo que aparcó el auto varias calles arriba, y volvió a pie hasta el lugar para tomar asiento en una de las tantas bancas de filigrana oscura que se esparcían por todo el parque.

Dejó que su espalda reposara en el respaldo frío y se dedicó a observar con fijeza la casa de los Collins.


Se trataba de un caserón antiguo de estilo holandés. Los techos, de un color más bien grisáceo caían en saledizo, ofreciendo al lugar cierta elegancia. La mayoría de las casas en Oyster Bay y Hempstead habían sido construidas con ese marcado estilo, en el cual se hacía presente, incluso en la arquitectura contemporánea, la influencia holandesa en Nueva York, así como la inglesa.

Hagler encendió un cigarrillo como una forma de distraerse del frío nocturno que comenzó a calarle los huesos. Ya no había una sola alma en el lugar, lo cual le parecía estupendo, pues le permitía acechar desde las sombras a su anchas y con toda la seguridad del mundo.

A eso de las diez en punto, un taxi se detuvo frente a la mansión de los Collins y un hombre bajó de él en silencio. Parecía desganado en todo sentido. El detective se puso de pie, arrojando el cigarrillo al suelo y aproximándose al lugar con lentitud. Un árbol octogenario lo cubría a la perfección y le ofrecía cierta clase de anonimato en la escena; eso aunado a queBrent era un gato cuando se trataba de espiar a alguien.


Samuel abrió la reja negra que resguardaba el abandonado jardín que sirvió como patio de juegos en su niñez —aunque él no tenía muchos recuerdos de ella—, y permitió que el viento volviera a cerrar la verja encaminando sus pasos hacia la pequeña escalinata que lo condujo al porche de madera.

Desde el otro extremo de la avenida, Hagler podía divisar sus pasos lentos debido a la verja; cuyos ornados florales brindaban una visión íntegra del patio de los Collins. Sin embargo, no se quedó a esperar que Samuel terminara de entrar a la casona, pues su propósito de ir a ese lugar ya estaba cumplido. De modo que dio media vuelta y caminó con paso furtivo. En un par de minutos, la calle Ash Ct, contigua a la de Samuel, lo tragó lentamente mientras Hagler no podía dejar de esbozar una sonrisa perspicaz, signo de que su pasión por la investigación comenzaba a renacer dentro de él.



—¿Has hablado con Hagler? —Un pedazo de carne se asomó de entre sus labios cuando habló. Nona volvió la vista hacia otra parte, intentando contener el vómito.

—No lo he visto en varios días.

—No me digas que se cansó de ti tan pronto —profirió Holly con fingida sorpresa. Arrancó con los dientes el pellejo que cubría uno de los nudillos—. No puedes perderlo de vista durante tanto tiempo, eh. Te lo advierto.

—Me temo que no está en mis manos.

La voz cansada de Nona hizo eco en la sala vacía, mientras ella recargaba su mejilla en la palma de su mano. Holly arrancó una uña y la escupió a un lado de ella.

—Tengo —dijo, tragando—, un encargo especial para ti.

—¿Y cuál es?

Holly se limpió la mancha rosácea que se quedó pegada a su mentón. Ese distintivo tono que poseía la carne humana, aunque Nona nunca lo había visto tan de cerca como ahora.

No le impresionaba observar cadáveres, de hecho, estaba acostumbrada a ello dado el rubro que cubría como abogada. Quizás estaba loca, pero jamás había sentido temor o impacto alguno al ver desmembramientos, suicidios, cuerpos tiroteados ni ninguna de los millones de expresiones de la muerte en el cuerpo humano. Para ella eran tan normales como respirar. Sin embargo, aquello era diferente.


Holly le daba un nuevo significado a la muerte.

—Necesito que le entregues una nota por mí —respondió la mujer al tiempo que sacaba un pedazo de papel doblado de modo burdo.

Nona lo cogió, no sin una extrema curiosidad por conocer su interior.

—Solo él puede leerlo —prosiguió Holly, como si hubiera leído en su rostro los pensamientos que le pasaban por la mente en esos instantes.

—De acuerdo.

—Dile que no es de mi parte, él lo entenderá a la perfección.


Nona entornó los ojos, también ella lo comprendía, aunque no del todo, y se preguntó cómo diablos sabía Brent sobre ÉL. ¿Hasta qué punto estaba enterado de ello? No podía disimular el hecho de que ella misma sentía cierta atracción por aquel ser que parecía hablarle tanto a Holly como a Samuel, y por un segundo deseó también poder escucharlo.

Sin embargo, en palabras del propio Samuel, aquello era más peligroso de lo que podía siquiera imaginarse, algo que debía evitar a toda costa si es que deseaba continuar con vida.

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