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𝟸𝟸. 𝙿𝚕𝚊𝚗𝚎𝚜 𝚢 𝚝𝚎𝚘𝚛í𝚊𝚜

El espectáculo era grotesco, pero poseía cierto encanto siniestro y delicioso. Una profunda admiración se dio paso en mi interior al momento de observarla durante la preparación de Ashley. La forma en la que cogió su rostro y tomó de él toda la piel que pudo extraer. ¡Wow!

Un balde de plástico fue el contenedor de todo aquello que tomó del estómago mientras acariciaba todo su interior de maneras en las que yo jamás podré hacerlo. ¡Y, diablos! ¡Lo que hizo con sus glúteos y sus pantorrillas fue poesía pura! Aún creo estar mirando los finos cubitos de carne que cortó de aquellas partes pulposas. Los hilillos de sangre ajada todavía corrían por su piel pálida mientras ella hacía cada corte; con tajos precisos y certeros.


Debo confesar que los olores que salían de la cocina eran estupendos y que, durante la cocción de esa carne obtenida de mi propia perversidad y deseo oscuro, la invitación de Holly a degustar de ella comenzó a pulular en mi interior, creando espasmos en lo más profundo de mi ser. Pero lo dicho, soy un hipócrita, un miedoso que no tuvo el valor para probar un platillo tan sublime como tétrico. Mi paladar no es tan valiente como yo habría deseado que fuera, y pese a que el estómago me daba tumbos mientras el olfato se excitaba cada vez más, tuve que decir no y rechazar el sugestivo banquete que Holly me colocó en frente.

Más tarde, cuando lo albores del amanecer comenzaron a hacer acto de presencia en el cielo, ella me entregó esta libreta de cuero, con la orden de anotar en ella todos mis deleites mortales. Tengo que hacerlo si quiero que ÉL cumpla con lo prometido a cambio de un considerable número de humanos asesinados en su nombre.


No tengo ni puta idea del cómo y por qué debo proceder de esta manera, pero tampoco tengo la más mínima duda al respecto. Holly dijo que el número de víctimas varía para cada persona.

Yo debo matar 20, y al parecer ella debe hacerlo con cuarenta y dos. Por mí no hay problema, podría hacerlo con cientos si fuera necesario y creo que yo saldría ganando siempre. Y aunque no me gusta asesinar a mis víctimas, es necesario que lo haga si deseo sentir nuevamente ese subidón de adrenalina. Ese resurgir a la vida que me provoca el estar en contacto con la muerte. Un mal necesario.


***

Nona se tumbó en la cama con el diario de Samuel aferrado a su pecho.

Se había dirigido hasta la alcoba de un modo deambulatorio, como si estuviera danzando y su compañero fuese ese diario de cuero negro. Quizás lo había besado con una sensación de temor reverencial en los labios. Quizás incluso le dio las buenas noches antes de permitir que el sueño terminara de hacerla suya. De alguna manera, Nona se sentía feliz de saber que el plan que había comenzado a fraguar y por el que se decidió a buscar a Samuel comenzaba a esclarecerse ante sus ojos. Exorbitante con la idea de que muy pronto lo vería materializado.



Samuel dejó escapar el humo del cigarrillo una vez más, disfrutando de la sutil irritación que esta dejaba en su garganta. Elevó el rostro de nuevo. Quién sabe cuántas veces lo había hecho ya, pero esa noche él se sentía como un Romeo esperando que su Julieta se asomara por su balcón para contemplar la luna llena. Solo que, ni él era precisamente un Romeo, ni esperaba ver a la chica amada.

En realidad, intentaba menguar la duda que crecía en su interior sobre si es que Nona estaría leyendo su diario, si es que habría avanzado demasiado, si había tenido que detenerse por las horrendas imágenes que en él había plasmado, si sus confesiones habían terminado por hacerlo aún más repulsivo a su vista.


Cuando la luz del departamento de la abogada se apagó, Samuel suspiró con pesadez y, tal y como si se tratase de un esclavo al que le han dado la libertad, él se dio media vuelta y comenzó el rumbo hacia su hogar o, mejor dicho, hasta el nido de ratas que se parecía cada día más y más a un horrido Infierno del cual le era imposible escapar.



Samuel... Samuel Collins. De los Collins de Hempstead. Esos mismos Collins que habían donado exorbitantes sumas a la parroquia de Oyster Bay. Los Collins que no dejaban pasar un solo día de gracias sin hacer su esperada aparición en los albergues y orfanatos con las manos llenas de ropa nueva, enseres de cuidado personal, comidas enlatadas y juguetes para los niños desamparados. Esos Collins que sin saberlo daban cobijo a un monstruo impío en su propia casa.


Brent conocía bien a la familia debido a sus constantes muestras de caridad, tal y como los conocía el pueblo entero. El padre de Samuel, Jonathan, era una especie de alcalde decidido por el pueblo. Un amigo de la sociedad que no titubeaba a la hora de ofrecer su apoyo incondicional a todo aquel que lo necesitara. Su muerte, tanto como la de su esposa en aquel accidente automovilístico, habían provocado un gran estupor en Oyster Bay.

Incluso creía recordar la enorme y suntuosa misa que se organizó en su memoria, y a un pequeño de quizás unos diecisiete años de pie ante las tumbas aún abiertas. No brotaban lágrimas de sus ojos, pero el dolor que aparentaba sufrir era evidente. Hagler recordaba haber sentido lástima por ese joven, al que ni toda la fortuna de sus padres pudo salvar de la soledad que con toda seguridad le aguardaba en los años venideros.


Es un buen chico, siempre saca muy buenas calificaciones, además de que es un joven muy bien educado, le había contado la Sra. Thompson. Una anciana beata que parecía estar presente en todo evento importante que se realizara en el pueblo. Conocía muy bien la vida de todos en el lugar, y de hecho había encontrado que era una estupenda amistad a la hora de resolver algunos casos pues, aunque sus chismes no suponían gran peso en un tribunal, para él eran de gran ayuda en su búsqueda de pistas. Pero qué equivocada estaba entonces sobre aquel chico que pronto se convertiría en un sádico y pervertido sexual.


El detective hojeó de nuevo el registro que Ryan le había entregado. Era verdad, salvo por delitos menores, Samuel no figuraba como un predador sexual, un necrófilo. Ni siquiera consumía droga alguna, estaba del todo limpio. Para cualquier abogado y juez en todo el maldito país, ese tipo no sería nada más que un hombre letrado y culto con un pasado lleno de fiestas y excesos que había rectificado el camino. Nadie creería lo que él acababa de leer en el diario de Holly, y no importaría si él se lo mostraba al mundo entero, la total falta de pruebas contundentes lo eximirían de toda culpa.


Por el momento solo contaba con la fianza que Saemann había pagado para sacarlo de prisión. Eso la conectaba a ella, pero no probaba todo lo que ese par había hecho juntos. Las víctimas que con toda seguridad habían compartido, la sangre que derramaron, las vidas que habían tomado solo por el simple placer de hacerlo.


Basándose en la fecha que ponía el diario y el simple nombre, Brent buscó en los registros policiales y personas desaparecidas a la joven que Samuel asesinó esa noche, pero no figuraba en ninguna de las listas. Al parecer se trató de una joven sin hogar, quizás una estudiante de algún pueblo vecino o una chica extranjera que solo estaba de paso en Oyster Bay. Sin embargo, Brent le suplicó a su recuerdo que por favor lo perdonase. Era su deber impedir que monstruos como esos hicieran de las suyas y no había podido hacer nada por ella.

—Holly cocinaba a sus víctimas —murmuró para sí al tiempo que se recargaba en el sofá con cierto cansancio—, para ella era mucho más sencillo ocultar sus crímenes, aunque al parecer Samuel fue de gran ayuda a la hora de deshacerse de aquellas partes que ella no podía comer; una tarea que, ante su ausencia, Holly se vio obligada a realizar, y deduzco que al no saber cómo hacerlo, resolvió por mantenerlos en su casa. ¡Tremendo error! Ahora comprendo porque tanto resentimiento hacia él, gracias a su huida, Saemann fue atrapada. Pero... ¿En dónde ocultaba Samuel esos cadáveres? ¿Cómo se deshacía de esos restos humanos?

Encuentra su escondrijo y podrás hacer que se pudra en la cárcel, pensó.



Nona se levantó esa mañana con los ánimos algo más elevados. Tenía en mente un plan que, si daba resultados, los liberaría finalmente de esa odiosa mujer caníbal. Aquel requeriría de toda su sangre fría y poder de convencimiento, pero estaba segura de que daría resultados. Y por unos momentos, la abogada olvidó el reciente rechazo de Brent hacia ella. Aquello era algo que no había imaginado que ocurriría ni que, con ese adiós, el detective estaba matándola con lentitud. Habían pasado unos días desde aquello, pero a Nona le estaba pareciendo una eternidad. Durante largas horas había estado tentada a llamarlo por teléfono, pellizcándose el antebrazo para no cometer una locura como aquella. Por sobre todo, su dignidad y orgullo femenino le impedían mostrarse débil ante él, aunque no podía engañarse a sí misma; la ausencia le dolía, y ni siquiera ella era capaz de entender cómo es que se había enamorado de esa forma tan desesperada en tan poco tiempo.


Sacudió la cabeza para desenredar aquellos pensamientos de su mente y cogió el teléfono con la mano derecha mientras que con la izquierda elevaba un pedazo de papel, tecleando el número que tenía anotado en él. Tras escuchar la conocida voz varonil, la abogada carraspeó para aclarar su garganta.

—Soy yo, tenemos que hablar —dijo con seriedad.

—¿Sobre el diario?

—En realidad, quisiera hacerte una propuesta.

—Dime...

—No por teléfono, es necesario que nos veamos en privado, ¿puede ser esta tarde?

—Por supuesto, pero, Nona, ¿sobre qué quieres hablar si no es sobre mi diario?

Nona calló unos segundos que al rubio le parecieron una eternidad, y después de aquel breve silencio lleno de misterio, continuó:

—¿Aún recuerdas quién es Boris Tarasov?



Samuel tomó una ducha rápida y se preparó para su encuentro con Nona. No sabía la razón, pero había ansiado su llamada. Y cuando aquel timbre comenzó a sonar, él no puso reparo alguno en disimular su deseo de que fuese ella al otro lado de la línea telefónica.

No obstante, al escuchar la frágil voz femenina, un miedo lo azoró de pronto. No podía olvidar que esa mujer ahora sabía su secreto, que lo había leído detalladamente explicado en su diario que ahora le pertenecía. Pero al miedo, se adelantó la confusión ante la actitud tan extraña de ella, y ese nombre que él había creído ya olvidado.


No tenía una especial importancia para él y, no obstante, ese hombre estuvo rondando en su cabeza en infinidad de veces mientras tuvo el diario de Holly en sus manos y pudo conocer su cruel pasado. Supuso que quizás le estaba sucediendo eso mismo a Nona.


El taxi lo dejó frente al restaurante en el que Nona lo había citado. Solía usar transporte público ya que no soportaba la idea de manejar. No después de lo sucedido con sus padres. Se había metido en su cabeza la absurda idea de que los males se heredaban, de modo que decidió no aprender a manejar pese a que unos tíos lejanos le habían ofrecido pagarlo, un hecho que en su momento le causó gracia si se comparaban los ingresos de sus parientes, que no serían más que una burla ante la cuantiosa fortuna que acababa de adquirir, de modo que prefería tomar taxi o contratar a un chofer personal antes que sentarse tras el volante. Era una de sus tantas manías.


La anfitriona lo llevó hasta la mesa en la que ya Nona lo estaba esperando. En cuanto lo observó, una media sonrisa iluminó el rostro que ella había maquillado para que las ojeras y los estragos del llanto no fueran demasiado visibles, sin éxito alguno, puesto Samuel notó enseguida el rostro descompuesto de la abogada.

—¿Deseas algo de tomar? —preguntó ella, obteniendo una negativa del hombre con mirada de acero.

—¿Qué deseas saber sobre ese hombre?

La abogada bebió un sorbo de la copa de vino que tenía frente a ella, y con serenidad contestó:

—En realidad nada. Ya sé todo lo que necesito saber sobre ese malnacido.

—No comprendo.

—Creo conocer bien el porqué de los asesinatos de Holly. —Samuel frunció el ceño—. Y creo también que he encontrado la manera de aplacar su ira.

—¿No te has puesto a pensar que no es ira lo que siente Holly?

—¿Qué podría ser si no?

—¿Placer?

—¿Eso era para ti solamente? ¿Lo que... —hizo una pausa—, hacías?

—Ya has leído mi diario, sabes bien que sí.

—Pero, algo debió detonarlo, ¿no es así? ¿Es que acaso una mañana te despertaste con ese deseo palpitando dentro de ti y ya? Me parecería difícil de creer.

—No fue así —murmuró el hombre, elevando una mano en dirección al mesero para ordenar una copa. Ambos se quedaron en silencio durante el tiempo que el chico tardó en volver con la bebida de Samuel, quien dio un largo sorbo a su vaso antes de proseguir—. Sí que hubo un detonante como dices, en eso tienes toda la razón. Sin embargo, no hay nada que te anime a continuar con ello más que el simple placer de hacerlo.

Nona arrugó la frente y apretó los labios.

—Pues creo que los abusos y maltratos por parte de su madre y padrastro, la forma en la que Chritopher murió y el que ella hubiera tenido que presenciarlo todo, terminaron por convertir a Holly en una sociópata, cuyas patologías recién en desarrollo comenzaron a evolucionar hasta llegar a este cuadro psicópata que ya todos conocemos bien. Hay una relación muy profunda en la ingesta de carne humana con la precaria infancia que vivió. La pobreza extrema era impresionante.

Samuel enarcó una ceja mientras la escuchaba.

—Vaya. Pues parece que te juzgué muy mal al creer que eras una abogada con poca experiencia, es evidente que has pensado mucho en eso. Sin embargo, cuando pienso en Holly, lo que menos me viene a la mente es una enfermedad. Y aunque concuerdo por completo contigo en los factores que pudieron orillar a Holly a hacer lo que hacía, no creo que haya algo que podamos hacer para que cambie ahora, es imposible.

—¿Acaso tú continúas haciéndolo?

Samuel fue golpeado por la pregunta tan directa de la abogada, a quien había visto acercarse un poco más en su dirección; era un movimiento casi imperceptible, pero Nona parecía muy interesada en la respuesta, y no la esperaba precisamente con temor, por el contrario.

—Por supuesto que no —respondió, y la abogada creyó ver en su rostro algo de indignación.

—¿Hace cuánto tiempo dejaste de verla con exactitud?

—Un año.

—¿Y durante todo ese tiempo tú nunca...?

—No quiero hablar de eso —interrumpió él, atestándole con una de esas miradas letales que tanto descomponían a Nona. La abogada asintió con respeto, no podía permitirse olvidar con quién estaba hablando—. ¿Qué tiene que ver todo esto con Boris Tarasov? —cuestionó Samuel más calmado.

—Escucha, Samuel. Si esto funciona nos ayudará a todos. Podremos librarnos de Holly para siempre, pero necesito tu ayuda. Ni siquiera sé cómo diablos es que tengo el valor para pedirte esto, pero tú eres la única persona que sé bien que podría encargarse de algo de esta magnitud. Aunque, antes de hacerte mi propuesta, debo decirte que así tu no estés dispuesto a ayudarme, yo pondré en marcha este plan que tengo. Lo haré con o sin tu ayuda.

—¿De qué se trata? —quiso saber Samuel, comenzando a vislumbrar un poco del torcido plan que Nona estaba a punto de revelarle.

—Si queremos que Holly deje tranquilo a este pueblo, tendremos que acabar con la mala semilla que se introdujo en ella. Arrancar la mala hierba de un solo tajo y de raíz, tal y como lo hace el jardinero para que las flores prosperen. Hay que succionar el veneno.

—¿Te refieres a....? —Nona asintió antes de que Samuel finalizara la pregunta. 

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