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𝟸𝟷. 𝙻𝚎𝚝𝚛𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝚜𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎

Nona fue a sentarse en el sofá de la sala con el diario de Samuel en la mano. Se abrazó la cobija al cuerpo y encendió la pantalla delante de ella. No deseaba leer en medio del total silencio; no cometería el mismo error que cometiera al leer el de Holly.

Abrió la libreta y, enseguida, un dolor cáustico aguijoneó sus entrañas. En realidad, no deseaba leerlo, un pavor brutal se apretaba a su cuerpo haciéndola sentir un frío insoportable. No obstante, necesitaba comprender. Quería saberlo todo.


Sonrió para calmar sus nervios al recordar aquellas palabras que Samuel le dijera en el hospital; no se equivocaba cuando decía que la curiosidad era un poderoso aliciente para ella.

De modo que, suspiró hondo, y comenzó a leer...



No sé qué diablos hago perdiendo mi tiempo en este tipo de absurdos a mitad de la madrugada, pero, en fin. Todo sea en pos de lograr mi cometido.

Por el momento no puedo escribir demasiado acerca de mí, y la verdad es que dudo que algún día pueda hacerlo con una verdadera soltura y deseo. Tal vez soy un hipócrita de mierda, un miedoso, pero me aterra la idea de que alguien más llegue a leer estas líneas que me he visto en la necesidad de plasmar en la hoja.

En fin... mi nombre es Samuel. Solo Samuel.


Sería estúpido revelar más allá que eso, así que dejémoslo así. Tengo diecinueve años y estoy solo. Vale, tampoco es como si me importara, gracias a que mis padres han muerto yo he conseguido una libertad y fortuna incomparables. Sin embargo, no tengo interés alguno en hacer nada de mi vida, así que esto que he hecho me pinta bastante bien, después de todo, no tengo en absoluto nada que perder.


Hace un par de días me volvieron a detener, dicen que por exhibir mi polla en público, aunque la verdad es que no recuerdo nada; quizás solo me quieren joder esos hijos de puta, seguro ya les encantó verme ahí. Y no es que intente ocultar el hecho de que esa noche había bebido más whisky del que puedo recordar, pero para nadie es un secreto que soy la envidia de este asqueroso pueblo de quinta del que me marcharé en cuanto tenga la oportunidad; así que no me sorprendería.

Aquella noche llegó a sacarme una extraña mujer que decía conocerme muy bien; desde luego que desconfié de ella al instante. Al menos hasta que me contó sobre aquello: mi secreto que yo he intentado guardar durante dos años, pudriéndose dentro de mi cuerpo como un gusano asqueroso y rastrero que me avergüenza exhibir.


Su nombre es Holly, y sabe lo que soy. ¿Que cómo diablos se enteró? No tengo ni la menor idea, pero algo me dice que puedo confiar en su silencio, de hecho, aquí entre nos, me parece que ella es aún más grotesca de lo que puedo ser yo, no lo sé... quizás sea cierto ese rumor de que entre nosotros nos reconocemos, pero así sucedió todo.

Hace dos días, después de escuchar sus locuras, acepté hacerlo con ella mirando. Desde luego que no me desagrada la idea de que una mujer me observe mientras asesino a alguien, pero lo otro...


Aquel día nos encontrábamos en su casa; una humilde vivienda de madera pintada en Oyster Bay, muy cerca del Lexington Avenue. Llevé a mi acompañante de aquella noche; una chica a la que conocí en el pub que suelo visitar. Ashley era su nombre. Para cuando llegamos a donde Holly, ya estaba más que borracha, sus ojos rojos reflejaban la sustancia que se había metido y que en esos instantes circulaba de modo frenético por cada palmo de sus venas.

Con ella casi a cuestas entré en el lugar. La luz tenue me causó arribar a cierto estado de sopor y serenidad, lo que aunado al alcohol me dieron la fuerza necesaria para cometer el acto.


La dejé caer sobre el colchón que Holly había preparado con un grueso plástico transparente, y con lentitud quité cada una de sus prendas. Tardándome lo que me pareció una eternidad en desabrochar y desprender de sus piececillos aquellas gruesas botas negras que le llegaban hasta las rodillas.


Ella no pareció entusiasmada en dejarse manosear mientras era observada por la mujer que no había hablado para nada y que se ocultaba en un rincón, entre la penumbra. Sin embargo, una vez sintió manos experimentadas por todo su cuerpo, así como los suaves lengüetazos sobre la carne de su cuello, se olvidó por completo de nuestra anónima espectadora.


Bien, envuelta por el éxtasis que comenzaba a inundar su cuerpo entero, o bien debido a las sustancias varias que recorrían su interior; el hecho es que, para cuando todo sucedió, Ashley se encontraba inmersa en el ensueño de la droga y el orgasmo que la vació por completo. Fue entonces cuando saqué la pequeña navaja que suelo llevar a todas partes y abrí su garganta de un tajo cruel y mordaz que no obstante y debido al desgaste de la aciaga hoja, no penetró la piel como hubiera deseado. Me monté en ella para abrir la bragueta, olvidándome por completo de Holly y de aquel lugar desconocido, estaba a punto de degustar la hipnótica sensación de tomarla justo cuando su último aliento de vida se esfumaba frente a mi rostro. Pude oler con total claridad el alcohol manando desde la lengua que salió con cierto encanto lascivo y chorritos de deliciosa sangre. Sus ojos, fijos en mí, dejaron de observarme para ser únicamente el espejo en el cual pude observar mi propio rostro imbuido por el placer.


Seguí besando su rostro, empapándolo con mi saliva, besé incluso la lengua tierna y húmeda que comenzaba a secarse; y una vez que sentí el frío inundando cada recodo de su cuerpo, hice mi labor. Necesitaba sentirme ligado a ella mientras comenzaba a enfriarse, entrar en su alma y beber de sus ensoñaciones. Una vez más me interné en aquella pegajosa sensación, entre vapores y fluidos.

En aquellos momentos en que me fusionaba con su bella esencia, mientras la muerte iba a reclamarla, sentía que yo mismo era succionado por ella. Y durante todo ese tiempo no pude dejar de mirarla. Embadurnando mis manos y mi cuello con el líquido vital que continuaba brotando de la herida abierta. Esta vez no pude ver la brillantez de la sangre, ni aquella aglomeración de músculos, piel tirante y terminaciones nerviosas, pero el deleite, igual que siempre fue increíble.

Nona sintió que el diario se le escapaba de las manos, y al mirarlas para comprender el porqué de tal torpeza, pudo darse cuenta de que estaba temblando con desesperación. Se sintió confundida por breves momentos. No había pensamiento alguno que surcara por su cabeza.

Los ojos, abiertos y fijos en las imágenes que se le presentaban en el televisor, parecían nublarse por momentos sin que ella siquiera alcanzara a razonar en lo que le estaba sucediendo. No intentó contener los movimientos que sus manos, autómatas, ejecutaban, ni siquiera trató de juzgar, comprender o ahondar en las palabras que acababa de leer.

No trató de reaccionar de modo alguno, y aunque en esos momentos no estuvo segura del porqué, más tarde comprendería que no había reacción que valiera ante lo que había descubierto sobre Samuel.



Brent apiló el cúmulo de papeles y fotografías que cubrían toda la mesa del comedor y, dejando el maletín a un lado, se dejó caer lánguido sobre la primera silla que halló. Restregó con sus manos el rostro que ya comenzaba a exteriorizar las señales de cansancio y desesperación de las últimas semanas.

Había ocurrido tanto desde que Holly pisara la prisión que él no había tenido ni siquiera unos minutos para pensar sobre ello. Al principio por la obsesión siempre latente de mantenerla en la cárcel y después, con la llegada de Nona, todo su mundo había dado vueltas y más vueltas con estrépito; y lo peor de todo es que aún no terminaba de girar.

No obstante, volvió a ponerse de pie. Se había propuesto llegar hasta el final, cumplir con su deber y refundir a esa miserable mujer come humanos así fuera lo último que hiciera.

Con ello en mente, se tornó para buscar la indispensable taza de café y emprender una noche más de indagaciones y teorías cuando tropezó con la maleta que minutos atrás hubiera dejado en el suelo. La cogió para arrojarla al sillón. Sin embargo, algo en la trayectoria y el peso que sintiera en la mano al dejarla escapar lo obligó a asomarse al interior. Quizás Nona había dejado olvidado algo dentro de ella. Esperaba que no fuera así; sabía bien que no tendría el valor para volver a verla, aunque muriera de ganas por ello.

Los ojos se abrieron, exultantes al abrir el cierre y observar el contenido. Metió la mano para cogerlo, sonriendo al constatar sus sospechas. Ante él, y nuevamente entre sus manos, se encontraba el diario de Holly Saemann.



Holly se puso de pie y comenzó a aplaudir con frenesí.

La observé de reojo aún imbuido por el sopor de lo que acababa de suceder. Sus palmas extendidas en mi dirección se chocaban unas a otras y parecía que ella no podía hacer nada por evitarlo. Después de unos segundos se dirigió a la puerta, obsequiándome de ese modo algo de tiempo para volver a la realidad, desenvolviéndome del éxtasis que, como tela de araña, me había sujetado al cuerpo sin vida de Ashley.

No me importó quedarme ahí unos minutos más. Sintiendo los espasmos de placer que aún recorrían mi cuerpo cada vez que ejecutaba cualquier movimiento.


Y una vez preparado, salí al recibidor para unirme a Holly, quien en esos instantes traqueteaba de un lado a otro de la minúscula cocina, si se la comparaba con la mía, desde luego. Está de más decir que soy un completo elitista, aunque esa mujer, Holly, comenzaba a cautivarme pese a su clase baja.

Fue entonces cuando me dio esta libreta, así como las directas y concisas instrucciones que tendría que llevar a cabo con tal de conseguir mi deseo más intenso. Ese es el modo en el que ese ser peculiar solía trabajar.

Desde luego que no me contó demasiado acerca de ÉL, ni de la extraña fascinación que poseía por todo lo grotesco, la violencia y el asesinato. Pero de algo estoy completamente seguro... ÉL no es humano.


Brent tomó asiento en el sofá deshilachado y comenzó ávido la lectura en donde sabía bien que la había dejado. Recordaba a la perfección cada párrafo leído, las páginas recorridas, incluso le parecía que sus manos habían añorado sentir el peso de la libreta y él ni siquiera lo supo sino hasta esos momentos, cuando sus dedos acariciaban cada una de las páginas mientras las pasaba con lentitud.


Ahí estaba el nombre de Alice, Robert, ¡Oh, la pequeña Anne! El anciano señor Drummond. Víctimas, alimento para Holly quien había tenido el descaro de escribir sus nombres e incluso algunas edades. Había leído cada macabro y espectral relato sobre sus muertes. Cada segundo de extrema e inmerecida agonía con la que los había torturado, las odiosas y enfermizas recetas de cocina. Era aterrador, pero en esos instantes representaba su tesoro más preciado.

-De acuerdo, Holly. Una vez más dentro de tu asquerosa cabeza -dijo en un suspiro una vez que hallara la hoja buscada.

Leyó hasta el amanecer, sintiendo que algo se removía en su interior. Más de una vez quiso correr al sanitario y expulsar toda la cena, pero no lo haría, no se levantaría de ese sillón hasta haber desentramado el misterio que se cernía sobre aquella mujer caníbal.

Así, descubrió el turbio pasado de Holly, los abusos constantes por parte de su padrastro, el terrible descuido de su madre biológica y la muerte absurda, cruel e indigna de su hermano, Christopher. Entonces Hagler tenía unos veintidós años y el muchacho era una calamidad para Oyster Bay. Recordaba bien que toda esa familia era bastante bien conocida, aunque no suponía importancia alguna para ellos, ni ameritaba una especial atención; de hecho, les parecía muy corriente.


Se trataba de la típica historia americana; una madre joven e irresponsable, con un empleo en las calles, un padrastro alcohólico con una mente enferma y sucia, y dos pequeños arrastrados a las garras del Infierno a muy temprana edad.

Sociópatas orillados a la violencia.


Sin duda alguna los seres más indefensos en esa historia, pero los más peligrosos. Era una tragedia, pero Brent lo había visto ocurrir tantas veces que ya le parecía habitual toparse con una chiquilla o chiquillo desequilibrado y no sentir el menor deseo por ayudarlo. Al menos no como antes, cuando creía que el mundo podía ser cambiado solo con desearlo, solo con contribuir de alguna manera, poner el granito de arena. Al final se había dado cuenta de que esos pensamientos no eran más que una burla a su inteligencia y terminó por relegarlos en lo más recóndito de su interior, junto a la esperanza en la justicia y los sueños de infancia. Hagler no se conmocionó tanto como con lo que leyó acerca de ese hombre al que había conocido días atrás...



...Finalmente Samuel lo hizo, atrajo a una delicada paloma a la jaula y la devoró frente a mis ojos. Todo fue espectacular, hermoso a su forma, un placer que no sé cómo describir. Un deleite exótico, proveniente de otro mundo. Jamás me había imaginado que los cadáveres podrían servir para cumplir con una necesidad tan fascinante. Christopher lo comprendía... ¡oh! ¡Si tan solo él estuviera aquí! Sé bien que juntos podríamos lograrlo, sé que él me acompañaría hasta la muerte.


Ese chico jamás podría compararse con mi amado hermano y desde luego que no pretendo en lo absoluto reemplazarlo; nadie jamás podrá ocupar el lugar que Chris dejó vacío en este mundo horrendo, pero necesito a Samuel como necesito mi brazo derecho. Además, el espectáculo que es capaz de ofrecer es imperdible y, por sobre todo, fascinante.

Le he entregado mi diario para que pudiera comprenderlo todo, tal y como ÉL me pidió que hiciera. Pero no podía dejar pasar una ocasión tan espectacular como la que acabo de presenciar sin escribirla. Ya me encargaré de reescribir en él estas historias. Será un gozo para mí revivir cada movimiento, cada mirada, cada mancha de sangre salpicando su bello rostro de mirada penetrante.


No puedo contener mi emoción al relatarlo ahora al papel. Fue impresionante la forma en la que la depositó con suavidad en la cama, tal y como lo haría un amante. No paraba de besarla, de hipnotizarla con sus manos mientras subían y bajaban por encima de la ropa. Samuel es un encantador de serpientes. Bastó con una mirada suya a los ojos para que la delicada paloma se dejara a su merced, lo necesitaba. Yo misma observé esa necesidad urgente en su mirada, ese deseo casi tierno por él, ese ardor palpitante que la orilló a entregarse por completo.


La pequeña cuyo nombre creo que era Ashley, ni siquiera lo vio venir. Un par de gemidos ahogados por la sangre que brotó de su boca fueron los últimos sonidos que salieran de su bella garganta. Lo cierto es que no puedo pensar en una muerte más deliciosa que esa. Bañada en el sudor de un chico tan bello mientras los espasmos del orgasmo continúan llevando descargas de placer en todo el cuerpo. Pero, lo que sucedió después fue lo mejor de la velada.

Samuel no siente ese deseo por el olor de los animales muertos, no es como mi hermano, pero le hace el amor a la muerte de manera magistral y deliciosa.


De esa manera formaremos un equipo sensacional. Mientras él continúe trayendo palomas inocentes hasta mis garras, yo tendré la oportunidad de seguir consumiendo su carne sin ser detenida. Sí, sé bien que para que el pacto se formalice debo ser yo la que les quite la vida a esas personas, pero al menos durante un tiempo necesito a alguien que se deshaga de lo que queda de ellos, y desde luego que no puedo dejar de comerlos.

Por alguna razón, esa es ya una necesidad en mí. Supongo que ese mismo deseo que muy pronto sentirá Samuel con sus víctimas, es el mismo que me ha obligado a compartirlas con él. Necesito más personas, y quiero que alguien más las atrape para mí. Muy pronto no tendré las fuerzas necesarias para asesinar. Sin embargo, es menester que él adquiera esa adicción para que haga todo lo que yo le pida, que me traiga personas, que me deje matarlas, comerlas, degustarlas.


Y después de todo, ÉL quiere más asesinos, más enfermos, más psicópatas. Necesito ofrecerle más gente a su servicio, y estoy segura de que Samuel me ayudará a encontrarlos. Sé que juntos podremos poblar Oyster Bay de homicidas. Sería un paraíso fantástico.



-¡Enfermos! -vociferó Hagler, sacudiendo la cabeza con vacilación-. ¿Cómo puede pensar que una atrocidad como esa es fascinante? ¿Qué demonios tiene en la cabeza esa mujer?

El detective se sintió asqueado, no quería siquiera imaginar los horrores que, entre ambos asesinos, habían perpetrado.

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