𝟸𝟶. 𝚄𝚗 𝚊𝚍𝚒ó𝚜
Nona se marchó al departamento en cuanto Holly le dijo que tenía permitido hacerlo. Adentro, ella se dirigió a la cocina para prepararse un café con leche; eso siempre la relajaba, aunque dudaba que esta vez tuviera el mismo efecto en ella, no con los problemas que tenía encima.
Si Holly le prohibía sacar a la luz su turbio y triste pasado, entonces ella se quedaría como al principio. No tenía nada que comprobara la locura de Saemann, mucho menos podría apelar a un delirio temporal puesto que los cadáveres y las desapariciones que la ligaban a ella tenían ya bastante tiempo, sería imposible. No le quedaba más remedio que sumergirse en lo más profundo del diario con tal de buscar nuevas pistas que acreditaran su locura.
De pronto, un golpe en la puerta la hizo salir del extraño trance al que había ingresado, aún con el diario de Holly en la mano y sin el ánimo ni el valor necesarios para comenzar a leer.
Dejó la libreta en la mesa del comedor y se puso de pie, arrastrando las pantuflas color vino sobre el suelo de madera barnizada mientras se dirigía a la entrada. Al abrir la pesada puerta, sus ojos se encontraron con el verdor intenso de los ojos de Samuel que la observaban como si ese par de esmeraldas fuesen metrallas lanzadas con saña sobre su cuerpo.
Nona ahogó el grito de terror que intentó salir de su garganta y, tomando la puerta con ambas manos, la cerró con premura y desespero, sin embargo, ya la mano del rubio se había introducido en el interior, deteniendo el inútil intento por mantenerlo a distancia.
Sin siquiera decir palabra alguna, Samuel penetró en el departamento con una calma serena, cerrando la puerta tras de sí. La abogada dio un paso atrás, se volvió y comenzó a correr hacia la habitación, dejando en su recorrido las pantuflas en el suelo. Mas, no obstante, y tal y como sucediera la primera vez, Samuel fue mucho más veloz que ella; la tomó de la cintura, cargando con ella hasta el sofá en donde la dejó caer. Nona aulló el nombre del portero una sola vez antes de que la mano del hombre se abrazara a su rostro, haciéndola enmudecer.
—¡Calla!! —prorrumpió él. Nona no dejó de forcejear bajo su cuerpo—. ¡Maldita sea, no te voy a hacer daño! Tranquilízate... —Intentó calmarse él, hablando de cerca al rostro afligido de la mujer.
Nona sacudió la cabeza unas cuantas veces más antes de que algo en su mirada le hiciera creer que en verdad no le haría daño, incluso pese a la horrible pinta que traía. Poco a poco se fue calmando, hasta que Samuel estuvo lo suficientemente seguro de que ella había entendido y no intentaría escapar de nuevo.
Cuando la mujer se tranquilizó, sentada en el sofá sin dejar de mirarlo, Samuel tomó asiento frente a ella, suspirando por lo bajo.
—Necesito que me escuches.
—¿Por qué? ¿Cómo diablos diste con mi departamento?
—Eso —dijo él, y Nona notó que comenzaba a exasperarse y hacía esfuerzos por mantener la calma—, eso es lo que menos importa en estos momentos, créeme. ¿Y ese golpe? —Nona se cubrió la mandíbula morada con cierta timidez, pero no dijo nada—. Fue ella, ¿no es así? —La abogada asintió—. Maldita bruja... Escucha, sé que te costará mucho trabajo confiar en mí, sobre todo después de escuchar lo que tengo que decirte, pero es necesario que unamos fuerzas, ¿de acuerdo?
—Pero ¿para hacer qué?
Los ojos de Samuel se tornaron sombríos.
—Para asesinar a Holly.
Brent Hagler no dejaba de mirar el pequeño maletín que había tomado del armario. Después de desempolvarlo, metió con delicadeza la bata de Nona y sus objetos personales. No podía creer que la había dejado sola esa tarde, ni el hecho de que ni siquiera había intentado comunicarse con ella durante esos días. Podía deducir con facilidad que estaba molesta con él; no, molesta sería poco, seguramente la abogada tenía una furia acumulada tan terrible que incluso le impedía buscar sus cosas, especialmente su celular. Hagler estaba seguro de que lo necesitaría, pero aun así no había señales de ella.
Esa mañana se había decidido buscarla y entregarle sus cosas, pedirle perdón por lo patán que había sido y despedirse de ella para siempre. No podía permitir que siguiera quitándole el sueño, que continuara distrayéndolo. Sobre todo, porque Hagler aún no podía quitarse la idea de que Nona solo le prestaba especial atención como un medio de mantenerlo alejado del caso de Holly, y eso era algo que no podía seguir permitiendo. Ya era suficiente con la pérdida del diario. Aquella libreta que, si bien no tenía demasiada valía como prueba en el juicio, sí que le habría sido de gran ayuda en su cacería de Holly y ese misterioso cómplice.
Estuvo a punto de salir hacia donde Nona cuando el celular comenzó a sonar y vibrar dentro del bolsillo de su pantalón; lo tomó y contestó, sabía bien quién era.
—¿Ya lo tienes?
—Todo listo, Brent. Tengo los registros, no fue sencillo obtener la información, pero logré hacer que el doctor revisara a la caníbal.
—¿Y bien?
—Nada, no hay signos que indiquen un accidente. Ni siquiera uno antiguo.
Hagler entornó los ojos.
—¿Estás seguro?
—Te lo digo, el doctor Ramírez acaba de irse ahora mismo soltando maldiciones por hacerlo perder el tiempo. No encontró nada que le hiciera pensar que Saemann sufrió un accidente en las manos. Aunque...
—¿Qué cosa?
—Holly pareció nerviosa durante el examen, y cuando Ramírez tocó su mano derecha, ella simplemente se volvió loca, como si le hubiera clavado un alfiler al rojo vivo. Sus ayudantes tuvieron que sedarla para que él pudiera terminar de examinarla. Ahora está profundamente dormida, dopada cual rinoceronte.
—De acuerdo. ¿Y qué hay con Collins?
—Una joya. Al parecer era un depravado sexual en sus años de adolescencia. Aquí tengo algunas órdenes de restricción de varias compañeras del colegio, una es incluso de su antigua profesora del highschool con quien, según los registros, había tenido una aventura. Al parecer el chico era todo un pervertido y sus necesidades algo peculiares. También hallé algunos arrestos por delitos menores, peleas en clubs nocturnos y prostíbulos.
—¿Adicto a alguna sustancia?
—Uhm... déjame ver. —Ryan elevó un hombro para mantener el teléfono en su oreja al tiempo que volvía a hojear la carpeta que tenía en manos—. Le hicieron varios exámenes en aquellos tiempos, pero todos arrojaron negativo. Aunque eso sí, era un alcohólico de primera.
—¿Hay algo reciente?
—Nada. Lo extraño es que después de aquel arresto en donde al parecer la propia Saemann intervino para sacarlo, no se ha sabido absolutamente nada de él.
—¿Estás seguro? —inquirió un confundido Hagler.
—Por completo. Aunque, investigando más a fondo encontré certificados y fotografías. A partir del 2004 comenzó la universidad y cinco años más tarde se graduó como biólogo celular, y al parecer, desde entonces se ha dedicado a ingresar a varias especialidades a distancia, entre las que recuerdo astronomía y cosmología. Creo que busca un posgrado en astrobiología. Aquí tengo una fotografía de la Pennsylvania State University en la que se graduó con honores. Según cita, era todo un prodigio universitario, aunque jamás asistía al plantel, la razón para ello era que Samuel tenía pánico de salir de Oyster Bay durante largos periodos de tiempo.
Hagler torció la boca, disgustado. No podía creer que ese hombre estuviera del todo limpio. Lo pensó unos momentos antes de hablar:
—De acuerdo, estaré ahí en unas dos horas, me serán de gran ayuda esos registros.
—Vale, Brent. Te estaré esperando, hasta luego.
—Ryan.
—¿Sí?
—Muchas gracias, amigo.
—Para nada, este caso es de ambos, no podemos permitir que vaya a un hospital, Hagler.
El detective cortó la comunicación después de eso. Aquellas palabras siempre lograban ponerlo nervioso. Claro que sabía bien que esa mujer no podía pasar por loca y quedarse resguardada en un cómodo hospital psiquiátrico, ella merecía la muerte por todo lo que había hecho.
No quiso atormentarse más con la idea y se dirigió al auto con la maleta bajo el brazo izquierdo.
—Tienes que leer esto. Quizás solo así puedas comprenderlo todo.
Nona entreabrió los labios con cierta curiosidad mientras observaba la libreta que Samuel le extendía.
—¿Qué es eso?
—Es mi diario.
La abogada abrió los ojos en una expresión atónita, y sus largas pestañas vibraron con el impetuoso movimiento. Hizo el además de tomarla, pero su mano se detuvo a mitad del camino.
—¿Es idéntico al de Holly?
—¿Cómo sabes del diario de Holly?
Nona se mordió el labio inferior y, antes de coger la libreta forrada de cuero negro que Samuel le estaba entregando, se puso de pie, buscando la que ella acababa de depositar en la mesa justo antes de que él irrumpiera de aquella forma tan brusca. Después volvió a su lugar frente al rubio y se la mostró.
El rostro de Samuel denotó una furia contenida al mirarlo.
—¿Qué haces con él? ¿Acaso Holly te lo dio a ti?
Nona movió la cabeza en negativa.
—Yo se lo robé a Hagler.
—¿Y sabes cómo es que él lo obtuvo?
—Al parecer lo tomó de la habitación de Holly, aunque ella no sabe que está en mi poder ahora, no debe saberlo nunca. Parece estar contenta pensando que lo tiene él.
—Porque él debe tenerlo —espetó severamente—. Tienes que devolvérselo.
—¿Dárselo de nuevo al detective que intenta encarcelar a Holly? No puedo... tengo que ganar este caso o me matará, este diario es lo único que ayudaría al fiscal a encerrarla.
—Tienes que entregárselo.
—Pero...
Samuel tomó los brazos de Nona con fuerza, acercándola a él con un dejo de superioridad, mezcla de furia y preocupación.
—No lo sabes... no tienes idea del riesgo que corres con eso en tus manos. No te pertenece, entiéndelo. Si no quieres morir tienes que devolverlo a su dueño.
—¿A su... dueño? Quieres decir a... ¿Brent Hagler?
Hagler estacionó el auto justo frente al edificio en donde vivía Nona, pero no se bajó enseguida. A pesar de sus seguras convicciones y de la confianza que sentía con su nueva resolución, sabía bien que con ello se estaría comportando como todo un idiota. Se sentiría traicionada, de eso no le cabía ni la menor duda; pero le consolaba el pensamiento de que una vez que Holly se encontrara tras las rejas, o aún mejor, sentada en la silla eléctrica, entonces Nona podría volver a Nueva York y olvidar para siempre todo lo vivido en Oyster Bay, y en especial, lo acontecido a su lado. No importaba si no la volvía a ver nunca más. Tenía que acabar de una buena vez con todo eso.
—No, esto es demasiado, no entiendo nada de lo que dices.
—Escucha. Si Holly está tranquila sabiendo que el diario está en manos de ese detective entonces eso se debe a que él fue la primera persona a la que confesó sus crímenes y esa libreta le pertenecerá hasta que vuelva a manos de su dueño original.
—Pero... No sabes lo que hay ahí escrito. Es demasiado para él, terminaría por volverlo loco. Tiene una obstinada necesidad por lo tangible, jamás lo creería.
—Por supuesto que lo sé... conozco a la perfección lo que hay ahí escrito.
—¿Tú?
Samuel se recargó en el sofá, observando la chimenea con el dejo dado a la nada. Como perdido en extensas cavilaciones.
—Yo fui el primero en saber su secreto. Ese diario me perteneció durante un tiempo.
—¿Por eso estás dándome el tuyo? ¿Yo fui la primera en saber sobre tus crímenes? —Samuel asintió, fue apenas un atisbo de articulación—. Si decido aceptarlo y leerlo, ¿conoceré a fondo tus secretos? ¿será igual al diario de Holly? —preguntó temerosa.
El hombre tornó la mirada hacia el suelo, su rostro se había tornado frío e impenetrable y la mirada verdosa se ensombreció de modo siniestro. Nona pensó enseguida que seguramente esa era la mirada de un asesino.
—Puedo asegurarte que será peor.
—Me resulta difícil de creer —bromeó ella, intentando desvanecer la incómoda y hostil atmósfera que se había cernido en torno a ellos.
Si esa libreta que Samuel sostenía en sus manos contenía crímenes aún más grotescos y aterradores que los que había leído en el diario de Holly, entonces en definitiva no deseaba leerlo en lo absoluto.
—Créelo.
—¿Y no tienes miedo de que decida hacer público tu diario y el de Holly?
—Jamás lo harías.
—¿Cómo es que estás tan seguro?
—Sí ÉL no lo desea, no lo permitirá. —De nuevo ese extraño personaje del que Holly hablaba constantemente.
—¿Quién es ÉL? —indagó. Era una pregunta que le ahogaba cada noche.
—¡No! —profirió él, tensándose por completo; y Nona percibió en su voz cierto tono de alarma—. No quieras jamás saber sobre ÉL. Ni siquiera pienses en eso.
—Pero ¿por qué?
—Por alguna razón, ÉL siempre aparece cuando es nombrado.
—¿Apa-rece? —La abogada enmudeció, más no debido a sus palabras, sino más bien a aquella expresión agonizante y repleta de un pavor mortal que surcó los ojos del hombre a quien hasta apenas unos segundos atrás, percibía como una amenaza. Esos ojos le congelaron el corazón.
—Necesito saber. —Samuel la miró de pronto. Sus ojillos lucían suplicantes, deseosos de comprender finalmente lo que estaba sucediendo—. Tengo que saberlo...
A Nona le pareció que Samuel estaba a punto de dar su brazo a torcer y contarle todo, pero un golpeteo en la puerta la hizo saltar de súbito y a él levantarse de un salto. No podía permitir que alguien lo viera ahí, era un pueblo tan pequeño que el simple hecho de haber pisado el centro de Osyter Bay una vez más era demasiado riesgoso para él, Holly podría sentirlo, aunque se tranquilizaba con la idea de que, sin su dosis necesaria de carne humana, sus facultades se limitarían considerablemente.
La abogada desfiló ante sus ojos para ver por la mirilla.
—Es Hagler.
—Con él necesito hablar, pero no antes de que leas mi diario. Por favor... —Le extendió una vez más la libreta de cuero. Nona la miró con cierto temor—. Necesito que comprendas. Sé bien que una vez que comiences a leerlo te será aún más difícil confiar en mí, que cada hoja te dejará horrorizada y que me verás como lo que realmente soy; un monstruo, un perro salvaje. Pero es necesario que lo leas, por nuestro bien, créeme.
Nona asintió aún renuente, y con inseguridad tomó el diario que el rubio le ofrecía.
—No tengo que decirte de nuevo que entregues el de Holly al detective.
—Pero...
—Si quieres que nada malo te suceda, a ti o a él, debes hacerlo. —Nona resopló por lo bajo y asintió varias veces, resignada.
Aunque Samuel no lo supiera, ella tenía algo de noción sobre lo que era ÉL, y aunque no estaba segura del todo, al menos sabía bien que con eso no se jugaba.
Samuel se volvió, buscando una salida improvisada, la cual halló tras la ventana que Nona estaba a punto de señalarle. Salió de modo precipitado por ella, encontrándose con las escaleras de emergencia.
La abogada esperó a que el hombre hubiese bajado del todo, pese a la reticencia de Hagler en seguir llamando a la puerta. Ocultó entre los cojines del sofá el diario que tenía en las manos y corrió hacia la salida.
Helo aquí, de nuevo ese brusco vuelco en el corazón que la dejaba como hipnotizada ante él. ¿Qué tendría ese hombre que cada vez que lo tenía frente a ella sentía que la desarmaba por completo?
Sin embargo, Nona no exteriorizó sus verdaderas emociones, por el contrario, se mostró altiva e indiferente.
—No esperaba verte aquí —dijo por todo saludo, sin invitarlo a pasar.
Hagler no se sorprendió con la seriedad con la que lo recibía la abogada, después de lo que le había hecho era de esperarse que estuviera molesta. Eso era mejor, todo sería mucho más sencillo de esa manera, pensó.
Elevó el maletín, entregándoselo con suavidad.
—Tus cosas.
La mujer se mordió el labio inferior, recibiéndolo con cierto pesar. Pese a lo que pudiera admitir, deseaba que al menos Brent se mostrara arrepentido por dejarla esperando en el hospital.
Deseaba tanto de él.
—Gracias, pero no era necesario que las trajeras hasta aquí, podrías bien haber enviado a alguien.
—Quería despedirme de ti.
Nona lo miró con fijeza, confundida.
—¿Despedirte?
—Desde que nos vemos creo que todo ha ido a peor, nos distraemos con facilidad y el caso apremia. Además, he notado bien cómo te ven todos cuando vas a mi lado y, yo no quiero lastimarte más. Me duele mucho esto, pero, me parece que lo mejor será distanciarnos. Cortar de tajo la comunicación, lo siento tanto, pero...
—¿Esto lo haces por Holly, por el caso? ¿O es que alguien más...? —Nona se obligó a callar. Estaba a punto de estallar en reproches y celos, sentía que el llanto intentaba hacer presencia en su de por sí demacrado rostro, pero se contuvo y asintió con dignidad, guardando sus lágrimas para la soledad—. De acuerdo —dijo solamente. Brent asintió, cohibido. Pese a lo difícil que le resultaba se sentía seguro con la decisión.
No obstante, se mantuvo ahí, de pie ante ella, como si estuviera esperando su última sentencia antes de marchar al patíbulo. Pero la abogada no habló, solo se limitó a volver dentro aún con la puerta entreabierta, sacó las cosas que guardaba la maleta y regresó para devolvérsela, haciendo esfuerzos por ocultar el golpe que aún tenía algo marcado en el rostro.
El detective no dijo más al momento de recibirla, él simplemente le dirigió unos ojillos afligidos antes de marcharse en silencio.
Una vez que Nona se sintió oculta de su mirada celeste, permitió que brotaran de sus ojos todas las lágrimas contenidas o de lo contrario, sabía bien que estas terminarían por estallarle en el pecho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro