𝟸. 𝙻𝚊 𝚌𝚘𝚗𝚏𝚛𝚘𝚗𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗
-Necesito una víctima.
-¡Imposible! ¿Está loca? ¡¿Por qué diablos cree usted que está aquí?!
-No tiene que ser humana, solo necesito algo que hubiera tenido vida. Necesito sangre y carne...
-¿Y por qué demonios la necesita?
-No lo sé con certeza, pero así es.
-Eso es imposible -respondió Hagler, irritado.
Una mueca de fastidio se posó en el rostro de la mujer que volvió a recargarse en su asiento, no obstante, sin perder la compostura ni esa tranquilidad tan inusual dada su situación
-La necesito con especial premura y debo advertir que no convendría que me negaran algo tan preciado.
-¿A qué se refiere? -cuestionó, pero la mujer no respondió-. Solo por curiosidad, señora Saemann, ¿qué pasará si no le entrego lo que me pide?
Holly desvió aquellos ojos verdes, pensando en cómo responder lo más claro posible, y con un suspiro, respondió:
-Para ser sinceros, ni siquiera yo misma lo sé, pero estoy segura de que no querrá averiguarlo, segura de que no deseará estar cerca en la noche sin nombre.
-¿La noche sin nombre? ¿Qué noche es esa?
-No puedo decirlo. Eso es algo que tendrá que descubrir por su propia cuenta y yo creo que podrá hacerlo antes de que esa noche llegue y de que entonces, tanto usted como yo descubramos lo que pasará. -Hizo una pausa, mirándolo con una fijeza extrema-. A menos que usted acceda y me traiga lo que le he pedido.
-¿Qué hará cuando lo tenga?
-¿Acaso tengo que decirlo? ¿Es que no ha visto mi hogar? ¿No penetró en cada espacio de mi propiedad e invadió la privacidad de mi templo? ¿No estuvo ahí cuando los forenses sacaron los cuerpos de mi nevera o abrieron mi refrigerador?
-La comerá.
Holly no respondió, tan solo se limitó a asentir de modo sutil, apenas una pequeña articulación de su cabeza.
El detective volvió a la oficina sin siquiera otorgarle una respuesta a la desagradable mujer. No deseaba soportar su presencia ni un segundo más del necesario. Sus pretensiones le parecían absurdas y una burla a su profesión y a la seriedad del caso. ¿Un pedazo de carne? ¿Una víctima? ¿Acaso se había vuelto completamente loca para pedirle algo como aquello?
Brent Hagler se dejó caer en la incómoda silla frente a su escritorio, encendiendo la computadora con desgana. No se sentía preocupado por el hecho de que el jurado señalase a Holly Saemann como la perpetradora de dichos crímenes, después de todo la casa de la mujer parecía una carnicería y su patio un cementerio mediocre. No. Lo que lo ponía de los nervios era que la gravedad de los crímenes terminase por enviarla al Centro Roosevelt para enfermos mentales, cuando lo que deseaba el detective era verla refundida en la cárcel por el resto de su miserable existencia. Que terminase de volverse loca dentro de la prisión del condado p mejor aún, fulminada en la silla eléctrica.
De modo distraído echó un vistazo a las pruebas que había dejado en el escritorio, las mismas que tenía que entregar a los fiscales para que estos pudieran comenzar su estrategia contra la mujer. Sin embargo, algo haló de él e hizo que volviese a sacar la libreta de su funda de plástico. Oteó el contenido, y aunque su voluntad era férrea, no pudo contener el impulso de adentrarse en sus páginas...
Una de sus manos me sostuvo del mentón con la obstinada insistencia de darme un golpe, aunque lo único que podía hacer era que mi cabeza se retorciera con brusquedad
La saliva se desperdigó desde mis labios hasta sus dedos, escurriéndose con agilidad por su brazo derecho al tiempo que ella exclamaba insultos y gritos escandalosos llenos de pánico, con esa mueca de asco y repulsión en el rostro.
Apreté su ancho cuello apenas con un atisbo de dificultad y ella dejó escapar un quejido de asfixia entrecerrando los ojos. Desde aquella distancia pude oler esa fragancia tan humana y deliciosa; la sangre vital que corría embravecida por sus venas y el sudor frío que salía de sus poros: mezcla de esencia pura y suciedad.
Los labios se entreabrieron para decir algo incomprensible, pero yo era incapaz de soltarla, no podía dejar ir la oportunidad de atrapar a una más. En especial a esa, tuve que realizar un increíble esfuerzo para mezclarme entre su círculo de amigos, hacerla venir sola y, ¿todo para qué?, para degustar de un festín digno de una reina.
Su carne, con esas tonalidades sonrosadas y tiernas, era perfecta para lo que yo deseaba hacer. Tenía planes precisos para cada parte de su cuerpo, anhelaba saborear de él como un amante oscuro que tan solo espera el momento justo de dar su estocada. Palpar cada centímetro de su piel, lamer esas extremidades suculentas y gelatinosas, coger entre mis manos los muslos trepidantes y la barriga que se tambaleaba de arriba abajo al compás de mis enérgicas fuerzas sobre los senos; esos turgentes y redondeados músculos llenos de tierna y deliciosa grasa.
Me sentía un amante, ¡oh, sí! Violento y salvaje. Empuñando mi cuchillo predilecto de hoja rígida, profanaba a mi víctima, incrustándolo una y otra vez en la carne virgen y pulcra, desollando cada palmo de su cuerpo, almacenando para mí la sangre que caía a borbotones sobre los zapatos.
Me fascina degustar del delicioso aroma que se deprende como incienso del cuerpo recién cortado: el último aliento de vida que conmociona cada parte de mi cuerpo. Ese perfume que me guía a los confines más sublimes del paraíso: mi droga y mi acicate.
Procuro siempre amar a mi preciosa víctima, intentando al extremo respetar su delicada piel, acariciarla con suavidad al tiempo que la hoja arrebata de sus rostros los últimos vestigios de que aquel bulto colgante y repleto de sangre que había sido antaño un humano.
Lo único que queda de ellos es solo una masa amorfa y extraña, toda vísceras, venas y sistema nervioso.
Es como si, con cada gota de sangre, se les escurrieran sus últimos sentidos, como si destilara hasta su propia alma, los sentimientos, los miedos y los temores, hasta que la vida que les arrebato queda estampada en el suelo de mosaico.
El detective Hagler no podía concebir la idea de lo que estaba leyendo. Sentía el estómago revuelto y una terrible sensación de ira y repulsa que no sabía cómo controlar. El saber que lo que leía había sido una realidad, conocer a ciencia cierta lo que Holly había hecho con aquella chica le estrujaba el corazón. Le asqueaba especialmente la forma en la que esa mujer narraba lo que había hecho, como si se tratase de un arte oscuro digno de alabarse, cuando en realidad no era más que un acto grotesco de la peor calaña.
Alice era el nombre de aquella joven de veinte años, estudiante de repostería. Él recordaba el caso a la perfección unos meses atrás, y aún en esos instantes, cuando leía con lujo de detalle el cruel destino de esa pobre chica, no podía olvidar el rostro de su madre contorsionado por el llanto.
Recordaba muy bien que él mismo había estado en la habitación de Alice, y que, sentado en la cama, había observado las fotografías de ella a lado de sus padres y hermanos; todos con unos rostros repletos de felicidad. El detective había prometido castigar al culpable de tantas desapariciones, de tanto llanto y desesperación. Al culpable de aquel pánico colectivo que tenía azorado al pequeño pueblo de Oyster Bay, y ahora no podía creer que una chica tan linda como Alice hubiera terminado de aquella monstruosa manera.
Al día siguiente, Hagler hizo desenterrar un cuerpo del jardín y, tal y como le revelara el diario, había hallado restos humanos en un pequeño agujero, cubiertos con una manta de lino suave y de color rosa.
Sin embargo, el temor lo hizo su presa al darse cuenta de que aquellos restos no estaban completos, se trataba solo de un cráneo, una dentadura y un par de dedos que al llevar al laboratorio constató, pertenecieron a Alice Tyler, salvo por uno que parecía mucho más grande que el de la joven Alice.
¿Un hombre?
A Hagler le parecía imposible la suposición, era simplemente algo increíble de creer que una mujer de cuarenta y siete años, demasiado gorda como para siquiera mantenerse en pie y por lo que sabía, con un serio padecimiento cardiaco, pudiera perpetrar un crimen de tal magnitud. El asesinato de Alice ya era un gran y maldito misterio para él como para agregarle el homicidio de un posible hombre de edad adulta. Todo aquello le liaba por completo la cabeza.
Lo cierto es que ya no estaba para esos trotes. Los estragos de la edad y el tiempo prestado al cumplimiento de su deber le estaban cobrando factura. Cada día se sentía más viejo y cansado hasta para pensar, imaginar las escenas, descifrar la mente del asesino intentando meterse en su cabeza, pensar como él, sentir como él, desear como él.
Era una tarea cruel, desagradable y difícil; y a sus cincuenta y cuatro años, Hagler no se sentía competente ni mucho menos con el ánimo para descifrar ese caso que se le antojaba horripilante.
Creía estar volviéndose loco.
Los acontecimientos de los últimos meses lo tenían al punto de la locura.
Después de su entrevista con Holly, el detective se había sentido mareado, confundido por primera vez e incapaz de confiar en sus presentimientos.
Siempre se había jactado de su instinto natural para desenmarañar los casos más complicados y peligrosos. Nunca había entregado malas cuentas y hasta el momento no existía un solo criminal en sus manos, que él no hubiese refundido en la cárcel durante varios años o por el resto de sus vidas. No obstante, por alguna razón este caso era muy diferente. Holly le parecía una mujer peculiar y abrumadora, de personalidad rompedora y fatalista.
Le temía de un modo extraño y aunque por momentos lucía como cualquier mujer adulta, e incluso, había instantes en que su aspecto bonachón y las sonrosadas mejillas que lucían como rosetones en un valle de nieve, provocaban en su aspecto leves regueros de una personalidad dulce y secretamente femenina; había intervalos de tiempo en que su rostro se contorsionaba y reflejaba los más turbios e inocuos de los sentimientos, sus ojos se contorneaban, perfilando la maldad que se inyectaba en ellos como un veneno mortal capaz de matar a cualquiera con una sola mirada.
Todo lo que ella había hecho, los terribles asesinatos que había perpetrado durante años eran la mezcla perfecta de una persona digna de odiarse, y no es que el detective Hagler no la odiara, sino que por momentos se sentía atraído por ella. Con cierto pesar, pero tenía que reconocer que se enfrentaba a un gran adversario, uno merecedor de su temor y su oscura admiración. Se sentía secretamente fascinado por ella, no solo por la terrible esencia de los actos mismos, de su salvajismo a la hora de asesinar sino también de los impedimentos físicos que Holly tenía para matar de esa manera tan perfecta y constante. Era lo que se conocía como una asesina prolífica, matando a docenas de personas al año. Una asesina en serie con todas sus letras.
El detective entró a la pequeña casita de madera de apenas dos recamaras. Se sentó en la mesa de la cocina y encendió un cigarrillo para dejarlo entre sus labios al tiempo que él apoyaba las manos sobre las rodillas.
Durante el silencio, el pequeño reloj de pared canturreaba su constante tic tac, perforando la atmósfera de soledad que pintaba cada pared y bañaba su interior con una sensación agridulce, como cada anochecer al llegar a casa.
Brent Hagler era un hombre solitario, jamás se había casado. Desde aquella mujer que lo había abandonado sin siquiera dejarle una nota, el detective se había convertido en un hombre silencioso y serio, sin más amistad que la propia.
Él siempre deseó una casa llena de ruido y sonrisas, pero en cambio había optado por el sepulcral silencio de un pequeñísimo chalé en el que apenas cabía él solo, pero que le parecía inmenso.
Abrumado, se daba cuenta de lo que había dejado perder gracias a sus ansias jóvenes y absurdas de salvar el mundo. Encerrar asesinos, desenmascarar criminales y atar hilos eran su pasión, mas no su felicidad; lástima que de eso se había dado cuenta demasiado tarde.
Ahora no sabía si dar marcha atrás, claudicar y dejarle ese desquiciante caso a alguien más o continuar como hasta el momento, trabajando casi de manera mecánica en una oficina en la que lo sobrevaloraban debido a sus años de servicio y que no le satisfacía más.
El teléfono sonó iracundo entre sus pensamientos y el detective se vio obligado a contestarlo con desgana.
-Brent, ¿qué dijo la abogada defensora? -Ese era Ryan, su colega y quizás su único amigo, aunque Brent todavía no sabía si se le podía llamar así
-Ya te imaginarás, quiere alegar demencia. Según ella, no existe ni un gramo de razón dentro de la cabeza de Holly.
-¡Habrase visto semejante tonta! -exclamó la arrugada voz de Ryan. Hagler no pudo evitar remembrar en su mente la bella imagen de la abogada de Holly. Había que admitir que era muy atractiva-. ¿Y qué piensan hacer? ¿Qué dice el fiscal?
-El maldito no quiere saber mucho de este caso, supone que la abogada tiene razón y no piensa interpelarla en el juicio
-Maldita mierda de abogaducho que se consiguió el ministerio público. ¿Pero qué se creen? ¿Acaso no saben toda la mierda que hizo esa maldita? ¡Para nada! Yo me haré cargo del caso si es necesario.
-Aún no hay parte acusadora, por el momento solo se trata de Holly y su súper abogada defensora de causas perdidas y el ministerio, y la verdad es que dudo mucho que el ministerio haga algo al respecto si el veredicto termina por poner a la maldita de Holly como incapacitada mental. Sería un fiasco de justicia.
Aunque Hagler no estaba seguro de sus palabras.
Quizá Holly en verdad no había cometido aquellos crímenes en pleno uso de sus facultades mentales y si había sido así, definitivamente tenía que haber más de un culpable.
-Tienes que conseguir esas pruebas Brent, esa maldita no puede terminar en un cómodo hospital.
Al colgar, el detective se vio sumido entre profundas cavilaciones, fastidiado de los pensamientos que se abarrotaban incesantes dentro de su cabeza, agolpándose en cada recoveco oscuro de sus pensamientos. Se sentía asqueado por las borrosas imágenes de sangrientos asesinatos, violaciones y secuestros que había tenido que investigar a lo largo de su vida. Le parecía que cada criminal que había puesto tras las rejas se había llevado una parte de su ser. Su cerebro se encontraba demasiado imbuido en muertes y destrucción y, sin embargo, Hagler creía haberlo visto todo hasta que conoció a Holly y su terrible y macabro diario sangriento.
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