𝟷𝟺. 𝚄𝚗𝚊 𝚝𝚎𝚛𝚛𝚒𝚋𝚕𝚎 𝚙𝚛𝚘𝚖𝚎𝚜𝚊
Brent terminó un par de pendientes que tenía aún por concluir antes de dignarse a salir con Nona, quien, para su sorpresa, esperó paciente las dos horas y media que tardó en encontrarse con ella.
Se acercó de modo lento hacia la sala de espera en donde su delicada sonrisa le dio la bienvenida. La abogada se levantó e hizo el gesto de abrazarlo, pero Hagler tuvo el impulso de alejarse. No deseaba que los vieran juntos. Conocía bien cómo pensaban las personas en aquel pueblucho arcaico y sabía de sobra que, si se llegase a esparcir el rumor de sus anteriores encuentros, Nona saldría perjudicada.
En vez de eso le ofreció su brazo, mirándola con unos ojitos llenos de complicidad. La morena pareció comprenderlo pues se prendió a él de modo respetuoso y juntos salieron del lugar.
—¿Me dirás todo acerca de ese tal Samuel Collins? —Quiso saber el detective.
Nona torció levemente la boca, irritada por tener que recordar de nuevo el caso que la tenía completamente desquiciada.
—No sé más que tú al respecto, Brent. Es un tipo muy reservado, tú mismo lo viste. Así que no hay más rumores sobre él, salvo por el hecho de que fue arrestado hace unos años.
—Entonces, ¿cómo es que supiste de él?
A Nona aquella pregunta le cayó por sorpresa, no sabía si decirle la verdad o arrojar una pequeña mentira más que, sin lugar a duda, no haría tanto daño como la verdadera razón por la que había deseado buscar al cómplice de Holly.
—¿Quieres que te sea completamente sincera? —Brent asintió—. Lo leí en el diario de Holly. —El detective detuvo su andar para mirarla a los ojos con una expresión de reproche—. Lo siento, pero tenía curiosidad por saber lo que esa desquiciada mujer escribió en él.
—¿Y....?
—Y, ¿qué?
—¿Qué más descubriste sobre Collins en el diario?
Nona no dijo nada. Se sentía una traidora, tal y como Holly se lo había dicho. Obraba por ambos lados y tenía la suficiente experiencia como para saber que aquello tarde o temprano le estallaría en la cara.
—No descubrí mucho, Brent. Solo menciona a un cómplice, alguien que estuvo presente en aquellos crímenes, pero no da demasiados detalles sobre el papel que Collins tomó en ellos. De hecho, lo describe como un testigo, como si se tratase de la audiencia que observaba todo en primera fila. Necesito seguir leyendo.
—¿Y por qué no leemos juntos? —preguntó él, sonriendo.
Nona se sintió anonadada con aquellos ojos verdes. Esa forma tan deliciosa que tenía de mirarla, como si fuera la última maravilla existente en el mundo. Como si la amara... como si ella no estuviera tan rota como en realidad se encontraba: una bella pieza de arte gastada por el tiempo.
—Perdóname, de verdad, lo siento tanto... No quise hurtar el diario, pero, tenía que hacerlo. Sé que no será importante como prueba en el juicio, pero hay demasiadas pistas en él. Verdades que no puedo permitir que sepas.
—¿A qué te refieres? Nona, necesito saberlo todo. ¿Qué hizo esa mujer? ¿Con qué motivos? Quiero respuestas.
—Hagler, comprende que todo lo hago para protegerte.
—¿Protegerme? ¿De una mujer tras las rejas?
—No, Brent. De algo mucho peor. Algo que no comprendo aún pero que estoy segura de que te pondrá en riesgo. Es por eso por lo que te pedí que dejaras el caso, permite que Holly ingrese al psiquiátrico, todo será más fácil si...
—¿Y dejar que salga en un año? ¿Ignorar los asesinatos que con toda seguridad azotarán a Oyster Bay? ¡¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?!
Las personas se detenían para mirarlos. Sus ojos eran inquisitivos y Nona se dio cuenta de que todos iban dirigidos a ella.
En ese pueblo ella era el mal de todos los males. Seguramente la veían como la abogada del diablo.
—Vamos, Brent. Acompáñame, vayamos a un lugar más privado y ahí podremos conversar mejor. Prometo que te contaré todo lo que sé, pero por favor, accede a venir conmigo.
Hagler lo pensó unos instantes. Se mesó el suave cabello, mirando hacia todas partes, confundido, azorado y enfurecido consigo mismo por permitir que Nona robara el diario. Si él no se hubiera enredado con esa mujer, quizás todo sería más sencillo.
Aunque era innegable el hecho de que, si pudiera regresar el tiempo, volvería a hacer lo mismo.
El departamento de Nona quedaba a pocos minutos en auto. En todo el trayecto hasta ahí ninguno había deseado decir palabra alguna, pero ambos podían sentir la terrible tensión que se acumulaba entre ellos. Esa misma tensión que los había llevado a comerse vivos bajo las sábanas tiempo atrás. Era como si algo los atrajera con un voraz deseo. Había algo en ella que lo hacía un esclavo, un eterno protector. No se comprendía ni él mismo, pero estaba sucediéndole.
Nona lo invitó a pasar mientras ella dejaba su bolso en el enorme sofá de medialuna de color blanco que tanto le había atraído a Hagler la vez anterior.
—¿Deseas tomar algo? Tengo algo de vino.
—Si no te molesta, quisiera algo más fuerte —dijo este al tiempo que tomaba asiento en el sofá.
Nona se acercó al minibar de caoba oscura y encendió las pequeñas lámparas led empotradas al estrecho techo. Cogió una botella de whisky y sirvió dos vasos con abundante hielo. Le extendió la bebida, sentándose ella acto seguido, a un metro de distancia de él. No deseaba presionarlo con una distancia menor a esa. Aunque en esos momentos se sentía completamente deseosa de ser suya.
El detective dio un pequeño sorbo sin dejar de mirarla.
—Bien... —comenzó—, ¿ya me contarás todo lo que sabes?
Nona tomó un trago y, nerviosa, dijo:
—Vale, Brent. Pero debo advertirte que no sé mucho más que tú, ¿de acuerdo? Y que, a pesar de todo, yo sigo siendo la abogada de Holly Saemann y tengo ciertas obligaciones con ella. Espero que puedas comprenderlo. —El detective asintió, dando luz verde a la abogada para proseguir—. Bueno... primero que nada es necesario que sepas que Holly vivió una infancia atroz, llena de violencia, abusos y pobreza. Una adolescencia aún más terrible al ser abusada por su padrastro en varias ocasiones, además de presenciar la muerte de su único hermano.
—Christopher... —susurró Hagler.
Vagamente, pero recordaba el caso de ese chico pandillero.
—Sí... Christopher. Él falleció a la tierna edad de quince años.
—No es posible. ¿Cómo es que estás tan segura de que murió?... Cuando eso sucedió yo hacía mis prácticas en la comisaría. Christopher era un chico pandillero que se divertía maltratando a los animales. En una ocasión una mujer llamó muy alarmada a la estación, gritando que desde su edificio había visto cómo ese muchacho ahorcaba a un perro pequeño hasta dejarlo inconsciente. Llamó varias veces antes de que la policía llegara hasta el lugar y debo decir que la detallada narración de lo que estaba observando que ese chico hacía nos causó no solo asco, sino un desconcierto horrible. Llegué a dudar seriamente en dedicarme a investigar casos. No si tenía que enfrentarme a tipos enfermos como ese. Al final, el pobre animal terminó con el trasero destrozado y Saemann bajo arresto por lastimar a un animal indefenso, en plena vía pública, además.
Nona se quedó muda después de aquella explicación. Ella lo sabía, conocía la enfermedad de Christopher, pero el constatarlo entonces solo le puso los pelos de punta. Y se preguntó si Samuel sentía esa misma atracción por los animales.
—Entonces, ¿Christopher Saemann era un zoófilo?
—Hasta donde tenemos entendido. Poco tiempo después desapareció. Lo cual fue un alivio para sus histéricas vecinas que vivían asustadas de tenerlo tan cerca. Ni siquiera sus padres desearon saber más de él y todos supusieron que había huido de casa, dando por cerrado el caso.
Nona quiso explicarle todo, gritar que Chris no había huido, que había sido cruelmente asesinado por su padrastro y que quizás, era ese hombre el responsable de que Holly asesinara a tantas personas, que todo lo que le había hecho vivir había terminado por enloquecerla por completo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Hagler.
—Sí, descuida... es solo que no he podido dormir bien últimamente, y ya no digamos alimentarme bien. Sinceramente este caso me tiene completamente trastornada.
—Lo sé —murmuró él.
Nona lo miró con una sonrisa pícara que, no obstante, intentó contener. Los surcos en la frente preocupada de Hagler lo hacían lucir aún más atractivo ante sus ojos y la emoción de tenerlo tan cerca y tan lejos la orillaron a romper el acuerdo que había hecho consigo misma de no presionarlo.
Con suavidad. comenzó a desabotonarse la blusa blanca, solo lo suficiente para mostrar el nacimiento de sus senos. Cogió el suave cabello castaño y lo retorció en una coleta improvisada que colocó sobre su hombro, dejando la carne de su cuello desnuda y anhelante.
Después, con total convicción, comenzó a masajear su hombro izquierdo, frunciendo el ceño con placer y cerrando los ojos. Hagler miró todo esto con embeleso, y cuando la chica dejó escapar un pequeño quejido de dolor, el detective se puso de pie, colocándose detrás de ella para masajear sus hombros.
Nona dejó escapar un delicado gemido, mezcla placer y dolor. Las manos de Hagler apretaban con fuerza los hombros de la abogada que cerró los ojos para disfrutar de él. Poco a poco los dedos del detective comenzaron a subir, acariciando con delicadeza el cuello de la mujer, masajeando la nuca y el cuero cabelludo.
—¿Así está bien? —preguntó él, cohibido. Nona asintió.
—Así está perfecto —dijo, al tiempo que desabrochaba un botón más a la blusa de trabajo. Ofreciéndole así al detective la esplendorosa visión de sus pechos abultados que se ensanchaban lentamente bajo la tela. El detective continuó acariciando hasta que sus manos encontraron el camino hacia abajo, haciendo que el cuerpo de la abogada se estremeciera por completo. Eso era lo que estaba deseando desde que lo vio esa mañana.
Dejó que un leve gemido se escapara de sus labios, que sonó como una celestial melodía en los oídos del detective quien se agachó para besar su lóbulo izquierdo, mordiendo acto seguido la deliciosa piel de su cuello mientras las manos continuaban acariciándola. Nona las llevó hasta los turgentes pechos, mostrándole con toda intensidad los deseos que la devoraban por dentro.
De un salto, la mujer se puso en pie, tornándose para mirarlo de frente. El sofá era un impedimento para que ellos continuaran con lo que estaba dando comienzo, pero eso a Nona le importó poco pues de pie ante él comenzó a desabrochar los botones que faltaban, sin dejar de observarlo fijamente. Deleitándose con la expresión lujuriosa en los ojos de Brent, quien no perdía un solo movimiento.
Con sutileza, la mujer comenzó a mover las caderas al tiempo que bajaba el cierre trasero de la minifalda, permitiendo que ésta recorriera el camino hacia el suelo por sobre sus muslos y sus pantorrillas. Hagler no pudo evitar observar las medias que cortaban las sugerentes piernas de la abogada, el delicado encaje de las bragas y el delicioso corte del sostén que permitía observar con claridad la mitad del busto.
Nona sonrió, sintiéndose seductora y le extendió una mano, el detective no dudó en tomarla esta vez, rodeando el sofá para acercarse a ella quien se dio la vuelta en cuanto lo tuvo a un palmo de su cuerpo. Brent acarició sus pechos, obligándola a recargarse en la pared más próxima. Apretó su cuerpo contra la espalda de Nona, degustando de la suave y sensual fragancia que su cuello desprendía. Sintiendo las caricias de su sedoso cabello en su rostro y la suavidad de sus pechos a los que liberó en un segundo, sintiendo la deliciosa gravedad que los hizo rebotar entre sus manos.
El detective la obligó, delicadamente, a darse la vuelta y depositó un tierno y apasionado beso entre sus labios. Nona tomó en sus manos el rostro de Hagler sin dejar de besarlo, no quería que aquel beso terminara. Se sentía tan hondamente compenetrada con él, como si algo los uniera de modo profundo. Como si le conociera de toda la vida.
Quizás era esa misma sensación la que suelen describir aquellos seres seguros de haber encontrado a su alma gemela. Bueno, ninguno de los dos sabía con certeza si aquellas bagatelas realmente existían, pero ambos coincidían en lo profundo de sus corazones en que, de existir un ser afín destinado para ellos, ese sería el que tenían en frente.
Cuando el delicado beso llegó a su fin, tanto Brent como Nona se quedaron estáticos, observándose uno al otro. Como si sus ojos supieran comunicarse mejor que sus bocas. Admirando cada rasgo, cada emoción surcando dentro de sus pupilas. Sentían que finalmente llegaban a casa después de vagar un largo tiempo en la inmensidad del cielo, perdidos..., vacíos e incompletos.
Sin dejar de mirarla, Brent la tomó entre sus brazos, conduciéndola hasta la alcoba que la propia Nona le indicó en silencio. La depositó con delicadeza sobre la cama sin dejar de besarla. Los bracitos de la mujer se ciñeron a su cuerpo con fuerza aferrándose desde ese instante a él y para siempre.
Esta vez, a diferencia de las veces anteriores, permitió que fuera él quien guiara, quien la sedujera, quien recorriera con sus labios cada rincón de su cuerpo. Nona se entregó como hacía tiempo que no lo hacía, aferrándose a las sábanas hasta que sus dedos se tornaron pálidos. Fue entonces cuando sus manos tocaron un objeto frío, duro. Abrió los ojos como platos al ver a su lado el diario de Holly. Volvió la cabeza para ver a Hagler, quien continuaba absorto en los besos que depositaba en su hombro.
La mujer lo entretuvo con un apasionado beso en los labios mientras dejaba la libreta en el suelo, cuidando no hacer el menor ruido. Pero, cuando el diario estaba a punto de tocar el suelo, la mujer no pudo evitar sentirse tremendamente extraña. Un viento helado la recorrió por completo, erizándole la piel, y esta vez las caricias de Brent no tenían nada que ver en ello.
Algo la obligó a mirar hacia fuera. Y ahí, de pie ante el marco de la puerta, observó una imponente silueta. Una sombra nada más, sin rasgos ni gestos, pero que le congeló el corazón. Parecía observarlos en silencio, pétreo, sin articular un solo movimiento. Solo vigilándolos de cerca sin que ellos pudieran hacer nada por impedírselo. Nona tuvo que apartar la vista, horrorizada por lo que se encontraba ahí.
—¿Estás bien? —quiso saber Hagler. También volteó hacia la entrada, pero no pudo ver nada—. ¿Qué ocurre, Nona?
La abogada abrió aún más los ojos al constatar que solo ella era capaz de verlo. Quiso gritar como desesperada y salir huyendo, pero su cuerpo entero se paralizó, ni siquiera era capaz de cerrar los ojos o voltear la cara. De pronto, aquello se dio la vuelta, alejándose con lentitud y desapareciendo a mitad del corredor. Nona agradeció el no ver más aquel ser, pero a pesar de ello, sabía en lo profundo de su corazón que lo seguiría viendo hasta el día de su muerte.
Dejó que la libreta cayera finalmente al suelo y aunque Hagler escuchó el sonido del diario cayendo, no le interesó en lo absoluto pues en esos momentos Nona estaba experimentando una violenta y estrepitosa convulsión debido al terror que comenzó a sentir, llenando cada palmo de su cuerpo.
Samuel dejó escapar el humo del cigarrillo. No podía dejar de apreciar la claridad de la luna que parecía haber salido solo para él.
Se encontraba en la espaciosa terraza, sentado frente a la pequeña mesita de cristal sobre la que había colocado la libreta. Esa misma libreta que se había visto obligado a liberar del pequeño cofre, desempolvar y hojear. Aunque esto último lo había hecho solo para asegurarse de que no hubiera hojas dañadas. Sabía que incluso si le colocaban una pistola en la sien, él jamás sería capaz de volver a leer esas malditas hojas.
Conocía de sobra lo que se encontraba ahí escrito, en vano había intentado olvidarlo, borrarlo para siempre de su cabeza. Pero los demonios de su interior parecían ser mucho más fuertes que su propia voluntad y deseo de alejarlos, pues estos volvían para azorarlo cada anochecer.
Dio una larga bocanada al cigarrillo para después recargar su mentón entre los brazos, mirando la libreta con una marcada mueca de consternación. Nunca pensó que lo que había escrito ahí volvería para cazarlo, tal y como él hiciera con todas esas personas tiempo atrás.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de poner en orden sus ideas.
Si debía actuar ese era el momento. Tenía que revelarle a esa abogada todo lo que sabía y no gracias a un insólito deseo de ayudar. Tiempo atrás, loco y adicto a las atroces abominaciones que practicaba, había prometido que esa libreta pasaría a manos de la primera persona que descubriera su secreto.
No sabía con certeza el porqué, pero su diario ahora le pertenecía a la abogada de Holly, y por más deseos que tenía de faltar a su promesa, Samuel no podía hacer nada por evitarlo, se sabía enteramente controlado por eso...
Por ÉL...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro