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𝟷𝟹. 𝚂𝚘𝚗𝚛𝚒𝚜𝚊𝚜 𝚜𝚒𝚗𝚒𝚎𝚜𝚝𝚛𝚊𝚜

—¿Cómo fue que conociste a Holly? —La taza espumosa de café acababa de ser depositada en la mesa y Nona no podía decidirse si tomarla o seguir mirando aquellos ojos tan intensos, dementes y cohibidos a la vez, con una exquisita arrogancia intelectual.

—Es complicado —repuso él, agachando la mirada.

—Tengo tiempo.

—A decir verdad, no deseo hablar de eso —espetó, Nona se quedó callada—. Holly está en problemas, ¿no es así?

—Demasiados.

—Sí, supongo que era cuestión de tiempo... ¿Puedo? —preguntó dirigiéndose a la cajetilla de mentolados que Nona había dejado a su lado.


En seguida la tomó y le ofreció uno para encenderlo acto seguido. Samuel volvió a degustar del humo de modo exacerbado y Nona no pudo evitar recordar la pregunta que Hagler le había hecho, sobre su supuesta adicción. A simple vista no lo parecía, pero si algo había aprendido como abogada, era que los delincuentes podían ocultarse detrás de máscaras inconcebibles, repletas de inocencia. Y, de hecho, había comprobado que estos eran quizás los más peligrosos y enfermos de todos.

—Eres de los Collins de Hempstead, ¿no es así? —cuestionó ella con tranquilidad. Samuel no respondió, pero su silencio fue suficiente respuesta—. Me parece extraño que el heredero universal de los Collins de Hempstead tenga que rogar por un cigarrillo.

—Yo no toco ese dinero. No lo necesito —soltó con desgana.

Nona guardó silencio unos segundos para continuar con su interrogatorio.

—¿Qué edad tienes, Samuel?

—Creí que lo sabías todo de mí. Eso fue lo que dijiste antes de entrar aquí.

—Sé lo más importante.

—Ah, ¿sí? —preguntó este, acortando la distancia entre ambos. Nona se sintió abrumada con el repentino cambio en los ojos de Samuel. Era como si toda la maldad del mundo se hubiera adherido a aquellos luceros verdes—. ¿Y qué es lo que crees saber con exactitud?

—Sé que Holly no solo es una buena samaritana que te sacó de prisión una vez. También era tu mentora.

—Yo no lo diría de ese modo.

—¿Entonces cómo describirías su relación?


Samuel se recargó en el asiento, dejando escapar con delicadeza el humo del cigarrillo. Miró hacia el ventanal. La lluvia había comenzado a descender con furor y las personas en la acera caminaban a toda velocidad frente a ellos. Collins parecía haberse perdido en las gotas diminutas que chocaban en el asfalto, creando una melodía que solo él era capaz de comprender.

Nona no podía dejar de observarlo. Sabía que él había estado presente en muchos de los asesinatos perpetrados por Holly, ella misma lo había leído en el diario. Lo que jamás especificó en él era el papel que verdaderamente Samuel había tomado en aquellos crímenes.


Durante semanas no había podido dormir tranquila solo por la mención de aquel nombre que no dejaba de pronunciar una y otra vez. Quizás tenía ante sí la pieza clave para comprender lo que había ocurrido en esa casa de madera pintada. Detrás de aquellas paredes que habían sido testigos de atrocidades que ni siquiera ella era capaz de imaginar.

En esos momentos, cuando veía ante sí al hombre que conocía todo de primera mano, tenía que reconocer que no había esperado encontrarse con eso. Un hombre común y corriente, encantador según su propia opinión, aunque definitivamente había algo extraño en él. ¿Estaría enterado de la verdadera naturaleza de Holly? ¿Sería él una especie de aprendiz?


Sí, sabía que había pasado el límite al buscarlo, que si Holly Saemann llegase a saberlo con toda seguridad la asesinaría por ello. Había dudado demasiado incluso mientras le pasaba la nota con su teléfono, cuidando que Hagler no la descubriera. Pero se arriesgaría. Las dudas no la dejaban descansar tranquila. Se sentía ávida de conocimientos, necesitaba comprender.

—Estuviste en su hogar más de una vez, ¿no es así?

Aquellas palabras activaron en el hombre un pequeño interruptor, uno del que él no tenía control en absoluto. De pronto, las imágenes de cuerpos sin vida, sangre y desmembramientos se agolparon en su cabeza llevándolo violentamente hacia el pasado.

El acostumbrado paseo por el tiempo que tanto odiaba.

Asintió entonces, aunque con aquel gesto había querido desprenderse de las horrendas imágenes que llenaron su cerebro. Nona prosiguió:

—Holly jamás me contó el modo en el que se conocieron, tampoco tu edad, pero sé lo que necesito saber. Y sé bien que sabes a lo que me refiero.

"No, no lo sabes", pensó él "No tienes ni la menor idea de lo que sucedió en aquel lugar"

—No quiero problemas —respondió.

Nona sonrió.

—Perfecto. Eso es lo que yo deseo evitar, Samuel. Y ahora que ambos estamos de acuerdo en ese punto, estoy segura de que podremos llegar a un buen acuerdo.

Samuel frunció el ceño. Las imágenes no dejaban de rondar en su cabeza.

El cuerpo desnudo de aquella joven..., sus ojos abiertos con una expresión de pánico. El suelo de madera como único lecho y los cabellos lacios como el último almohadón. Parecía todo tan real. Casi podía verla ahora. La sangre que salía de esos labios abiertos y su propia lengua que emergió para probarla.

—Y tú... ¿Cómo es que conoces a Holly? —preguntó entonces. Tratando de controlar las imágenes.

—Soy su abogada.

—¿Y aquel tipo?

—Él es el detective encargado de hacer que se pudra en la cárcel por siempre. —El hombre arrugó la frente. No sabía si comprendía lo que sucedía. Nona continuó—: Es algo difícil de explicar.

—¿Ella te envió a buscarme? —Nona pareció ver una leve muestra de temor en los ojos de Collins, pero, así como llegó, desapareció en un segundo y la mujer no podía estar segura de que la había visto en realidad.

—Ella no está enterada de que sigues aquí. Cree que huiste de Oyster Bay y que probablemente estás muerto.

—Vaya... —murmuró él, tornando la vista hacia la mesa—. Y ahora, gracias a ti sabrá que estoy con vida, y entonces, más que nunca querrá eliminarme.

—Ella no puede saber que he hablado contigo.

Samuel enarcó una ceja.

—¿En verdad eres su abogada?

—Por supuesto. ¿Lo dudas acaso?

—Discúlpame, pero me parece que eres demasiado joven para serlo.

—Tengo veintiséis años. Y pese a mi edad no he perdido un solo caso.

—Pero perderás este —repuso él, mirándola de modo retador.

—¿Por qué tan seguro?

—Con Holly no hay quién gane. También deberías advertírselo al detective.

—Pues, por lo que veo, tú sí ganaste. —Sonrió Nona.

El hombre movió la cabeza en negativa, serio, pétreo.

—Yo no lo llamaría una victoria.


Nona se quedó muda, y no precisamente por sus palabras, sino por aquella expresión en el rostro de ese extraño. Sus ojos lucían cansados, como si arrastrasen el peso de una pena inmensa y a la vez, inyectados de un algo, una señal de alarma intermitente que, pese a la aparente calma de su portador, Nona no pretendía ignorar.


Fue por ello por lo que decidió darle toda la información sobre él a Brent o al menos lo que necesitaba saber por el momento. No quería encontrarse sola con Samuel. Antes debía tantear el terreno, conocer a ese hombre y decidir si pactaría un encuentro con él o no.

Además, conocía las cualidades de Hagler, sabía que era más que bueno en su trabajo y si algo malo llegase a sucederle, él no tardaría en llegar hasta Samuel. Todo estaba meticulosamente calculado.

—¿Puedes decirme tu edad, al menos?

—¿Cómo te llamas?

Su pregunta la tomó por sorpresa.

—¿Qué cosa?

—Si vas a tenerme por mucho más tiempo aquí sentado mientras me haces pregunta tras pregunta, al menos debo conocer tu nombre.

—Ahm... Pues, mi nombre es Abigail Jones—mintió ella.

El hombre dio un sorbo a su café.

—De acuerdo, tengo treinta años.

—¿Hace mucho tiempo que conoces a Holly?

—Podría decirse.

—¿Cuánto exactamente?

—Casi doce años.

Samuel mantenía su mirada fija en ella, y Nona hacía todo lo posible por mantenerla.

—¿Cómo la conociste?

—Ella vino a mí.

—¿Por qué?

—De alguna manera supo de mí, de mis aficiones.

—¿Y cuáles eran esas aficiones?

—Eso es irrelevante y no quiero decirlo.

—¿Tuviste una relación con ella, más allá de...?

—No.

—¿Alguna vez te forzó a hacer algo?

—No.

—¿La ayudaste en aquellos crímenes?

Nona bajó la voz. Aunque la lluvia de afuera y el cuchicheo de las personas que se conjugaron en la cafetería debido al clima impedían que alguien escuchara lo que entre ellos se decía, no quiso correr el riesgo.

—Sí, lo hice.

—¿Más de una vez?

—Docenas de veces.

—¿Tomabas parte en estos actos?

—Podría decirse que sí.

El corazón de Nona dio un salto. Jamás había escuchado a un hombre decir con tanta tranquilidad que había asesinado a docenas de personas. Se sentía aterrada, y no solo por la naturaleza de lo que estaba revelándole, sino por el hecho de que ese asesino se encontraba frente a ella, sin guardias de por medio ni muros de contención. Solos los dos. Y ella a su entera merced.

Se mojó los labios para relajarse, nerviosa.

—¿Disfrutabas de ello?

Las preguntas se tornaban cada vez más difíciles, entrometidas e incluso innecesarias, pero la curiosidad de Nona iba en aumento al ver la facilidad con la que Samuel le revelaba todo aquello.

—Demasiado. Lo disfrutaba más que cualquier cosa en el mundo.

—¿Y Holly alguna vez te pagó para que hicieras eso?

—No, nunca.

—¿También comías de...?

—Jamás.

—¿Por qué te alejaste de ella?

—Eso no te incumbe. No tiene importancia.

La morena se mordió el labio inferior. No podía controlar sus intensas palpitaciones, sentía que podría desfallecer en cualquier instante.

—¿Aún..., aún tienes esos deseos de...?

Samuel sonrió de modo siniestro, como respuesta a la temible pregunta. Esa fue la última que respondió antes de que Nona se levantara precipitadamente y, llena de un pánico atroz, saliera disparada del establecimiento.


Pudo verla corriendo despavorida por las calles húmedas, llamando la atención de todo aquel que se cruzaba por su camino e incluso aventando a todo el que se interponía en su escape.

El hombre se quedó estático durante un par de minutos después de que ella desapareciera de su visión. Aquella sonrisa había desaparecido por completo, y en su lugar se había instalado una mueca de desesperanza.

No tenía miedo de Holly, eso era seguro, pero ahora que su abogada sabía de su paradero, con toda seguridad se lo diría a la maldita de Saemann y entonces todo habría acabado.


Aunque le parecía prácticamente imposible que la mujer no lo supiera ya. Un dato como ese era imposible de pasar desapercibido para ella, no con la compañía de la que gozaba y, sin embargo, pese a su extraña forma de actuar, Samuel sentía que no había motivos para dudar de las palabras de la supuesta abogada. Intuía que sabía mucho menos de lo que ella misma creía y eso de algún modo lo hizo sentir tranquilo, incluso si no alcazaba discernir si aquella paz era debido a su propia seguridad o a la de aquella graciosa chica.


Pagó el café y se retiró en silencio, caminando con lentitud pese a la lluvia que empapó su traje y la gabardina oscura. Observaba a todos con cierta perspicacia, como si se sintiera vigilado. De alguna manera se había acostumbrado a vivir con la extraña seguridad de que alguien lo seguía muy de cerca.


Llegó a pie hasta una enorme casa de estilo antiguo muy elegante y rodeada por hermosos abetos y enredaderas que reptaban por las paredes hasta los ventanales, con sus preciosas contraventanas de color azul marino. La casa estaba tenuemente iluminada por la luz de los faroles que alumbraban el exterior. Samuel se adentró en ella sin encender una sola luz. Se sentía tan acostumbrado a la oscuridad, al silencio y la quietud de su vida recoleta, que encender las luces era innecesario. Además de que conocía a la perfección cada rincón del lugar.


La casa, al más puro estilo inglés, era la herencia que sus padres le habían dejado. La compensación por verlos partir, como él decía. Eso, aunado a miles de dólares, mismos que bajo la guardia del banco nacional habían ido incrementado hasta convertirlo en un hombre con una pequeña fortuna que le permitía dejar de trabajar. Aunque en realidad él no solía gastar más que el dinero necesario, pellizcando a las ganancias obtenidas por el dinero de sus padres que terminó invirtiendo en el banco.


Cruzó el extenso recibidor, sorteando con premura el mobiliario Luis XV que no había deseado cambiar por respeto a su madre, quien tanto adoraba aquella decoración. Subió las anchas escaleras, parpadeando un par de veces cuando la luz que se coló por el techo de cristal golpeó sus ojos, y acto seguido, penetró en la primera alcoba de la casa. El mobiliario ahí adentro era exquisito y lujoso, combinaba perfectamente con el estilo de todo el lugar.


Samuel parecía abrumado. Respiraba con dificultad y se movía de modo abrupto, aunque su expresión facial lo disimulara con magistral experiencia. Cogió el pequeño baúl que escondía en el closet envuelto en un par de franelas de seda. Lo miró un instante antes de colocar la llave que sacó de su bolsillo y accionar el seguro. Cuando finalmente estuvo abierto, el hombre se quedó atónito ante aquel objeto oprobioso que tantas lágrimas le había hecho derramar. Un objeto que por más que intentase era incapaz de destruir.


De momento no quiso cogerlo, pero algo dentro de él lo obligó a hacerlo. Tenía que cerciorarse de que se encontraba en buenas condiciones y que la humedad de la estancia no había terminado su cometido de arruinarlo. Sin embargo, sus menguadas esperanzas se vieron truncadas cuando notó que estaba en perfecto estado. Lo miró un par de segundos, recordando nuevamente aquellas grotescas y aterradoras imágenes.

Una vez más aquellos ojos fijos en él, sin expresión alguna, y su propio rostro reflejado en ellos. La sonrisa que brotó de sus labios mientras perpetraba su atroz crimen. Aún podía percibir el olor del cadáver fresco y sentir en sus manos la piel fría y pétrea.

Samuel soltó la libreta que volvió a su lugar en el cofre de madera.


De modo salvaje cerró el baúl y se cubrió la boca con ambas manos, dejando que su cuerpo entero cayera lentamente hasta el suelo en donde no pudo dejar de lamentarse durante toda la noche, mientras escuchaba los sollozos de sus víctimas, acechándolo violentas en medio de la agobiante penumbra.



Nona se despertó antes de la hora acostumbrada. Y ello se debía a la perturbadora sonrisa de Samuel. No había podido sacarlo de su mente ni siquiera durante el sueño. Algo la atraía hacia ese hombre agreste y misterioso que la noche anterior casi le había sacado el corazón del susto.


Aunque tenía que reconocerse a sí misma el hecho de que había sido muy valiente al entrevistarse a solas con ese tipo. En Nueva York jamás lo habría intentado, pero de alguna manera este caso era completamente distinto. Holly era extraña, cruel y perversa, pero había algo en ella que la obligaba a seguirla. Y no solo se trataba de aquella valiosa información que deseaba obtener de ella, sino la extraña convicción de que esa mujer tenía un pasado, una historia digna de descubrir y comprender.


Sin pensarlo, Nona se sentía atraída por Holly cada vez que leía el terrible diario. Sin darse cuenta comenzaba a sentir lástima y una profunda compasión por ella cuando debería de sentir repulsión por sus crímenes.

Lentamente creía estar dando con las pistas que le ayudarían a armar el rompecabezas. Y tenía que admitir que hasta el momento no le desagradaban en lo absoluto. Sentía que había progresado considerablemente desde que robara el diario de Holly.


Hasta el momento tenía a un par de niños hambrientos, descuidados y maltratados. Tenía a un padrastro violador y asesino con el que además tenía un par de cuentas que ajustar, un joven con una parafilia espeluznante y ahora también a un cómplice. Un hombre casi tan escalofriante como la misma Holly.

Comenzaba a comprender el turbio pasado de esa demente mujer y aunque no todo tenía sentido aún, se sentía muy cerca del blanco.

La abogada esbozó una media sonrisa y se incorporó en la cama al tiempo que dejaba escapar un pequeño bostezo. De pronto miró hacia su izquierda como si alguien la hubiese llamado e, inquieta, tomó el diario de Holly para abrirlo en donde se había quedado la última vez...



Hoy conocí a un chico apuesto. Así es, pero no me malinterpretes. Es apenas un joven con tanto que aprender. ÉL me ha hecho saber que es el indicado. Lo ha hecho con una extensa e interesante carta.

Incluso ahora, mientras escribo, no puedo dejar de pensar que definitivamente él es el elegido para iniciar mi pequeña comitiva de asesinos.


¡Oh, por Dios! Cada palabra me hace delirar, comienzo a sudar frío, a emocionarme a instancias que jamás creía concebibles en mí. Sobre todo, considerando las aberraciones tan excitantes que he hecho con el objetivo que tú bien sabes. Su nombre es Samuel... ¡Oh, es hermoso! Ayer me di a la tarea de seguirlo, observarlo a la distancia. Posee una bella sonrisa, tan cautivadora que incluso podría llegar a ser peligrosa. Unos ojos espectaculares, con cierta elegancia y brillo propios. Me recuerda tanto a él. Es casi tan bello como Christopher y tan joven como lo era él antes de su muerte; y al igual que mi hermano, este nuevo chico también posee un secreto oscuro y vergonzoso. La razón por la que estoy segura de que accederá a unirse a mí, a ser mi acompañante en esta aventura infernal en la que me he embarcado. Debo tenerlo a mi lado, no importa lo que haga. Samuel Collins debe venir a mí...


El sonido del despertado hizo que Nona exclamara un grito agudo, provocando que el diario cayera en las sábanas de seda. La mujer lo apagó con una mano mientras que con la otra intentaba calmar los arrebatos de su alocado corazón.

No intentó buscar nuevamente la página pues sabía bien que llegaría tarde al juzgado en el que tenía pensado hacerle una pequeña visita a Brent, quizás esa tarde tendría suerte y él accedería a pasar la tarde junto a ella. Ni siquiera le interesaba que no hubiera sexo de por medio, aunque lo añoraba, deseaba sentirlo hondamente ligado a ella, perderse en su cuerpo, en sus deliciosas caricias y esos besos díscolos.


Sin embargo, no lo presionaría más. Ni siquiera ella comprendía qué lo atraía tanto de él. Por supuesto que era atractivo e interesante, pero había algo más, un algo que ni ella misma lograba descifrar.

Se levantó de un salto sin siquiera guardar el diario de Holly que se quedó oculto entre las sábanas y se metió en la ducha.

Por unos momentos, Nona había olvidado a Holly y su sangriento diario, incluso el peculiar y escalofriante encuentro con Samuel.

Por alguna extraña razón, cada vez que pensaba en Hagler todo el mundo se desvanecía ante sus ojos.



—¿Ya puedes explicarme todo eso del cómplice? —cuestionó Ryan, mientras se acomodaba el cinturón de cuero, observando su vientre abultado frente al espejo.

Hagler se secó las manos con el pedazo de papel que rompió de la máquina expendedora y tras echar un breve vistazo por debajo de los cubículos y cerciorarse de que efectivamente no había nadie más en los baños, comenzó:

—Se trata de Samuel Collins. Al parecer fue arrestado hace unos años por exhibicionismo en público. ¿Crees poder investigar algo al respecto?

—¿Quieres los registros de aquel arresto? ¿O solo la información?

—De ser posible quisiera los registros.

Ryan torció la boca emitiendo un leve chisteo y le guiñó el ojo.

—Hecho, ¿qué más necesitas?

—Quizás una valoración médica de Holly Saemann. Creo recordar que salías con esa mujer de la comisaría, tal vez ella podría ayudarte con eso.

—De acuerdo, Brent. Pero ¿exactamente qué debe buscar el médico que la vea?

Hagler lo miró con una expresión que al hombre conmocionó.

—Quiero saber si Holly tiene todos sus dedos en su sitio y si no ha recibido ninguna operación en su mano derecha —dijo antes de salir del baño, dejando a un Ryan completamente confundido.

—¡Hey, espera! ¿Qué diablos quieres decir con todos los dedos en su sitio?


Nona se abrió paso entre las oficinas de investigación, escudriñando el ambiente como una sagaz leona en busca de la pequeña gacela que saciara su apetito. Deseaba verlo y con cada paso que daba, su corazón latía con frenesí. Como si con cada centímetro que la acercara a Hagler, su corazón se hiciese más y más grande, amenazando con explotar en cualquier segundo.


Al verlo ahí, de pie junto a un enorme escritorio, conversando con aquel hombre, Nona se sintió a punto de desfallecer. Era tan atractivo, le fascinaba por completo. Cada mechón de cabello, los preciosos ojos verdes que hablaban de la experiencia adquirida con los años. Las arrugas que lo hacían mucho más interesante y el semblante de un hombre de mundo. Todo lo anterior clamaban por ella. Y ella deseaba dejarse a su merced por entero.

Cuando Hagler tornó la cabeza en su dirección y la media sonrisa brotó de sus labios al verla, Nona sintió que caía lenta, profunda y peligrosamente en los brazos del amor, aunque ella misma se dijera lo contrario.

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