Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝟷𝟷. 𝙲𝚑𝚛𝚒𝚜𝚝𝚘𝚙𝚑𝚎𝚛

Brent se dejó caer sobre el mullido y empolvado sofá con las fotografías que Carol le había entregado. En ellas se veían los dos dedos azules de Saemann, al menos hasta donde la química forense le había expuesto. Aquellos dedos, índice y medio; yacían sobre una mesa blanca, iluminados por la luz del laboratorio. No tenían nada de excepcional.


A decir verdad, Hagler había visto demasiado como para que dos dedos pétreos le robaran el sueño, pero ahora se trataba de algo completamente diferente. ¿Cómo era posible que esos dedos pertenecieran a Holly?

La había visto, sabía que la caníbal tenía todos sus carnosos y grotescos dedos en su sitio. Pero, entonces, ¿a qué se estaba enfrentando?

Se mesó la barba que comenzaba a brotarle, suspirando con impaciencia. Tenía que ser todo un truco, algún plan que esa mente desquiciada había planeado de forma casi perfecta. O sería quizá que...


No, ciertamente estaba perdiendo la cabeza por completo si comenzaba a pensar que Holly en realidad tenía una especie de conexión con el diablo, Dios, o lo que sea que esa psicópata le hubiese mencionado.

—Pero... —se dijo a sí mismo observando con detenimiento las fotografías—. ¿Y si todo eso fuera real?, ¿qué sucedería si Holly tuviera alguna especie de pacto con alguna entidad que...? ¡Diablos, qué estupidez estoy diciendo! —exclamó arrojando las imágenes a la mesa de centro.


Dejó que su cuerpo cayera nuevamente en el sofá, refunfuñando por lo bajo.

Se sentía sobrepasado por todo. Estresado, aturdido... era demasiado el tiempo que había vivido resolviendo crímenes, reuniendo pruebas, examinando evidencia. Y cada vez que comenzaba un nuevo caso, él sentía que todas sus fuerzas se iban perdiendo lentamente. Se sentía sucio, como si las barbaries de los asesinos, violadores y pedófilos que él había ayudado a que se pudrieran en la cárcel, se hubiera impregnado en algún rincón de su alma.


Ahora, Holly llegaba a su vida, con toda su grasienta persona, para succionar un poco más las menguadas energías que tenía. No sentía ni siquiera el más fino destello de voluntad, ni siquiera para continuar con su vida. ¿Cómo podría encontrar de nuevo la pasión por su trabajo para resolver un crimen como nunca había visto ese olvidado pueblo?


Sonrió ante aquel pensamiento. En realidad, Brent Hagler, el detective, no era más que eso: Brent Hagler, el detective. De eso se componía su vida entera. No había más en ella que la absurda convicción de que su trabajo cambiaba, aunque fuera un poco, aquel horrible mundo de inmundicia que había llegado a encontrar.

De pronto, un chispazo de luz pareció iluminarlo. Se levantó casi de un salto y corrió a la alcoba. Echó un vistazo al pequeño buró y al no hallar lo que estaba buscando, corrió a coger las chamarras y los pantalones sucios que no había querido lavar, metiendo desesperado las manos en los bolsillos hasta que por fin lo encontró; era la hoja que esa demente le había entregado. La desdobló con lentitud, sin deseo de dañar el delicado papel.


Busque perfectamente bien y abra bien los ojos, detective, pues una víctima aún con vida lo necesita. Si no encuentra pronto a su inocente, este morirá.


Si mal no recordaba, aquella no parecía en absoluto la caligrafía de Holly Saemann. Él la conocía a la perfección gracias al diario que ahora tenía Nona en su poder. Aunque, también cabía la posibilidad de que alguien lo escribiera por ella, quizás una de las guardias, aunque eso sería prácticamente imposible.

Hagler había creído que la nota se refería a Nona. Creyó como un idiota que ella necesitaba ayuda, que era su inocente. Y si no era ella... ¿quién diablos sería?



Nona se presentó en la prisión a primera hora.

Tenía que reunirse con su clienta una vez más para tratar por enésima vez los pormenores del delito, ensayar las preguntas y respuestas que le haría durante el juicio y otros asuntos más. Estaba a punto de entrar al monocromático edificio de hormigón, cuando algo la obligó a detenerse. Volvió al auto y sin dudarlo si quiera, sacó de su portafolio el diario sangriento que no había querido leer desde que se lo robara a Hagler.


Lo metió veloz en la guantera, temiendo que alguien más pudiera encontrarlo y hacerse con él. Desde luego, todos desconocían la procedencia de aquella simple libreta, pero Nona no se sentía para nada segura cargando con ella. Y aunque la opción de mantenerla oculta era mucho más lógica, lo cierto es que le atemorizaba tenerla en su casa. Habría dado lo que fuera por no tener que haberla robado, pero la curiosidad en ella era demasiado poderosa y desde que supo de boca de algunos policías que Hagler se había llevado una libreta de la casa de Holly, ella no había dejado de pensar en obtenerla. Ni siquiera la propia Holly le había revelado la existencia de ese diario, y aquello la llenó de dudas.


Se adentró con dificultad, subiendo los cansados escalones de cemento. Los vertiginosos tacones negros emitían el único sonido que podía escucharse en la planta principal del edifico. La prisión del condado siempre había sido un lugar silencioso. Nona había escuchado una vez que la mayoría de los presos por homicidio que pisaban esas instalaciones, salían siempre con los pies por delante. Un hecho que ella misma constató al ver los registros de sentenciados a muerte de la localidad. Al parecer, a la gente de Oyter Bay le agradaba ejecutar a sus criminales. No era para menos. En un sitio tan pequeño, era de esperarse que la gente se escandalizara tan rápido, pero, aunque Nona había conocido casos realmente sorprendentes y defendido criminales cuyos actos podrían haber asustado al Dios de la iglesia católica en el que no creía; tenía que reconocer que Holly había roto su molde. Jamás había escuchado un caso tan siniestro como el que ahora le tocaba defender.


Aún desconocía cómo diablos se había metido en eso.

¿Quizás el dinero? No. El dinero no era suficiente para aguantar lo que ella tenía que aguantar. La presencia de esa mujer la ponía de los nervios, había algo en su mirada que le provocaba pánico. Sin embargo, si cualquiera en aquel mugriento pueblo le hubiese preguntado el por qué continuaba ahí, Nona no habría sabido responder con sinceridad, sin que con ello obstaculizara toda la oportunidad que tenía de que Holly le diera lo que ella quería. Era un secreto que se llevaría a la tumba.


Una vez dentro del pequeño cuarto con olor a podrido, la mujer se sentó pesadamente en la silla de metal. En realidad, no le desagradaba en lo absoluto el nauseabundo aroma, ni la tétrica luz que iluminaba la estancia. Estaba por demás acostumbrada a esos lugares y pese a su juventud, la lista de sus clientes satisfechos era extremadamente larga.

Suspiró hondo al tiempo que se acomodaba los largos cabellos castaños, cuando la puerta de hierro se abrió de pronto.


Ante ella, una vez más se encontraba la corpulenta silueta de aquella mujer que le sonreía de manera escalofriante. Nona se levantó de inmediato esperando a que las mujeres terminaran de esposarla a la mesa de metal fundida al suelo. En esos instantes, Holly no dejaba de mirarla. Había algo en sus ojos aceitunados que la hacía lucir como una total demente, aunque Nona estaba segura de que esa mujer se encontraba por completo en sus cabales.

—¿Cómo has estado? —quiso saber la joven mujer.

—¿Cómo te imaginas? Cinco días en confinamiento, ¿crees que me lo pasé de maravilla?

Nona fingió acomodar unos papeles dentro del portafolio, como para disimular su nerviosismo al verse ante ella.

—Te pedí que te comportaras —dijo—. La jueza estará muy molesta en cuanto se entere de lo ocurrido. Hagler no dudará en colocar ese incidente en su informe para el fiscal.

—¿Por qué aún no está enterada?

—Bueno, tuvo que salir por asuntos privados y ha suspendido el juicio hasta nuevo aviso. Esa es la razón de mi visita.

—¿Es decir que no has venido para saber cómo me encuentro?

Nona se quedó helada. La mirada de aquella desquiciada mujer le paralizó los huesos.

—Claro que quería saber cómo estás. Intenté visitarte, pero me dieron negativas por el confinamiento. Usé todas las herramientas disponibles para que te permitieran salir, pero...

—¿Quieres decir que tus tan aclamadas dotes femeninas ya no te sirven de mucho? —sonrió Holly.

Nona estrechó los ojos, sintiendo que comenzaban a arderle las mejillas.

—Yo...

—No creas que los chismes no pueden penetrar las frías paredes de esta pocilga. Sé muy bien lo que has estado haciendo con Hagler, así como sé lo que se dice de ti y tu reputación tan bien conocida en Nueva York. —Nona se puso a retorcer sus dedos con nerviosidad—. Sí, sé muy bien que no te costó nada acostarte con mi detective. Él está encantado, eso es seguro. Aunque ustedes dos, asnos... me provocan asco.

—Mañana vendré a continuar con el ensayo —dijo la joven a modo de respuesta y se levantó, guardando los papeles que acababa de desperdigar por toda la mesa. Sin embargo, algo la detuvo. Holly la miraba y la chica sintió que el peso de aquellos ojos fríos y letales eran demasiado para ella.

Sintió que una mano escuálida se adhería firmemente a su brazo, pero Saemann no se había movido en lo absoluto. Se mantenía ahí, con esa mirada dura y penetrante sondeándola por completo. La chica, por más intentos que hacía de apartar sus ojos de aquellos dos pozos verdes repletos de crueldad, le era imposible. Comenzó a sudar frío, sintiendo que su cuerpo se estremecía por completo.

—Te pedí que lo pusieras de nuestro lado, no que te acostaras con él. No pensarás traicionarme, ¿verdad?

—Por supuesto que no —respondió, aturdida.

—No me importa cuánto retoces desnuda junto a mi detective. No olvides nunca que él es el enemigo y que hasta que tú no me saques de esta jodida prisión, tu cercanía a él será un impedimento que te aleje cada vez más de aquello que necesitas saber de mí. Nadie en este pueblo de quinta será capaz de revelarte información tan valiosa si decides indagar al respecto, mucho menos ahora, cuando seguramente ya todos conocen lo que has estado haciendo con Hagler. No eres más que una zorra para ellos.

Nona se alejó de improviso, como si una fuerza desconocida la hubiese empujado hacia atrás. Se encontraba pasmada, con los ojos bien abiertos en dirección a la mujer que comenzó a reír de forma desenfrenada. Esta se aferró a la puerta de metal, tocando levemente para que la guardia abriera e incluso mientras salía, no podía dejar de observar a Holly, ni su escalofriante sonrisa.



Amargo diario, otra vez yo, para descargar esta consciencia como si fueras mi confesor. Un confesor diabólico que se estremece y goza con cada uno de mis pecados.

Anoche soñé con mi hermano.

Sus ojillos ambarinos me miraban con fijeza. Aún puedo verlo por las noches, cuando el insomnio acude a mi alcoba para perturbarme con aquellas visiones de años. Christopher era lo más preciado que tenía, la única persona que en realidad me importaba, aquello que me motivaba a continuar en esa horrible casa, junto a mi padrastro.


Después de todo, ya estaba acostumbrada a sus constantes abusos. Y el hecho de que su aliento a alcohol me provocara espantosas náuseas mientras se aprovechaba de mi inocencia casi todas las noches, se aminoraba con la gigante sensación de responsabilidad que sentía por mi hermano. Si me marchaba, le aseguraba a él los abusos que, sin lugar a duda, Boris descargaría sobre él. Eso sería algo que nunca me perdonaría.

Mi madre, o, mejor dicho, Vicky, como prefería que la llamara. Era una adicta a la cocaína que solía prostituirse en una gasolinera cercana a la casa que mi abuelo le había dejado antes de morir.


A ella le importaba muy poco que su novio hiciera aquello conmigo, "es un hecho de la vida por el que todas pasamos" decía..., además de que me preparaba para lo que me esperaría muy pronto en las calles, cuando tuviera la edad y el cuerpo adecuados para pararme junto a ella cada noche.

Tampoco era algo que me importara entonces.


Sin embargo, ninguno de mis sacrificios valió la pena. Esa tarde llegamos todos a casa, Vicky, Boris y yo. Todos pudimos observarlo en la estancia principal. ¿Por qué habría hecho eso ahí? ¿Por qué no se ocultó en otro rincón de la casa?

De un momento a otro, vi a mi hermano, Christopher, aferrado a los gruesos brazos grasientos de Boris que en esos momentos lo tenía sujeto por el cuello, apretando con rigor. Ese malnacido...


Yo intenté detenerlo, quise que se detuviera. Le arrojé todo aquello que encontré en la casa, nada sirvió. Ni los llantos de mi madre que se había largado a la otra habitación para injerir una línea más y no mirar. Ni siquiera mis gritos de histeria, los golpes que le propiné, ni los jalones de cabello lograron impedir que lo hiciera.


Mi hermano murió a los quince años, con los pantalones hasta el suelo y su masculinidad expuesta. Humillado y aturdido de que descubriéramos su secreto. Su oscuro y demencial secreto. Yo podía ver aquella mancha de vergüenza inundando sus ojos. Esa desesperación de saber que no tendría ni siquiera un minuto más para explicarme lo ocurrido. Lo cierto es que me importaba muy poco lo que él había sido capaz de hacer. Yo deseaba decirle eso. Hacerle saber que lo aceptaba como fuera, sin importar sus actos o sus pensamientos. Que él sería mi hermano para toda la eternidad, que lo amaría por lo que era, no por lo que hacía.


Deseaba decirle tantas cosas, abrazarlo, besarlo y revolver su fino cabello castaño, tal y como lo hacía de pequeño. Protegerlo, como le había prometido que lo haría.

Pero todo era inútil. La vida una vez más nos golpeaba la cara con toda su desgraciada crueldad. Y con esa póstuma mirada que compartimos, intenté hacerle sentir mi amor incondicional antes de que la muerte llegase a reclamarlo.


A mí me obligaron a deshacerme del perro bravo que había adquirido Boris en una apuesta y que era su orgullo más grande. Su cuerpo era rígido, y tenía la lengua expuesta y los ojos perdidos. De Christopher se encargó ese malnacido.

Nadie en el vecindario se enteró de la muerte de mi pobre hermano. Todo el mundo se regocijó cuando Vicky y Boris hicieron circular que él simplemente se había largado. No habría más un buscapleitos en las calles.


Pero yo lo sabía, y tuve que vivir con la verdad queriendo explotar desde lo profundo de mis entrañas. Él lo había asesinado, lo había ahorcado sin oportunidad alguna de defenderse. Lo había hecho por encontrarlo haciendo aquello con el cadáver de su fiero can, "Tigre".



Nona se enjugó las lágrimas mientras leía.

Suspirando con todas sus fuerzas, cerró el macabro diario y lo depositó de modo distraído sobre la cama. Restregó sus manos en la cara, echando sus sedosos cabellos hacia atrás sin poder dejar de llorar. Se sentía asustada, impactada y terriblemente conmocionada por lo que acababa de leer.


Ni siquiera el inmenso repudio que sentía hacia Holly la excluía de sentir cierto pesar ante lo que sabía ahora de ella. Su terrible pasado. La muerte de su único hermano y el homicidio perpetrado por su violador.

Cogió nuevamente la libreta, buscando la hoja en la que se había quedado.

—¿Cómo se llamaba ese maldito? —Se preguntó, recorriendo velozmente con la vista aquellas letras torcidas. Cuando por fin encontró lo que buscaba. Dejó caer el diario mirando a la nada. Como si algo la hubiese sorprendido de pronto—. Boris...    

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro