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𝟺𝟽. 𝚂𝚎𝚌𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘

Samuel corrió hasta las puertas de vidrio que daban a la calle solo para encontrarse con la temible visión de Nona siendo llevada a fuerza hasta un auto aparcado al otro extremo de la acera.

Por más que intentó, no logró llegar a tiempo hasta ellos, y aunque la rabia comenzaba a volverlo loco, desesperado hasta la médula y a punto de perder la cordura que con tanto ahínco había logrado conseguir; decidió tomar un taxi y seguir ese auto oscuro que comenzaba a perderse a la distancia.



Un espectáculo de luces y humo le dio la bienvenida al detective, quien penetró en el amplio jardín tras cruzar la reja que había sido forzada. Una comitiva de bomberos y policías ya había arribado al lugar, y aunque las llamas comenzaban a ceder, la escena que lo recibió al entrar en la recepción no era nada alentadora; los muebles chamuscados y los vidrios rotos, además de un par de cadáveres que Hagler enseguida teorizó, se trataban de los cuerpos de las enfermeras encargadas de dar entrada a los visitantes.

—¿Qué sucedió aquí? —preguntó en voz alta. Uno de los bomberos se detuvo.

—¿Detective Hagler? ¿Qué hace usted aquí?

—¿Puede decirme qué pasó en este lugar?

El bombero, un hombre joven, fornido y de mirada afable, se limpió el sudor de los ojos y cogió a Brent del brazo, invitándolo a salir.

—No estamos muy seguros —dijo a modo de confidencia—. Pero suponemos que alguien inició el fuego. Por el momento estamos intentando sacar a todos los enfermos y el personal con vida, aunque...

El silencio del hombre lo dijo todo.

—¿Y Holly? ¿Han sacado ya a Holly Saemann? ¿Está viva o....?

Silencio de nuevo. La mirada del bombero no le gustaba para nada. ¿Qué había sucedido con Holly?


Delisa pisó con fuerza el acelerador. El viejo Jetta salpicaba regueros de luz azulados ahí por donde pasaba, mientras que las luces de los faroles iluminaban la carrocería recién pintada.

Atrás de ella, el mutismo.

Holly no parecía en absoluto conforme con lo que acababa de suceder. Habría deseado quedarse un poco más y desquitarse de todos los enfermeros y enfermeras que, durante su estadía en el hospital, habían hecho de su vida un verdadero Infierno. Sin embargo, por el momento tenía nuevamente el viento a su favor, y no pensaba salir del pueblo sin antes haber perpetrado todas las venganzas que aún le faltaban por cobrar.


La mujer de cabellos cortos detuvo el auto en medio de un cruce desértico y esperó un par de minutos con la vista bien fija al frente. Pronto, un auto oscuro se detuvo al otro lado de la acera. Esta le hizo una señal a Will, quien dejó la navaja con la que jugaba todo el tiempo y salió del vehículo. Holly observaba la escena con deleite. Cómo el conductor sacaba a una mujer de la parte trasera y la llevaba hasta su auto, trastabillando. Esta iba cubierta por una bolsa de tela oscura. Se encontraba amarrada de las muñecas y seguramente tenía cubierta la boca.

Sonrió para sí. Mikel también lo hizo al descubrir que su plan le satisfacía y al igual que ella, degustó de la escena. De cómo la abogada era trasladada con rudeza al Jetta, entre esfuerzos por liberarse.

—No vendrá con nosotros. —Le aclaró Holly al hombre y salió del auto para recibir a Will, quien recién llegaba con la preciada carga. Haciéndola caminar a la fuerza.

La mujer caníbal se aproximó a Nona, oliendo el perfume dulzón que tanto la representaba.

—Échenla al maletero —ordenó ella después de unos momentos.

Nona se volvió loca al reconocer entre las sombras aquella voz de mujer. Había soñado con ella miles de veces atrás, pero jamás se imaginó que la pesadilla podría volverse realidad, y mucho menos tan pronto. Forcejeó más que nunca, dejándose caer de rodillas con tal desesperación que sus brazos delgaditos se le escaparon a Will cual pescados, y ella terminó con la cara en el pavimento.

No podía gritar ni suplicar por su vida; un pedazo de tela bien amarrada a su boca se lo impedía.

Sintió cómo alguien la levantaba con brusquedad e intentaba cargar con ella, pero no podía permitir que le pasara eso. No podía permitir quedarse a solas con Holly, no después de haber hecho que Samuel asesinara a Boris.


Will la cargó, como se carga un costal de cemento, y se la llevó a la parte trasera del auto, dejándola caer con rudeza en el maletero. La abogada exclamó un agudo quejido de dolor.

El auto que la había trasladado hasta ahí, hace tiempo que se había marchado, y solo quedaban ellos en la calle oscura.

Holly tomó nuevamente su lugar en el vehículo y ordenó que continuaran. Cuando Delisa arrancó el auto, la mujer pudo ver en el espejo retrovisor la figura esbelta de un hombre que corría tras ellos con una desesperación sin par.

—No lo puedo creer —murmuró ella. Holly tornó la cabeza. Al verlo, sus ojos se abrieron de par en par, al tiempo que un sudor frío la recorría por entero.

—Para, Delisa. Esta será su última noche —decretó Mikel, ansioso por cobrarse todas las veces que Samuel lo había humillado antaño.

—No —pidió Holly—. Sigan. Samuel viene por Nona... a donde sea que la llevemos, él irá. Dejémosle entrar a nuestra fiesta.

Esbozó una media sonrisa, misma que no convenció enseguida al hombre que guardó silencio y se acomodó nuevamente en el asiento. Ni siquiera quiso voltear para verlo de nuevo. Ya tendría tiempo para ajustar cuentas con él.

Samuel sentía que perdería el aliento en cualquier instante. Se limpió el sudor de la frente sin dejar de observar el auto que se perdía en la distancia. Intentando hacer memoria. Pensando. ¿A dónde? ¿A dónde llevarían a Nona?



—¡¿Qué quieres decir con que escapó?! —gritó Hagler.

—No hay rastro de ella. Mis compañeros llegaron con la plena intención de asegurarse de que estaba muerta. Nadie le deseaba la muerte, pero mentiría si le dijera que todos rezábamos por encontrarla con vida. Es seguro, Holly no está.

—¡Ellos! —exclamó un enfermero que en esos momentos era llevado por un par de paramédicos, recostado en una camilla.

Hagler se acercó a él.

—¿Quiénes?

—¡Unos dementes, unos, unos psicópatas! Entraron por la fuerza y masacraron a todos. ¡Los mataron!

—¿A qué te refieres? ¿De quienes estás hablando?

—¡Señor Hernández! —gritó el bombero, adentrándose al lugar al enterarse de la reciente información.

Hagler iba a seguirlo, pero el enfermero se adhirió a su brazo con desesperación.

Tenía la mitad del rostro chamuscada y el uniforme entero empapado en sangre, pero parecía en estado de shock, ni siquiera sentía el tremendo dolor. Había terror en sus ojos.

—Ellos asesinaron a mis compañeros. Querían liberarla. ¿Entiende lo que le digo? ¡Liberaron a la caníbal!

Hagler salió disparado del lugar. Sacó un pañuelo de su saco y se limpió el rostro. Se encontraba terriblemente angustiado y confundido. Samuel se lo había advertido. Él le había revelado lo que ocurriría aquella noche y no se había dignado en hacerle caso.

—Samuel —murmuró. En esos momentos, el timbre del celular sonó entre sus pantalones. El detective lo cogió, se trataba del policía al que le había pedido que se apareciera con una ambulancia en la calle en la que dejara tirado a Samuel, después de dispararle en el hombro. Parecía que lo había llamado con la mente.

—¿Está Samuel consiente? Necesito hablar con él.

—El problema detective, es que no había nadie cuando llegamos.

—¿Cómo? Lo dejé inconsciente, no pudieron tardarse tanto en llegar.

—Y no lo hicimos, señor, pero no había nadie en el lugar.

El detective pateó una piedra, lanzando una maldición al aire. ¿Cómo podía haberse complicado todo? ¿Y en donde demonios se encontraba Holly?



La mujer trajeada llevó a Nona hasta el sótano del lugar, tal y como Holly le había ordenado. La arrojó al suelo para buscar una silla en la cual pudiera colocarla, encendiéndose antes un cigarrillo para calmar la ansiedad que le provocaba el ver a la mujer atada y a merced de cualquiera. No quería cometer una indiscreción y asesinarla con sus propias manos o sabía de sobra que sería muy severamente castigada.

Aún no sabía por qué, pero Holly parecía tener una rabia especial por ella.

Nona lloraba aún con la bolsa cubriéndole el rostro. No tenía idea alguna de quiénes eran esas personas que parecían obedecer a Saemann como si les fuera la vida en ello. Ni qué diablos pensaban hacer con ella. A pesar de haber asesinado a Boris, tenía que reconocerle el que se encontrara en libertad en esos momentos. Si la caníbal hubiese ido a prisión, difícilmente habría logrado escapar.


Por fin, la mujer dio con una silla de metal oxidado. La dispuso bajo el foco que aún se mecía sobre sus cabezas tras haberlo encendido y, con crueldad, haló del brazo de la abogada para que se pusiera de pie. Ella había perdido una zapatilla y se paraba de modo extraño, cosa que Delisa aprovechó para darle un breve empujón que provocó que Nona cayera, primero sentada en la silla, y luego, al suelo junto con esta.

Sonrió y se echó el cigarro a los labios para ayudar nuevamente a Nona. Jaló de ella y tomó de nuevo la silla para, acto seguido, obligarla a sentarse en ella, como si se tratase de una niña pequeña que no comprende cómo sentarse de forma correcta.

La abogada intentaba no emitir sonido alguno. El pánico que la inundaba era tal, que ni siquiera era capaz de reaccionar de otro modo.

Cuando Delisa se agachó un poco para colocarse frente a su rostro y le quitó el saco oscuro de la cabeza. Nona se confundió aún más. Nunca en la vida había visto a esa mujer andrógina que parecía disfrutar de su miseria. La rubia fumó el cigarrillo, mirándola fijamente, y le echó el humo en la cara. La abogada solo pudo desviar levemente la cabeza.

—Así que, tú eres la abogada de Holly, ¿no es así?

Nona bajó la cabeza.

Delisa torció la boca con suavidad al ver la reticencia de su prisionera y, poniéndose de pie, le propinó un fuerte puñetazo en la cara.

—¡Responde cuando te hablo!

La abogada cayó nuevamente al piso, solo que esta vez, Delisa se aproximó a ella y la calló con suavidad, acariciando la mejilla que ella sentía encendida de dolor. La puso nuevamente sobre la silla.

—Tranquila —susurró—. Bueno, ya sabes que debes responderme, ¿verdad?

En esta ocasión, Nona respondió enseguida, afirmando con la cabeza.

—Entonces, dime. ¿Eres su abogada? —Ella afirmó. Delisa volvió a arrojarle el humo, pero Nona no alejó la cara—. Le hiciste algo muuuuy malo para merecer lo que está a punto de sucederte, ¿verdad?

La abogada abrió los ojos como platos y movió la cabeza en negativa.

—No mientas. ¿Sabes lo que Holly está preparando para ti allá arriba? —Nona volvió a negar—. ¿Quieres saberlo?

Una lágrima brotó de su ojo derecho. Ni siquiera deseaba imaginarlo. Sin embargo, la sonrisa de esa mujer desconocida fue suficiente para que todos los horrores que le esperaban desfilasen ante sus ojos.



Samuel corría sobre la autopista, intentando darle alcance de manera inútil al auto que se había llevado a Nona tan lejos de él y de su protección. Eso era lo que había deseado evitar desde el principio. Ni siquiera le interesaba sacar algún tipo de beneficio de ello. Solo quería que Nona se encontrara a salvo.

El sonido de la llamada entrante lo hizo detenerse unos momentos. De alguna manera tenía la absurda esperanza de que se tratase de Nona, quien había logrado comunicarse con él de algún modo.

—¿Sí?

—¿En dónde diablos estás?

—Brent, lo siento, no puedo hablar ahora.

—Ah, pero claro que vas a hablar. Holly acaba de escaparse del psiquiátrico, y tiene a una comitiva de peleles ayudándole.

Samuel bufó por lo bajo.

—Lo sé, Brent.

—¿Lo sabes? ¿Y qué más sabes?

—Sé que tienen a Nona.

El detective sintió como si una mano invisible y de magnitudes colosales lo hubiera abofeteado con todas sus fuerzas.

—¿En dónde están?

—No lo sé. Acabo de perder el auto.

—Espera ahí, dime en dónde te encuentras. Ya mismo iré con algunos agentes.

—¡No! Sería un desastre. Holly debe tener mucho más poder ahora. Ella quiere vengarse de Nona porque me pidió que asesinara a Boris, pero estoy seguro de que en realidad me quiere a mí.

—¿Te entregarás a cambio de Nona? No puedes ir allá tú solo, estás herido.

Samuel se miró la camisa, la tenía empapada en sangre, pero no le dolía en lo absoluto.

—No te preocupes por eso. Tengo algo que le encantará, con eso podré negociar con ella.

—Pero ¿tienes idea de dónde pueden estar?

—Solo es una suposición, pero sí.

—Entonces nos veremos ahí. ¡Dame la dirección!



Barker se escondió entre los árboles que circundaban toda esa vereda. La actitud sospechosa de Brent y su conmoción mientras hablaba por teléfono lo tenía desconcertado. Había escuchado de boca de los policías que Holly Saemann había escapado de las llamas y que se encontraba prófuga, lo cual no le causaba gracia alguna.

Brent metió de nuevo el dispositivo móvil en su bolsillo y corrió a través del empedrado camino hasta el auto que había dejado aparcado frente al psiquiátrico. A punto estuvo de pedir los refuerzos que le mencionara a Samuel, pero prefirió ser cauteloso. En esta ocasión seguiría sus indicaciones al pie de la letra. Cualquier cosa por rescatar a Nona. No podía dejarla en manos de esa maldita lunática. No después de saber lo que hacía con sus víctimas.

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