𝟺𝟶. 𝙰𝚝𝚛𝚊𝚙𝚊𝚍𝚘𝚜
Nunca imaginó que algún día, ni en un remoto universo paralelo, iba a estar compartiendo una taza de té con Samuel Collins, el diablo de Massapequa. Sin embargo, helo aquí, estos dos hombres tan diferentes en extremo, enemigos por el destino, caminando de la mano hacia un fin común que sorprendería a cualquiera. ¿Quién iba a decirle en sus extensos años de carrera, que algún día estaría recibiendo en su propia casa al cómplice de la criminal más aterradora que hubiese tenido Oyster Bay? O que pudiera volver a existir en el ahora vulnerable pueblo estadounidense.
Quizás se habría burlado a viva voz al conocer un destino tan absurdo, pero aquella mañana invernal, Hagler se encontraba más serio que nunca.
Frente a frente con el cómplice de Holly, el brutal asesino de Boris Tarasov y de muchos otros inocentes antes que él.
Miró hacia la mesita —único obstáculo entre ellos—, no podía dejar de echar breves vistazos a ella. Y no era para menos, pues ahí yacían impávidos los dos diarios asesinos. Aquellos que estaban manchados por la crueldad, la ambición y la locura de sus autores. Brent aún no se adentraba al diario de Samuel, pero intuía a la perfección lo que podría encontrarse ahí, de modo que no le causaba más fascinación de la necesaria.
Cogió la humeante taza marrón y se llevó el líquido a los labios, mojándolos con suavidad.
—¿Cuándo será? —quiso saber. El silencio había reinado demasiado entre ellos, por esa razón su voz había nacido extraña, ronca.
—No tengo mucha idea de ello, pero sé que hay días especiales, días en los que sus poderes disminuyen, y días en los que se hace más fuerte.
—¿Por qué no se aleja de Holly? Sé que está dopada el tiempo entero, apenas si concibe la lucidez necesaria para darse cuenta de que está viva. No le sirve de ese modo.
Samuel apretó la oreja de su taza de cerámica y miró con fijeza a Hagler. El detective le sostenía la mirada, aunque no podía dejar de sentir que esos ojos verdes eran demasiado fuertes, con toques de escarcha por aquí y por allá. Era irónico, pues esos iris de hielo también eran capaces de tornarse completamente compasivos. En extremo compasivos. Hagler jamás había visto tanta pureza en unos ojos adultos.
—Por el momento Holly le sirve de alimento. Es la única humana con un alma tan oscura como para servirse de ella. Pero tengo la teoría de que está encadenado a ella. Lo estará hasta que alguien más lo acepte en su ser y le entregue el dominio sobre su espíritu; así como Holly lo hizo hace tiempo.
—Es decir que, ¿no puede abandonarla?
—No le resulta sencillo hacerlo. Si decidiera optar por ello, seguramente se perdería entre su mundo lleno de tinieblas. Holly representa la llave a esta dimensión en la que él puede encontrar nuevas fuentes de alimento. Y si ella se encuentra alejada de esas nuevas fuentes, no hay alimento alguno para él.
—Excepto por la misma Holly —se apresuró a aseverar Brent.
—Así es.
Hagler se reclinó en el asiento y permitió que su concentración volara hacia la pequeña ventanita sobre el lavatrastos. El sol se filtraba de un modo espectacular, como lo había hecho en los días anteriores, cuando la lluvia había empañado las tardes de Oyster Bay.
Un suspiro se le escapó mientras contemplaba la luz pura que adornaba la estancia entera.
Samuel no movió ni un músculo durante el estado contemplativo en el que había caído Brent sino que lo dejó mientras se hundía en sus propios pensamientos. Observándolo con tranquilidad.
De pronto, un pensamiento fugaz penetró en su cerebro, provocando que el corazón le diera un vuelco; la presión sanguínea se disparó y el detective tuvo que llevarse una mano a la cabeza para contener el dolor que intentó marearlo.
—¿Qué sucede? —inquirió Samuel.
—Mientras Holly se encuentre en ese hospital, todo estará medianamente bien.
—Claro.
—Pero ella, ella dijo que había uno más.
—¿A qué te refieres?
—Un inocente más... alguien que necesita nuestra ayuda.
El hombre rubio frunció el ceño. No lograba comprenderlo, pero si Holly le había aseverado aquello, definitivamente debía existir una víctima más. Él había investigado, había rondado por cada sitio visitado por la mujer caníbal y nada, ¿de quién se trataba?
Holly se removió en su sitio. Se encontraba atada de pies y manos a una cama desconocida, mirando un techo que no le evocaba recuerdo alguno, pero que la estremeció por dentro.
Intentó incorporarse, pero lo único que consiguió fue las correas se ajustaran aún más a sus tobillos y muñecas.
—¿Dónde estoy? —murmuró con un quejido desesperado.
Atrapada... estamos atrapados.
La mujer se estremeció. Habían pasado semanas desde la última vez que ÉL se había dignado contestarle. Quizás si fuese algo más parlanchín, la idea de una eternidad en ese sitio no sería tan agónica.
—Dijiste que esto no sucedería —reclamó ella.
Al contrario, esto tiene que pasar. Pronto...
—¡No! ¡Necesito salir ahora! ¿No te das cuenta? Me estoy ahogando aquí. No puedo moverme. ¡Siento que me asfixio!
La voz no se volvió a escuchar, pero Holly comenzaba a sentir que la desesperación se apoderaba de ella. Una vorágine de emociones la inundó por dentro y ella podía percibir con total nitidez que esas emociones no solo provenían de ella.
Eso también estaba atado a la cama, también se sentía desesperado por permanecer ahí. Estaba hambriento.
Un par de enfermeros entraron disparados en la habitación. La mujer caníbal no dejaba de gritar desgarradora, removiéndose en la cama como una verdadera demente. Entre los dos la cogieron con fuerza para que un tercero pudiera inyectarle el acostumbrado sedante. Las marcas de sus dedos al soltarla se quedaron impresas en los brazos regordetes de la mujer que poco a poco calmó sus ánimos hasta quedarse totalmente perdida.
Los enfermeros salieron acto seguido una vez que se percataron de la inconsciencia de la mujer, dejando a una Holly sola, vacía y perdida entre sueños que era incapaz de comprender.
Pocos minutos después, el cuerpo de la mujer comenzó a moverse de modo extraño. Sus manos, pies y tronco se elevaron con suavidad unos cuantos centímetros por encima del mugriento colchón —y quizás su cuerpo dormido habría abandonado la habitación de ese modo—, de no ser por las correas que la sujetaban a la cama y que en esos instantes parecían resueltas a devolverla a ella.
No obstante, el cuerpo de Holly sufrió un nuevo espasmo que la elevó nuevamente, esta vez con más violencia. Sus brazos y piernas parecían ser absorbidas por una enorme aspiradora. Su espalda se arqueó con agresividad al tiempo que su rostro quedaba colgando, presa de la gravedad. Algo tiró de ella con fuerza, provocando incluso que la cama avanzara un par de centímetros. Luego una vez más y una más. Los tirones en el cuerpo de Holly eran violentos y agresivos, no prestaban cuidado alguno, por el contrario, aquello parecía molesto con ella. Ansioso por hacerle daño, pero demasiado débil y dependiente de ella como para cumplir con sus más banales deseos.
Nona salió del hospital y tomó un taxi que la llevara hasta su departamento. Había despertado sola y vacía por entero. Los recuerdos que se agolparon en su mente al momento en que la lucidez llegó a esta, le bastaron para comprender en un instante que sería estúpido de su parte echar un vistazo alrededor de la estancia en busca de flores, globos y esas cursilerías que se le envían a un amigo convaleciente. De modo que no lo hizo. Se limitó únicamente a suspirar de modo entrecortado, preguntándose qué diablos habría sucedido con esa maldita mujer; la causante de que se encontrase ahí, en el hospital y principalmente en Oyster Bay.
Pensó en Hagler un momento, pero la imagen de aquel atractivo detective le produjo mareos. Era extraño lo que le sucedía. En Nueva York ella habría podido elegir pareja de entre un enorme puñado de prospectos. Todos tipos jóvenes, apuestos y adinerados. Y aunque no fuesen características indispensables para ella, entraban en la medida de "un buen partido".
Por otro lado, estaba Brent. Un hombre entrado en años que a pesar de su edad había logrado despertar esos arrebatos en ella. Si bien, era totalmente cierto que aquella noche se presentó en su casa con la plena intención de robarle la libreta y ponerse al tanto de todo cuanto supiera de Holly. Ahora que lo pensaba con más calma, no estaba segura de si esas habían sido sus verdaderas intenciones o si, por el contrario, intentaba enterrar el deseo irrefrenable de entrevistarse con él a solas.
No lo sabía y lo cierto era que no tenía sentido alguno el saberlo. No en esos momentos, cuando sabía de sobra que, pese a su belleza, sagacidad y juventud, ese hombre no estaba interesado en ella.
Esbozó una media sonrisa amarga mientras contemplaba el verde fulgor de los árboles que pasaban fugaces frente a su ventana, proyectando en su rostro un espectacular conjunto de luces y sombras que realzaban su belleza.
—Señor, ¿sabe algo sobre la mujer caníbal? —murmuró ella en un intento por hacer a un lado sus pensamientos.
El hombre arrastró a través del retrovisor su fría y penetrante mirada hacia ella. Sabía quién era y por ende no iba a tener ningún tipo de consideración hacia ella.
—Parece mentira que no lo sepa.
—¿Entonces? —inquirió ella inquieta.
—Esos bastardos la internaron en el psiquiátrico de Oyster Bay. La dejaron vivir tranquila después de todo lo que hizo. El jurado y esa zorra que tenía por abogada.
Nona se recostó aún más en el asiento del auto. Ya no escuchaba los insultos del conductor hacia su persona. Una amplia sonrisa se apoderó de su rostro al tiempo que su mirada se perdía entre calles, locales, autos y esa luz refulgente del exterior.
Al fin... al fin lo había logrado. Holly la recompensaría, le pagaría por todo.
En cuanto la abogada metió la llave en el pestillo y tuvo acceso al departamento que durante tres semanas estuvo inhabitado, ésta corrió hasta la alcoba y abrió el cajón del tocador junto a la cama.
—¡¿Qué!? —exclamó con desespero. Removió los cosméticos que se encontraban desperdigados en el interior y aunque era fehaciente que no encontraría el objeto de su consternación, ella continuó buscando—. ¡¿En dónde está?! ¡Maldita sea! ¿En dónde está el diario de Samuel?
No había nada. La mujer se restregó el rostro y se dejó caer en el colchón mostrando una mirada consternada. Si alguien leía ese diario, si se enteraban de todo.
No quiso pensar en lo que sucedería. Samuel sería enjuiciado. Holly volvería a juicio... todo se desmoronaría frente a ella.
Pero ¿con qué objetivo le quitarían la libreta?
No, eso debió de ser obra de alguien que conocía su contenido. Alguien que podría utilizarla en su contra si se lo proponía.
La mujer apretó los ojos. Ese solo podría haber sido Brent Hagler.
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