𝟹. 𝙻𝚊 𝚗𝚘𝚌𝚑𝚎 𝚜𝚒𝚗 𝚗𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎
El detective resolvió por hurtar el diario íntimo de Holly Saemann. En palabras del nuevo fiscal tras darle una breve leída a sus páginas, este no tenía validez alguna como prueba irrefutable en un juicio. Lo cual era cierto. ¿Qué tenía en realidad? Un par de palabras que bien podrían ser un mero invento, producto de una mente desquiciada y absurda, una psicópata. Si alguien necesitaba ese diario, ese alguien sería la abogada que Holly había hecho llevar hasta Oyster Bay. La mujer estaba convencida de que Saemann estaba loca y que no merecía ir a la cárcel. Sin duda alguna la presentación de ese diario sería solo una confirmación de sus argumentos.
Lo pensó un instante mientras recorría el frío y oscuro corredor. Hacía tiempo que había planeado colocar una lámpara en la mesita fuera del cuarto de baño, pero nunca lo había hecho, nunca había considerado seriamente en transformar aquel frío e inhóspito sitio en un verdadero hogar. No se sentía listo aún para hacer las paces con su soledad y pasar de ella de una buena vez; aún no se sentía merecedor de ello.
Penetró con paso firme a la alcoba. Una media luz iluminaba la tapa dura del diario de Holly que reposaba en la cómoda delante de la ventana.
Ahí estaba, con toda su pérfida esencia.
El detective lo observó solo un segundo, antes de que se decidiera por tomarlo entre sus manos temblorinas. Se sentó con lentitud en la cama sin dejar de observar la libreta, conmocionado por lo que estaría a punto de ver en su interior. Ya en la oficina le había echado una breve hojeada e incluso lo había hecho junto a Ryan, de tal modo que no era para menos que, el conocer a detalle lo que ahí se había escrito lo pusiera de los nervios.
Después de unos momentos de reflexión, abrió el diario y pasó un par de hojas; aquellas que detallaban con mayor precisión el asesinato de la pobre Alice.
Una vez más se adentró en el mundo infernal de Holly Saemann
Brochetas Alice Asadas
Ingredientes:
1 kg de carne cortada en cubos
100 g de semillas de cilantro
1 litro de jugo de naranja
8 cucharadas de licor de naranja como Cointreau
1 chile serrano finamente picado
6 naranjas peladas y en trozos
1 manojo de cilantro para decorar
La carne la tomé del estómago y el busto de esa chica llamada Alice. Decidí preparar este platillo ya que eso fue lo único que me quedó de la chica después de que él terminase su tarea con ella. Bueno, no tiene importancia, buscaré una víctima dentro de un mes más.
Ayer muy temprano coloqué la carne de Alice en mi recipiente especial: un tazón verdeagua con hermosas flores rosadas a los lados. Molí las semillas y embarré la mezcla en la carne, vertiendo luego el limón, el jugo y el licor de naranja, lo cubrí y esperé hasta el día de hoy para cocinarla, volteándola cada cinco horas. Después formé las brochetas alternando los jugosos cubos de Alice con los trozos frescos de naranja, mientras que en una cacerola puse a hervir la marinada hasta obtener una consistencia pegajosa, para después colocar las brochetas en el asador.
Con lentitud dejé que esa chica se cocinara, dejando escapar su suculento aroma, invitando a mis vecinos a unirse a mi comida en el patio trasero de la casa. La señora Ford asistió gustosa y junto a ella sus dos hijos adolescentes y su hermana, quien a su vez llevó a su pequeña hija a degustar de mi delicioso manjar.
Cuando les dije el nombre de aquel estupendo y delicioso platillo, ambas dijeron haberlo visto antes, con toda seguridad en algún restaurante lujoso; de esos a los que sus esposos no las llevan a ellas sino a sus amantes adolescentes.
La hermana de la señora Ford me pidió la receta, le contesté que sería mejor que viniera a la casa un día de estos para que yo misma le enseñe a prepararla.
Hagler se mordió el labio inferior sintiendo en su lengua aquel repugnante sabor de la sangre que había chupado de él, triturándose el cerebro. ¿De qué manera esa Holly habría sido capaz de acabar con Alice, de cortarla y sobre todo, qué había sucedido con el resto de aquella chica?
Sabía muy bien que la joven Tyler era una chica de buen peso, y para una mujer de su edad, con esa contextura, sería difícil si no es que hasta imposible cargar a una joven como ella.
Entonces, ¿cómo había logrado asesinarla?
Los restos estaban ahí, en donde Holly había descrito en su diario, pero tal y como sospechaba, esa maldita mujer había hecho algo siniestro —si es que cabía la expresión— con los restos faltantes de la joven. Y a pesar de que aún estaba latente el misterio del dedo del hombre que habían encontrado en la pequeña fosa, por el momento el detective quería centrarse en Alice. Una víctima a la vez, se dijo.
Leyó una vez más aquella hoja, como si contuviera un secreto oculto que solo la enferma mente de Holly podría comprender. Debía de haber algo que se le escapara, un nombre, la suposición de que alguien más la había ayudado a cometer esos crímenes. Alguien que aún se encontraba en libertad y que él necesitaba, por su bienestar mental, poner tras las rejas.
La carne la tomé del estómago y el músculo pectoral de esa chica. Hagler pasó saliva, recorriendo con sus ojos expectantes las letras en tinta oscura.
1 kg de carne cortada en cubos.
No podía dejar de pensar que esa carne tenía un nombre, una historia, una vida... formé las brochetas, alternando los jugosos cubos de Alice. La imagen de la madre de Alice al suplicarle que la encontrara y su promesa vacía de que así sería, apareció en su mente.
Buscaré una víctima dentro de un mes más. No había logrado salvar a Alice, no había logrado salvar a las otras víctimas que desfilaron por el mismo macabro corredor que ella.
Decidí preparar este platillo ya que eso fue lo único que me quedó de la chica después de que él terminase su tarea con ella. ¿Él terminase? El detective se puso de pie casi de un salto con el ceño fruncido. ¿A qué se refería Holly con lo único que había quedado de la pobre Alice? ¿Qué había sucedido con el resto de ella? ¿Y quién era ese misterioso personaje que figuraba por vez primera en el diario íntimo de la mujer caníbal?
Por la mañana siguiente, el detective Hagler se dirigió a la biblioteca pública del condado. Corría a toda velocidad por Berry Hill Road, toda la comarca lo había visto como loco en la patrulla, con aquella mirada de demente en el rostro. Tenía el cabello enmarañado y los ojos inyectados de un rojo intenso, producto de la noche en vela. Aquel Hagler era completamente diferente al que todo Oyster Bay conocía.
Al estacionarse, lo había hecho de forma indebida. Una anciana pasó a su lado y los buenos días que le había dado fueron devorados por el viento puesto que el detective la pasó de largo sin siquiera voltear a verla.
—Buen día detective. ¿En qué le puedo ayudar? —cuestionó la joven bibliotecaria.
—Necesito un libro. —La mujer lo miró, haciendo evidente su respuesta. El detective se rectificó—. Un libro que buscaré yo mismo si me hace el favor de no molestarme más con sus preguntas tan obvias, así que, ¿me permite?
La mujer resopló de enojo y se marchó enseguida no sin antes estamparle una mirada de repulsa de arriba abajo.
Hagler se subió los pantalones mirando molesto a la bibliotecaria que se marchaba dando zancadas con sus vertiginosos zapatos rojos. Mierda, debió al menos ponerse un cinturón que sirviera, con las tremendas prisas había cogido el primero a la vista, y para su mal tenía que haber sido precisamente el peor de todos.
Se internó en los amplios pasillos, mirando las estanterías repletas de libros de todos tipos y tamaños. Entornaba los ojos para ver mejor los títulos y las letras de cada pasillo, todo con una impresionante calma contemplativa. Pensaba tomarse todo el tiempo del mundo para encontrar lo que había ido a buscar con tanta urgencia.
Durante aquellos momentos de silencio, el hombre no podía dejar de pensar en aquél párrafo que no dejaba de sonarle en la cabeza desde esa madrugada, con el diario de Holly entre las manos.
ÉL me ha advertido de la noche sin nombre. Ese momento especial en el que las más grotescas pesadillas cobrarán vida en todo el pueblo. Me ha contado sobre las atrocidades que se sucederán en ese momento sagrado una vez que el último de los reclutados se encuentre cerca de este lugar, aguardando el momento de enterrar el cuchillo en la garganta de todo Oyster Bay. Mientras tanto, si deseo continuar con esta menguada calma y controlar a la bestia que habita en ÉL, es necesario que continúe con mi arte oscuro, alimentándolo a través de la agonía de mis víctimas. No me cuesta nada en absoluto mantener esa "calma".
La noche sin nombre. La noche que, según ÉL, solo la primera civilización del mundo humano ha logrado presenciar y que se mantuvo secreta desde entonces. Aquella que, debido a su crueldad y sadismo, fue enterrada en la memoria de los primeros humanos: una noche que estaba prohibido recordar.
Sin duda, creía haber encontrado una nueva pista escondida en el diario de Holly Saemann. Rebuscando una y otra vez entre líneas, intentaba encontrar un mensaje oculto, una fórmula escondida o un fermento de magia en cada palabra escrita por ella. Algo que le diera una nueva luz a ese caso tan espeluznante que ya quería dejar atrás.
Después de media hora buscando, por fin el detective Hagler se decidió a tomar un libro, ni siquiera se dirigió a una de las mesas preparadas para los ávidos lectores, sino que se dedicó a pasar las páginas ahí, de pie ante el estante como su único escondite.
Lo que tenía era a un hombre sin rasgos físicos hasta el momento, sin nombre ni edad que además pareciera ser el mandamás en la oscura relación que mantenía con Holly. Por otro lado, Hagler sabía que esa primera civilización debía de hacer referencia a la egipcia o quizás a la antigua sumeria, no estaba del todo seguro, pero eso era lo que quería averiguar.
Pasó horas metido en el lugar sin encontrar nada que le satisficiera. Entre tomos gigantescos de civilizaciones antiguas, comenzando por Mesopotamia hasta la lejana China. Ahí sentado, el detective viajó a través de razas asirias, persas y africanas, hasta las antiguas dinastías Xia, Zhou y Shang. No había nada que tuviera relación con la noche sin nombre. Ni un solo volumen hacía la mínima mención sobre algo semejante hasta que...
Miró con desgana el tomo que hablaba de la raza sumeria y sus creencias más íntimas. Lo cogió entre sus dedos y pasó al índice en busca de una pista a ciegas. El apartado hablaba de rituales y fechas mágicas, días especiales en los que ellos tenían ordenado actuar de diversas maneras.
Mientras la información entraba a su cabeza, el detective fruncía cada vez más el ceño sin comprender de qué diablos hablaba Holly, pero convencido de que había encontrado el origen de la noche sin nombre.
De acuerdo con sumerio-acadio, el ekkimu se puede traducir literalmente como "lo que es arrebatado". Los antropólogos coinciden en que demonio es la definición más acercada al término acadio de ekkimu y puede comprenderse como "el arrebatador de las almas".
Dentro de la mitología acadia, sumeria y babilónica, los ekkimus podían aparecer en una noche especial, una noche que nadie tenía permitido nombrar.
Hagler dejó caer una bolsa de plástico ruidosa en el suelo de la celda. Holly lo miró a los ojos y el detective sostuvo su mirada. Pasaron así lo que ellos creyeron un siglo hasta que finalmente el detective pateó la bolsa de la que se asomó un recipiente de plástico de color verde agua, Holly lo reconoció en seguida y se apresuró a levantarlo del suelo. Destapó la vasija con una avidez irritante y, al encontrarse con su contenido, no pudo reprimir un pequeño grito de alegría y de asombro; se trataba de una pequeña montaña de carne roja. Delgados filetes se apilaban uno tras otro dejando escurrir la sangre, tan jugosa y fresca, que a la mujer le pareció exquisita. Lengüeteando sus labios como un perrito juguetón abría los ojos con sorpresa.
—Supongo que querrá... degustarlo a solas —dijo el detective.
Holly sonrió, levantándose con un esfuerzo sobrehumano para sentarse de nuevo en el pequeño camastro harapiento.
—¿Acaso descubrió mi secreto, detective? —Hagler no respondió, en realidad porque no sabía aún a ciencia cierta lo que había descubierto.
—¿Ahora ayudará con el caso?
—Desde luego. Fue un acuerdo, ¿no es así? Y yo no dejo de cumplir mis pactos.
Dicho aquello, se viró un poco para poder levantar la orilla del delgado colchón. Sacó una hoja de papel doblada de modo minucioso en tantas partes que parecía a punto de romperse, y se la entregó al detective sin dejar de mirar la carne suculenta cuyo aroma ya había reptado hasta su nariz.
—¿Qué es esto? —cuestionó él, incrédulo.
—Ni siquiera yo lo sé... solo el detective Hagler puede mirar el contenido de esta hoja, solo sus manos pueden desdoblarla.
—¿Quién escribió esta nota?
—Yo lo hice, anoche —contestó la interpelada, como si la respuesta fuese obvia.
El detective pareció perder la paciencia por un instante, y arqueando las cejas, cuestionó:
—¿Me está diciendo que desconoce lo que usted misma escribió anoche?
—Así es.
—¿Entonces cómo es posible que haya sido usted?
—No puedo responderle a esa pregunta. Lo único que puedo decirle es que no soy yo quien pone las reglas de este juego, no tengo conocimiento alguno de lo que sucederá después. Habla usted con una jugadora más.
—¿Y sabrá entonces qué papel juego yo?
—Claro, usted es el detective.
—Sí, bueno eso no es de mucha ayuda, ¿sabe?
—Como le dije, yo no sé más que usted.
—Sabe quién le ayudó a perpetrar todos esos crímenes, ¿no es así?
—Por supuesto que lo sé.
El detective la miró un momento sin decir palabra alguna, en espera de una respuesta, pero Holly parecía más concentrada en el cúmulo de carne fresca que tenía en sus manos.
—¿Y?
—No puedo decirlo.
—¿Por qué? ¿Acaso la tienen amenazada? ¿Es una especie de pacto su silencio?
—Algo así. Mire, detective, cada uno tiene una misión aquí. Yo sé bien cuál es la mía, sé lo que debo hacer, no por decisión propia sino por voluntad de una entidad más elevada y desconocida incluso para mí, pero yo sé quién soy, sé a dónde voy, sé bien lo que estoy haciendo. La pregunta que debe responderse es: ¿sabe usted qué es lo que está haciendo?
—¿De qué habla?
—Su trabajo, por ejemplo. ¿En realidad es tan bueno en ello?
—Por supuesto que sí. ¿El haber encerrado a tantos criminales como usted le parece poco? Tengo una gran pasión por mi trabajo, y da la casualidad de que se me da bastante bien.
—Sí, eso es lo que se dice, que era usted tan buen detective, pero yo no me lo tomaría tan a pecho. Le recomiendo que tenga cuidado; la pasión desmedida lo podría llevar a una obsesión destructiva.
—Creo que usted sabe mucho de eso, ¿no es cierto? ¿Le gusta su nuevo hogar?
Holly pareció molesta. Sus inmensos cachetes se enrojecieron al tiempo que una mirada encolerizada se situaba en su rostro.
—¡Esta es mi misión! —exclamó, temblando de furia. Sus mejillas se bambolearon, colgando desde los pómulos—. Ahora, le ruego que me deje sola.
—Primero leeré la nota.
—Perfecto, pero le advierto que no debe decirme nada de lo que vea ahí escrito. Mejor será que la lea en su oscura y fría casa, más oscura y fría que esta mugrosa celda en la que me aprisionó, eso puedo asegurárselo.
Hagler se conmocionó, de alguna manera sentía que Holly estaba en lo cierto, aunque no podía darle el lujo de la última palabra.
—Claro que no. Holly Saemann, concuerdo con usted, las reglas de este jodido juego no las pone una presa asesina. Y dado que es así, leeré la nota y le diré lo que hay en ella.
—Yo se lo he advertido, detective. Aunque admito que muero de la curiosidad por descubrir lo que hay escrito en esa hoja y su urgente importancia.
—Bien, saciemos nuestra curiosidad entonces. Considérelo una muestra de indulgencia de mi parte si así lo prefiere.
Holly asintió, mirando con ansiedad la forma brusca y arrebatada con la que Hagler desdoblaba aquel desgastado papel.
El detective lo leyó, quedando estático, helado. No podía despegar su vista de la hoja que comenzó a temblar con sutileza entre sus dedos, Holly no notó aquella muestra de debilidad, estaba igual de alterada que él. Anhelaba conocer las palabras de tan misterioso mensaje, mas, no obstante, no dijo nada, se limitó a observarlo en silencio, mordiéndose la lengua para no preguntar nada; quizá si Hagler veía su interés por aquella nota, desistiría de compartírsela.
—Busque muy bien y abra los ojos, pues una víctima aún con vida lo necesita, si no encuentra pronto a su inocente, este morirá.
Holly abrió los ojos de par en par al escuchar a Hagler. No comprendía el mensaje.
El recinto se quedó en total silencio, solo un par de cuchicheos por ahí y por allá arrojados al viento y las botas de las celadoras traqueteando en la entrada del inmenso pasillo, mutilaban el mutismo que se había cernido en todo el lugar.
—¿Qué quiere decir con esto? —cuestionó Hagler con una mirada encolerizada.
—Ya se lo he dicho, yo no sé nada de eso, pero me alegro, este juego está tomando rumbos muy divertidos. Ya ansío saber cómo salvará a su preciada víctima.
—¡Esto no es más un juego, Saemann! ¡¿Dónde está ese inocente?! —exclamó el detective, sujetándola del brazo regordete y atrayéndola hacia él, amenazante.
Holly sonreía y esa sonrisa lo desquiciaba por completo. Tenía tantas ganas de abofetearla en aquellos instantes, tantos deseos de estrangularla hasta cansarse, quería verla muerta, pero un pensamiento fugaz perforó su mente. No podía dejarse llevar por el impulso y la pasión del momento, ahora sabía que una víctima de esa maldita loca lo necesitaba y por más deseos que tuviese de acabar con ella, reconocía que aún podría serle de mucha ayuda.
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