Capítulo 5: Brain Damage
Giré lentamente mi cabeza hacia donde se encontraba Jenna comiendo junto con las demás enfermeras. La comida me daba náuseas, y no porque se viera mal, sólo porque tomaba un bocado y no podía ir más allá debido al dolor que sentía en mi garganta. Me rendí al tercer bocado, igual no tenía mucha hambre.
No podía escapar tampoco, aquí el almuerzo comenzaba a una hora y teníamos que permanecer sentados hasta que nuestra bandeja estuviera vacía. Reglas de la cafetería. Y nos tenían vigilados, aunque no pareciera, yo sí podía darme cuenta de ello.
El espacio era lo suficientemente grande como para lograr tener una mesa para ti solo. En realidad, había muchos chicos comiendo solos a mí alrededor, las únicas mesas llenas eran las de los enfermeros y un par de chicos que lucían tan sanos que sería imposible creer que estuvieran internados en este lugar. El ambiente me hizo acordar de la secundaria, aunque allá todo era distinto, todas las mesas debían pertenecer a un grupo social, y nadie quería sentarse solo, ni siquiera los emo, ellos también tenían su mesa. Al ser nueva, siempre me sentaba con Bárbara y su grupo de amigos, en su mayoría eran los "payasos de la clase". Luego de comenzar a juntarme con Fox, ella dejó de hablar conmigo y en los almuerzos me miraba desde lo lejos, claramente porque mi mesa se había convertido en la de "los drogadictos", lo cual ella no aprobaba. Nuestra amistad fue bastante corta, ahora que lo pienso, ni siquiera se le puede dar ese término.
—¿No te comerás el puré de manzana?
Alcé la vista, sobresaltada por la interrupción de mis pensamientos. Unos grandes ojos, casi grises, con párpados maquillados en un intenso azul oscuro, y pestañas largas y gruesas me devolvieron la mirada. La chica frente a mí me sonrió ampliamente, tenía un largo cabello color caramelo, liso natural, muy bonito, y vestía un suéter verde escotado y ceñido al cuerpo. Esta chica se moriría de frío si saliera vestida así, estaba bastante segura.
—¿Qué? —Sacudí la cabeza, pensando que tal vez no me estaba hablando a mí, lo cual era ridículo, ya que era la única en la mesa.
Ella dejó caer su bandeja sobre mi mesa y se sentó en una de las tantas sillas disponibles, así nada más, sin invitación ni nada.
Fruncí el ceño. No comprendía su actitud tan deliberada.
—Que si te vas a comer el puré de manzana —repitió, rodando los ojos con expresión divertida—, parece que no lo harás, ¿o sí?
—No... Tómalo si quieres —Empujé mi bandeja hacia ella, sin dejar de mirarla con recelo, esperando a que tomara el puré y se alejara de mí.
Pero no lo hizo.
—¡Gracias! —me dijo, sonriendo aún más—. Me encanta comer de todo, los hombres estos días buscan a las rellenitas, ¿no lo crees? Yo siempre digo que es cierto —Se echó a reír mientras se metía un bocado a la boca.
Loca.
—Sí, seguro que lo hacen... —Asentí lentamente, fingiendo estar interesada en lo que decía.
—Por cierto, soy Payton —se presentó, mirándome por un segundo antes de volver a su plato—, llegué hace dos días, ¿y tú?
—Alyssa —respondí en voz baja, sin importa sonar descortés. Quería que se fuera.
Nos quedamos en silencio mientras ella masticaba con ganas lo que ingería. Traté de no hacer contacto visual, de hacerle saber que no necesitaba compañía, o de que no me agradaba su presencia, pero no pescaba la indirecta, ya que ahora estaba completamente concentrada en mirar a su alrededor.
Sus ojos escaneaban a cada persona que caminaba cerca a nosotras, de arriba abajo, lentamente, y luego pasaba a la siguiente, repitiendo exactamente el mismo proceso. Ella sonreía ahora. ¿Cuál era su problema? En serio, empezaba a asustarme.
—¿Cuál crees que es más lindo de aquellos? —me espetó, volviéndose hacia mí—. He visto a unos cuantos, ¿tú no?
La miré un poco aturdida.
—Vamos, Alyssa, mirar no es pecado —Se rió de mi expresión—. ¿O es que allá fuera tienes un sexy novio?
De repente me entró la curiosidad de saber el por qué estaba internada aquí.
—No... No tengo a nadie —le dije vagamente, sosteniendo la siguiente pregunta en la punta de mi lengua, aunque al final, no pude evitar retenerla por más tiempo—. ¿Por qué exactamente estás aquí, Payton?
Ella dejó de comer de inmediato, más no borró la sonrisa de su rostro. Seguía aterrándome, y casi me hace arrepentir de haberle preguntado.
—Oh, llámame Paye, ¿sí? —Fue lo primero que dijo, arrastrando su tenedor de vuelta al arroz de su plato—. Y estoy aquí porque según todo el mundo debo dejar de tener sexo.
¿Ah?
—O sea, ¿qué tiene de malo tener sexo con tres hombres y una chica en un día? —continuó, realmente fajada en su argumento—. Esto es Estados Unidos, ¿no? ¿Qué hay con eso de la libertad de expresión? Malditos hipócritas que son.
¿Acababa de decir que tuvo sexo con cuatro personas en un día? Ya... Ahora le entendía todo.
—Así que... eres algo parecido a una ninfómana —tercié, ahogando mi voz con mi vaso de jugo de tomate.
Paye se encogió de hombros.
—Ese término me parece extremo, ¿a ti no? —Sacudió su cabello al ver que un hombre bastante joven, vestido con un jersey de cachemira azul, pasaba con su bandeja hacia la mesa de los enfermeros—. Mis padres se pusieron intensos con todo el asunto y decidieron dejarme aquí, según ellos, tengo serios problemas. Aunque de verdad, yo no estoy de acuerdo.
No sabía qué decir a aquello, apenas conocía a esta chica Payton, y ella ya estaba diciéndome todas esas cosas que me hacían sentir que quería huir antes de que comenzara a creer que de verdad quería ser su amiga. Era extraña, me incomodaba, y por alguna razón, mi mente no estaba en una buena capacidad para lidiar con alguien ahora mismo, mis sienes parecían querer salirse de lo fuerte que palpitaban sobre mi piel. Miré el reloj blanco en la pálida pared. Faltaba sólo un minuto para que el almuerzo se diera por terminado. Gracias a Dios.
—Entonces, ¿por qué estás tú aquí, Alyssa? —me preguntó Paye, haciéndome pegar un salto al estar tan concentrada en el reloj de pared.
45, 46, 47...
—Ya te dije mi historia, es tu turno —Sonrió abiertamente.
54, 55, 56...
—No te gusta hablar mucho, ¿o sí?
59... 60.
—Ya el almuerzo ha terminado —Me levanté de inmediato, haciendo mi silla chirrear—. Tengo que volver a mi dormitorio.
—Fue un placer conocerte, Aly, si tenemos suerte, podremos vernos de nuevo por ahí.
—Claro.
Me escabullí fuera de la cafetería antes de que Jenna se percatara de mi escape. Estaba fuera de control. La desesperación por salir de este lugar se apoderó completamente de mí. Me estaba asfixiando.
Deambulé por lugares que aún no conocía, crucé pasillos y salones de actividades en mi camino hacia algún lugar donde pudiera respirar con normalidad, la agonía y la ansiedad se hacían presentes con más intensidad a cada paso que daba, cada vez más rápido y desesperante, como si el alejarme de la triste realidad de dónde estaba metida, iba a ayudarme a deshacerme de la extraña sensación y el terrible malestar que mi cuerpo se encontraba sufriendo.
Debía lucir igual que una loca psicótica, ya que el personal que dejaba atrás, me miraba con atención, de hito a hito, listos para sedarme si hacía un movimiento brusco o algo parecido.
Logré encontrar una salida hacia uno de los tantos patios del Centro, la escarcha blanca, conocida como la nieve a comienzos del invierno, cubría todo a mi vista, los frondosos árboles, las inmensas montañas que se alzaban más allá del lago ahora congelado y convertido en una natural pista de hielo. Parecía una postal de Navidad cara, con demasiado Photoshop para ser real. Pero lo era, un escenario real, tan increíble, frente a un lugar tan lúgubre.
Quería escapar. Quería recuperar mis cosas, encontrar mi teléfono y llamar a Fox, él vendría a buscarme y me llevaría lejos de este lugar, quizá a su departamento por unos días, mientras encontraba otro lugar dónde vivir, ya que no pretendía volver de nuevo a esa casa llena de traidores, empezando por mi papá, y terminando también por él.
Aunque sobre todo eso, lo que más quería en ese momento, era fumarme un porro tan fuerte que me hiciera olvidar toda la pesadilla de la que actualmente estaba siendo parte.
Una fuerte ráfaga del templado viento azotó mi rostro e hizo que me espabilara al instante, e igual manera, de que me percatara de los tantos —unos, 15 aproximadamente— grados bajo cero del clima de hoy, obligando a mi cuerpo a volver dentro, al calor, y las miradas recelosas del personal.
—¿Te gusta estar sola también? —Pegué tal salto que di un traspié y caí de culo sobre la (por suerte) blanda nieve.
—¡Joder, me lleva el padre que me crio! —exclamé con fiereza. Debo admitir que fue más un grito de desahogo en general, que un reproche por el desconocido que me había pegado un innecesario susto.
De hecho, me sentí un pelín mejor.
Aún tumbada en el suelo, miré hacia arriba para encontrarme con el culpable de mi torpe caída. Y a uno metro de mí, en una esponjosa chaqueta impermeable color negro, y un gorro de algodón azul marino, un chico rubio de más o menos mi edad, sonreía de oreja a oreja como si acabara de hacer la broma más divertida del universo. Magnífico, otro loco más.
Luego de haberme encontrado con la tal Paye en el almuerzo, había decidido que no quería juntarme con nadie de ahí, al menos que me quisiera volver tan loca cómo ellos.
El chico de sonrisa inquietante y profundos ojos marrones, no pretendía quitarme la mirada de encima, y al parecer, tampoco pretendía ayudarme a ponerme de pie, así que me las ingenié en levantarme, ya que comenzaba a sentir mi trasero mojarse debido a la nieve derritiéndose con mi calor corporal.
—Gracias por eso —dije sarcásticamente, metiendo mis manos heladas en los bolsillos del abrigo para calentarlas.
—No hay de qué —respondió, diciéndolo en serio.
No quise esperar a que dijera otra cosa e intentara sacarme conversación, por lo que me apresuré a caminar de vuelta a adentro, pero antes de dar el quinto paso lejos de su aterradora presencia, el Chico Sonrisas formuló una simple pregunta que me hizo detener en seco ahí mismo:
—Eh, chica, antes de que te vayas, ¿tienes un encendedor?
Por un momento mi cerebro proyectó una imagen en mi mente de arcoíris y deleite, creyendo en la posibilidad de que el Chico Sonrisas podría tener aunque sea un humilde cigarrillo para mí.
—¿Qué dijiste? —le pregunté mientras lo encaraba, sólo por si acaso hubiese sido mi subconsciente jugándome una broma de mal gusto. No me sorprendería tampoco.
—Necesito un encendedor —repitió, volviendo a sonreír, aunque levemente esta vez.
—¿Tienes un cigarrillo? —Me acerqué a él, esperanzada.
—No —me respondió, ladeando su sonrisa a lo que parecía ser ahora una mueca burlona.
—¿Entonces para qué querrías un jodido encendedor? —lo atajé, enarcando una ceja.
—Porque me han quitado el mío —Se encogió de hombros.
Las imagen de arcoíris y el deleite fue rápidamente reemplazada por un buen repertorio de maldiciones y frases furiosas que tenía ganas de soltarle al Rubio, toda la esperanza se había convertido en inexplicable rabia, por haber creído aunque fuera un segundo en que cualquier persona de las internadas pudiera brindarme lo que necesitaba en el momento. Todos estaban locos aquí, todos simplemente no podían manejar una conversación racional ni de chiste.
—Pues vive con ello, Chico Sonrisas —le dije con irritación, para luego dar media vuelta y determinarme a mantener mí promesa de no hablar con nadie más por el resto del día.
O quizá por el resto de mí —espero— corta estancia.
Nota de la autora: Brain Damage - Pink Floyd, babies.
Sooooorry por haberles hecho esperar, aquí estoy no me he ido, he estado escribiendo este capítulo desde hace algo de tiempo xD, sólo que no lo había terminado. Ahora estoy un poco más libre de estrés, ya que se está acabando el trimestre, ahorapuedo ver la luuuuuz y pensar con claridad jajajaja.
Estoy algo cansada, así que no comentaré nada acerca de éste, además de que Aly todavía sigue en negación, pero creo que ya es obvio. Dejaré que ustedes me escriban su opinión en los comentarios.
I love you all, no lo olviden.
Besos ;) <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro