v e i n t i c u a t r o
Me desperté de golpe. No escuché ningún ruido, ni me hizo daño la luz del día que se colaba por el cristal de la ventana. Simplemente me desperté y miré durante muchos minutos el techo inclinado que se elevaba encima de mí. No reconocí la habitación en ningún momento ni recordé cómo había llegado allí. Tenía un dolor de cabeza terrible, la boca seca y el estómago ácido. Hinqué los codos en el colchón de la cama y me reincorporé despacio, sin fuerza. Me sentía laxa y dolorida por alguna razón que no recordaba, y por si fuera poco, tenía frío. Estaba helada. Desorientada, me quedé sentada en aquella cama. Las sábanas se resbalaron de mi cuerpo en cuanto puse la espalda completamente recta. Entonces descubrí por qué tenía tanto frío.
Estaba desnuda, en una cama en la que no solía dormir y con resaca.
Até cabos rápidamente, al pesar del dolor de cabeza, conseguí recordar que había ido a la fiesta del sábado por culpa de la insistencia de Yoongi. Me froté la cara con un gruñido, seguramente esparciendo restos de maquillaje por todo mi rostro. Después, pestañeando con fuerza para tratar de no ver borroso, miré hacia mi alrededor.
— Mierda. — musité, tapándome con urgencia y casi pegando un brinco del susto. Cubrí mi cuerpo entero con las sábanas y la colcha de la cama, me quedé en shock por unos escasos segundos y me pregunté qué hacía Jimin ahí. Sólo veía parte de su rostro y los músculos de su espalda, pero supe al instante que él también estaba desnudo, o al menos sin camiseta.
Sentía que estaba en una de esas películas de comedia romántica donde la protagonista se despertaba con una laguna mental que le impedía acceder al recuerdo de la noche anterior, y que curiosamente, tenía un tío desnudo al lado con el que acababa casándose. Hundí la cara en mis manos e intenté recordar qué había pasado. Enumeré en mi cabeza todo lo que sabía: Yoongi me había retado a volver sobria de una fiesta a la que acudí con Jimin, que por alguna cuestión estaba dormido como un bebé a mi lado; en la fiesta los dos tomamos un par de copas juntos, nos besamos porque los dos estábamos borrachos, luego Yoongi vino a mi rescate e intentó que me diera una ducha para que se me bajara la borrachera, después él y yo acabábamos besándonos también y... Fin. No recordaba nada más. El resto eran simples imágenes borrosas de la discoteca o la calle. Supuse que lo mejor que podía hacer era esperar a que Jimin se despertara y preguntarle después, por mucha vergüenza que me diera hacerlo.
Separé la colcha de las sábanas, y sin mirar directamente el cuerpo de Jimin, le tapé para ocultarle lo mejor que pude. Me enredé en la colcha como si fuera un burrito, dejando visible mi cara hinchada, mis pies y parte de mis tobillos, y me levanté de la cama con torpeza, algo mareada. Lo primero que hice fue tropezar con una botella de vidrio verde que se golpeó con otra. Me giré al oír el ruido, creyendo que Jimin se había despertado.
Seguía dormido, a punto de roncar.
Suspiré aliviada, y sin ganas, arrastré los pies hasta el baño. Pisé lo que me pareció ser mi ropa interior rosa, así que la recogí del suelo agachándome con una lentitud nunca vista en mi, escuchando cómo mis huesos crujían con el movimiento. ¿Desde cuándo me había convertido en una vieja de ochenta y tantos años? También encontré la camisa negra que Yoongi llevaba la noche anterior. Supuse que era de él; en uno de esos recuerdos fugaces Yoongi iba vestido de negro.
Doblé la puerta del baño, no la cerré del todo. Até la colcha blanca alrededor de mi pecho, como si se tratara de una toalla, me miré al espejo después de encender la luz y me horroricé con mi propio reflejo. Parecía un maldito mapache salido de una chimenea sucia llena de hollín. Abrí el grifo del lavamanos y me quedé viendo cómo caía el agua corriente. Estaba muy cansada, como si hubiera participado en una maratón. Lavé mi cara con agua fría, tratando de despejar un poco mi mente y de despertarme definitivamente. Limpié lo mejor que pude el maquillaje antes de recordar que todas mis cosas estaban en la planta baja, en la habitación de invitados. Me puse mis bonitas bragas rosas -recordé también el comentario de Yoongi al verlas-, me eché la camisa negra sobre los hombros, la abroché y volví a taparme con la colcha. No supe si era yo quien olía a alcohol o si era la colcha. Busqué analgésicos en los armarios del baño, pero sólo encontré cremas, perfumes, una caja medio vacía de preservativos y las pastillas de litio de Yoongi.
Bajé las escaleras paso a paso, despacio. Me dolían muchísimo las piernas. Al llegar a la primera planta, nada más poner un pie en el parqué de la sala de estar, vi a Yoongi tirado en el suelo, sin camiseta pero con su amada chaqueta de cuero puesta. También dormía como un angelito, con la boca ligeramente abierta.
Estaba tan cansada que decidí tumbarme a su lado, acurrucarme contra su delgado cuerpo y taparnos con la colcha. Puse mi cabeza sobre su pecho, y como si le hubiera dado un calambrazo, se despertó.
— Mierda, pensé que eras un mapache. — refunfuñó con su típica voz de las mañanas, alzando la cabeza y mirándome desde arriba.
— Me encuentro mal. — confesé. Hasta yo misma me sorprendí de lo débil que sonaba mi voz. Nunca había estado tan ronca. No me resultó difícil saber que había gritado bastante. Yoongi, a modo de consuelo, me dio unas palmaditas en el hombro. No le dije nada sobre Jimin desnudo a mi lado, ni le pregunté por qué su camisa estaba tirada en el suelo de la habitación.
— Se llama resaca.
— ¿Por qué bebí tanto?
— No se puede luchar contra el alcohólico que todos llevamos dentro...
— ¿Tú no tienes resaca? — le pregunté, mirando hacia arriba. Yoongi negó con la cabeza perezosamente. Hice un mohín. — Qué envidia. No puedo recordar nada de la noche anterior, tengo dolor de cabeza y creo que voy a potar en cualquier momento.
Noté cómo el pecho de Yoongi se agitaba acompañado de una risilla. — Yo tampoco recuerdo gran cosa.
— Lo último que recuerdo es cuando estábamos en la ducha.
— Yo sólo me acuerdo de que empezaste a correr por toda la habitación con un rollo de papel higiénico porque pensabas que me desangraba, y sólo era vino. Y de que me llamabas papi. — rió, seguramente para avergonzarme el doble. Me tapé la cara, sonrojada. — Papi, papi, papi. — imitó mi tono de voz de una forma ridícula.
— ¡Para! — grité en un susurro. Intenté añadir algo más a la defensiva, pero mi voz se había ido completamente. Puse una mano sobre mi garganta y froté mi cuello, intentando que se me pasara la afonía. Carraspeé. — Podrías... decirme qué pasó anoche.
— No me acuerdo de todo.
— Da igual. — tosí. — Cuéntamelo.
Perdí el hilo de la conversación cuando Yoongi repitió que yo debía tener una seria fantasía sexual con hombres mayores que yo, porque no dejé de llamarle ''papi'' en toda la noche. Me daba igual qué estaba contando o de si era de vital importancia. Su voz me relajaba, así que con Yoongi hablando pausadamente de fondo, volví a quedarme dormida, sobre su pecho, con sus brazos rodeando mi cuerpo y pegándome a él, tirados en el suelo de madera.
*****
Cuando me desperté por segunda vez, sí lo hice por culpa de unos cuantos golpes. Volvía a estar tumbada en una cama, que gracias al cielo, reconocí enseguida. Seguramente, Yoongi me había arrastrado hasta la habitación de invitados del apartamento de Jimin y me había dejado sobre el colchón tirada de mala manera. Aunque pensándolo mejor, seguro que había despertado a Jimin para que me cogiera en brazos y me llevara a la habitación. Me levanté, aquella vez sin tropezarme con botellas de soju o ropa y dejando la colcha atrás.
Abrí la puerta con cautela, esperando encontrarme la cocina en llamas o las paredes a punto de caerse, pero todo estaba en silencio cuando salí a la pequeña sala de estar. A juzgar por la fuerte luz que entraba por el ventanal e iluminaba toda la estancia, sería más de media mañana. Después de bostezar un par de veces, me encaminé hacia la cocina. Vi a Jimin, metido en una sudadera negra dos tallas más grande que la suya y en bóxers. Estaba apoyado en la isla de cocina, escuchando a Yoongi. Cruzamos una mirada rápida. Fui a darle los buenos días, pero Jimin giró la cabeza hacia otro lado, rascándose la nuca avergonzado. Yo también desvié la mirada al acordarme de que había amanecido con él al lado.
Yoongi tomaba una taza cargada de café sentado en los taburetes de la cocina, delante de la pantalla de su ordenador portátil. Hablaba en bajo, casi susurrando, y en cuanto me vio por el rabillo del ojo, se calló.
A pesar de la resaca, me di cuenta de que ambos me ocultaban algo. Enarqué las cejas mientras pasaba a su lado. — ¿Por qué habláis como si estuvierais tramando algo contra mí? — pregunté mientras me acercaba a la cafetera. Refunfuñé al ver que estaba vacía.
— No queríamos despertarte. — Respondió Yoongi con una rapidez pasmosa.
Sabía que mentía, así que miré a Jimin. Él era capaz de guardar muchos secretos, y seguramente no me iba a decir qué pasaba allí por mucho que le preguntara, pero sí iba a hacer mucho más evidente que ocultaban algo.
El pelinegro, ante mi mirada interrogante, se puso la capucha de la sudadera, se irguió, metió las manos en los bolsillos y paseó la mirada por la cocina. — Voy a... ducharme.
Y entonces supe definitivamente que los dos intentaban esconderme algo.
Fingí no darle mucha importancia y preparé más café entre bostezos. Busqué nuevamente algo que me quitara el dolor de cabeza, pero al parecer todos los analgésicos de la casa habían desaparecido. Esperé a que el agua de la cafetera hirviera sentada al lado de Yoongi, en el taburete de su derecha. Él estaba tranquilo, vestido ya con una camisa azul. Desde que llegamos a Seúl, Yoongi utilizaba cada vez más ropa de colores vivos. Me miró las piernas, las señaló con su típica desgana y, sin despegar la vista de la pantalla de su ordenador, me dijo:
— No estoy ocultando nada.
— Es difícil no confíar en ti...
Volvió su cabeza hacia mí y me miró, con los ojos entrecerrados, entre enfadado y sorprendido. — ¿Por qué?
— ¿Por qué? — repetí, irónica. — ¿Porque me has mentido demasiadas veces? ¿Porque cada vez que me doy la vuelta estás haciendo algo ilegal o en contra de la moral de cualquiera? No sé, Yoongi, creo que no tengo razones para no confiar en ti.
Soltó una risilla amarga y negó levemente con la cabeza. — Tu sarcasmo me hace querer llorar.
No supe muy bien cómo tomarme eso. Simplemente lo pasé por alto. — ¿No me ocultas nada? ¿Seguro?
— No. — Sonó convincente.— Jimin y yo sólo hablábamos sobre el tema de la fiesta y todo eso.
— ¿Qué te ha dicho?
— Me ha pedido perdón por besarte. — Yoongi devolvió la mirada a la pantalla del ordenador, en el que tecleaba algo cada cierto tiempo. El café estaba listo, así que yo me deslicé del taburete y me acerqué a la cafetera para servirlo en una de las tazas que tenía Jimin. Sabía que Yoongi me miraba a pesar de que yo le daba la espalda. — Deberías ponerte unos pantalones.
Me giré hacia él después de mirarme las piernas. — Sí, vale, luego. — El café me parecía más importante que llevar sólo una camisa que apenas me llegaba hasta la mitad de los muslos con unas bragas rosas debajo. Señalé la balda alta donde estaba el azúcar. — ¿Lo alcanzas? No llego... ¿Cómo lo ha podido poner ahí arriba Jimin?
Yoongi se rió, me llamó bajita y arrastró uno de los taburetes por el suelo porque él tampoco llegaba a coger el bote de azúcar. Poblemas de no llegar al metro ochenta.
— ¿Te encuentras bien? — preguntó desde su asiento mientras yo, de rodillas sobre el taburete, alcanzaba el azúcar y lo echaba en la taza de café. Su pregunta me pilló por sorpresa.
— Me duele la cabeza, la tripa, las piernas, todas las articulaciones, hasta el pelo. — dije. Me quejé al bajar del taburete. Mis rodillas volvieron a crujir. — ¿Por qué lo preguntas?
— Por nada.
— No te creo.
— Sólo me preocupo por ti.
— Nunca lo has hecho...
— Mentira. — dijo él, alzando el tono de voz. Pensé que iba a añadir algo, pero Yoongi volvió a concentrarse en lo que escribía o veía en su ordenador. — ¿Vas a ponerte unos puñeteros pantalones o vas a seguir paseándote en bragas por todo el puto apartamento?
Sonreí. Dejé la taza al lado de la suya, pasé por detrás de él y le di unas palmaditas en la espalda. Le abracé pasando mis brazos por su cintura y le moví de un lado a otro, como si fuera un peluche gigante.— ¡Este es mi Yoongi!
— Déjame, no me toques. Ponte unos pantalones y una bolsa en la cabeza, estúpida.
Me hacía ilusión que me volviera a llamar así. Estúpida. Era su forma de llamarme cariño, cielo o cualquier otra empalagosidad como hacían el resto de las parejas mortales. Me reí, aunque ne ronquera me hizo parecer una abuela pervertida en vez de una chica de diecinueve años, y fui hacia la habitación de la planta baja para buscar unos pantalones entre mi ropa.
Me puse los primeros que encontré desdoblados en la habitación, y todavía abrochándomelos, salí para volver a encontrarme con Jimin y Yoongi hablando a base de susurros y murmullos. No se dieron cuenta de que estaba ahí, así que me quedé un rato parada intentando captar algo de lo que decían. No pillé mucho, simplemente algunas palabras sueltas: "alcohol" fue la más repetida, Jimin dijo varias veces "sí", Yoongi dijo algo sobre prohibir y el pelinegro contestó con una frase que incluía mi nombre. Después de estar un buen rato ahí parada, Jimin reparó en mí. Aparenté no poder abrochar mis pantalones para disimular un poco.
— Mierda, no me entran los vaqueros. — solté.
— Ni los indios, con lo fea que eres... — contestó Yoongi. Se limitó a encogerse de hombros con una mueca cuando le fulminé con la mirada. — ¿Qué?
Me dirigí a Jimin. — Oye...
— ¡Se me hace tarde! — exclamó, mirando la hora que marcaba su teléfono con fingida urgencia. Dio varias vueltas sobre sí mismo y acabó yéndose casi corriendo hacia su habitación. Se tropezó varias veces a subir las escaleras.
— Vale. — Me senté, bebí del café templado y dejé la taza sobre el mármol con un golpe que resonó dolorosamente en mi cabeza. — ¿Qué coño pasa aquí?
— Nada. — respondió con toda la tranquilidad del mundo Yoongi. Le observé fijamente. El cabrón volvía a tener esa expresión neutra tan difícil de interpretar.
— ¿Nada? Es obvio que pasa al-
Puso su índice sobre mis labios bruscamente, sin mirarme, y me mandó callar. — Relájate, aquí no pasa nada.
Retiró despacio su dedo de mis labios, mirándome de reojo. Los dos guardamos silencio. Bebí mi café poco a poco, esperando a que Jimin bajara de su habitación para poder iniciar la sesión intensiva de preguntas. No recordaba nada de la noche anterior, me había despertado con él desnudo al lado, todo era demasiado incómodo y Yoongi tapaba la verdad con sus convincentes mentiras. Debía de haber pasado algo bastante fuerte para que ninguno de los dos me lo quisiera contar.
Jimin asomó la cabeza antes de bajar las escaleras como una exhalación, cargado con una mochila negra. Nada más verle, me levanté del taburete con un brinco y corrí hacia él. Conseguí acorralarle contra la pared.
— Oye.
No me miró, pero sabía que Jimin observaba a Yoongi porque no dejaba de mirar por encima de mi hombro. Le di un golpe suave en el pecho, y él se encogió sobre sí mismo como si le hubiera amenazado de muerte.
— Hy-Hye.
— ¿Qué... pasa?
— Llego tarde, muy tarde. — dijo señalando la puerta principal, intentando escaquearse. Empezó a dar pasos cortos de lado. — Nos vemos luego, adiós.
— Jimin, quiero hablar contigo.
— ¡Bye-bye! — empezó a despedirse con la mano. Yo le agarré de la muñeca contraria y pataleé como una niña enrabietada.
— ¿¡Por qué me ocultáis las cosas!? — grité.
— ¡E-es Suga! — replicó Jimin.
— No, yo no soy. — Dijo él con toda la tranquilidad mundial, sin apenas moverse. Bebió de su café.
— Yoongi, ¡estás nervioso! — le reproché. Él negó con la cabeza. — ¡No podéis ocultarme las cosas! ¡Quiero saber qué pasa!
— Hyesun, a veces las mentiras piadosas hacen menos daño que la verdad, cariño.
— Yo me voy. — Jimin consiguió zafarse de mí. Fue a ponerse los zapatos con la velocidad de un rayo.
— Esto no tiene gracia. Quiero saber qué coño ha pasado.
— Nada. Siéntate, acaba tu café y olvídate de todo. — dijo Yoongi, sin tono autoritario aparentemente, pero serio. — Es algo entre Jimin y yo que no te interesa ni te incumbe.
— ¿Nunca te cansas de mentirme?
— Hyesun, el café se va a quedar frío.
Resoplé. — Siempre evitas mis preguntas de una forma u otra. Estoy cansada.
— Vale, pues duerme.
— Ugh, Yoongi.
Jimin debió de notar que el ambiente se caldeaba, así que, sin quitarse los zapatos, dio un par de pasos hacia delante, me miró y soltó, de carrerilla:
— No quiere decirte que anoche tuvimos un trío porque sabe que ibas a traumarte y que todo iba a ser muy vergonzoso, así que pactamos no decirte nada y fingir que lo del trío no había pasado. Además, Yoongi está cabreado porque yo te manoseé much-
Y el mencionado, casi lanzando su portátil hacia la pared, se levantó, dobló la espalda para coger una las sandalias que utilizaba para estar dentro de la casa y se la lanzó a Jimin antes de que él pudiera salir por la puerta. Yoongi alcanzó un plato que tenía cerca y también lo lanzó al aire. Gracias al cielo, el plato de cerámica chocó contra la pared y no contra alguna de nuestras cabezas. Jimin consiguió huir después de girtar algo en defensa propia a Yoongi, que también gritaba.
— ¡No sabes cerrar la puta boca, Jimin!
— ¡Deberías dejar de mentir si de verdad la quieres!
— ¡Y tú deberías cerrar la puta bocaza!
Yo me había quedado anclada en la palabra trío. Comprendí entonces el dolor de piernas.
Desorientada, me agaché a recoger los trozos cortantes de cerámica rota que habían caído al suelo. Logré recogerlos todos sin herirme la palma de la mano. Al acercarme al cubo de basura, me paré en seco y miré a Yoongi.
Él rompió el silencio en el que se había sumido todo sorbiendo el exceso de saliva de su boca. Solía hacerlo mucho antes de hablar cuando estaba nervioso delante de alguien relativamente importante o superior a él, como un profesor o un médico. Sin embargo, era una de las primeras veces que lo hacía delante de mí. Pestañeó varias veces e inspiró con fuerza.
— Puedo explicártelo.
— Ahórratelo...
— ¿Estás enfadada? — me preguntó, mirándome con cierta culpabilidad. Parecía un niño pequeño.
— Sólo... sorprendida.
— Lo siento. Supongo.
Fruncí el ceño, pensativa. Sin filtro, y sin pensármelo dos veces, dije la pregunta que se me había pasado por la cabeza, sin más. — ¿Por qué me dejaste hacerlo? Eres bastante celoso. No lo entiendo. Creí que agarrarías a Jimin del pescuezo y lo empujarías fuera del apartamento si llegaba a tocarme.
— Estaba borracho. — Utilizó su excusa número uno. Suspiré, tiré los trozos del plato hecho añicos y me dejé caer sobre el taburete una vez más con un gemido de dolor. — Y... Supuse que debía dejarte hacer lo que quisieras. Al fin y al cabo, te he puesto los cuernos cuatro veces. Pensé que si tú te liabas con Jimin no iba a pasar nada. Estabais borrachos, lo olvidaríais y ya.
— Pero-
— Y antes de que preguntes, no.
— ¿No a qué?
— No quiero que vayas por ahí tirándote a cualquiera, así que no a una relación abierta y todas esas mierdas.
Le di un golpe -puede que más fuerte de lo que había planeado- en el brazo. — Tengo unos principios. Yo no pienso ir tirándome a cualquiera por ahí. Bastante he tenido con... esto. Qué fuerte. Un trío. Madre de Dios. Necesito ir a misa.
— Confiésame tus pecados.
— Eh...
— No quería que sonara tan sucio. Lo siento.
— Deberías disculparte con Jimin.
— ¿Por lo de anoche? Yo creo que no le dolió.
— ¿Eh?
— Nada, nada. ¿Quieres ir a misa? Vamos. Creo que yo también lo necesito.
Cerró de golpe su ordenador portátil, cogió mi mano de repente, pero con delicadeza, me llevó hasta la habitación arrastrando los pies, cogió el primer abrigo que vio y me lo puso. En menos de dos minutos, habíamos salido del apartamento.
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