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u n o

A veces, cuando veía a alguna pareja, solía preguntarme si ellos también tenían problemas o si tenían que aguantar a su novio o novia todas las madrugadas, incluyendo sus bloqueos al piano, sus golpetazos en la pared o simplemente su carácter insoportable como tenía que hacer yo con Yoongi.

Los primeros meses fueron los más felices de mi vida, pero de alguna forma u otra, llegó a hartarme.

Sí, vale, él estaba roto, había encontrado la estabilidad que tanto buscaba conmigo y por fin tenía un periodo de éxtasis y felicidad después de todo lo que le había ocurrido, pero acabó demostrando su verdadera personalidad una vez más, esa de la que tanto me habían advertido. Yoongi era frío, distante, celoso, y por si fuera poco, rencoroso. La felicidad, aproximadamente, le duró unos seis meses. Después, poco a poco, fue volviéndose más cerrado. En teoría, que su paciencia y su personalidad se fueran al traste era culpa de los estudios musicales; no se acabó de acostumbrar a la disciplina de los profesores del conservatorio ni a la sensación de que miles de personas te vieran sobre un escenario. Al principio, fue fácil sobrellevarlo. Yoongi llegaba terriblemente cansado a casa, así que con solo dejar que durmiera su irritante humor mejoraba... Hasta que se topaba con el insomnio y no le quedaba otra que emborracharse cada noche para poder dormir un par de horas. Yo no se lo consentía, obviamente, pero acabé dándome por vencida después de varios intentos fallidos de que Yoongi dejara el alcohol y volviera a ir por el buen camino.

Empezó a salir sin decirme nada. ¿Lo peor? Que me mentía. Siempre me llamaba al salir del conservatorio para decirme que estaría en casa pronto. Yo creía que se retrasaba porque tenía asuntos pendientes con algún profesor, o el metro tenía alguna avería, etcétera. Al final me di cuenta de lo ilusa que era y supe que Yoongi se iba de bar en bar sin avisarme. Me cabreé tanto que tiré todas las botellas de alcohol que encontré por la ventana de la cocina, que daba a un patio interior. Ese fue el motivo de nuestra primera discusión, y a partir de ahí, era extraño el día en que no nos gritábamos.

Había dos tipos de peleas: las ruidosas, en las que los dos chillábamos hasta cansarnos o hasta que él decidía callarme de la mejor forma que sabía, o sea, besándome. Esas eran las peleas que se arreglaban fácilmente, en concreto con un polvo y cuatro palabras bonitas que Yoongi soltaba al día siguiente y que yo me creía como buena tonta que era. El otro tipo de pelea era el peor. Peleas silenciosas, en las que las palabras estaba terriblemente prohibidas. Nada de gritos, insultos o sesiones de sexo en cualquier sitio de la casa. Era como la Guerra Fría. La cuestión era tratar de putear al otro de la mejor manera posible hasta que uno de los dos admitía la derrota sin llegar a un conflicto de verdad o a una de las peleas ruidosas. ¿El problema? Que él era demasiado orgulloso para admitir que estaba bien jodido y decidía joderme el doble. Supe sobrellevarlo unas tres veces. Superé las tres veces que Yoongi se tiró a otras, y lo peor de todo es que le perdoné.

Porque en el fondo seguía queriéndolo.

Por eso quería dejarle antes de que todo fuera a peor, pero él no estaba por la labor de dejarme. Eso de "si quieres a una persona, déjala ir" no era lo suyo. Continuaba con su lema de "todo me importa una mierda" y lo demostraba cada día. Por mucho que insistiera en que yo era todo para él, yo solo tenía la sensación de que Yoongi pasaba de todo y de todos. Nada le importaba, ni siquiera la chica a la que tanto decía amar. Si de verdad me quería, debería haberme dejado al darse cuenta de que los dos estábamos yéndonos a pique. Yo intenté varias veces romper con Yoongi. Se negó a pesar de que sabía que nuestra relación era un asco. Le dejé bien claro que no quería nada con él, pero como no bastaron las palabras, decidí irme.

Llamé a mi hermano por primera vez en medio de una crisis nerviosa desde una cabina de teléfono. Le expliqué todo. Jungkook seguía en Estados Unidos, con mi madre, y mi primera opción fue volver con ellos... Pero Jungkook me dijo que no lo hiciera. Mi madre seguía creyendo que su hija se había suicidado desde un decimoquinto piso y que después alguien, sin previo aviso, se había llevado su cuerpo y lo había incinerado junto a otro, que en teoría era el de Yoongi. Al parecer mi madre se había creído la trágica historia y trataba de vivir sin recordarme como la hija trabajadora a la que no trató como debía. Jungkook insistió en que no fuera a Los Ángeles, así que no me quedó otra que llamar a Jimin, que como buen amigo dijo que me recibiría en cuanto llegara, ignorando el hecho de que en Seúl todavía creían que estaba muerta.

Hice la maleta una de las noches que Yoongi estuvo fuera, guardé todo el dinero que pude, compré un billete de vuelta a Corea y me quedé en el sofá mirando la pantalla de mi teléfono durante horas, pensando si lo que estaba haciendo era lo más correcto. Arrepentida por dejar a Yoongi atrás, compré otro billete para él. Me pareció algo estúpido porque quería olvidarme de él a toda costa, pero en el fondo me daba pena dejarlo solo.

Y en un par de días estaba sentada en un aeropuerto, con la vista fija en la pantalla donde salían numerados todos los vuelos. Todavía quedaba media hora para que comenzara el embarque del vuelo 67830 con destino a Incheon y eso significaba que Yoongi podía aparecer por cualquier lado y en cualquier momento. Sabía que iba a seguirme allá donde fuera, o bien arrastrándose como un perrito o bien tratando de arrastrarme hacia él. Empecé a mover las piernas con nerviosismo y a jugar a inventar las vidas amorosas de las parejas que veía a mi alrededor. Cuando les veía besarse o abrazarse, mi cara se arrugaba en una mueca. No supe muy bien si tenía asco o envidia.

Intentado tranquilizarme, saqué mi teléfono del equipaje de mano y marqué el prefijo de Estados Unidos. Casi al instante salió en pantalla el número de teléfono de Jungkook. Le llamé independientemente de la factura del teléfono. Mientras esperaba a que estableciera la llamada, miré hacia los lados del enorme pasillo donde me encontraba. Aún tenía la esperanza de que Yoongi no apareciera.

Escuché la voz aterciopelada de Jungkook al otro lado de la línea.

— Hey, hola.

— Hola. — susurró.

— ¿Por qué susurras? — solté, riéndome por culpa del nerviosismo. Abrí la boca cuando vi a alguien con el pelo grisáceo, aparentemente joven. Suspiré aliviada a ver que se trataba de un chico que no tenía rasgos asiáticos.

— Estamos... Estoy en el cine.

— Ah. Bueno, yo estoy en el aeropuerto. Me voy a Seúl.

— ¿Ya?

— Sí. No podía esperar más.

— ¿Sola?

— Claro.

— N-no puedes ir sola a Seúl, Hye. — dijo, todavía susurrando. Oí el golpe de una puerta cerrándose. Después, Jungkook habló mucho más alto. Supuse que había salido de la sala del cine. — ¿Qué pasa si te ocurre algo?

— Soy mayorcita y autosuficiente. No te preocupes. Sólo quería informarte de que puedes mandar las cartas, si quieres, a Jimin. Estaré una temporada viviendo con él, al menos hasta que encuentre un apartamento decente.

— ¿Con Jimin? ¿Jimin?

— Sabes que es el único que se ha quedado en Seúl.

Cuando Yoongi y yo nos marchamos, el compacto grupo de amigos de Jungkook y del susodicho cabrón fue separándose -de manera amistosa, claro-. El primero en distanciarse fue Namjoon, que se marchó también a Estados Unidos, en concreto a Washington a estudiar política internacional. Como consecuencia de su partida, Jin decidió irse a Japón sin decir mucho. Hoseok tuvo una recaída no muy fuerte, y según Jimin, había conocido a una enfermera que estaba muy buena y decidió hacerse el enfermo para estar en el hospital más tiempo sólo para verla. Al final, los dos se enamoraron se fueron a vivir a la ciudad natal de ella, justo cuando el pobre Taehyung rompió con su novia. Él no debió de encontrar plaza en la universidad de Seúl y se volvió a Daegu para ayudar a sus abuelos con el negocio familiar. Y Jimin, que era el que mantenía a todos unidos, el nexo del grupo, se quedó en Seúl para estudiar en el conservatorio de danza, así que era el único con el que podía contar allí.

— Mira el lado bueno, será casi como vivir con otra chica. — Comentó Jungkook. — ¿Podré llamarte?

— Claro. Yoongi no va a estar para joderme más.

— Pero la factura...

— Siempre nos quedará internet, hermanito. — Le oí suspirar. Hubo un breve silencio que aproveché para mirar la pantalla con los vuelos. — Joder, mi vuelo se va a retrasar una hora. Qué asco.

— Ahora que me doy cuenta, es la primera vez que no me llamas desde una cabina de teléfono.

Me reí. — Supongo que ya se ha acabado el secretismo. Ya no estoy con Yoongi...

— ¿Qué?

— Es complicado.

— ¿No seguís juntos? Yo creí que te ibas a Seúl con él a pesar de que estáis cabreados...

— En teoría, seguimos juntos. Pero en cuanto me suba a ese avión, todo se habrá acabado. Se acabó la farsa de nuestra muerte, se acabó el cariño, se acabó todo. Ni siquiera quiero ser su amiga. No quiero ser... nada.

— Pero... — Me pude imaginar a Jungkook mordiéndose el labio inferior, nervioso, preguntándose internamente si decir lo que quería o no. Yo volví a reírme, amargamente, y con algo parecido un gruñido le animé a que dijera lo que pensaba. — Todavía le quieres, ¿verdad?

— Es... Complicado, también es complicado. — Suspiré. — Realmente, no lo sé. Ha sido la primera persona a la que he amado con locura... Y eso no se olvida de golpe por mucho que lo desees. No sé si le quiero aún. Estoy confusa. Es como si una parte de mí tuviera miedo de dejarle solo porque en el fondo...

— Le quieres.

— Supongo. Por eso es tan difícil, ¿sabes? Estoy esperando aquí, sentada en un jodido aeropuerto, esperando a que venga pero esperando a que desaparezca de una puñetera vez de mi vida. Es tan... extraño.

— Ojalá puedas aclararte rápido.

— ¿Notas mi sufrimiento desde allí? — bromeé.

— Fuera coñas, sé que lo estás pasando mal. — dijo él, serio. Yo volví a reírme algo nerviosa. — En cuanto vea a ese cabrón de Sug...

— Anda, vuelve a ver la película, Kookie. — Le corté, antes de que se sulfurara demasiado. — Tranquilo, no volverás a verle. Al menos conmigo, ¿qué te parece? Suena tentador, ¿eh?

— No bromees. Si te hace daño...

— El daño ya está hecho.

— ¡Pero menudo hijo de put...!

— Vamos, cuelga ya, que te estás perdiendo media película.

Resopló. — Vale. Ten un buen viaje y... todo eso.

— Pásatelo bien por allí, pero no te desfases mucho. Sigue siendo un buen niño. No consigas crack, seguro que allí es más barato. Vive una vida sana, Jungkook.

— Sí, sí...

— Adiós.

— Adiós. Te quiero.

— ¡Ay, Kookie, no me digas estas cosas ahora! ¡Cómo ha crecido el niño! — Dije que un tono meloso sólo para irritarle.

— ¡Hye!

— Yo también te quiero, hermanito.

Nos reímos a la vez. Acabé con la llamada de inmediato y eché otro vistazo a la pantalla de los vuelos. Bufé al ver que el avión a Incheon se retrasaba otros quince minutos más de lo estipulado. Empezaba a cansarme de estar allí sentada. Además, tenía por delante un larguísimo viaje de casi un día entero. Podía hasta sentir el jet lag sin haberme montado en el avión todavía.

Guardé el teléfono en el enorme bolso de cuero que llevaba como equipaje de mano y me lo eché al hombro dispuesta a dar un buen paseo por las tiendas del aeropuerto. Me levanté con un suspiro. Agarré bien el asa del bolso y caminé hacia el pasillo gigantesco donde estaban agrupados los comercios y donde la gente se agolpaba. Miré hacia todos los lados mientras caminaba. Algo me decía que Yoongi iba a venir, que iba a seguirme allá donde fuera. Iba a ser difícil deshacerme de él.

Deshacerse. Sonaba tan mal en mi cabeza que busqué automáticamente un eufemismo para sustituir la palabra. Sabía perfectamente que Yoongi iba a ponerme las cosas difíciles: iba a hacerse la víctima y yo me iba a sentir culpable de sus males, de su asquerosa personalidad, de todo. Y él se iba a aprovechar de eso para conseguir que yo me quedara con él. Siempre hacía lo mismo. Cuando notaba que las cosas iban mal, cuando yo amenazaba con irme, Yoongi empezaba a decir cosas que me hacían sentir mal. Luego lo arreglaba con unas cuantas palabras bonitas, quizá un regalo que no me esperaba, y entonces volvíamos a estar dentro de ese círculo vicioso del que yo tanto quería salir. 

Eché un vistazo rápido a un escaparate de una tienda de ropa. Mi teléfono móvil empezó a sonar tan de repente que me sobresalté. Lo saqué rápidamente del bolso, pensando que se podía tratar de mi hermano, o de Jimin, que dijo que me llamaría antes de que embarcara. 

— Mierda. — musité.

No contesté, simplemente me quedé observando el número de teléfono que salía marcado en la pantalla con ganas de lanzar mi móvil hacia el suelo de mármol del aeropuerto. Nerviosa y sin saber qué hacer, lo guardé en el bolso de nuevo, dejando que sonara. Me puse a caminar de nuevo, pero vi que un chico de piel casi blanca, ojos pequeños y ropa negra se acercaba a mí.

— Mierda, mierda.

Me di la vuelta tan bruscamente que me choqué con un carrito portamaletas. Me disculpé con una sonrisa, sin palabras, y me puse a andar -casi a correr- en sentido contrario. Ya me había visto, no había vuelta atrás. Intenté pensar una solución rápida. Lo primero que se me ocurrió fue entrar a la primera tienda que estuviera a mi lado. Resultó ser una joyería plagada de turistas chinos. Bueno, yo era asiática, así que con un poco de suerte podría pasar desapercibida entre ellos. Me mezclé con el grupo lo más disimuladamente que pude, ganándome miradas envenenadas a las par que desconcertadas que ignoré . Me concentré en mirar por las ventanas del escaparate. No vi pasar a Yoongi.

Suspiré aliviada. Dejé que pasaran un par de minutos, y después de fingir saber chino, salí de la tienda junto a los turistas, que seguía mirándome como si fuera de otro planeta. Una mujer se despidió de mí con la mano. No me quitaba el ojo de encima, creo que llegué a hacer unas treinta reverencias antes de que la mujer se diera ya por despedida. 

— Hyesun, dime qué coño se te ha pasado por la cabeza para hacer esta puta locura.

Me giré, sobresaltada.

Yoongi estaba allí, mirándome, apoyado con toda la despreocupación del mundo sobre el cristal de la joyería. Su pelo gris estaba oculto por una gorra negra. Le miré a los ojos, desafiante. Me fijé en sus ojeras violáceas, señal de que llevaba días sin dormir y señal de que no iba a estar de muy buen humor. Tragué saliva antes de responderle.

— Dime tú a mí que coño se te pasa por la cabeza todos los santos días.

Soltó una de esas carcajadas sarcásticas, amargas, casi hirientes. — No me vaciles. 

— Déjame ir.

— No. Ni loco.

— Ya lo estás, cabrón. — Espeté, entornando los ojos y yéndome con la cabeza bien alta, lo más rápido posible.

Caminé a paso rápido hacia la zona de embarque. Empecé a rezar al cielo para que Yoongi me dejara en paz a pesar de que sabía que no era posible. Noté que me agarraba de la muñeca y que caminaba detrás de mí, seguramente maldiciendo entre dientes. Yoongi me agarró con más fuerza y tiró de mí al ver que no me detenía. 

 Me obligó a girarme y pegó su frente con la mía  de la manera más amenazadora existente. De cerca, Yoongi imponía demasiado. Le miré a los ojos. Les tenía rojos, pero no como cuando se drogaba o emborrachaba. Sus ojos estaban irritados, como si hubiera llorado. Volví a tragar en seco, nerviosa, y traté de zafarme de su agarre. Yoongi puso de inmediato su mano en mi hombro, apretándolo fuerte.

— Escúchame y mírame. — Dijo, en bajo, amenazante, señalándome con el índice de la mano que tenía libre. — No te vas a ningún lado sin mí. No vas a dejarme. Nunca. ¿Lo pillas?

Desvié la mirada varias veces, pero Yoongi siempre conseguía volver a establecer el contacto visual moviendo  la cabeza y agachándose ligeramente para quedar a mi altura. Le empujé hacia atrás.

— Escúchame tú, Yoongi. 

Me agarró de ambas muñecas, impidiendo que yo me agitara. Después soltó una de ellas y empezó a arrastrarme lo más lejos posible de la zona de embarque. — Vamos.

— Ya he facturado la maleta. ¡Yoongi, suéltame!

Se giró, enfadado. Sus ojos, casi literalmente, echaban chispas. Yoongi chasqueó la lengua y miró hacia el techo, perdiendo la paciencia. Yo intenté soltarme una vez más. Sin decir nada, él me llevó a rastras por medio aeropuerto. Repetí unas quinientas veces que me soltara, pero Yoongi me ignoró todas ellas, así que dejé que me llevara a donde quisiera llevarme. La gente fue desapareciendo poco a poco. Yoongi me llevó hasta un pasillo vacío, donde una mujer de la limpieza salía con un carrito de lo que parecían unos baños. Yoongi me soltó, pero me empujó hacia ellos.

— Entra. — dijo, con tono firme a la par que amenazante. 

Me di la vuelta. — No.

Yoongi se encogió de hombros con una mueca. — Vale. Grítame lo que te dé la gana ahora. Después cogemos un taxi y volvemos. 

— Voy a irme, Yoongi. Y tú no eres nadie para detenerme. — Solté, convencida, levantando poco a poco el tono de voz.

Supe al instante que le dolió. Los músculos del cuello de Yoongi se tensaron y las chispa de ira de sus ojos se apagó momentáneamente. Se mordió el labio inferior asintiendo lentamente, procesando la información, mirándome lo más neutro posible. Agachó la cabeza un segundo para reírse. Después volvió a mirarme a los ojos, frío, cabreado. 

— Ya no soy nadie para detenerte. — corrigió, receloso. Intenté irme de allí por patas, rodeando a Yoongi por su izquierda. Fue rápido y me pegó contra la pared, cerca de la puerta de los baños.  — ¿Verdad?

— Admítelo y supéralo, Yoongi. — le dije, mirándole a los ojos e ignorando el hecho de que me encerraba entre la pared y su cuerpo. — Lo nuestro lleva muerto tiempo.

— Yo no creo que esté muerto. 

— Mira, me da igual lo que creas. ¿Vas a dejarme pasar o voy a tener que gritar para que venga un puto policía que me lleve de vuelta a la zona de embarque?

— No vas a irte, Hyesun. ¿Vas a dejar la universidad sin más? ¿Qué pasa con la psicología? ¿Y la casa? ¿Vas a dejar el apartamento así, por te da la gana? No puedes hacerlo.

Puse los ojos en blanco ante la reprimenda. Lo que no sabía Yoongi es que había conseguido un traspaso de expediente en la universidad, que había preparado con conciencia todo el viaje y que lo único que no quería era verle más.

— Estoy harta de ti. Sólo quiero que me dejes. Puedes dejarme aquí y ahora, y todo solucionado.

Apoyó la cabeza en la pared, suspirando, cerca de mi cuello. Yo, por puro acto reflejo, alcé mi mano para retirarle un poco y mantener las distancias. Le escuché reírse amargamente. 

— ¿Por qué me haces esto?

Resoplé. Era en ese exacto momento cuando las cosas se ponían complicadas. Yoongi empezaba  a hacerse la víctima, y por alguna razón, quizá por naturaleza, yo me ablandaba con él. Acababa dándole la razón silenciosamente. Poco a poco, él apoyó la cabeza en mi hombro, dejando que el peso recayera sobre la articulación. Cerré los ojos. Ya había caído otras veces en su trampa. Decidí ser fuerte, fría y cortante con él.  

— Yoongi. — le llamé, tranquila, tratando de que mi tono de voz fuera firme. — No te hagas la víctima ahora. Creo que ya me sé de sobra tu jueguecito. Es suficiente.

Él suspiró contra mi hombro. — No es un juego, Hye. No quiero que me dejes.

— Tengo que coger un puto avión. — dije, perdiendo la calma. Retiré a Yoongi despacio pero con fuerza, agarré bien el asa de mi bolso y le reprendí con la mirada. — Se acabó.

— Hyesun...

Conseguí que me dejara de presionar contra la pared. Caminé despacio, de espaldas para poder verle. Yoongi parecía confuso a la par que cabreado. De hecho, podía ver cómo sus ojos volvían a encenderse con ira, como si se tratara de un termómetro que aumentaba cada vez más con la temperatura. 

— Déjame. — le rogué, antes de darme la vuelta.

— Hyesun, joder. ¡No te vayas!

— ¡Voy a coger ese puto vuelo te guste o no te guste, Yoongi! — grité, echando a correr hacia la zona de embarque una vez más, decidida a no volverle a ver.

Era extraño, porque en el fondo deseé que me besara y me dijera que aún me amaba antes de dejarme marchar. 

**********

Resubiré el resto cuando encuentre tiempo.

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