
t r e i n t a y u n o (i)
Dejé de taparme los oídos con la almohada. Después de unos minutos infernales e interminables, Yoongi dejó de tocar el piano. Suspiré, aliviada, cerré los ojos y traté quedarme dormida lo antes posible, antes de que volviera a empezar con las suites, sonatas y todo lo demás. Supuse que eso de escuchar a Yoongi interpretar obras para piano a las tantas de la mañana se estaba convirtiendo en costumbre. Lo único malo es que perdía la concentración cada dos minutos, así que se irritaba, se frustraba y aporreaba el teclado. Oía cómo arrastraba la banqueta del piano, cómo maldecía con un exagerado acento de Daegu y cómo buscaba como loco más partituras que analizar y tocar. Y por si fuera poco, en menos de una hora, Yoongi había llenado de anotaciones una obra de J.S Bach entera.
Todo se quedó en silencio tan de repente que me asusté.
Yoongi abrió la puerta de la habitación con un golpetazo. Caminó a tientas, se subió a la cama sin saber que yo estaba dentro, intentando dormir, y se puso a dar brincos hasta que me pisó.
— ¡Joder, Hye! ¡Siempre en medio! — se quejó. — ¿Has visto mi libro de...? No sé cómo se llamaba. Da igual. ¿Shakespeare?
Alargué el brazo para buscar el interruptor de la luz. La encendí. Yoongi se tapó la cara enseguida, molesto por la claridad, protestó y me miró con algo de rabia. Se quedó de pie en la cama mientras yo me levantaba del colchón. Él dio un salto y bajó también al suelo, ágilmente. Ni rastro de su lentitud pasmosa de viejecito. Observé bien el rostro de Yoongi cuando le tuve cerca. Hacía tiempo que no se ponía sus gafas de montura negra, así que le encontraba algo raro.
— No has tomado la pastilla, ¿verdad?
Gritó. — ¡Qué pesada eres!
Yoongi me siguió de cerca hasta la cocina. Muy de cerca, pegado a mi para ser exactos. Rodeó mi cintura con sus brazos, juntó su pecho a mi espalda y apoyó su barbilla en mi cuello. A medio camino, se entretuvo en balancearme de izquierda a derecha. No le hice mucho caso. De hecho, ignoré sus manos bajando peligrosamente hacia al interior de mis muslos y sus risitas ahogadas.
Me pegó contra la encimera de mármol de la cocina. Logré abrir el cajón donde Jimin había guardado el litio de Yoongi después de que él intentara tirar las pastillas por el váter, saqué una lo más rápido que pude y la escondí en mi puño. Yoongi no pareció darse cuenta de que había cogido una, así que me giré con ella entre el índice y el pulgar y aproveché que Yoongi tenía la boca entreabierta -seguramente iba a besarme- para dejar la pastilla en su lengua. Me miró con esa cara de cachorrito perdido y confuso por un par de segundos al notar la píldora en su boca, aunque luego frunció el ceño. Fingí una sonrisa y posé mis manos en sus antebrazos para evitar que me empujara hacia atrás.
— Deberías tomar la medicación, te sentirás mejor. — le dije con calma. — Y después no lo pasarás tan mal...
Me obedeció. Yoongi tragó en seco, sin necesidad de beber agua. Para asegurarme de que había ingerido la pastilla, le obligué a abrir la boca de nuevo. No había ni rastro de la pastilla, ni siquiera debajo de la lengua. Me sentí tan orgullosa que me atreví a darle un beso en la mejilla, que al parecer, no debió gustarle demasiado. Como si hubiera tenido una aparición, Yoongi me quitó del medio con un brusco empujón y se dio la vuelta. Buscó algo con la mirada.
— Debería hacer una analogía de las últimas obras de Beethoven. — soltó.
Le tendría que haber dicho que eran casi las cuatro de la madrugada y que debía dormir, pero me callé. Más bien, me dejó sin palabras. Verle tan activo, sin quejarse, eufórico, y subiéndose -casi literalmente- por las paredes seguía resultándome demasiado extraño. Sabía que ese no era el Yoongi que había conocido, aunque supuse que el Yoongi maniaco y extremadamente feliz siempre había estado ahí, esperando a mostrarse después de casi veintitrés años y dispuesto a destruir todo lo que pillara a su paso. Como por ejemplo, una relación amorosa.
Suspiré. Me senté en el suelo de la sala de estar, con la espalda apoyada en la pared, y observé cómo Yoongi ajustaba sus gafas mientras esparcía varias partituras sobre la isla de cocina.
— Yoon...
— ¡No te oigo! ¡No me interrumpas! — bramó, irritado. Me lanzó lo primero que agarró, que resultó ser un bolígrafo mordisqueado. Rebotó en la pared y después me dio en la cabeza. Yoongi se rió, pero volvió a concentrarse en las partituras. O al menos lo intentó; minutos después ya estaba de pies otra vez, dando vueltas por la casa, intranquilo y sin saber muy bien qué hacer.
— ¿Por qué no te tranquilizas un poco? — bostecé.
— ¿Tienes maría?
— El de las drogas eres t- ¿¡Qué!? ¡No! — agité la cabeza, negando. — Es muy tarde, son más de las cuatro...
— Pero yo estoy genial.
— Ya, pero tienes que dormir algo. Y yo también. — añadí. Los párpados me pesaban cada vez más, y por un momento, me pregunté si yo también estaba perdiendo la cordura. Si seguía así, iba a acabar encerrada en un manicomio. Quizá hasta compartía habitación con Yoongi.
Él sonrió genuinamente, sin enseñar los dientes. Me resultó tierno. — Eres tan mona cuando tienes sueño...
Yoongi se acercó a mí, se sentó a mi lado y apoyó la cabeza contra mi hombro. Estaba tan cansada que estuve a punto de decirle eso de ''no soy un puto sofá'', pero me contuve. Dejé que Yoongi se pusiera a dar golpecitos rítmicos con los dedos en mi pierna. Yo volví a bostezar ruidosamente. Sentí que Yoongi y yo habíamos intercambiado los papeles: él estaba hiperactivo y yo letárgica. Solía ser al revés.
Me di cuenta de lo agotador que era estar con Yoongi, y de que la única que iba a salir mal parada de todo aquello era yo. Jeon Hyesun siempre había sido una masoquista al fin y al cabo.
— ¿Por qué no intentas dormir...?
— ¡Que no tengo sueño, joder!
— Vale, vale... — Acabé con la cabeza ladeada, apoyada sobre la de Yoongi. A pesar de que los párpados empezaban a pesarme, traté de mantenerme despierta.
— Es un asco, mi vida se resume en basura. — dijo Yoongi, de la nada, con la mirada fija en el parqué del suelo. — Tengo que tomarme una pastilla para estar bien, pero si la tomo, me encuentro triste. Si dejo de tomarla, se me va la olla. Es una mierda. ¿Cómo pueden depender tanto las personas de una pastilla? Después estás tú. ¿Cómo puedo depender tanto de ti?
Era una buena pregunta. Me limité a hacer una mueca. Al menos se había dado cuenta de algo que era muy cierto. Yoongi, hablando más deprisa de lo usual pero con su voz ronca de siempre, comenzó una retahíla de todas las cosas que quería hacer: obras que quería interpretar, cosas que quería comprar, viajes que quería hacer y un sinfín de proyectos que seguramente no iba a finalizar nunca.
Como de costumbre, me quedé dormida mientras él hablaba eufórico.
Noté cómo se levantaba, con cuidado, y cómo me dejaba tumbada en el suelo. Podría haberme arrastrado hasta la cama, pero me conformé con que Yoongi me tapara las piernas con una de sus chaquetas.
*****
— ¡Jeeeeeeeoooooon Hyeeee...! — oí, a lo lejos. Acto seguido, algo o alguien se golpeó contra la puerta del apartamento. El sonos golpe me obligó a abrir los ojos, despacio, perezosamente. Tenía el cuello dolorido de dormir en el suelo de la sala de estar. Froté la zona dolorida. — ¡Hyeeeesuuuuun!
Reconocí la voz de Jimin, y a juzgar por su tono, seguía borracho. Resoplé. Me levanté, apoyando ambas manos en la pared, recogí la chaqueta de Yoongi del suelo y me la eché por los hombros. Fui en busca de Jimin.
Estaba tirado en la entrada -espatarrado, más bien- y extendía las manos hacia mí. Sonrió. Llevaba sus gafas de sol mal puestas sobre el puente de la nariz. Yo enarqué una sola ceja, escéptica, y al final le ayudé a levantarse del suelo. Trastabilló, pero consiguió mantener el equilibrio. Después de apretar mis manos con fuerza, Jimin se echó hacia atrás y se apoyó en la puerta entreabierta.
— ¡No ssssabía dónde estaba mi casa! — exclamó. Hundió la barbilla para mirarme por encima de la montura de las gafas. Se retiró el flequillo de la cara con aire seductor, aunque a mí me hizo reír. — ¿Quieres...soju?
Casi al instante, Yoongi apareció de la nada. ¿Se teletransportaba? Seguía llevando las gafas de pasta negra, estaba algo despeinado y jugaba con unas llaves, pasándoselas de una mano a otra. Recitaba algún pasaje de alguna obra de teatro que, seguramente, había leído en la madrugada.
— ¡Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amarg...! — gritaba dramáticamente. Se paró en seco al ver a Jimin. — Tú, enano, — hizo un gesto con la mano y mucha desgana — quita de ahí.
Jimin se señaló a sí mismo, confuso. — ¿A mí? ¿Yo soy enano?
— Sí. Enano.
— Bueno, tú tampoco llegas al metro ochenta, Yoongi... ¿Dónde vas? — le pregunté, algo desorientada y confundida. Debían de ser algo menos de las nueve de la mañana del sábado, por lo tanto Yoongi no tenía que ir al conservatorio. Le cogí por la muñeca antes de que se calzara sus Dr. Martens.
Me fulminó con la mirada. Estaba contentísima de que las miradas no mataran; de ser así yo ya estaría muerta unas mil quinientas veces. Yoongi se deshizo de mi agarre sin mucho esfuerza, agitando el brazo. — ¿Por qué me tocas?
— ¡Que follen, que follen! — aplaudió Jimin desde una esquina. — ¡Peleaaaaa! ¡Ssssuga contra... Hye!
— Jimin, anda, date una ducha... — dije, señalando con apatía las escaleras.
— ¡Va-vale! — hizo un gesto de aprobación con el pulgar, se colocó bien las gafas de sol y volvió a tropezar de camino al baño. Se volvió para despedirse de nosotros (especialmente de Yoongi) haciendo un corazón con los brazos. — ¡Os quiero!
Yoongi simplemente ignoró al pelinegro. Se agachó para atarse las botas mientras hablaba entre dientes, como si estuviera rezando... O invocando al demonio. Llamé su atención dándole unas palmaditas en la espalda. Yoongi volvió a mirarme, bastante apático.
— ¿Qué coño quieres?
— ¿Dónde vas? — repetí, con un tono de voz bastante meloso.
— ¡A plantar pimientos, no te jode! — voceó, como si diera por hecho que yo sabía a dónde narices iba. Después cogió mi mano y tiró de mí, arrastrándome hacia la salida. — Te vienes conmigo. — sentenció.
— ¡Eh! — chillé, mas que nada para volver a llamar su atención. Supuse que no me quedaba más remedio que ir con él allá donde fuera. Quizá debería haber negociado con él para que se quedara en el apartamento, pero estaba tan irritado que preferí salir con Yoongi. A las nueve de la mañana. — Ni siquiera llevo zapat-
Me empujó hacia atrás, hizo que yo cayera de culo al suelo, se acuclilló enfrente de mí, alcanzó mis Converse e intentó calzarme. Al ver que estaba tocando las zapatillas que tanto odiaba, las miró con cara de asco y las lanzó hacia la pared con rapidez, como si la tela negra de las Converse quemara. Cogió otro par de zapatos.
— Puedo hacerlo yo, no soy Cenicienta.
— ¿Quién es la bipolar aquí? — sonó ofendido. — ¿Quieres que te trate como a una jodida princesa o no? ¡Me confundes!
Me reí. — Si supieras lo que tú me confundes a mí...
— Vamos, ponte los puñeteros zapatos. Nos vamos a Daegu.
— ¿¡Qué!? ¿Ahora?
Me sorprendió bastante su espontánea y rotunda decisión. Él asintió, convencido. — Ahora. En este instante.
— Yoongi, ¿no crees que deberías descansar un poco...? Además, no hace demasiado bueno y seguro que en Daegu está lloviendo...
— ¡Ay, no, está lloviendo, socorro, me voy a morir! —alzó las manos, puso la voz de un niño pequeño y se agachó de nuevo para coger mi mano. Empezó a empujarme con fuerza. — He dicho que nos vamos, así que nos vamos.
— Deja que coja mi bols-
— No te hará falta.
Me arrastró hacia fuera. Después de llegar a la mitad de la calle, Yoongi soltó mi mano. Hacía bastante frío, pero él caminaba como si fuera un espléndido y soleado día de primavera, feliz a más no poder, pero no tan eufórico y fuera de sí como otras veces. Caminaba algo más deprisa que yo, así que tuve que acelerar el paso para ir a su lado.
Me puse su chaqueta -aún la llevaba sobre los hombros-, me peiné con las manos rápidamente al verme reflejada en el cristal de un coche y alisé un poco la pernera de mi pantalón. Todavía estaba dormida; no me di cuenta de que ni siquiera me había lavado la cara hasta que Yoongi volvió a cogerme la mano.
Ahogué un grito. — ¡Tengo que tener unas ojeras horribles!
— Qué más da, si siempre has parecido un mapache... — apuntó Yoongi, sacando un chicle del bolsillo de su abrigo.
Nos paramos ante un paso de peatones. Si no fuera por mí, Yoongi se habría lanzado a la carretera sin prestar atención a los coches que circulaban por ella. Aprovechó que estábamos parados para entrelezar sus dedos con los míos. De repente, empezó a mover su brazo de alante hacia atrás, en un vaivén repetivo. Sonrió como un niño pequeño, ilusionado, porque al parecer, mover nuestras manos le resultaba la bomba. Cruzamos el paso de peatones y retomamos la marcha.
— Tengo una audición el jueves. — anunció, mascando el chicle con la boca abierta. — Y quiero que vayas. — Antes de que yo dijera cualquier cosa, Yoongi llevó el índice de la mano libre hacia mis labios. — Shhh, ya sé que utilizas mucho esa boquita, pero cállate y dime sólo si vas a venir o no.
— Pero el jue-
— Sí o no. — canturreó. Yo le observé bien. Su aparente fragilidad había desaparecido; tuve la sensación de que era más imponente que nunca. Juré que hasta sus hombros parecían más anchos. Por un momento, quise que el Yoongi que pedía abrazos volviera.
Asentí a modo de respuesta, quizá porque la mirada fija de Yoongi empezaba a incomodarme. Él, entre satisfecho y orgulloso, sonrió, enseñando sus encías rosadas. Volvió a zarandear nuestras manos. Creí que Yoongi iba a brincar de alegría.
— Estás tremendamente feliz... — comenté, esperando a que me dijera el por qué. En un principio lo achaqué a su trastorno, pero me parecía demasiado extraño que se comportara así a pesar de ello.
— ¿Prefieres que esté triste?
— ¡No, no, no! — me apresuré a decir — Estoy contenta de que estés así, pero...
Se encogió de hombros otra vez. — Me encuentro bien, sólo eso. Y me alegra que vengas a verme. — Esbocé una sonrisa, algo conmovida. Yoongi me miró de reojo. — Al fin y al cabo, sigues siendo mi novia, ¿no?
— Sí. — supuse.
— Me gusta que mi novia me vea.
— No estoy acostumbrada a que digas estas cosas. Creo que voy a morir de diabetes o algo.
— ¿También te molesta que sea cariñoso contigo?
Sí, la verdad.
No se lo dije. Simplemente me pregunté dónde se había quedado el Min Yoongi arisco de siempre, pero que en el fondo, era adorable.
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