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Compré unas cuantas tiritas, gasas, desinfectante y algunas otras cosas innecesarias para curar una herida como lo eran las chocolatinas. Después de salir de la pequeña tienda cercana a la biblioteca de la universidad, Kangjoon y yo nos sentamos en un banco que estaba justo detrás del edificio, a horcajadas, escondidos de las pocas personas que pasaban por la calle ya oscura. Con calma y en silencio, curé las heridas de los nudillos de Joon. Se quejó varias veces del dolor.
— Lo siento. - me disculpaba cada vez que él gruñía. Le sonreía de la forma más tímida y vergonzosa posible. — No es mi intención hacerte daño...
No, no quería hacerlo. No supe si me disculpé por tocar sin querer sus heridas más de lo que debería o por haberle dado la mano. Me avergonzaba de haberlo hecho, de haber entrelazado mis dedos con los suyos sin darme cuenta. Tampoco quería hacer que Joon se esperanzara creyendo que iba a darle una oportunidad, porque de ser así iba a tener un problema muy, muy grave de nombre Min Yoongi. Yo tampoco estaba muy preparada para empezar a salir con alguien nada más dejar a aquel cabrón. Pensé que al menos podría ayudar a Kangjoon, como amiga, manteniendo las distancias. Al menos durante un tiempo, el suficiente para que todo se estabilizara un poco.
No me atreví a acercarme mucho para curar las heridas de sus pómulos, pero Joon hizo una mueca y acabó arrastrándose por el banco para que yo pudiera curarle mejor. Era un poco reacia al tacto, así que me retiré hacia atrás, pero él no pareció darse cuenta. Cuando nuestras rodillas se tocaron, dejó de acercarse. Cerró los ojos mientras yo iba tratando con sumo cuidado las heridas.
— Has empezado fuerte tu primer día, ¿eh? — Comentó de repente, riéndose de una forma bastante dulce que también me hizo sonreír. Todavía tenía los ojos cerrados.— Llegamos tarde, te echan de la biblioteca y tienes que curar a un tonto en medio de la nada.
— No eres tonto. — Murmuré, sonriendo. Me quedé un rato mirando su rostro antes de decirle que podía abrir los ojos.— Ya está. Listo. ¿Por qué has cerrado los ojos? No hacía falta que lo hicieras...
Se encogió de hombros. — No sé. ¿Ya nos vamos?
Asentí, recogí mi bolso, guardé en él las cosas que no habíamos terminado y me lo eché al hombro con un suspiro. Metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta, intentando protegerme del frío casi invernal y tratando de evitar que no se repitiera algo como el suceso anterior. No quería volver a dar la mano a Kangjoon, ni verle sonrojado. Saqué una de las chocolatinas que compré. Después de darle un mordisco, le ofrecí un trozo. Joon negó con la cabeza. Volví a suspirar, agotada.
— Estás cansada, ¿verdad? — me preguntó, con voz suave, mientras caminábamos ya hacia nuestras respectivas casas. Él andaba a mi lado, pero separado casi un metro de mí, subiendo a los bordillos de los alcorques de la acera.
— Tanto física como psicológicamente.
Hizo un puchero. — Espero que puedas descansar bien esta noche.
— Yo también, aunque tengo tantas ganas de dormir que quizá no me despierte ni con un terremoto...
Caminamos en silencio, intercambiando algunas palabras sin mucho significado. Se notaba a kilómetros que entre nosotros reinaba la incomodidad. En el trayecto en el último metro del día, Joon, que me cedió su asiento, me preguntó si podía hacer algo por mí. Yo negué enérgicamente con la cabeza, masticando la tercera y última chocolatina. Él insistió bastante.
— Tranquilo, de verdad. Estoy bien. — le dije, mirando a sus ojos color avellana. Joon miró hacia otro lado con rapidez y brusquedad, girando la cabeza. — Ya me ayudas bastante... Gracias. — añadí, sonriente.
Volvió a hacer un puchero, inflando las mejillas y frunciendo los labios. Bufó. — ¿De veras no quieres que le dé una paliza y deje paralítico a ese gilipollas?
— Que no, en serio.
— Sólo le rompo una pierna.
— Joon...
— ¡Gratis! — Insistió, gesticulando exageradamente con la mano con la que no se agarraba a la barra del techo del metro. Negué, riéndome. — Entonces un brazo. Seguro que le jode tener un brazo roto, ¿no? ¿No es pianista? Tener el cúbito o el radio roto, o los dos, le supondría un mes o más de parón. Para que se joda.
— Déjalo. Me gustan las cosas gratis, pero trato de ser pacífica... No a la violencia.
Resopló, como si no creyera lo que le decía. Su reacción me pareció graciosa. — Está bien, está bien. Tú ganas.
— Repite conmigo: no a la violencia.
— No a la violencia... — repitió, con un tono infantil, con sorna. — De todas formas, te acompañaré a casa. Si veo de casualidad a ese gilipollas quizá le rompa una pierna. Pero te acompaño por si te pasa algo, no porque quiera darle una paliza.
Kangjoon cumplió con su promesa, aunque le pedí que no me acompañará hasta la misma puerta de la casa de Jimin. Nos despedimos en un cruce de calles, donde él iría por la izquierda, y yo a la derecha, cuesta arriba. Durante el camino, Joon me dijo que al día siguiente podría acompañarle a hospital de día, si quería, al acabar las clases. Lo pensé mientras llamaba a la puerta del apartamento. A lo mejor, cuidar a niños con problemas resultaba el triple de agotador que convivir con Yoongi... Y no estaba mentalmente preparada para eso.
Jimin abrió la puerta justo cuando yo iba a dejar el dedo pegado al timbre. Se rascaba la cabeza y bostezaba a la vez. Al entrar, me di cuenta de lo tranquilo que estaba todo. Algunas luces estaban apagadas y no había rastro de Yoongi. Seguramente no había vuelto al apartamento después de la pelea; estaba segura de que se había ido por ahí en busca de más golpes y alcohol con el que mitigar el dolor. No pregunté a Jimin. De todas formas, Yoongi ya no me importaba. O al menos eso pretendía.
—¿Has cenado?— le pregunté, remangando las mangas de mi jersey, dispuesta a hacer algo rápido. Ramen en concreto. Miré a Jimin todavía esperando su respuesta. — Hey, hola, estoy aquí.
— ¿Eh? ¿Qué? No, no, o sea... Sí, he cenado. Pero no me importa volver a cenar si la que cocina eres tú. — soltó, enarcando las cejas. Se rió avergonzado ante mi mirada envenenada. — ¿Cómo es que has vuelto tan tarde? Pensé que tus clases acababan sobre las siete. Ah, no quiero parecer un obseso ni nada, sólo... Tengo curiosidad, porque Yoongi ha estado buscándote todo el día. — añadió antes de que le preguntara si él también iba a adoptar el papel de novio posesivo.
— He estado estudiando en la biblioteca después de las clases, por eso he llegado a esta hora.
— Pensé que a lo mejor te había pasado algo. He perdido mi teléfono, por eso no he podido volver a llamarte al salir del conservatorio.
— ¿No te lo habrán robado? — comente, algo irónica.
— ¿Pero qué clase de persona va a robar a Park Jimin? ¿Quién me iba a robar a mi, con esta carita?
— Bueno, yo te robaría.
Sobreactuó, llevándose una mano al pecho, gimiendo de dolor y doblando las rodillas. Extendió un brazo hacia mí. — Oh, Jeon Hyesun, tú sólo podrías robarme el corazón...
— ¡Un Oscar para Jimin, que alguien le de un Oscar a mejor actriz!
— Joder, Hye, siempre matas la magia...
Jimin se sentó en los taburetes de la cocina, con el codo apoyado sobre la mesa y la mejilla hundida en la palma de su mano, mirándome mientras cocinaba. Yo le pregunté por su día, por la rubia y por las clases de baile contemporáneo. Me senté en la encimera de mármol para verle la cara. Era entretenido verle hablar y gesticular con sus pequeñas manos, parecía un niño pequeño -que en el fondo tenía el sex appeal de un stripper- emocionadísimo por contarle a su madre su día en el colegio. Estuvimos un buen rato hablando, riéndonos de algún chiste malo y esperando a que el ramen se cocinara. No le dije nada sobre la pelea, ni sobre Joon, ni sobre el carácter terriblemente cambiante de Yoongi. Serví los fideos en dos platos, tratando de que las porciones fueran parecidas, y cenamos en silencio, tirados una vez más en el suelo con la televisión sonando de fondo. Tenía la sensación de que aquello se iba a convertir en una nueva costumbre.
Escuché un golpe dentro de la habitación de invitados, donde yo dormía. Me giré sobresaltada, miré a Jimin con los ojos entornados, preguntándole qué pasaba, y me levanté despacio. El pelinegro me cogió por los tobillos, dejando caer el bol de ramen.
Entonces supe que Yoongi estaba dentro, haciendo vete tú a saber qué. Y Jimin, como de costumbre, trataba de detenerme para evitar, a lo mejor, que yo saliera dolida. Pero el daño ya estaba hecho, así que me importaba una mierda ver a Yoongi con otra, por ejemplo. Se podría estar montando una orgía y yo iba a estar con la conciencia tranquila. O eso creía.
Jimin me miró con cara de cachorrillo. — Yo que tú no entraba ahí.
— No oigo a nadie. Solo voy a ver si se ha caído algo... Y de paso, dejo dentro mi bolso.
— Puedes dejarlo en el salón.
— Jimin, suéltame, anda. — le pedí, con voz melosa pero entrecerrando los ojos aún más, como advirtiéndole con la mirada. — Sé que él está dentro, pero da igual. Sólo quiero ver lo que hace, y si es caso, joderle un poco como él me ha jodido a mí antes.
— ¿Antes...?
Hice un gesto con la mano, agitándola, restándole importancia al asunto. — Luego te lo cuento. ¿Me sueltas? No voy a llorar ni nada. Tampoco voy a matarle...
— No suenas muy convencida.
Suspiré y me acuclillé para forcejear con Jimin, que soltaba ruidos agudos y quejas varias. Al final conseguí que me dejara entrar a la habitación después de unos cuantos segundos de pelea y grititos ahogados. Sólo tuve que dar una zancada larga para plantarme enfrente de la puerta blanca, cerrada a cal y canto. Giré el picaporte despacio, con parquedad, preparándome mentalmente para ver cualquier cosa.
Entendía perfectamente por qué Jimin no me quería dejar entrar. Cuando abrí la puerta dándole un empujón suave, estuve a punto de gritar. Abrí la boca tanto y tan de repente que casi se me disloca la mandíbula.
Yoongi se pasaba de la raya -nunca mejor dicho-, y encima, el muy gilipollas de él, me miró cabreado en cuanto entré a la habitación.
Estaba sentado en el suelo, con unas partituras en la mano, cruzado de piernas y apoyado contra la pared. Le rodeaban trozos de tela, ropa rota. Era mi ropa.
Había abierto mi maleta casi a golpes y, quizá para tomarse la revancha, había empezado a tirarla por el suelo. Pero eso no le parecía suficiente, así que rasgó algunas camisetas, cortó otras a conciencia para que quedaran inservibles y hasta quemó algunas prendas con las que seguramente no sabía qué hacer. Eché un vistazo a mi maleta abollada: no había nada de ropa dentro. Sin duda alguna, era la mayor putada que me habían hecho. Me había dejado completamente sin palabras.
Yoongi señaló con desgana y aires de superioridad la cama. La bolsa de papel blanca donde se encontraba el vestido que me había comprado estaba sobre la colcha. Hasta me dio la sensación de que relucía.
— Ahora no te quedará otro remedio que llevarlo. — Dijo, con un tono de voz casi robótico, lo más neutro posible. No me prestó atención, Yoongi estaba demasiado ocupado escribiendo sobre las partituras. — Espero que te guste.
Me acerqué despacio a los pies de la cama y saqué el vestido de la bolsa, aún en shock. Era blanco, con delicados detalles de encaje, de corte recto y no muy corto. Lo dejé caer sobre la cama.
— ¿Has roto toda mi ropa sólo para que lleve el puto vestido?
Asintió, sin dirigirme una mísera mirada. Hizo una mueca, como si el asunto no le importara absolutamente nada, como si le pareciera lo más normal del mundo. — Te quedará bien, tranquila. Es de tu talla. ¿Crees que no me sé tu talla? Te he visto demasiadas veces como para qu-
— Yoongi.
No debió de gustarle que interrumpiera su especie de monólogo, por eso lanzó las partituras hacia un lado, con rabia. Ladeó la cabeza, frunciendo los labios. Miró hacia el techo. Suspiró. — ¿Qué coño te pasa?
— Soy yo quien debería hacer la pregunta.
Me hizo burla poniendo los ojos en blanco. — Blah, blah. Ponte el vestido.
— ¡Has jodido toda mi ropa sólo para que me ponga un vestido que te ha costado...! — Miré, sin poder ocultar mi curiosidad, la etiqueta del vestido. Ahogué un grito, entre horrorizada y traumada. — Te ha costado casi trescientos mil...
— ¿¡Trescientos mil won!? — Oí gritar a Jimin desde el umbral de la puerta. — ¿¡Qué!?
Volvió a suspirar con las comisuras de sus labios curvadas hacia abajo. — Sí, casi trescientos mil. ¿Quién te crees que soy?
Me reí, escéptica. — Esto es tan fuerte.
— También iba a comprarte flores, pero como eres una zorra que sólo quiere putearme, no te las he comprado. Te lo mereces. Y ahora, ¿puedes irte de esta jodida habitación? — Yo iba a responder algo, pero se levantó de repente y se acercó a mí. Me señaló primero a mí, y luego al vestido, varias veces. Seguí su índice con la mirada. — Vas a ponértelo.
Observé su rostro levemente magullado. Tenía un par de golpes, pero no había señal de que hubiera sangrado. Sin duda alguna, Kangjoon se había llevado la peor parte, lo cual quería decir que Yoongi era una bestia. Pequeño pero matón, decían. Entorné los ojos un momento para sostener la mirada. Tenía los ojos rojos, se había vuelto a drogar. Suspiré agotada y decidí que lo mejor que podía hacer era hablar calmada, sin enfurecerme por muy irritante y extenuante que fuese la actitud de Yoongi.
— No hacía falta que hicieras... todo esto. — Dije, señalando la habitación. — Podrías haber dejado el vestido aquí y yo lo habría mirado sin que tú tuvieras que quemar mi rop-
— ¿Qué? Yo no he hecho nada. — me interrumpió, enarcando las cejas con una mueca y negando con la cabeza. Volví a suspirar cuando le escuché reírse. — Venga, venga, que sabes que es coña. Lo que digo yo, y lo que dices tú. No ibas a ver el vestido, no a menos como miras a ese cabrón que se ha puesto a darme puñetazos en medio de la calle, ¿Verdad?
Se pegó a mí. Ni rastro de la sonrisilla que se había dibujado en su rostro anteriormente. Yo le escuché los primeros segundos, luego desconecté y dejé que hablara cerca de mi oído casi a gritos. Era el soliloquio de siempre con muchísima más autoestima: ''te amo y tú sólo me jodes la vida''. Pasaron unos cuantos minutos. Yoongi, al ver que yo no reaccionaba, acabó dando vueltas por la habitación, alzando las manos y gesticulando con ellas de una manera muy excesiva que no era típica de él. Miré hacia atrás, hacia la puerta, donde Jimin se escondía de nosotros. Cruzamos una mirada interrogante, pero no nos dijimos nada.
Yoongi finalizó su discurso encima de la cama, de pie, soltando que ''al fin y al cabo yo no me merecía a alguien tan genial como él''. Alcé las manos.
— Baja de ahí, anda. — le pedí.
Él, después de mirarme con algo de recelo -puede que desprecio-, rechazó mi ayuda de un manotazo. Luego, se miró las manos con cara de disgusto, sobreactuando, y me la tendió.
— Pídele perdón a mi hermosa mano, zorra. — Soltó, tan tranquilo, enseñándome el dorso de la mano como si fuera una princesa. Oí a Jimin reírse a carcajada limpia.
— ¿Qué?
— Yoongi, tío, si eres tú quien le ha dado a ella. — Comentó desde la puerta el pelinegro, uniéndose de repente a la cómica situación.
— Tú cállate, gilipollas. ¿Quién eres tú para hablarme? Eres un enano. Ya ni siquiera eres mi amigo.
Me dolió hasta a mí. Jimin, que bloqueaba la salida, apretó la mandíbula, cabizbajo, y dejó paso a un Yoongi colérico que de repente, arrastró la banqueta del piano y se puso a tocar, otra vez, piezas rápidas lo más fuerte que podía. Yo agaché la cabeza también, con una mueca. Oí a Jimin resoplar. Se acercó mientras yo trataba de recoger la ropa que no estaba demasiado destrozada, la que quizás podría coser y remendar. Se acuclilló a mi lado y me ayudó a seleccionar algunas prendas.
— Lo odio. — murmuró, en bajo.
— Bienvenido al club.
— No sé qué coño le pasa, Hye, pero tengo claras dos cosas. La primera es que tú eres una jodida santa. ¿Cómo has podido aguantarle así, tanto tiempo?
Me encogí de hombros. — Yo me pregunto lo mismo. ¿Cuál es la segunda?
— No voy a poder vivir tranquilo con él aquí. Hoy ha llegado magulladísimo, medio borracho y con ropa que cuesta un dineral. Es como si le hubiera dado un arrebato y se hubiera puesto a comprar medio centro comercial. ¡Mi habitación está llena de bolsas y bolsas de ropa y cosas innecesarias! Hay hasta cajas de lencería. Y no creo que sea para mí, sinceramente.
— Tiene que pasarle algo. — dije, mirando hacia el salón. Sólo podía ver la sombra de Yoongi tocando el piano proyectada en la pared blanca. — No es él...
— Ha vuelto a caer. Tiene que tener la coca o... lo que sea por algún lado.
— ¿No será éxtasis?
— ¿Éxtasis? — entornó los ojos, pensativo. Ladeó la cabeza. — No creo. Si no, ahora mismo estaría alucinando. Tiene que ser coca.
Dejé de estar agachada, retiré las pocas prendas que había considerado salvables y puse los brazos en jarras. — Creo que sé donde la tiene escondida. En Londres buscaba escondites poco comunes y acabó guardando las bolsitas entre partituras, porque yo ya sabía que escondía la droga entre los libros.
Jimin señaló las hojas que Yoongi había lanzado antes. — Esas son las únicas que ha traído.
— No, no creo que esté ahí.
— ¿Qué piensas?
— Está dentro del piano. — afirmé. — La tapa siempre está movida.
— Joder, qué lista eres.
— Bueno, no estoy muy segura. Es sólo una suposición... Acabará aburriéndose dentro de poco. Cuando deje de tocar, buscamos.
Jimin asintió con decisión. Me senté en el colchón de la cama después de retirar el vestido hacia un lado. Lo cogí, con cuidado. Parecía una vestido delicadísimo, de los que se arrugan o ensucian con la mirada. Me gustaba. Era precioso -y caro-, pero no iba a ponérmelo. Lo tenía más claro que el agua. No iba a ponerme algo que me regalaba un cabrón como Yoongi, que había roto, cortado, deshilachado o quemado toda la ropa que había traído desde Londres. Quería abofetearle, pero en el fondo, estaba tan cansada de él que iba a acabar obedeciéndole para que me dejara en paz. Yo sólo quería tener una vida tranquila, no un novio mentalmente inestable por culpa de las drogas. Me regañé a mí misma, en silencio, por haberme enamorado de alguien como él.
Suspiré por enésima vez, dejando caer los brazos junto al vestido. — Espero que pare pronto.
Jimin se sentó a mi lado. Parecía absorto, sumido en sus pensamientos. — ¿Por qué ha dicho que no soy su amigo? Ay, me ha dolido.
Le sonreí. — A mí también. Creo que lo mejor sería ignorar lo que dice. Sonreír y asentir, sonreír y asentir. Se cansará de esta mierda algún día. Puede que... nunca, vete tú a saber.
— ¿Y si asientes demasiado y le das tu consentimiento para que yo que sé, te viole?
— Si le diera mi consentimiento para que me violara no sería teóricamente una violación.
— Bah, me has entendido, ¿no? — Asentí. Jimin juntó las manos en una palmada. — Pues ya está. Quiero decir, que no puedes ignorar del todo sus palabras. Imagina que dice algo importante y tú te limitas a sonreír. Algo como: ''¡hey, voy a quemar la casa de Jimin!'' Y asientes. Pues adiós casa de Jimin, no te jode.
— ¿Estás cabreado?
— Un poco, sí. — bufó.
Le di unos golpecitos cariñosos en la rodilla. — Tú, de momento, ignórale. Ya verás como deja de hacer idioteces si le hacemos el vacío. Seguramente sólo quiera nuestra atención.
Jimin se echó hacia atrás, tumbándose en la cama. Le imité, así que los dos nos quedamos tumbados mirando al techo, esperando pacientemente a que el magnífico Min Yoongi -nótese el sarcasmo- acabara de tocar la infernal marcha turca. La dejó a medias. Arrastró otra vez la banqueta, que después cayó al suelo con un golpe atronador, soltó unas cuantas palabras malsonantes y subió las escaleras en busca de algo. Yo me levanté casi al instante, seguida por Jimin. Me asomé a la sala de estar para asegurarme de que Yoongi no estaba por ahí aún. Me asusté al notar las manos de Jimin en mi cintura. Él sólo quería esconderse detrás de mí.
Nos acercamos a pasos cortos al piano. Había dejado el teclado cubierto por una tela de color rojo. Jimin, con cuidado, intentando no hacer ruido, levantó la tapa superior del piano. Yo metí el brazo sin pensármelo dos veces, palpando el mecanismo y los martillos del instrumento. Golpeé sin querer las cuerdas y el piano sonó. Gruñí.
— ¿Hay algo?
— No por el momen...— toqué algo frío, de plástico. Mi rostro se debió de iluminar tanto que Jimin sonrió. Saqué el brazo con rapidez, agarrando una pequeña bolsita con polvo blanco. — Creo que no hay más.
— ¡Hye, eres listísima!
— Hombre, gracias.
Chocamos los cinco, llamando la atención de Yoongi. Siempre había tenido muy buen oído, pero el cabrón fingía escuchar sólo lo que le interesaba. Él, con un cigarro encendido entre los labios, nos miraba desde las escaleras. Vino a nosotros dando zancadas largas, cabreado. Cabreadísimo.
— Mierda. — oí decir a Jimin, en bajo, que colocó la tapa del piano sin mucha delicadeza.
Yo corrí dispuesta a subir las escaleras. Yoongi no me alcanzó de puro milagro, porque sólo llegó a agarrar la manga de mi chaqueta, la cual me pude quitar. Gritó mi nombre varias veces cuando yo subía los escalones de dos en dos. Sólo esperaba que no nos asesinara a ninguno de los dos después de lo que iba a hacer. No iba a arrepentirme, la verdad.
Llegué al baño. Abrí la puerta de un golpe. Ni siquiera me paré a cerrarla, porque fui directa a hincar las rodillas cerca del inodoro. Rompí el cierre de la pequeña bolsa, vertí el contenido al agua y tiré de la cadena, victoriosa. También tiré el plástico.
— ¡Hija de puta, vas a enterarte ahora de lo que es el juego sucio! — chilló Yoongi, por encima de los gritos de Jimin.
Nunca le había visto tan enfurecido. Nunca.
Empujó a Jimin tan fuerte que el pobre chico se dio contra la pared. Yo bajé junto a Yoongi, intentando alcanzarle. Fue tarea difícil, casi imposible, porque de las pocas veces que logré agarrarle de la muñeca, se zafó de mí agitando el brazo con fuerza. Lanzó el cigarro al suelo antes de entrar a la habitación, ignorándome.
No sabía lo que iba a hacer, pero dio una patada al escritorio, llevándose las manos a la cabeza. Se retiró el flequillo grisáceo de la frente, a punto de perder la calma. Vio un pequeño cartapacio de cuero sobre la mesa. Lo cogió con rabia.
— ¡No! ¡Yoongi! ¡No lo hagas, joder!
Tiró al suelo todas las cartas que Jungkook me había estado enviando todo el tiempo desde Estados Unidos, junto a algunas fotos en las que Yoongi estaba incluido. Él sacó el mechero metálico de su bolsillo. Traté de detenerle una vez más, pero cuando ya estaba junto a él, las cartas ardían.
Y yo exploté, pero sólo fui capaz de decirle que se fuera con un hilillo de voz.
*****
Jimin y Yoongi discutieron a gritos. Al final, el segundo accedió y se marchó, llevándose sus pertenencias e ignorando mi llanto silencioso. Jimin le pidió que no volviera en una temporada. Ninguno de los dos queríamos volver a verle, y al parecer le quedó lo suficientemente claro después de que su anteriormente mejor amigo le insultara desde la puerta de su casa. Y entonces Yoongi desapareció sin más, después de todo el drama y los gritos.
Nadie supo nada de él en una temporada.
Compré ropa nueva, hice nuevos amigos y llamé a Jungkook varias veces, por la noche, desde el ordenador portátil que utilizaba para ordenar los apuntes, tumbada junto a Jimin en su cama. Se convirtió en una costumbre, como también lo hizo el comer -o cenar- tirados en el suelo delante de la televisión, o el ir todas las mañanas a llamar a la puerta de Kangjoon antes de que él saliera hacia la universidad.
Nunca pensé que iba a echar de menos la rutina. Sin Yoongi, todo se volvió tremendamente fácil. Cero complicaciones, y ojalá hubiera tenido cero preocupaciones también.
Algunas veces solía preguntarme qué era de él, qué podría estar haciendo. Era curioso; estuve meses deseando quitármele de la cabeza y en cuanto se marchaba, volvía a pensar en Yoongi. Gracias al cielo que tenía a Joon y a mis compañros para distraerme. Él y yo empezamos a tener como costumbre salir los jueves -su día libre en el hospital de día- por las calles del centro, como simples amigos. Nada más.
Habían pasado sólo unos quince días cuando Jimin me dijo que tenía "un problemilla de nada". Volví a casa casi corriendo porque supe que más bien era un problema de los grandes, además con nombre propio.
Yoongi había vuelto. Debía de estar tan mal que Jimin dejó que se quedara de nuevo en la casa. Pensé que Yoongi estaría muy borracho, pero me equivocaba.
Cuando le volví a ver, estaba tumbado en la cama, acurrucado, mirando a la nada. Pálido como nunca, algo más delgado y ojeroso, pero nada especial.
Dejé que pasaran los días. Yoongi se encerró en la habitación de invitados, así que no me quedó otra que volver a dormir con Jimin.
Era como vivir con un fastasma en la casa. Sólo le veíamos salir de vez dn cuando al baño. Ni siquiera comía o hablaba. Arrastraba los pies por el suelo y se dejana caer en cualquier rincón o esquina, como si se derrumbara. Empecé a preocuparme severamente por él cuando pasó dos días sin comer -y apenas beber-. Yoongi estaba todos los días, a todas horas, tumbado en la cama. Sin hacer nada, como si alguien hubiera dado a un interruptor que le ponía en stand by, en modo de reposo.
Decidí acercarme a él con tiento, hincando las rodillas en el colchón y poniendo mi mano sobre su hombro. Lloraba en silencio, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas sin hacer el más mínimo ruido. No sollozaba, nada.
Me mordí el labio antes de hablarle.
— Yoongi... — le llamé. — ¿Por qué lloras?
No hubo respuesta. Simplemente enterró la cara entre sus brazos. Hice una mueca llegando a una conclusión que esperé que no fuera cierta. Apreté con suavidad su hombro, a modo de consuelo rápido. Ver a Yoongi llorar, por mucho que le odiara, me rompía el corazón. Insistí una vez más, evitando hacer preguntas estúpidas. Era obvio que Yoongi no estaba bien.
— Yoongi, ¿Hola? No llores...
Suspiré al no recibir una contestación. Salí de la habitación con una mueca para pedir a Jimin que me ayudara a buscar entre mis apuntes.
— ¿Depresión?
Negué con la cabeza, rechazando las hojas. — Algo más... complicado.
— ¿Como el qué? — preguntó, esparciendo con nerviosismo los folios escritos por el suelo.
— Un... — Cogí todo el aire que pude. Lo solté en un suspiro. — Algo como un transtorno, o algo así. Se llama transtorno maniaco-depresivo...
— Espera, espera. ¿Quieres decir que Yoongi es bipolar?
Asentí con tristeza.
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