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d i e z

Mi teléfono sonó sobre la mesilla de noche de la habitación de Jimin. Estaba demasiado cansada como para estirar el brazo por encima de Jimin, coger el móvil, apagar la alarma y bajar a desayunar, así que dejé que sonara una segunda vez, hasta que el tono me resultó la cosa más irritante del mundo. Me levanté de la cama, la rodeé, cogí el teléfono, detuve la alarma y miré a Jimin para asegurarme de que seguía dormido. Lo bueno que tenía Jimin es que nunca se despertaba de mal humor si yo, accidentalmente, le desvelaba. Abrió sólo un ojo y se rascó la tripa.

— ¿Vas a clase? — preguntó, adormecido. 

— Sí. Te llamo después.

Hizo un gesto con la mano, como diciéndome ''vete ya y déjame dormir''. — No hace falta que me llames... Sólo invítame a comer.

Me reí, asintiendo, y después de despedirme de él con la mano, bajé las escaleras desperezándome aún. Bostecé ruidosamente mientras abría el frigorífico para buscar algo de desayuno. Saqué desganada la botella de leche, busqué un bol y cogí la caja de cereales de colores que Jimin tanto apreciaba. Me giré para dejarlo todo sobre la isla de cocina.

— ¡Dios! ¡Me has asustado!

Esperé alguna respuesta sarcástica por parte de Yoongi, pero sólo se frotó la cara. Estaba sentado en uno de los taburetes, con los brazos estirados sobre el mármol. Al final, dejó caer la cabeza sobre estos y se tapó los oídos con una mueca, diciéndome silenciosamente que era bastante ruidosa. Dejó la mirada perdida un par de segundos, pero luego la fue enfocando, poco a poco, en la tacoma de los cuchillos. Bloqueé su vista poniendo la caja de cereales delante de sus narices. 

Algo me decía que Yoongi aún no había alcanzado su pico más bajo. Por lo que yo sabía -había estado toda la noche mirando en internet sobre el trastorno bipolar-, y por los síntomas de Yoongi, podría sufrir de algo bastante grave. Además, podía ver perfectamente cómo iba decayendo poco a poco. Suspiré y me senté a su lado, evitando mirarle.

— ¿Te apetece algo para desayunar? — pregunté, con dulzura.

— No.

— Tienes que desayunar.

— No tengo hambre.

— Te puedo echar un chorrito de vodka en el café, si quieres. — Solté. Hasta yo misma me sorprendí por el sarcasmo de mi voz. Soné como una vieja menopausica herida por su marido. — Sólo bromeaba. En serio, necesitas desayunar...

Negó con la cabeza, así que no insistí mucho más. Se quedó un buen rato callado, con la cara hundida entre los brazos. Quise darle unas palmaditas en su espalda, pero me contuve. Empecé a tomar los cereales con leche fingiendo que no me importaba mucho que Yoongi estuviera a mi lado, derrumbado, sin apenas moverse. Le miré de vez en cuando para asegurarme de que al menos respiraba.

Cuando acabé mi rápido y sencillo desayuno, me levanté. Apoyé los codos sobre el mármol frío de la isla y al final, le di suavemente en el hombro para que levantara la cabeza. 

— Puedo prepararte algo antes de que me vaya a clase. 

Yoongi miró mi camiseta. Hizo una mueca, volvió a mover la cabeza de lado a lado, rechazando mi oferta, y apoyó la barbilla en sus brazos. Me observó unos cuantos segundos, neutro, sin emoción. Frunció los labios una vez más. Entonces me di cuenta de que había reconocido la camiseta blanca de tirantes que llevaba. Era de Jimin, y como Yoongi había decidido romper o quemar toda mi ropa, incluido mi pijama, no me quedó otra que pedir prestada una camiseta vieja a Jimin para dormir con ella. Supe que le dolió verme con una camiseta que no era suya. Yoongi bufó algo que no alcancé a oír. Yo puse los ojos en blanco y me apoyé contra uno de los armarios de la cocina, desafiante.

— Yoongi, sabes que soy una pesada, así que no me iré hasta que no desayunes. 

— Entonces, ¿vas a quedarte conmigo todo el día?

Pestañeé varias veces intentando procesar sus palabras. No era lo que decía; era cómo lo decía. Triste, apagado, sin un ápice de ese Yoongi acelerado que tanto odiaba. Me dio la sensación de que al fin había algo del Yoongi que conocí en el Yoongi de aquel momento: ambos estaban rotos. Con la idea en la cabeza de persuadirle para que desayunara algo antes de que me fuera a clase, saqué las pastillas antidepresivas de unos de los cajones de la cocina. Cuando Yoongi se quedó dormido la noche anterior, Jimin entró a la habitación y se los llevó del escritorio. Nos pasamos media noche leyendo los prospectos de las pastillas y píldoras.

Saqué un par de comprimidos de una de los botes anaranjados. — Si te tomas un par de estas, te sentirás mejor. — Yoongi estiró el brazo para intentar coger la pastilla. Yo retiré mi mano enseguida. — Pero primero tienes que desayunar algo.

— No necesito tu ayuda.

— Quieres las pastillas, ¿no? Desayuna y te daré la dosis suficiente.

— No tengo hambre...

— Llevas días sin comer. Vamos, aunque sea toma algo de arroz y agua. 

— ¿Por qué te estás empeñando en ayudarme? 

Buena pregunta. Entorné los ojos, pensativa, intentando encontrar alguna respuesta, pero acabé evitando las cuestión al ponerme a preparar café para los dos. De todas formas, era bastante obvio que Yoongi necesitaba ayuda. Quizá la mía resultaba insuficiente. Mientras esperaba a que hirviera el agua, pregunté a Yoongi sobre su pésimo -estaba a la vista- estado de ánimo.

— ¿Cómo te sientes hoy?

Tardó en responder. — No sé.

Suspiré, masajeándome las sienes. Era bastante más complicado de lo que pensaba. Me daba la sensación de que yo era el problema, de que Yoongi no quería hablar conmigo sobre lo que había hecho, sobre sus sentimientos, o en definitiva, sobre él. Empecé a creer que la bajada de ánimo repentina era por mi culpa. Me pregunté si una persona podía ser la causa de un trastorno mental y decidí buscarlo en internet -o en algún libro de la biblioteca- más tarde.

El agua no hirvió, pero yo, impaciente, retiré la cafetera del fuego. Lo eché en dos tazas y eché dos cucharadas bien cargadas de azúcar en ambas. Le di una de las tazas a Yoongi, fijándome más en el humo que salía del café oscuro que en la reacción de Yoongi, que aceptó la taza con un suspiro.

— Cuidado, está caliente. — le advertí.

Esperé una vez más un comentario irónico, puede que salido de lugar, de esos que el Yoongi impredecible soltaba como si nada, algo parecido a ''sí, está caliente como yo'' o por el estilo. No dijo nada para variar. Supuse que aquellos comentarios estaban ya en el cajón del olvido. 

Probó el café. Por fin algo del Yoongi que conocía: una mueca de asco. Estuve a punto de aplaudir.

— Está dulce.

— Ah, como yo.

Me fulminó con la mirada. — Aún así, gracias.

Abría la boca, sorprendida, pero disimulé fingiendo que era un bostezo. — ¿Te apetecen galletas? También hay bizcocho. 

— No... No me apetece nada.

— Si no comes no te daré las pastillas, ya te lo he dicho antes. 

Yoongi cerró los ojos con fuerza, ahogó un gritito y volvió a hundir la cara entre sus brazos extendidos sobre la isla de cocina. — No tengo ganas de comer, no tengo ganas de nada, no tengo ganas de vivir.

— Toma. — dije, soltándole un paquete de galletas recién abierto. 

— No puedes obligarme a hacerlo.

Me encogí de hombros. — Sólo lo hago por tu bien.

Finalmente, cedió. Yoongi irguió la espalda para sentarse recto en el taburete, cogió con desgana el paquete de galletas, como si la simple acción de estirar el brazo dos centímetros le resultara una tortura. Le observé comer con parsimonia. Podía estar, perfectamente, masticando el mismo trozo de galleta durante minutos. Yo, harta de su lentitud, acabé rompiendo las galletas en cachitos y empecé a dárselas con cara de fastidio, hasta que él se cansó del todo y acabó girando la cabeza de manera brusca. Yoongi cogió las pastillas y se las tragó, acompañadas de un sorbo corto de café.

— Ya está. — dijo Yoongi, seguramente harto también.

Yo no dije mucho más. Simplemente le observé levantarse e irse hacia la habitación, con apatía, arrastrando los pies. Dio un buen portazo al cerrar la puerta. No le recordé que comiera algo a la hora del almuerzo, ni que superara las dosis de pastillas, ni que se cuidara. Sólo le dejé marcharse antes de que yo me horrorizara al ver que se me estaba haciendo tarde. 

Subí las escaleras de dos en dos, me quité la camiseta allí mismo -supuse que Jimin aún dormía-, la tiré hacia una esquina, busqué algo que ponerme, me vestí mientras me cepillaba los dientes y corrí por media casa buscando como loca mi teléfono, dando saltitos para conseguir abrocharme los pantalones. Agarré mi bolso, eché dentro la copia de las llaves que me había dado Jimin, me puse mis converse negras y salí de allí como alma que llevaba el diablo.

Tenía la sensación de no tocar el suelo al correr por las calles cuesta abajo del barrio. Vi a Kangjoon un par de metros más adelante, caminando como si fuera paseando por un parque cualquiera, con toda la tranquilidad del mundo. Aceleré el paso y llegué a su lado.

— ¡Vamos a perder el metro! — le grité, cogiéndole casi por instinto del brazo y tirando de él.

— ¿En serio?

— ¡Corre!

Se rió, pero fue él quien empezó a tirar de mí, quejándose de que era lenta. Al ver que el bolso se me resbalaba del hombro, decidió cogerlo y echar a correr sin mí, dejándome atrás.

Joon tuvo que esperarme en la boca del metro, impaciente. Al final, los dos volvimos a llegar tarde a la misma clase de siempre, la de genética y evolución de la conducta. Acabamos hablando sobre bipolaridad en el trayecto en el metro de las nueve, y Joon se dio cuenta del por qué -o por quién- había sacado el tema a la luz. Por eso acabó otra vez diciendo que iba a romper las piernas a Yoongi, por hacerme soportar su trastorno.

*****

Nuestras clases de los martes, acababan antes de la hora de comer. Me resultaba extraño que en un solo día tuviera tres horas matutinas de clase únicamente. Kangjoon se aprovechaba de eso e iba a trabajar al hospital de día nada más salir de clase. Días atrás había hablado con la coordinadora por teléfono. Al decirle que era hija de la doctora Jeon, enseguida me dijo que podría ir a cuidar de los niños dentro de un par de días, pero que antes debería tener una entrevista personal con ella. Joon y yo fuimos juntos al hospital, el que estaba cerca de mi antigua casa. No pasamos por el pequeño chalé porque se lo pedí así a Joon, que, comprensivo, me hizo dar un rodeo bastante largo por toda la orilla del río Han.

Nunca me habían gustado los hospitales, pero traté de ser positiva al entrar ahí dentro. Los recuerdos me atacaron tan de repente y tan de golpe que estuve a punto de salir corriendo de allí, sin importarme la entrevista de trabajo o quedar en ridículo delante de Joon. El hospital de día estaba situado en la planta principal, así que no tuvimos que coger el ascensor. Kangjoon caminaba pegado a mí, explicándome con calma que no debía decir delante de la coordinadora del hospital, aunque según él, yo ya tenía el puesto asegurado.

Al pasar una puerta de cristal, varios niños de unos cuatro o cinco años corrieron hacia Joon. Me pareció una escena adorable, aunque sentí algo de pena por algunos de ellos al saber que tenían problemas mentales. Un niño más pequeño se quedó abrazado a las piernas de Kangjoon. A él no le quedó otro remedio que cogerle en brazos y llevarle con el resto de niños. Saludó a cada uno de los pequeños, uno a uno, parándose un buen rato con ellos. Yo me quedé quieta, en una esquina, algo abrumada por tanta energía infantil, observando a un niño que jugaba solo con unos bloques de construcción, repitiendo las mismas acciones una y otra vez. 

Joon se dirigió a mí cuando pasó a mi lado, con una niña gritando a sus pies. — Esto parece un caos, pero son simpáticos. — me dijo, riéndose. Se sentó en el suelo y dejó que la niña se subiera a su espalda. — El despacho de la coordinadora está ahí, a la derecha. Yo me quedo con estos enanos. — Noté que les llamó ''enanos'' con bastante cariño. — ¡Suerte!

Le devolví la sonrisa y caminé hacia la puerta que me había señalado. Llamé. 

— Adelante.

El despacho era bastante grande, pero daba la sensación de no serlo porque una estantería grandísima cargada de libros llenaba el espacio casi por completo. Había unas sillas delante de un escritorio, donde una mujer de cabello corto y bata blanca estaba apoyada. Sonrió al verme.

— ¡Hyesun! ¡Qué mayor! 

— Eh... hola.

— No me recuerdas, ¿verdad? Soy Sooah, la amiga de tu madre. ¡Si cuando te conocí eras una cosita de nada! — se rió. Al parecer era simpática como Joon me había comentado. Hizo un gesto para que tomara asiento delante de ella. — Bien, me presentaré mejor. Kim Sooah, coordinadora del hospital de día del centro y psiquiatra infantil. 

Me tendió la mano. Se la estreché siendo lo más educada posible, con una ligera reverencia. — Jeon Hyesun.

—Madre mía, si tu hermano ha salido a ti, tiene que estar ya grandecito. — Soltó. Yo sólo me reí. La expresión de la psiquiatra cambió de golpe. — Bueno, vamos al grano. ¿Por qué quieres el trabajo?

Respuesta fácil: porque necesitaba dinero. Respuesta elaborada: — Me gustan los niños, y me encantaría ayudarles. Acabo de verles, ni siquiera les conozco y ya me parecen encantadores. También me gustaría tener el trabajo para poder entender mejor la psicología de la gente en general. 

— ¿No lo haces por el dinero?

— No es algo que esté de más.

— ¿Eso es un sí? — preguntó, enarcando las cejas. Yo asentí. — Me gusta que seas sincera. Tampoco haces el trabajo por juntarte a Kangjoon, ¿verdad? Muchas chicas han venido aquí sólo para estar con él y acababan doblemente estresadas porque estar con los niños tanto tiempo las agotaba.

— Èl y yo ya somos amigos desde hace bastante. —contesté tranquila. 

Tomó nota. — ¿Experiencia laboral con niños?

— Sí. Daba clases a niños de primaria y secundaria por las tardes.

— Suena feo decirlo, pero sabes que estos niños no son normales. Las cosas pueden complicarse, y hay que tener mucho tiento con ellos. También tendrás que estudiar un poco para saber cómo tratarlos. — advirtió. Yo asentí. — Tenemos un poco de todo: desde niños con retrasos leves hasta niñas con depresión infantil. ¿Sigues queriendo el trabajo?

— Por supuesto.

— Hay varios de los chiquillos que sufren autismo. ¿Sigues queriendo el...?

— Da igual lo que tengan, quiero cuidarlos. — interrumpí. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, me disculpé rápidamente. 

La mujer me tendió la mano una vez más. — Se nota que eres una Jeon. Insistes y sabes lo que quieres. Empiezas cuando acabes de estudiar todo esto.

Y colocó sobre la mesa una pila de hojas blancas, escritas por ambos lados. Las señaló con una sonrisa. Yo, sin embargo, las miré con incredulidad. Pensé que lo de estudiar lo decía de coña, pero al parecer a la doctora Kim no le iba mucho bromear.

*****

Había decidido esperar a Joon fuera, sentada en uno de los bancos del parque del hospital. Aproveché para empezar a leer los apuntes que me había dado la coordinadora. Todos hablaban sobre ciertos trastornos mentales en niños y cómo tratarlos, aunque los procedimientos se podían aplicar también a algunos adultos. Los guardé en mi bolso con cuidado, cansada de leer. Empezaba a hacer algo de frío en Seúl. Y viento. Por eso me costó prender el último cigarro que había robado a Yoongi hace más de quince días. No era muy experta en encender mecheros y en fumar, al fin y al cabo.

Estaba tan concentrada en el cigarrillo que no me di cuenta de que un chico vestido con jersey rojo se había plantado enfrente de mí. Me quitó el cigarro cuando yo alcé la cabeza para mirarle. 

Yoongi se puso el pitillo entre los labios. Sacó su viejo mechero metálico y prendió el cigarro sin ninguna complicación. Me fijé en un papel azulado que llevaba en la mano: eran los papeles de los diagnósticos del hospital. No le dije nada hasta que dio la primera calada.

— ¿Y eso?

— Depresión. — dijo, sin más, tendiendome el papel sin interés. Lo ojeé. Era cierto lo que decía Yoongi. Él se frotó la cara y los ojos, como si fuera un niño pequeño. Los tenía algo rojos, al igual que la nariz. Supuse que había llorado. Otra vez. — Jimin me dijo que viniera aquí.

Le observé. Parecía cansado. De hecho, entrecerraba los ojos y ladeaba la cabeza, como si le costara ver por culpa del sueño. Suspiré y estiré el brazo para que me dejara el cigarro. Yoongi, con toda la elegancia y sutileza del mundo, se lo puso entre los labios de nuevo para que yo no cogiera el pitillo. 

— Parece que tienes sueño.

— De qué me sirve dormir si lo único que tengo cansado es el alma. — soltó, con amargura y cierto sarcasmo. Echó lentamente el humo de una segunda calada por la boca mientras hablaba. — No entiendo por qué me han dicho que tengo depresión, si no siento nada.

— Es por eso exactamente.

Me miró. — Se supone que con depresión sientes un vacío, sientes que algo te duele. Yo sólo lloro.

— ¿Eres consciente de... de lo que te pasa?

— Sí. Soy una mierda, eso me pasa.

— No me refería a eso.

Se rió. Fue la primera vez que le vi sonreír en días, de nuevo, de esa forma triste e irónica tan suya. Al parecer las pastillas que le di habían hecho algo de efecto. Volvió a sujetar el cigarro con el índice y el corazón y me lo ofreció. Le di una calada larga y se lo pasé. Sabía que el tabaco era bueno para algunas sesiones de terapia.

— No te referías a eso, pero sabes que soy una mierda.

— No eres una mierda. Simplemente tienes un problema, y ya.

— Tú eres el único problema que he tenido en mucho tiempo y ahora ya no te tengo.

Suspiré. — ¿Eso crees?

Se encogió de hombros con indiferencia y una mueca. — Sí.

— ¿Crees que soy la culpa de tu... depresión? — Pregunté, curiosa. No hice más comentarios, aunque me quedé con ganas de decirle que su ''depresión'' era un diagnóstico falso. O eso creía.

— Tú no eres la culpa en sí. Es el vacío que dejas.

— Bien, vamos avanzando algo. — dije casi para mí misma. Traté de que sus palabras no me afectaran mucho. — ¿Cómo...?

— ¿Por qué no me abrazas otra vez?




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