d i e c i s i e t e
— El único miedo que tenía su madre era que su hijo fuera igual que ella. Dahae nunca fue capaz de superar su enfermedad, pero conoció a un buen hombre después de dar a luz. Él accedió en ser el tutor de Yoongi, ya que sabía que Dahae tenía problemas mentales. Más tarde, los dos se casaron cuando Yoongi apenas tenía un año, así que él se convirtió en su padre. Se querían mucho. Juntos, y con el niño, trataron de estabilizarse, pero Dahae tuvo una crisis maniática y empezó a gastar todo el dinero que su marido ganaba en el trabajo. Y era una trabajo mediocre; ganaba lo justo para salir a flote con el niño, que todavía era muy pequeño, y con su mujer. Poco a poco, Dahae se fue desentendiendo de Yoongi y de su marido. Todos sabíamos que después de la calma llega la tormenta, ella incluida. Así que, cuando llegó su periodo depresivo, se emborrachó y se suicidó. Se sentía culpable por tener el trastorno bipolar, de haber dejado a la familia en bancarrota y de tener un hijo que desde pequeño apuntó a heredar la enfermedad. Yoongi sólo tenía cuatro años cuando Dahae murió.
— Él me dijo que su madre le abandonó. — comenté.
El señor Min negó con la cabeza. — Eso le dijimos todos. Era demasiado pequeño para entender la muerte de su madre, así que le dijimos que se marchó.
— ¿Y su padre?
— Encontró el cuerpo de su mujer en el suelo, aún con vida. No logró hacer nada por ella y finalmente murió, como ya sabes. Se sintió culpable, empezó a resguardarse en el alcohol... Y el resto lo sabes. Yoongi te lo contó, si no me equivoco.
Hice una mueca triste. — ¿Sigue vivo?
— Desapareció cuando Yoongi se marchó con su amigo a Seúl.
Me sorprendió que el anciano no mencionara en ningún momento el nombre del padre de Yoongi. Bueno, si podía llamarle así. Ni siquiera era su padre biológico. Me pregunté si él sabría que el hombre que le pegaba cuando llegaba borracho a casa no era su verdadero progenitor, o si su madre era bipolar como él. Una parte de mí quería decírselo. Quería decir a Yoongi toda la verdad, sin importar las consecuencias; pero por otro lado sentía que los abuelos de Yoongi habían hecho bien en mentirle. Era una de esas mentiras piadosas que sólo se dicen cuando tienes que proteger a alguien. También me sorprendió cómo el hombre contaba la historia. Lo hacía de una forma neutra, sin mostrar ni un sólo ápice de tristeza, casi como si estuviera recitando un guión aprendido durante años, como si hubiera estado esperando aquel exacto momento para contarme todo.
Suspiré pesadamente, entrelacé los dedos sobre la mesa y guardé silencio, incapaz de mirar al anciano que estaba sentado con tranquilidad y paz delante de mí.
— Niña, pregunta lo que quieras. — insistió, riendo.
— Si Dahae y él — dije, refiriéndome con el pronombre al padre de Yoongi — se casaron, ¿por qué Yoongi se apellida como usted? ¿Por qué sigue manteniendo el apellido de su madre?
— Eres una chica muy avispada, niña. — Volvió a reír. — Yoongi quiso mantenerlo. ¿Por qué no se lo preguntas a él? Tiene que saber la razón mejor que nosotros.
— No creo que... quiera decírmelo.
— Ya verás como sí, niña. Venga, haz preguntas. — repitió. Parecía ansioso por responder mis cuestiones y él mismo se dio cuenta, así que volvió a reírse. Yo sonreí. Me caía bien. Ojalá Yoongi pudiera reírse tanto como lo hacía su abuelo.
Ambos escuchamos los gritos inconfundibles de Hoseok junto a un golpe que indicaba que Yoongi y él habían llegado a la casa. Oí cómo Yoongi refunfuñaba y arrastraba los pies por el pasillo. Olía a tabaco, así que supuse que se había fumado ya el quinto cigarro, puede que el sexto. Yoongi saludó a su abuelo y volvió a sentarse a su lado, sin apenas mirarme para evitar que notara la evidente rojez e irritación de sus ojos. Aún tenía los párpados inferiores algo húmedos. Le observé entre preocupada y conmovida. Saber que él sufría el mismo trastorno que su madre me hacía querer ayudarle aún más, a pesar de la responsabilidad que recaía en mí. Me pregunté si Yoongi era consciente de todo lo que estaba ocurriendo en su cabeza, y en general.
Miré el reloj de mi muñeca. Había pasado casi una hora desde que se habían ido; entre historietas y fotos de la infancia de Yoongi, el tiempo se me había pasado volando. Al menos, me había enterado de aquel espacio en blanco, de aquel borrón en la vida de Yoongi del que nadie sabía nada. A excepción de mí, su abuelo y él, claro. Me resultó algo estúpido e infantil sentirme especial por saber algo que sólo un par de personas sabían. Supuse que saber todos los detalles de su infancia me hacía mucho más cercana a Yoongi que cualquier otra persona.
Hoseok volvió a sentarse a mi lado, sobre sus rodillas. Después, Yoongi se dio cuenta de que yo aún ojeaba el pequeño álbum de fotos que su abuelo me había dejado. Se levantó, lo cogió de mala gana y lo dejó en la estantería, en el único hueco que quedaba.
— ¡Todavía estaba viendo las fotos! — protesté, quizá más alto de lo que debería.
— Ya no.
Su abuelo rió, contagiando su risa a Hoseok. — ¿Te parece vergonzoso?
Yoongi volvió a sentarse en el suelo, con la mandíbula tensa y un puchero. Parecía un niño enrabietado, y me hizo sonreír. — Sí, lo es. — contestó. Reparó en los papeles amarillos que todavía no habíamos retirado de la mesa. — ¿Qué es eso...?
Y los cogió, mucho antes de que mi mano los atrapara. Malditos actos reflejo.
Yoongi los leyó con rapidez antes de que su abuelo intentara quitárselos con una agilidad que pensé que no le pertenecía. Su nieto, con el ceño fruncido, apretó los papeles y los agarró con más fuerza, sin dejar de leerlos. Sus orbes oscuros se movían de una línea a otra, con atención y rapidez, sin saltarse ni una sola letra, pero sin detenerse.
— ¿Es de mamá? — preguntó, enfadado.
— Oh, el renacer de la bestia parte... — Hoseok dio un brinco cuando Yoongi dejó los papeles sobre la mesa con un golpe. Se llevó la mano al pecho. — Qué susto.
— Sí, Yoongi, es de tu madre. — respondió su abuelo.
Él frotó la espalda de su nieto, como si se compadeciera. Yoongi volvió a juntar las cejas, extrañado. En mi interior, esperaba que no se diera cuenta de que él también, aparentemente, sufría ese problema. Hoseok sí pareció entenderlo cuando ojeó también los informes. Yoongi apoyó la espalda contra la pared que tenía detrás, adoptando una postura similar a la de su abuelo. Suspiró, cabizbajo, y por el tono de voz con el que dijo sus palabras supe que estaba aguantando las lágrimas.
— La echo tanto de menos...
*****
Hoseok y yo, después de que el abuelo de Yoongi insistiera bastante, fuimos a visitar a Taehyung. Tuvimos que coger el metro, un autobús y caminar unos veinte minutos por la nada hasta llegar a la casa donde vivía. El chico no había cambiado nada, simplemente estaba muchísimo más moreno. Su piel, dorada por el sol, me daba envidia. Nunca logré broncearme, siempre me quemaba y me ponía roja como un cangrejo. Hobi y yo pasamos la tarde con el segundo orgullo de Daegu, paseando y recorriendo las calles de arriba a abajo hasta que Taehyung se acordó de que tenía que volver a ayudar con el negocio familiar. A pesar de que siempre le había tachado de idiota, me alegré de verle.
Era casi la hora de la cena. Abuelo y nieto estaban solos, seguramente charlando con tranquilidad y con ese fuerte acento característico de Daegu. Hoseok decidió cenar fuera porque no quería molestarlos. Tenía razón, Yoongi por fin visitaba a su abuelo después de muchísimo tiempo, así que lo mejor era dejarlos solos. Además, a Yoongi no le gustaba mucho que le escucháramos hablar sobre su vida, a pesar de que apenas entendíamos lo que decía por culpa del dialecto.
También cenamos fuera porque Hoseok, aparentemente, quería hacerme muchas preguntas. Cuando estaba tan serio, con las comisuras de los labios hacia abajo, imponía bastante. Le veía capaz de pegarme un puñetazo en la boca.
— ¿Vas a decírselo? — soltó.
No hizo falta que se explicara. Sabía a lo que se refería. — Prefiero que se lo diga un especialista.
— Al menos le tendrás que decir que tiene que ir a un psiquiatra, ¿no?
— Sí, — suspiré — pero no sé cómo. ¿Me siento, le miro como si fuera un cachorrillo y le digo: "Yoongi, tenemos que llevarte a un médico"? Es demasiado dramático. Y sí, — añadí antes de que Hoseok dijera algo — tendré que decírselo y no llevarle sin más, de golpe, a un dichoso psiquiatra.
— Creo que deberías explicarle qué le pasa.
— ¿Por qué yo? — lloriqueé. — Tú eres su amigo, has vuelto desde yo que sé dónde para ayudarle...
— No confía tanto en mí.
— Ya, pero...
— ¿No te lo ha pedido su abuelo? Mira al pobre hombre. Le quedan dos telediarios. Hazlo por el abuelillo, Hye.
— También podría decírselo él.
— Vamos, sé que esta situación te cansa. — comentó, con la boca llena. — Sé que no te gusta esconderle las cosas a Yoongi, no te gusta el secretismo.
— Mis principios de transparencia varía según la situación, ¿sabes?
— Bueno, haz lo que creas conveniente, pero, desde mi punto de vista, es mejor que se lo digas tú. Lo razonará mejor si se lo explicas.
Resoplé. — Siempre la cago.
— Sí, y él también. Por eso sois novios.
— "Novios" — hice un exagerado gesto de comillas con las manos.
— Quien la caga juntos, la caga unidos. — Dijo, creyéndose un filósofo o algo parecido.
— Jung Hoseok, maestro de la sabiduría.
— En serio, Hye. Deberías decírselo.
Y gracias a Hoseok me encontraba en la buhardilla de la casa del señor Min, dando vueltas de un lado a otro, sin reparar en las cajas de libros y recuerdos que seguramente Yoongi ya había ojeado, pensando en cómo decírselo. "Hey, Yoongi, tío, tienes un jodido trastorno maniaco-depresivo", "Yoongi, vas a tener que empastillarte lo que te queda de vida" o "Tienes la genial suerte de tener cambios bruscos de humor cada semana, enhorabuena".
Yoongi volvió cargado con una colcha mullida, un par de almohadas y mirada cansada. Extendió la colcha en el suelo y tiró sin cuidado las almohadas.
— ¿Duermes aquí? — me preguntó. Estaba tranquilo, no cansado como había creído.
Me encogí de brazos. — Supongo.
Yoongi agachó la cabeza, así que no supe si esbozó una ligera sonrisa o se mantuvo neutro, como de costumbre. Se sentó sobre la colcha, con las piernas cruzadas, encorvado. Alzó la cabeza y me miró, expectante. Era bastante obvio, por mi forma de actuar, que quería contarle algo. Dejé de mordisquearme con nerviosismo el dedo.
— Me gusta cuando haces eso.
Sonreí, sin dejar de estar nerviosa. Me acerqué a él. Tuvo que doblar algo el cuello para mirarme. Como no sabía muy bien cómo romper el hielo o cómo explicarle las cosas, decidí que él escogiera.
— ¿Quieres que vaya directa al grano o que adorne un poco las cosas?
— Si vienes a decirme que mi madre no me abandonó, que se suicidó, puedes abstenerte de decir cualquier cosa.
— ¿Tu... abuelo...?
— Quería preguntárselo desde hace tiempo. En fin, ¿vienes a estudiar los fenómenos astrofísicos o a decirme algo de la forma más directa que puedas?
Retiré varios mechones de pelo de mi cara con urgencia, me humedecí los labios, junté las manos en una sonora palmada e inhalé todo el aire que mis pulmones me permitieron. Yoongi me miró. Podía notar su ansiedad a pesar de que me observaba tranquilo, con los ojos algo más abiertos de lo habitual.
— Tienes que visitar a un psiquiatra, Yoongi. No tienes una depresión.
— No soy como mi madre, Hyesun. Yo no necesito pastillas, ni calmantes. — me interrumpió. Suspiró, se frotó con fuerza los ojos y se dejó caer sobre la colcha. — Yo no soy bipolar.
— Yoon...
— Son cosas vuestras.
Me senté a su lado. Le expliqué, mientras jugaba a entrelazar los dedos de su mano con los míos, que la forma en que se comportaba era más que un síntoma del trastorno, que por desgracia, lo había heredado, que iba a tener que ser evaluado por un profesional y que ante todo, íbamos a estar apoyándole. Yo sobretodo.
Yoongi guardó silencio muchos minutos. Se me hicieron horas. Dejó la mirada perdida en el techo inclinado de la buhardilla. Pestañeó varias veces y por fin, las piezas del puzzle le encajaron.
— Menuda mierda de vida. Preferiría estar muerto.
— No digas esas cosas.
— Sí, tienes razón. No debería decirlo, es más fácil hacerlo.
Le tapé la boca con la mano. Normalmente, si hacía eso, Yoongi solía darme un mordisco y los dos acabábamos peleándonos a carcajadas, pero se quedó quieto. Retiró mi mano con lentitud y tranquilidad.
— Dime que bromeas al menos. — Recibí silencio como respuesta. — ¿Yoongi?
— Quiero besarte.
— ¿Por qué lo dices como si fueras a hacerlo por última vez?
Otra vez, silencio. Yoongi fingió estar bien con una ligerísima sonrisa que apenas curvó sus labios, acercó mi rostro al suyo con ambas manos y unió nuestros labios en un beso dulce, pero de despedida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro