
c u a r e n t a y c u a t r o
Sabía que estaba haciendo una idiotez, pero aun así llamé al timbre. Escuché cómo el irritante sonido retumbaba por toda la casa y el pasillo. Hacía bastante frío, así que esperé con las manos en los bolsillos.
Después de dejar a Manse de vuelta con su madre, decidí pasear hasta el apartamento de Yoongi, movida mayormente por la curiosidad. Llamé a mi madre para avisarle de que quizá llegaba un poco más tarde de lo planeado para la cena, y cuando le dije que iba a visitar a Yoongi, se empeñó en que yo hiciera de terapeuta. Mi madre insistió en que no debía sentirse solo y triste, y como de costumbre, acabé compadeciéndome de él y sintiéndome culpable. Aunque, pensándolo mejor, fue él quien decidió irse solo y quien se mantenía distante. Empecé a creer que lo hacía porque yo le molestaba.
Escuché y vi cómo se giraba el picaporte de la puerta del viejo apartamento. Yoongi se quedó un buen rato mirándome, apoyado sobre el marco de la puerta, preguntándose qué narices hacía yo ahí.
— ¿No deberías estar cenando con tu familia? — me preguntó, arisco.
— Todavía es pronto. — dije yo, dulcemente, en contraste con su tono de voz grave y frío. Yoongi no se movió de la puerta. — ¿Puedo pasar?
Hizo una mueca, pero se retiró un poco para permitirme el paso. El apartamento estaba igual, puede que algo más limpio y vacío. Faltaba una de las mesas de café de la sala de estar, así que Yoongi había decidido tirar ahí muchas de sus partituras. Supuse que eran nuevas porque en ningún momento había vuelto al apartamento que compartíamos con Jimin. Él tampoco había vuelto de Busan.
Yoongi pasó a mi lado, sin decirme nada, directo a tumbarse en el sofá de la sala de estar. Mientras yo me quitaba los zapatos, él encendió un cigarro. Suspiré al ver la fina columna de humo grisáceo del cigarrillo ascender hacia el techo. Me quité el abrigo, la bufanda y los dejé con cuidado sobre el respaldo del sofá. Me senté en él, a los pies de Yoongi.
— ¿Estás bien?
— Sí. — contestó, de mala gana. Dejó que la ceniza del cigarro cayera al suelo, sin importarle mucho ensuciar la alfombra vieja.
— No lo parece... — apoyé la espalda en el sofá. Mi primera idea fue tumbarme al lado de Yoongi, pero él no tenía cara de querer estar apretujado contra el respaldo del sofá, así opté por la segunda opción y me quedé sentada.
Resopló. — Estoy bien.
— ¿Por qué no quieres hablar conmigo? Es raro.
— No quiero hablar contigo, ni con nadie. — me corrigió. — Sólo quiero estar solo un tiempo, y ya está.
Observé cómo fumaba despacio, como de costumbre. Me mordí el labio inferior, preocupada. Me entraron unas ganas terribles de llorar al darme cuenta de que ni siquiera me miraba, y si lo hacía, me miraba como si no volviera a conocerme de nada, con frialdad. Y puede que hasta desprecio. En el fondo, entendía que se sintiera atosigado por todos nosotros. Sobretodo por mí. Pero sabía que Yoongi me necesitaba; a mí y a muchas otras personas. Yoongi había demostrado que, cada vez que se quedaba solo, era capaz de muchas cosas. Desde drogarse hasta perder el sentido hasta quemar una casa a las afueras de Seúl. ¿Cómo iba a dejarle solo si sabía que ya tenía ideas suicidas en la cabeza?
Pareció darse cuenta de que iba a echarme a llorar allí mismo. Me miró con algo de compasión, pero luego bufó.
— Si vas a llorar, vete.
Me encogí sobre mí misma. — No voy a llorar. — me levanté de repente con la intención de calmarme. Pasé varias veces las palmas de mis manos por la pernera del pantalón, inquieta. — Anímate, anda.
La verdad, no tenía ni puñetera idea de cómo animar a Yoongi. Paseé un poco por la cocina, abriendo los armarios y cajones. Oí a Yoongi protestar. Se levantó del sofá con bastante brío, sujetando el cigarro con los dedos. Caminó hacia mí dando zancadas largas, se paró en seco cuando hubo llegado a mi lado y cerró el armario que yo acababa de abrir con un golpetazo, poniendo su mano sobre la mía.
— No hay nada interesante. La única droga que tengo está en mi habitación, y son las putas pastillas de litio y dos paquetes de tabaco. Así que no busques nada. — sonó bastante serio. Se frotó las sienes con un gruñido.
— Sólo buscaba algo para hacerte la cena... Sé que no vas a querer venir a cenar con nosotros, así que... — me encogí los hombros con aire inocente. No mentía. No había ido allí precisamente para buscar cocaína, alcohol o lo que fuera. Sólo quería asegurarme de que Yoongi estaba bien, o al menos vivo. — ¿Te apetece algo en especial?
No dijo nada. Volvió a lanzarse al sofá y se puso a fumar de nuevo. Me ignoró. Yo chasqueé la lengua. Empezaba a molestarme su actitud distante. Me gustaría saber por qué había comenzado a comportarse así conmigo, pero sabía que, si le preguntaba, iba a mostrarse esquivo o iba a terminar gritándome. Preferí mantenerme al margen.
Me tomé la libertad de dar una vuelta por el apartamento. La única habitación vacía era la de Namjoon. Nunca había entrado; supuse que no iba a pasar nada si lo hacía. Al fin y al cabo él ya no estaba allí y no había ningún mueble que me permitiera imaginar cómo estaba decorada la habitación cuando él todavía vivía allí. La habitación de Yoongi, sorprendentemente, seguía igual que cuando entré por primera vez. Yoongi no cogió nada de su habitación cuando nos marchamos a Londres para no levantar sospechas, así que la pila de libros, la cómoda, la cama y todo en general estaba intacto. Tuve una oleada de recuerdos tremenda. Para no tener que llorar, tuve que abrir la ventana de la habitación y dejar que mi cabeza se congelara con el frío invernal un buen rato.
Después de sentir mi cara seca y entumecida por culpa del aire gélido, cerré la ventana y me dispuse a ojear los papeles que Yoongi había dejado sobre la cómoda, desordenados. Temí que fueran nuevas notas, hojas arrugadas y arrancadas de algún cuaderno con palabras dolorosas escritas a mano.
Sólo encontré un billete de tren a Daegu para el dos de enero entre papeles en los que no ponía nada interesante.
— ¿Ya estás hurgando en mis cosas?
Di un brinquito al escuchar la voz de Yoongi. Se había apoyado contra el marco de la puerta. Ya había terminado su cigarro y me miraba con una mueca de fastidio. Se acercó a mi para arrebatarme el billete y lanzarlo de vuelta a la cómoda.
— ¿Te vas pasado mañana...?
— Sí. ¿Tienes algún problema?
— N-no. — miré al suelo, evitando el contacto visual con Yoongi. — Sólo esperaba poder acompañarte, nada más.
— Hye. — me llamó. Se rascó el cuello, detrás de la oreja, seguramente pensando bien qué palabras utilizar para no herirme demasiado. — No sé por qué te empeñas en ser tan pegajosa conmigo.
— Quiero ayudarte.
— Mmh, ya. — asintió despacio con aire sarcástico. — Sólo me molestas.
Apreté los dientes. — No parece que lo digas en serio.
Me miró a los ojos y repitió lo que acababa de decir. — Me molestas.
Caminé hasta los pies de la cama, me senté y procesé sus palabras hasta llegar a la conclusión de que me sentía dolida. Apreté aún más los dientes, intentando retener las lágrimas. Acabé tumbada boca arriba en el colchón, mirando el techo iluminado por la luz roja del cartel de neón del negocio o lo que fuera que el apartamento tenía al lado. Cuando quise darme cuenta, estaba sollozando como una niña pequeña sobre la colcha de la cama, tapándome la cara con ambas manos. Mis hombros subían y bajaban con rapidez, casi como si me dieran espasmos.
— No llores. — escuché la voz de Yoongi algo más cerca, pero no sentí sus dedos limpiando mis lágrimas como solía hacer, o su delgado cuerpo tumbándose a mi lado para abrazarme por la cintura.
Se quedó viendo cómo yo lloraba, sin decir nada, apoyado en la pared más cercana a la cama. Le oí suspirar pesadamente un par de veces. No supe cuánto tiempo estuve llorando, y realmente tampoco sabía el porqué. Las palabras de Yoongi me hicieron un daño tremendo a pesar de que no era lo peor que me había dicho. Simplemente me derrumbé allí mismo. Y él se limitó a mirarme sin hacer el más mínimo esfuerzo por consolarme. Ni siquiera dijo algo sarcástico. Nada.
Logré dejar de llorar e hipar cuando ya habían pasado unos cuantos minutos. Me reincorporé despacio, limpiándome la cara con las mangas de mi jersey de punto. Yoongi no se movió cuando me levanté y me encaminé hacia el pasillo. Tampoco medió palabra. Sólo agachó la cabeza, entre avergonzado y mosqueado.
Entré al baño para lavarme la cara. La poca máscara de pestañas con la que me había maquillado para verme algo mejor antes de salir corriendo de casa para buscara Manse había dejado un rastro negro por mis mejillas y había oscurecido mis párpados por culpa de las lágrimas. Con una toalla de manos limpia y mucho agua templada, conseguí limpiar los restos de máscara negra.
Al salir, casi me di de bruces con Yoongi. Intentó detenerme, pero caminé rápidamente hacia la sala de estar para coger mi abrigo y mi bufanda. Sabía de sobra que estaba arrepentido, aunque no se le notaba mucho en la cara. Me acerqué a la cocina para servirme un vaso de agua y poder aclararme la garganta. El nudo que se me había formado todavía seguía ahí a pesar del llanto. Bebí deprisa, carraspeé y volví a toparme con Yoongi. Mi mirada se clavó en el suelo sin pedirle permiso antes a mi cerebro. Fue como un acto involuntario.
— No te molestaré más, — dije, casi en un susurro. — pero al menos, ya que mi madre te ha invitado, dígnate a ir a comer mañana.
Yoongi asintió. — Hye-
— Espero que duermas bien. Feliz año y esas cosas. — le interrumpí. Sonreí efímera y fingidamente.
Cogí mi abrigo. Me lo puse lo más rápido que pude y me fui de allí. Abroché la cremallera cuando ya estaba bajando las escaleras. Había dejado la puerta del apartamento abierta, y no oí cómo Yoongi la cerraba. Supuse que me estaba viendo desde lo alto de las escaleras, pero no tuve el valor suficiente como para girar la cabeza y corroborarlo.
Nada más salir a la calle, el aire frío volvió a golpearme. Encogí el cuerpo. Maldije en bajo al reparar en que me había dejado la bufanda en el apartamento de Yoongi. Mi cuerpo pedía a gritos que lo abrigara con aquella bufanda calentita y suave, pero mi orgullo me dijo que no volviera a por ella, así que caminé hacia delante, de vuelta a casa. Al menos allí me esperaba la comida casera de mi madre que tanto me había gustado siempre -aunque lo negara muchas veces-.
Recordé el día que me atropellaron, cuando todo se volvió oscuro y tuve la sensación de que estaba a pocos segundos del final. No era una metáfora demasiado adecuada, pero lo mío con Yoongi se había convertido en algo parecido. Sentí que no nos quedaban meses o semanas, sino unos escasos días. También evoqué las palabras de mi madre, su consejo, y me cuestioné durante todo el camino si debía hacerle caso. Reconocí que aún quería a Yoongi, demasiado para decirle que no íbamos a aguntar mucho más...
Quizá a mí y a Yoongi sólo nos quedaban unas cuantas horas.
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