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v e i n t i d ó s

Después de creer firmemente en las palabras de Yoongi y después de que él me meciera en sus brazos como si fuera un bebé por un par de minutos, yo dejé de llorar, de hipar y de hacer ruidos ahogados de foca. Me había dicho que todo iba a estar bien. Sus palabras me hicieron esperar que algo cambiara para bien, porque de momento todo iba cuesta arriba. Me quedé con la barbilla apoyada en el hombro de Yoongi, con la mirada perdida, fija en el suelo. Él seguía abrazándome con fuerza, pero al parecer estaba incómodo si yo no lo hacía, así que bufó de mala gana.

— Abrázame. — Exigió, apretándome.

Yo, que estaba acurrucada contra él, rodeé su cuello con mis brazos y le abracé musitando un "gracias". Había sido sorprendentemente paciente conmigo, cosa que no me esperaba de Suga. Por si fuera poco, había sido capaz de consolarme, esperanzarme y calmarme con un par de palabras, como por arte de magia. Me estrechó aún con más fuerza. No supe si era yo la que estaba deprimida o lo era él, que poco le faltaba para aferrarse a mí como un koala y de echarse a llorar quejándose de la mierda de vida que tenía. Al parecer, el Yoongi de verdad era más empático y sentimental de lo que aparentaba. Y eso me gustaba.

— Ya estoy bien. — murmuré, con una voz más ronca y rota de lo que había imaginado. Dejé de abrazarle, de rodear su cuello con mis brazos,  y como él se negó rotundamente a dejar de hacerlo, me quedé con las manos sobre sus hombros, a escasos centímetros de él, que con una sola mano acabó de secarme la cara sin ningún tipo de delicadeza, con fuerza. Sonreí con amargura. — Vas a darme de sí la cara.

— No te quejes.

— Vale, vale... — suspiré y le di un par de palmaditas en el hombro, justo donde la tela de su camiseta estaba más mojada. — Lo siento. No era mi intención calarte la camiseta.

Yoongi chasqueó la lengua. No supe si lo hizo porque tenía el hombro mojado o porque empecé a evitar cualquier tipo de contacto cuando dejó de abrazarme. — Si no lloraras tanto... Estúpida. — bufó.

— ¿Alguna vez te han dicho que debes de ser el Romeo de este siglo? — pregunté sarcástica. Suga soltó una risilla que no me esperaba. Yo también sonreí al verle reír. — ¿O que eres alguien muy pero que muy romántico?

— Siéntete especial, porque eres la primera.

*****

Acabé tumbada en el sofá de la sala de estar del apartamento de Suga, acurrucada en posición fetal, viendo el canal de noticias, ignorando las llamadas de Kangjoon y mi hermano. Volvía a tener ganas de llorar. Yoongi, con sus gafas negras, se sentó a mi lado con el ordenador portátil, con los auriculares, haciéndome caso omiso. Oía cómo aporreaba las teclas rápidamente, casi con ira, y fue inevitable que me acordara de él tocando el piano. Parecían dos personas distintas. Una tecleaba con frenesí y la otra con calma. Pareció darse cuenta de que le miraba con el ceño levemente fruncido y los ojos vidriosos.

— ¿Vas a volver a llorar?

Negué con la cabeza. — Estoy seca. Ahora soy sesenta por ciento agua.

Yoongi volvió a ignorarme. Suspiré. Mi teléfono, cerca de mis pies y cerca de Suga, no paraba de sonar cada tres o dos minutos. Yo no estaba en condiciones de responder, ni siquiera de moverme, y por eso decidí que lo mejor era hacer como si nadie me llamaba. Pero Suga, que empezaba a irritarse cada vez que notaba el teléfono vibrar en el sofá, no fue capaz de ignorar las llamadas y respondió a una de las muchas sin siquiera mirar quién era. Sujetó el móvil con el hombro para tener las manos libres y poder seguir escribiendo.

— A ver, no sé qué coño quieres, pero deja de llamar ya. — Soltó. Me reincorporé lo más rápido que pude y traté de quitarle el teléfono. — No, no sé quién es Hyesun.

Puse los ojos en blanco y forcejeé con Yoongi hasta que cedió y me dio mi teléfono. Al otro lado de la línea se podía escuchar a alguien muy cabreado hablando a gritos. No llegué a ponerme el móvil en la oreja porque oía perfectamente a quienfuera la persona que me hubiera llamado.

— ¡Hye! ¿Dónde estás? — Era Kangjoon. De fondo se oía la cafetera funcionar, así que supuse que estaba trabajando. — ¡El gerente está que echa chispas!

— Ah, cierto... El trabajo...

— ¿"ah, cierto, el trabajo"? — Joon suspiró y se puso a gritarme a continuación. — ¡Sé que estás con ese peliazul alcohólico, Hye! ¿¡Estás bien!?

— Joon... Es verde.

El teléfono se puso a pitar indicándome que tenía una llamada entrante. Kangjoon debió de escucharlo también y decidió cortar nuestra llamada enseguida después de resoplar y de calmarse un poco. —Está bien, Hye. Le diré al gerente que estás enferma... Estaba preocupado.

— Gracias. Y no te preocupes, estoy bien y a salvo.

Resopló. — De nada, pero me debes una.

Y colgó. Miré la pantalla del teléfono, después a Yoongi -que me decía con la mirada que no respondiera y que dejara el dichoso teléfono en silencio o apagado-, luego miré de nuevo a la pantalla y a Yoongi otra vez, como si siguiera con la mirada la pelota de un partido de tenis. Quien llamaba era Jungkook, y mi hermano nunca contactaba conmigo por teléfono a no ser que se tratara de algo muy urgente. Por eso decidí descolgar y responder, aunque Yoongi protestó.

— ¡Hye, ya era hora! — Dijo, suspirando muy aliviado. Más que nunca. En una situación normal le hubiera contestado de mala gana, pero le dejé hablar para que no notara mi tono de inquietud. — ¿Dónde estás? Mamá me lo ha contado y te estamos buscando desde las nueve. ¿Estás bien?

— Sí. — respondí con frialdad. Intercambiaba miradas nerviosas con Suga y la pantalla de la televisión todavía encendida. — Estoy bien.

— Vale, guay. ¿Dónde estás? Mamá quiere hablar contigo. Bueno, y yo. — Oí a alguien hablar de fondo. Era un chico, y después de concentrarme en su voz, me di cuenta de que era Namjoon. Se me encendió la bombilla roja de alerta en la cabeza porque supe al instante de que venían hacia el apartamento. Y si era verdad que mi madre quería hablar conmigo, no me deparaba nada bueno. — Estás con Suga, en su casa, ¿verdad?

— No. no, no, no. — Respondí nerviosa. — No me busques, Jungkook, no quiero hablar con nadie.

— Pero...

Finalicé la llamada. Apagué el teléfono, me levanté sobresaltando a Yoongi y me puse a dar vueltas por la cocina. Abrí el frigorífico varias veces, sofocada, angustiada y casi paniqueando, en busca de comida. Yoongi se levantó y se acercó a mí. Tuve que fingir estar tranquila, aunque no me salió muy bien. Me volví para verle. Estaba de brazos cruzados, apoyado en la encimara de la cocina, mirándome con las cejas enarcadas.

— ¿Qué haces?

— ¿Yo?

— No, mi abuela muerta.

— Buscar algo para comer. — Dije, encogiéndome de hombros. Puse cara de niña buena y le miré con ojos de cachorrillo. — ¿Y si nos vamos a cenar fuera? Sólo hay cerveza y cereales.

— Cena cereales, que son muy nutritivos.

— Yooooooongiii... — protesté.

Fingir ser una niña pequeña, mona e inocente funcionaba de maravilla para conseguir comida con él, así que después de un par de intentos, Suga accedió a ir a algún restaurante no muy lejano -porque le daba pereza caminar-, pero lo suficientemente lejos para que Jungkook me perdiera la pista. Tenía prisa por dar esquinazo a Jungkook, por eso no dejé que Yoongi se pusiera lentillas o se cambiara de ropa. Como estaba impaciente por irme de allí y no dejaba de lloriquear, Yoongi acabó colérico y nos dos nos fuimos hacia el restaurante hablando a gritos, quejándonos el uno del otro. Al final, él me amenazó con tirarme al río si no me callaba y le daba la mano, así que como no quería calarme de nuevo, entrelacé mis dedos con los suyos en silencio.

*****

Yo no dejaba de comer y Suga apenas probaba bocado. Se dedicaba a mirarme con la mejilla hundida en su puño y el codo apoyado en la mesa mientras masticaba durante minutos el mismo trozo de carne. Normalmente me molestaba comer con otras personas por dos razones: uno, yo parecía un cerdo; y dos, las gente hacía mucho ruido al comer y me ponía nerviosa, enferma. Que alguien criado en un país y una cultura donde las personas están acostumbradas a hacer los más asquerosos ruidos posibles a la hora de comer algo dijera eso, resultaba casi una blasfemia. Por eso, yo siempre comía sola. Pero con Yoongi era distinto. Él me ponía nerviosa porque no dejaba de mirarme, no porque hiciera ruidos incómodos al masticar.

— Come y deja de mirarme así, que al final me voy a atragantar.

— ¿Cómo te estoy mirando? — preguntó Suga haciéndose el inocente. Bueno, más bien el ignorante.

Imité la forma en el que solía mirar a la gente cuando estaba cabreado. Entorné los ojos, bajé un poco la barbilla, arrugué la nariz y puse cara de asco. Yoongi se rió de esa forma tan, tan adorable que a mí también me hacía sonreír. Negó con la cabeza en sinónimo de desaprobación. Me sentí orgullosa porque había conseguido que dejara de mirarme, así que pude comer tranquila.

— A veces me miras así.

— Nunca miro así a la gente. ¿Crees que si miro así a la gente me tomaría en serio?

— No, pero saldrían corriendo... Es broma. — aclaré rápidamente. Aparté mi plato y se lo pasé a Yoongi. Él me miró otra vez por encima de la montura de sus gafas con las cejas enarcadas. — Cómetelo, yo ya no puedo más...

Rechazó la carne apartando mi mano y frunciendo los labios. Yo, que estaba más que decidida a no dejar nada de comida en la mesa, empecé a darle los trozos de carne con los palillos, haciendo ruidos extraños, como si estuviera tratando de dar de comer a un niño pequeño. Suga protestó con un grito de frustración, de esos que solía soltar a menudo.

— ¿Crees que soy un bebé? Deja de hacer gilipolleces. Soy cuatro años mayor que...

Aproveché que Yoongi gruñía para meter el trozo de carne en su boca sin dar previo aviso. No le quedó otra que masticarlo y comerlo.

— Qué harías sin mí, morirías de hambre... — suspiré. Cogí un nuevo trozo e hice que se lo tragara pesar de que Yoongi había tratado de evitar que le diera de comer dándome un manotazo. — Deberías saber ya lo terca que soy. Hasta que no acabes lo del plato, no te dejaré en paz.

Yoongi resopló y obedeció, resignado. — Quién crees que eres, ¿mi madre?

— Tu novia. — Solté.

Lo dije sin pensar. No se me pasó ni dos veces por la cabeza. Simplemente lo dije, y no me di cuenta de lo que había soltado hasta que Suga dejó despacio los palillos en la mesa, despacio, con la mirada clavada en el suelo. No tardé en darme cuenta de que en realidad él y yo no éramos nada. Yo estaba tan aturdida, avergonzada y nerviosa a la vez que no fui capaz de decir algo, ni siquiera de corregirme a mí misma. Lo único que conseguí fue que mi cerebro mandara señales a mi mano para coger el vaso de cerveza de Yoongi, que era el más cercano a mí, y beber de él a pesar de que odiaba la cerveza.

Él abrió la boca para decir algo, pero me adelanté después de cavilar bastante las consecuencias.

— No,no,no,no. Lo he dicho sin pensar. — me reí, nerviosa. — Lo siento, lo siento. E-estaba... Eh... Perdona. No... Quería decir eso. Olvídalo.

— Mejor. — murmuró, con esa voz ronca que tenía cuando no quería decir algo realmente. Me dirigió una mirada fugaz y se puso a comer como si nada hubiera ocurrido.

Ojalá la tierra pudiera tragarme, ojalá alguien como Superman pudiera salvarme de allí. Como si hubiera mencionado al rey de Roma o algo parecido, la puerta del restaurante de abrió dejando vía libre a Jungkook, aunque no era Superman, ni mucho menos. Prácticamente, era todo lo contrario. Era como un verdugo seguido de mi sentencia de muerte. Allí estaba mi hermano, hablando por teléfono con mi madre, buscándome con la mirada. Jungkook primero reparó en Yoongi y después en mí, cuando dio un par de pasos hacia el peliverde. Tragué saliva y me escondí detrás de mi pelo. Para asegurarse de que yo era Jeon Hyesun y no otra, mi hermano me cogió bruscamente del hombro y me obligó a encararle. Yoongi fulminó con la mirada a Jungkook.

El moreno suspiró. — Dios, gracias a dios que te he encontrado.

— ¿Vienes a molestar, rata? — Dijo de muy, muy pero que muy mala gana Suga.

— Vengo a por mi hermana, ¿vale? — respondió Jungkook casi de la misma forma.

— Ella se queda conmigo.

— No, se viene conmigo. — Sentenció mi hermano. Me zafé de él y enseguida me miró con esa cara de trauma que siempre ponía. — ¿Hye?

— Yoongi ha dicho que me quedo y voy a quedarme con él.

— Hye, por favor. — protestó al borde de una rabieta. — Mamá está destrozada, está buscándote por todas partes. ¡Hasta papá! Sólo quieren hablar contigo. Sobretodo mamá. Me ha dicho que papá te ha pegado y... Está fatal. Por favor, ven.

— No.

— ¡Dile que estás bien al menos!

Resoplé. — He dicho que no.

— Hyseun, joder, vamos. Es la verdad. Mamá ha llorado por ti, porque dice que estás perdidamente todos los sentidos, y ella está perdiendo la cabeza.

— Vaya, qué pena. — soltamos Yoongi y yo al unísono sorprendentemente.

— En serio. Vamos, Hye, te cubriré el resto de tu vida. No habrá más gritos, ni te ignoraré, ni nada de eso. Por favor. Haz que mamá se calme.

— No.

— ¡Hye! — gritó. Jungkook pataleó y empezó a apretar los puños. — Mira, yo también estoy preocupado por ti. No sabía que esto iba a llegar tan lejos... Ven y lo arreglamos. Somos hermanos al fin y al cabo, tú eres la mayor y...

— Cierra ya la boca y vete. — Intervino Yoongi con el tono más amenazador que había escuchado hasta el momento.

— Mira, serás  mayor y todo lo que quieras, pero si hace falta que te pegue un puñetazo para llevarme a mi dichosa hermana, te lo doy, Suga. — dijo mi hermano, irritado, aunque noté algo de miedo cuando desafió a Yoongi, que se encogió de hombros con una mueca, sin darle mucha importancia a la amenaza.

— Hazlo y veremos qué tal te va la semana que viene con un brazo roto.

Me levanté de la silla de golpe tratando de poner un remedio rápido a lo que iba a convertirse en una pelea de las malas. Empujé a Jungkook hacia la puerta. Hice ademán de irme, pero Yoongi me agarró de la muñeca con fuerza. Tiro de mí para que mi rostro quedara cerca del suyo.

— No te vayas.

Estábamos cerca, muy cerca, tan cerca que su nariz casi se rozaba con la mía. Por eso, casi por instinto, le besé en los labios antes de que Jungkook tirara de mí hacia el otro lado y me llevará hacia la salida.

— No pasará nada. — le tranquilicé.

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