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Un espantoso sonido, la luz golpeándome en la cara y mi madre gritando fueron los tres motivos por los que me levanté una mañana más de domingo con mal humor. Mi madre, hecha un basilisco, entró a mi habitación cuando yo aún no me había ni despejado del todo. Al incorporarme, mi madre se plantó enfrente de mí, a escasos centímetros, y empezó a gritarme.
—¿¡Pero cómo puedes permitir ésto!? ¿¡Acaso eres mi hija!? ¡La próxima vez que no limpies, te echo de casa!
Bueno, ese era mi objetivo principal: marcharme de casa de una puñetera vez.
— Vale. — Dije sin más.
— Lávate, baja y a ver lo que haces con los amigos de tu hermano. Siempre pones ojos de corderito en cuanto ves a algún chico por aquí.
No refunfuñé, no me quejé, no dije nada. Sólo obedecí a la ama de la casa, mi madre. Todos vivíamos bajo su tiranía, condicionados por lo que ella hacía o decía. Hasta Jungkook, que se creía el rey de la casa. Como dijo mi madre, me di una ducha rápida, me acicalé y bajé las escaleras con el pelo aún mojado. Gracias al cielo, los amigos de Jungkook no parecían estar en casa. De lo contrario, se escucharían gritos, risas y conversaciones absurdas, pero al llegar a la cocina, me paré en seco. Allí estaba él: su pelo verde, la chaqueta del otro día y la cara de pocos amigos de siempre. Después de vacilar un buen rato, entré a la cocina. Traté de ignorar al resto y me concentré en mi hermano.
—¿No me prometiste que ibas a limpiar todo? — Le pregunté mientras buscaba arroz para mi desayuno. — ¿En serio os habéis acabado todo el arroz...?
— Ha sido Jin.
Fulminé con la mirada al susodicho, que se encogió de hombros con una sonrisilla.
— La segunda era más bien una pregunta retórica. — Solté — Quiero que respondas a la primera.
— Limpiamos todo— contestó Jungkook por fin, después de unos segundos de silencio. — No le digas nada a mamá, por favor.
Suspiré. — Llevo meses así, entre la espada y la pared. La única a la que riñen es a mí, la única a la que le hacen trabajar es a mí, la única que estudia aquí soy yo. Todo lo hago yo, y tú ni siquiera mueves un dedo, Jungkook. Siempre estoy cubriéndote. Me hartas.
— Wow. — escuché decir a alguien, probablemente al estúpido de Namjoon.
Jungkook carraspeó. — Vale, vale, lo pillo. Empezaré a pagarte.
— No quiero dinero, quiero tranquilidad. Quiero que mi madre deje de tratarme como si fuera la puta Cenicienta, ¿entiendes?
— Wow. — dijeron sus amigos al unísono, excepto el peliverde.
Un momento. ¿Suga era amigo de Jungkook?
Me quedé un par de segundos en blanco como una tonta. Después reaccioné y salí de la cocina con una bebida de yogur en la mano, haciendo el vacío a los chicos. Escuché algunos ''qué fría'' o ''tu hermana debe de tener la regla'', comentarios que no solía pasar por alto, pero que por un día ignoré. De camino a mi habitación, noté que alguien me seguía. Me giré y me topé con mi madre, que me hizo una seña para que la siguiera. Claramente, la seguí sin rechistar. Me llevó a la sala de estar.
— ¿Puedes explicarme qué es eso? — Preguntó mientras señalaba el cristal roto que vi anoche. Jungkook lo había tapado con una planta, pero de alguna manera mi madre lo había descubierto. Nada era un secreto en la casa si mi madre estaba allí. Tragué en seco.
— Ayer Jungkook hizo una fiesta y...
Mi madre, que me daba la espalda, se volvió horrorizada. Pensé que llamaría a mi hermano de inmediato, y por una vez, pensé que podría salir viva de aquella. Era obvio que me equivocaba.
— ¿¡Qué!? ¿No te basta ya con ser una mala hija? ¡Lo que faltaba, echar la culpa a tu hermano! — exclamó — ¿Cómo rompiste ese cristal?
— ¡Yo no fui, fue Jungkook o alguno de sus estúpidos amigos! ¿Cómo iba yo a romper el cristal si no estoy en casa nada más que cuatro horas al día? — Me defendí.
— ¡Deja de decir estupideces!
— ¡No son estupideces! ¡La única estupidez...!
— ¡Jeon Hyesun, o te callas o te echo de esta casa! — Sentenció mi madre.
Me mordí la lengua por miedo a que su mano cruzara mi cara. Un nudo empezó a formarse en mi garganta mientras mi madre murmuraba algo que no alcanzaba a escuchar pero que estaba relacionado conmigo, y al cabo de unos segundos, exploté.
— ¡Échame! ¡Lo único que quiero es irme de esta jodida casa! — Grité — ¿Qué coño he hecho para merecerte como madre? ¿Qué he hecho mal? ¡Si llegara a enfadarme por todo lo que me has hecho tú, estarías muerta!
— Vete.
— ¡Y con gusto! ¡Ojalá pudiera quemar esta casa!
Salí fuera para tomar tomar algo de aire fresco, cegada por la ira y las lágrimas que se acumulaban en mis ojos. Cerré la puerta principal de un portazo, dispuesta a echar a correr calle abajo sin rumbo, pero no llegué ni al último escalón que había antes de pisar la acera de la calle, me derrumbé por completo en el segundo escalón. Lloré con la cara entre las manos, sola, como siempre. Al rato, escuché que la puerta se cerraba. Cuando levanté la cabeza, Suga me miraba con el ceño fruncido. Me enjugué las lágrimas rápidamente, pero no dejaban de salir de mis ojos.
—¿Por qué lloras?
— Por... por todo. — respondí con la voz todavía quebrada.
Él hizo una mueca. — Normalmente la gente responde ''por nada".
— Por mi madre.
— ¿Porque tu madre te grita? — soltó una risotada mitad sarcástica mitad fingida. — Eso no es motivo para llorar.
Me tapé la cara con las manos otra vez. No podía parar de llorar. De repente, noté algo encima de mis hombros. Volví a alzar la cabeza, y como si hubiera aparecido a mi lado de la nada, estaba Suga pasándome un brazo por los hombros, como si quisiera consolarme.
Yo, sin saber muy bien lo que hacía, me pegué a él y le abracé, cual peluche a tamaño real. Hundí mi rostro en su hombro sin temor a dejarlo húmedo por culpa de las lágrimas. Y él, que al principio estaba sorprendido, acabó por estrecharme contra su pecho también, mientras yo sollozaba sin consuelo.
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