t r e i n t a y n u e v e
Volví a casa sana y salva gracias a Jimin. Me despedí de él con una sonrisa triste y devolviéndole la chaqueta que me dejó la noche anterior. Mi madre, preocupada por mi salud mental más que por mi salud física, le agradeció que trajera a su hija de vuelta a casa, me acompañó hasta mi habitación y me dijo que estuviera tranquila, que no iba a pasar nada.
— Mamá.
— Dime, cielo. — Se giró apoyada en el marco de la puerta. Siempre tenía mirada cansada, y las primeras arrugas empezaban a dejarle mella cerca de los ojos. Me pregunté si me vería igual que ella en unos cuantos años.
— ¿Podemos irnos de aquí lo antes posible?
Se acercó a mí. Se sentó con tranquilidad a mi lado, en la cama, puso su mano en mi hombro y lo apretó suavemente. — ¿Estás segura de que quieres irte de aquí? Es un cambio bastante grande. Quizá no te acostumbres lo suficientemente rápido, y no podremos volver a Seúl en una buena temporada. Piénsatelo dos veces, Hyesun.
Negué con la cabeza. — No. Quiero irme ya. Me iría ahora.
— Ya he aceptado el trabajo, así que podremos irnos en un par de meses...
— ¿¡Meses!? — exclamé.
— Hay que arreglar papeleo, tramitar un montón de cosas para el viaje... No puede ser tan inmediato. Nos mudaremos allí, no iremos sólo de viaje de turismo.
— ¡Dos meses es muchísimo tiempo, mamá! ¡Quiero irme de aquí! — grité, histérica.
Mi madre me obligó a tumbarme en la cama. Me tapó con las sábanas, acarició mi pelo y terminó de secar mis lágrimas. — Cielo, nos iremos cuanto antes, pero de momento, espera. Te prometo que nos marcharemos lo antes posible.
Suspiré, reteniendo una vez más las lágrimas. Cerré los ojos. Me dolía la cabeza más que por la mañana, los párpados se me habían hinchado de tanto llorar y tenía la garganta seca por culpa de ese nudo incómodo e irritante que se me formaba tan a menudo cuando recordaba algo relacionado con Yoongi. Era muy, muy pero que muy doloroso. De toda la clase de dolores del mundo, el psicológico era el peor de todos.
Era imposible que una persona me afectara tanto. Iba contra cualquier ley de la física, de la medicina, de todo en general.
— Hyesun, deja de somatizar tanto las cosas. — Me dije a mí misma, en un susurro. — Se te pasará.
*****
Me desperté bastante tarde. Había estado toda la noche intentando dormir, pero hasta el techo blanco de mi habitación me recordaba a Yoongi. Al final, acabé hablando por teléfono con Hoseok. Después de que me dijera que le habían recetado unas pastillas para superar la crisis y el síndrome de abstinencia que le daban mucho sueño, le dejé dormir. Entonces, llamé a Jimin. Jungkook nos escuchó hablar, así que acabó entrando a mi habitación. Mi hermano usurpó mis sábanas y se quedó tumbado en la cama, escuchando cómo Jimin y yo hablábamos. De vez en cuando, comentaba algo fuera de lugar, y Jimin se ponía a protestar, haciéndome reír. La llamada finalizó casi a las siete de la mañana.
Mi hermano no estaba cuando bajé a la cocina. Sólo encontré su teléfono, vibrando sobre la mesa de madera donde nos solíamos reunir mi madre, él y yo a la hora del desayuno. Cogí el teléfono justo cuando la persona que se encontraba al otro lado de la línea, colgó.
Era Yoongi.
Y en la pantalla del móvil de mi hermano, salían reflejadas nada más y nada menos que siete llamadas perdidas. Y en aumento.
El móvil empezó a vibrar de nuevo en mis manos. Lo lancé a la mesa, asustada.
— ¡Jungkook! ¡Rata estúpida, ven! — grité.
Oí a alguien correr en la planta superior de la casa, bajar las escaleras y darse un golpe contra algo. Jungkook maldijo, gritando. Llegó a la cocina saltando a la pata coja, con el pie izquierdo en alto, y con su típica cara de no tener ni idea de qué estaba pasando. Llevaba un cepillo de dientes en la boca. Me miró desconcertado. Yo, a modo de respuesta, señalé el teléfono. Se acercó cojeando hasta la mesa, sin dejar de cepillarse los dientes, miró la pantalla del móvil, abrió los ojos muchísimo, escupió en el fregadero como hacía casi todos los días que llegaba tarde al instituto y se quedó quieto, muy tieso.
— ¿Por qué me está llamado? Su... Eh... Nunca me llama. ¿Te ha llamado a ti?
Negué enérgicamente con la cabeza. Por alguna razón, tenía miedo. — No. Borré su número y lo bloqueé.
— Vale, tranquila. Parece que va a darte un ataque... — Jungkook se acercó. Dudó un par de segundos antes de cogerme por los hombros, como si tuviera miedo de tocarme. — No lo pienses. Enciende la play y ponte a achicharrar soviéticos. ¡Eres casi mejor que yo!
Me llevó a la sala de estar. Encendió la televisión por mí, subió el volumen al máximo, me dio el mando de su consola y se fue, dejándome enfrente de la televisión apretando botones al azar y jugando al videojuego más violento a la par que estúpido existente.
Le escuché hablar con alguien por teléfono, alterado. Supe entonces que había subido el volumen de la televisión a tope para que el sonido de los disparos y de los gritos de los personajes del juego enmascararan su conversación. A pesar de que parecía importante, no le presté atención.
Jungkook salió de casa a toda prisa. Me dijo que me quedara ahí, que iba a volver enseguida y que le pasara el resto de niveles del juego. Se descolgó del sofá, por detrás de mí, para darme un beso en la mejilla.
Mi hermano nunca había hecho eso. En sus diecisiete años.
Sentí que era el beso de la traición de Judas. Exactamente igual. Supe que algo iba bastante mal, y era obvio que él no quería que lo supiera.
En cuanto escuché el golpetazo de la puerta cerrándose, corrí a mi habitación escaleras arriba para quitarme el pijama y cambiarme para salir a la calle en caza de mi hermano. Cogí un vestido, que era la prenda de ropa más rápida y fácil de ponerse, alcancé mi teléfono y me arrimé a la ventana, retirando las cortinas. Jungkook debía tener prisa, porque cuando me asomé por la ventana, le vi correr por la calle que iba al centro. Sí, algo iba mal.
Bajé las escaleras de dos en dos. El juego se había pausado porque alguien o algo había matado a mi personaje. Ni siquiera me molesté en recoger el mando de la consola, simplemente me fui de casa después de calzarme con mis viejas converse, con el teléfono en las manos, sin llaves siquiera.
Eché a correr en la misma dirección que Jungkook nada más pisar las baldosas de la acera. Le había perdido de vista, pero tuve la esperanza de que algún semáforo en rojo lo hubiera detenido antes de adentrarse en las calles estrechas que se encontraban antes de llegar a las grandes avenidas del centro. Le vi a lo lejos, esperando impaciente. Jimin apareció doblando una esquina. Los dos caminaron a toda prisa, como si necesitaran llegar a algún lugar cuanto antes y con urgencia. Les seguí.
No miraron en ningún momento atrás, cosa que agradecí. No quería que me vieran, o de lo contrario, me obligarían a volver a casa. Mi hermano era capaz de llevarme en brazos y de encerrarme en la despensa con tal de que no viera lo que iban a hacer.
Reconocí el camino que llevaban.
Iban al hospital.
El enorme edificio blanco se veía ya, entre algunas casas más bajas. No pude evitar esperarme lo peor. Mi primera hipótesis incluía a Hoseok. Quizá había recaído después de un largo periodo de hospitalización. Corrí hacia mi hermano y mi amigo, que se quedaron parados en la puerta de emergencias.
Había una ambulancia.
Lo vi pasar a cámara lenta.
Empecé a marearme al ver a tanto sanitario junto, al ver a Namjoon saliendo de la ambulancia dando un salto después de que bajaran con rapidez una camilla donde alguien iba tumbado, con un tubo rodeándole la boca.
Jimin me vio, pero fue Jungkook quien corrió hacia mí antes de que mis rodillas colapsaran. Detuvo mi caída al suelo agarrándome por los hombros. Intentó ahorrarme el mal trago de ver a dónde se llevaban la camilla poniendo su cuerpo enfrente de mí.
— Hye, vámonos. — dijo, con voz firme, agachándose y cogiéndome el rostro con ambas manos, impidiendo que yo viera al chico que llevaban hacia el interior hospital. — Hye, reacciona.
— Yoongi. — musité.
— No, no era él. Vámonos. — Me cogió con fuerza de la mano, tiró de mí para levantarme del suelo e hizo que diera la espalda al hospital. Rodeó mis hombros con su brazo.
No sé de dónde saqué la adrenalina y la fuerza suficientes para empujar Jungkook hacia atrás, para darme la vuelta y para echar a correr hacia la sala de emergencias del hospital. Oí a Jungkook gritarme. Intentó detenerme cogiéndome de la muñeca, pero agité el brazo y conseguí zafarme de él.
Las puertas de cristal se deslizaron para dejarme paso. Vi el pelo naranja de Jimin cerca de una puerta enorme de color verdoso. Sin pensármelo dos veces, ignorando a toda la gente que había por medio, corrí hacia allí antes de que cuatro personas vestidas de blanco acabaran de meter la camilla dentro de una sala oscura.
Se me cayó el alma a los pies al ver a Yoongi allí, inerte, pálido, con los ojos cerrados y con un montón de personas a su alrededor intentaran estabilizarle.
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