n u e v e
Sabía que Yoongi me miraba con la mejilla hundida en su puño porque podía verlo reflejado en el cristal de la tienda abierta veinticuatro horas donde acabé tomándome dos cafés bien cargados para vencer al sueño y sobrevivir la noche.
Cuando miraba a Suga, él apartaba rápidamente la mirada y fingía que los fluorescentes del techo eran lo mejor del mundo. Me parecía adorable, pero el silencio incómodo entre los dos era lo peor: además de innecesario era vergonzoso. No había dicho nada en todo el rato, desde que me preguntó por qué le miraba.
Aunque no le veía directamente, sabía que Yoongi me miraba con cierta pena, como compadeciéndose de mí, y a pesar de que no tenía pinta de querer meterse en los líos de los demás porque ya tenía bastante con los suyos, yo tenía la sensación de que conmigo era diferente.
Quizá, allí, en una tienda en medio de la madrugada de un martes, Yoongi era Yoongi y no Suga.
Fue él el que me trajo un tercer café. Me moría de curiosidad. Quería sentarme en una butaca enfrente de Suga y observarlo mientras hablaba durante horas y horas. Quería escuchar sobre su vida, su familia, sus gustos, y quería saborear sus palabras como saboreaba el tercer café de la noche. Me gustaba su voz y su forma de hablar pausada, aunque apenas habíamos intercambiado palabras. Supuse que Suga no tenía una vida fácil, y no pude evitar comparar sus palabras -bueno, las que quizá me contaba- con el amargor del café.
No me aguanté más. Yo le conté algo que ni siquiera sabía mi hermano, así que creí que él debería contarme algo a cambio, a pesar de que era posible que se fuera sin decir nada o que volviera a hacerse el dormido.
— ¿Por qué no me cuentas algo de ti? —Solté.
Suga cambió por completo su mirada llena de compasión, pero no su expresión neutra. Se apoyó en uno de los refrigeradores que tenía detrás, calcó las manos en los bolsillos de su chaqueta y adoptó una posición a la defensiva.
— ¿Qué quieres que te cuente?
Pregunta trampa. Pensé lo más rápido que pude una respuesta que no incluyera las palabras ''familia'', ''casa'' o cualquiera otra que implicase que Suga hablara directamente de algo que al parecer le molestaba. Como no dije nada en un corto periodo de escasos segundos, Yoongi suspiró y se me adelantó.
— No tengo nada que contarte. — dijo, cortante. — No tengo ninguna clase de problemas.
Solté una risilla con cierta amargura. — Todos tenemos problemas, ya sean más grandes o más pequeños. Simplemente hay gente que sabe esconderlos mejor y gente que no puede tenerlos como un secreto.
— No tengo ningún...
— No te creo. — Aquella vez, le interrumpí yo. Le miré porque noté que él tenía sus ojos fijos en mí.
Fue él quien soltó otra carcajada áspera, apartando la mirada. — En serio, eres muy insistente.
— Es una de mis cualidades... Si no quieres contarme nada, podemos jugar al juego de las preguntas otra vez.
— No tengo por qué contarte nada. De hecho, no lo voy a hacer.
Que cambiara tanto de humor de un momento a otro me hacía enfurecer. Por eso tomé un sorbo del café y traté de mantener la calma para no decirle unas cuantas cosas que se resumían en un ''no te entiendo, adiós''. Miré por la ventana de la tienda y me di cuenta de que amanecía. El sol se alzaba por el horizonte, entre los edificios altos de Seúl, y el cielo empezaba a cobrar un matiz anaranjado.
— Debería irme.
— ¿A dónde?
Recogí la bolsa de deporte del suelo ignorando a Suga. Repitió la pregunta una vez más cuando me vio despedirme de la agradable señora que había estado todo momento en el mostrador de la tienda, durante horas y horas. Salí por las puertas de cristal y bajé los escalones de la tienda. Yoongi me pisaba los talones -literalmente, me hizo tropezar-, así que me giré y me topé con él a escasos centímetros de mi cara.
— No tienes donde ir.
Me encogí de hombros. — Tú tampoco, ¿verdad?
— Sí, tengo una casa. — respondió al instante.
— ¿Y por qué no has ido? Pues puedes irte. — Bufé.
Él miró hacia otro lado, molesto, apretando los puños y mordiéndose con fuerza el labio inferior.
— No quiero dejarte sola.
— Me las arreglaré.
Y me di la vuelta para continuar caminando. ¿Quién iba a estar a estas horas por la calle? No había peligro. Había estado toda una noche en las calles más peligrosas de la ciudad y no había pasado nada de nada. Estaba tan cargada de confianza y de orgullo que ni si quiera me di cuenta de que iba en dirección contraria al instituto. Pero al escuchar los pasos de Suga detrás de mí, me giré.
— ¡No me sigas!
— ¿Hemos intercambiado almas o algo por el estilo? — soltó entre risas igual de falsas que una flor de plástico marchita.
Me di la vuelta y empecé a caminar de nuevo, dejando a Suga detrás. Debía estar verdaderamente molesto porque chasqueó la lengua tan fuerte que logré escucharlo. Anduve mirando al frente, con la cabeza bien alta, como pregonando que me iba con el poco orgullo que tenía en aquel momento.
Vi a un chico cruzar la esquina de la calle. Era alto, castaño, y tuve que entornar los ojos para poder ver bien su rostro y reconocerlo. Era como si hubiera tenido una visión o algo por el estilo. Aceleré el paso para llegar a su lado lo antes posible. Él se paró en seco al verme. No solía caminar hacia alguien con cara de maniaca. Aquella debía ser la primera vez.
De repente alguien tiró de mi muñeca y me obligó a dar una vuelta casi completa, como si fuera la protagonista de uno de esos dramas televisivos. Me sorprendió tanto que Suga estuviera allí agarrando mi mano que no fui capaz de darme la vuelta de nuevo e ir con el chico que tenía detrás como había planeado.
— ¿Qué haces? — exclamé.
— ¿Hye?
Tanto Suga como yo nos dimos la vuelta. El chico castaño me había llamado. Suga agarró mi mano con más fuerza aún y yo intenté zafarme, pero él acabó ganando y enlazó su brazo con el mío para aplastarlo con el codo.
— ¿Quién eres? — preguntaron al unísono Yoongi y el chico castaño.
Suspiré. — No es nadie, Joon.
Si las miradas mataran, yo estaría muerta porque Suga me fulminó. Apretó mi brazo y me quejé. Volvió a mirar a Kangjoon, Joon para el noventa por ciento de las personas, que tenía la mirada de un cachorro perdido en medio del bosque. Joon era un chico que trabajaba conmigo en la cafetería. No éramos muy cercanos, pero sí nos considerábamos amigos. También se había visto obligado a trabajar por su madre, aunque nuestras circunstancias eran muy distintas.
— ¿Es amigo tuyo? — preguntó Suga.
— Sí.
— ¡Anda, si tienes amigos! — exclamó cargado de sarcasmo.
— ¡Déjame!
— Oye, déjala ir. — intervino Joon con un tono suave y tranquilo. — Le estás haciendo daño.
Suga dejó libre mi brazo y alzó las manos en señal de paz. Hubo un momento de silencio en el que los dos chicos cruzaron miradas. Yoongi era más bajito que Kangjoon, pero su mirada oscura -en todos los sentidos- parecía estar taladrando la cabeza del pobre Joon, al cual arrastré conmigo sin previo aviso.
— Acompáñame al instituto, por favor. — le pedí con una sonrisa algo forzada.
— Eh... vale...
— Voy contigo. — En un abrir y cerrar de ojos Yoongi se plantó a mi lado. Me paré en seco sin dejar de agarrar el brazo de Kangjoon.
Suga no dejaba de mirar a Joon y sabía que en cualquier momento él iba a saltar sobre Yoongi-literal- porque tenía un grave problema con su temperamento. Joon era como un borracho tranquilo que acababa peleándose con las paredes, y Suga... Suga no lo sabía.
— ¿Qué miras? ¿Eh? — soltó Joon zafándose de mí, acercándose peligrosamente hacia Suga.
— Oh, no, otra vez no... — me sujeté el tabique de la nariz y solté un gran suspiro.
— ¿Cómo que qué miro?
— ¿Qué te crees, eh, peliazul?
— Es verde, imbécil.
Joon cogió a Suga del cuello de la chaqueta. Llegué a pararle justo cuando tenía el puño en alto. Miré a Yoongi rápidamente antes de liberar al irascible de Kangjoon. Me fijé en que su expresión ni siquiera había cambiado. Estaba ahí, parado, tranquilo, como si nada hubiera pasado, como si Joon sólo fuera aire.
— ¿Quién te has creído para...?
— Cállate. — dijimos a la vez Yoongi y yo. Yo lo dije con un tono algo más amable que él.
— Hye, este tío...
— No voy a dejarte sola con un tipo que va pegando puñetazos a lo loco. — Soltó con toda la tranquilidad del mundo Suga, aún sabiendo que Joon iba a volver a lanzarse sobre él si continuaba hablando así. — Así que voy contigo.
— ¡Yo no voy a dejarte con un tío que tiene pinta de vender cocaína!
Suga rió como solía hacer. Yo suspiré al ver que no me iba a poder deshacer de ninguno de los dos. Joon gruñó.
— ¿De qué le conoces?
— Eso, Hyesun. ¿De qué conoces al teñido este?
— Qué más da de qué os conozca.
— No da lo mismo.
— No, no da lo mismo.
— ¿Vais a acompañarme al instituto o no?
Ambos se pusieron a caminar -gracias al cielo- pero no se quitaron el ojo de encima durante todo el trayecto. Me sentía en medio de un tiroteo típico de las películas del oeste, cuando dos contrincantes se miran fijamente para adivinar quién saca antes el revólver. Me fijé en ambos. Joon miraba a Yoongi enfadado, con simple rabia, y Yoongi miraba a Joon con... ¿celos?
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triángulo amoroso salvaje apareció de la nada, BOOOM. (??)
creo que hoy habrá doble capítulo porque me siento inmensa y terriblemente inspirada. Hala.
mi obsesión por seo kangjoon llega a puntos inimaginables *iora*
os deseo un feliz domingo, lunes, día en el que leas esto♥
*se va iorando porque kangjoon es too much for her body*
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