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d i e c i s i e t e

Cuando me desperté, Yoongi ya no estaba. La luz natural que entraba por la ventana sin cortinas era tan fuerte que tuve que tomarme un par de minutos para acostumbrarme a tanta claridad. Supuse que serían más de las siete de la mañana, porque cuando normalmente me despertaba, no había tanta luz.

Me reincorporé despacio con esa sensación extraña de desorientación cuando te despertabas en un lugar desconocido. Suga me había tapado con todas las sábanas y mantas. Me pareció conmovedor, aunque después de pensarlo un rato, quizá simplemente él se había destapado echando las sábanas hacia un lado. La segunda opción me pareció más correcta, más típica de Min Suga. Estiré los brazos echando un vistazo por la habitación. Dos de las paredes estaban empapeladas, y en una de ellas el papel se caía a cachos. Me di cuenta de que , detrás del papel de la pared, había palabras escritas a mano en distintos idiomas, con rotulador negro. También había garabatos y rayitas, como las que hacían los presos de las películas en las paredes de sus celdas cuando contaban los días que estaban encarcelados. Me pregunté si Suga era la persona que había escrito todo eso. En la habitación no había más muebles que la cama -si se consideraba mueble, claro, porque no era más que un colchón encima de un somier-, una cómoda, una lámpara vieja que quizá estaba rota y... Nada más. Ni siquiera tenía una mesilla. Sin levantarme del todo de la cama, me acerqué hacia la pila de libros que Yoongi utilizaba como mesilla de noche. Tenía un cenicero de cristal anaranjado, limpio, sin rastros de tabaco, pero con varios mecheros cerca. Supuse rápidamente que Yoongi fumaba.

Tenía curiosidad por saber qué libros tenía. Seguramente no había leído ninguno, o quizá sí. Siempre decían que las apariencias engañan. Recorrí los lomos de los libros con la yema de los dedos, leyendo el título y los autores. Shakespeare, Goethe o Mary Shelley. Todo eran clásicos de la literatura. ¿En serio Yoongi se había leído todo eso?

Decidí sacar el libro de Frankenstein porque era el tercero empezando por la cima de la montaña de libros. Lo saqué con cuidado, y nada más ponerlo de forma horizontal, sin apenas abrirlo, una bolsita de plástico con cierre hermético y un contenido blanco cayó sobre mi regazo. Lo primero que hice fue dejarla dentro del libro, sin inspeccionar su contenido porque me hacía una idea de lo que era, dejé Frankenstein en su lugar y me fui de la habitación como si nada hubiera pasado, aunque no podía dejar de dar vueltas a lo de la bolsa. Parecía cocaína. No era muy experta en drogas, quizá no era más que algún medicamento mediocre aplastado y guardado en una bolsita, o quizá era harina. O levadura. Una persona como Yoongi, en el fondo, no tenía pinta de drogarse. Al menos yo esperé que no lo hiciera.

Caminé descalza por la moqueta de la habitación hasta que llegué al pasillo, donde empezaba el parqué. Escuché voces masculinas, familiares. Cuando llegué a la sala de estar improvisada, con la televisión en el suelo, me topé con Jimin y Namjoon. Se giraron al verme, desconcertados.

— ¿Qué haces en mi casa? — preguntó Namjoon, señalándome.

— Está con Yoon... Digo, Suga. — se apresuró a decir Jimin , riéndose con esa risilla tonta que solía tener siempre. — ¿No ves su jersey? Ese jersey es de Suga.

— ¿Tu casa? — pregunté yo con los ojos entornados.

— Sí, mi casa. Quiero decir, mi casa y la de Suga también.

— Ah, entonces vivís juntos... — miré hacia los lados buscando al peliverde con la mirada. Tenía la esperanza de que estuviera por ahí, pero no había ni rastro de él. — ¿Dónde está Suga?

— Se ha ido por ahí. — contestó Jimin con rapidez, que se acercó a mí. Llevaba las botas puestas, cosa que me extrañó, porque Yoongi me dijo nada más entrar que me quitara los zapatos. — Dijo que te iba a llevar al instituto, pero ha desaparecido.

— Como de costumbre. — puntualizó Namjoon.

— ¿Entonces...?

— Puedes quedarte aquí. — Soltó Jimin, encogiéndose de hombros, mirando al otro con cierta esperanza.

— No iba a ir al instituto de todas formas, así que...

*****

Acabé viendo cómo Jimin jugaba a un videojuego de fútbol con Namjoon, sentada entre los dos. La verdad es que me sorprendió la capacidad de Namjoon para hablar conmigo y prestar atención a la televisión a la vez. Por mucho que Jimin trataba de unirse a la conversación, siempre acababa perdiendo en el juego. Hablando con ellos me enteré de que Yoongi dormía menos de lo que parecía, de que intentó beberse una taza de café mezclada con una bebida energética que perfectamente le pudo haber matado o de que comía alejado del resto porque odiaba que hicieran ruido al masticar. Jimin también me contó que Jungkook debía dinero a Suga, pero, harto de esperar, Yoongi perdonó a mi hermano y perdió una buena cantidad de dinero. Quise saber el por qué de la deuda, pero Jimin no entró en detalles. Dijo que no sabía nada más.

Namjoon se marchó a la hora de comer, así que el pelirrojo y yo nos quedamos solos. Jimin era bastante más risueño de lo que había pensado, y aunque a veces hacía comentarios algo salidos de tono, era agradable hablar con él. Después de comer una pizza que encargó y pagó él, se ofreció a acompañarme al trabajo. Yo le dije que no hacía falta, pero insistió, así que dejé que me caminara a mi lado con la condición de que me contara cosas de Yoongi, porque al parecer ellos dos eran amigos bastante cercanos.

Me dijo de él que se había ido de casa a muy temprana edad, tres o cuatro años antes que yo. Llegó a a Seúl solo, con algo de miedo a empezar de cero. Tuvo suerte porque un profesor de un conservatorio de música le vio tocando un piano en una tienda de instrumentos y consiguió entrar para acabar los estudios musicales que había dejado atrás, aunque los dejó años después de nuevo. Jimin me dijo que Suga no les había contado nada más que eso de su pasado. No les había dicho siquiera el motivo de su huída. Era un espacio en blanco, un borrón en la vida de Yoongi, como si hubiera pasado la mano por unas letras escritas en tinta negra que aún no se había secado.

Agradecí a Jimin con una sonrisa el hecho de que me hubiera acompañado - e invitado a comer- un par de calles antes de llegar a la cafetería. Nos marchamos en direcciones opuestas.

A pesar de que estaba bastante lejos de la cafetería, vi que alguien esperaba apoyado en la fachada. No tuve que entornar los ojos para darme cuenta de que se trababa de Yoongi, con ese pelo verde menta y la ropa oscura podías distinguirlo a kilómetros. Tenía, como de costumbre, las manos metidas en los bolsillos. Conforme me acercaba a él, Suga empezaba a ladear la cabeza. Me miraba algo más serio.

— Hola, no te esperaba aquí. — dije con una sonrisilla. Había descubierto tantas cosas de él que no sabía muy bien cómo mirarle.

— Bueno, yo tampoco.

También ladeé la cabeza, con el ceño fruncido. No sabía muy bien a qué se refería. — Trabajo aquí...

— ¿Y tu uniforme?

Mi mente se iluminó de repente. —Ah, por... ahí. Yo que sé.

Yoongi suspiró sonoramente y al ver que yo empezaba con el discurso de "ya soy mayor para hacer lo que me dé la gana, no me gusta la gente de allí, que le den al instituto", se acercó a mí para taparme la boca. Pero yo continué hablando. Suga soltó una de sus carcajadas sarcásticas, cambió de expresión de nuevo -en cuestión de segundos- y me agarró del cuello del que era su jersey. Aún lo llevaba puesto. Como yo no había aprendido a callarme, empezó a zarandearme mientras yo comenzaba a subir más y más el tono de voz, sin darme por vencida. Yoongi acabó soltándome, dándome un pequeño empujón hacia atrás.

— Eres increíble. No hay quien te calle. — dijo, agarrándose el puente de la nariz con el pulgar y el índice — Insoport...

Llegué a ver cómo Yoongi perdía el equilibro repentinamente porque alguien, que vino corriendo, le había dado un buen puñetazo en alguna zona de la cara, y por tanto el peliverde había acabado en el suelo. Era un chico de cabello oscuro y ligeramente rizado, que a juzgar por su espalda, era Kangjoon. Grité y me abalancé sobre él para echarle hacia atrás.

Y efectivamente, era Kangjoon.

— ¿¡Qué haces!? — Exclamé. Eché un ojo a Yoongi sin dejar de agarrar al moreno, que intentaba zafarse de mí. Soltaba tantos insultos seguidos que no logré entender cuáles decía realmente. – Oye, cálmate.

— ¿¡Quién te crees tú para zarandearla así, eh!? Si tienes algún problema, ¡dímelo a mí, cabrón! — escupía Joon. Yoongi, en el suelo, no decía nada. De hecho parecía de lo más tranquilo, sentado en el suelo, como si nada.  Volvió a echarse sobre él y yo tuve que agarrarle de la camisa tan fuerte que temí romperla. — ¡Cabronazo! ¡Hye...!

— ¡Vale, vale ya! — grité yo.

Kangjoon no lograba calmarse. Tenía serios -serísimos- problemas con su temperamento. Tuve que darle una bofetada para que reaccionara de una puñetera vez. Al verme enfrente de él, cabreada a un nivel inimaginable, Joon se relajó. Dio un par de pasos atrás sin dejar de protestar entre dientes. Me agaché para ayudar a Yoongi, pero él se levantó solo. No parecía tener ningún golpe en la cara, cosa de la que me alegré. Sería una pena que golpe arruinara su rostro.

— ¿Estás...?

Suga me dejó con la frase a medias. Fue él el que propinó un golpe brutal a Joon en la cara. Fue tan fuerte que me dolió hasta a mí. También tuve que pararle, pero como era más ágil que Joon, se zafó de mí y consiguió que el moreno cayera al suelo. No pararon hasta que los separé segundos después. Empujé a Yoongi y le di un golpe en el pecho que, comparado con los suyos, era una caricia.  Los dos se gritaron mientras yo trataba de poner paz colocándome entre ellos y estirando los dos brazos.

— ¿¡Estáis locos!? — chillé yo también — ¿Tenéis catorce años o qué os pasa? ¡Mira, has hecho que sangre de la nariz! — grité señalando a Yoongi, pero dirigiéndome a Kangjoon. Él bufó. — ¡Y tú has hecho que sangre del labio! ¿¡Os voy a tener que tratar como a niños de párvulos!?

Ambos protestaron, pero les ignoré. Después de hacer que se disculparan el uno con el otro como si fueran dos energúmenos, los llevé dentro de la cafetería para poder curarlos con ayuda del botiquín del almacén. Yoongi no dejaba de agachar la cabeza, así que tuve que ponerle la mano más de una vez en la barbilla para que dejara de mirar hacia abajo. Insistió en que no necesitaba ayuda, en que iba a dejar de sangrar de la nariz en un momento u otro, así que me hice cargo de Kanjoon primero. Le desinfecté la herida del labio y le dije que dejara de comportarse de aquella manera tan impulsiva.

— Te estaba zarandeando. — Murmuró.

— No me ha hecho daño. — repetí por quinta vez. Suspiré. — Vas a tener problemas si sigues así, Joon.

— ¡Pero te estab...! — Toqué su herida adrede con el bastoncillo mojado de agua oxigenada. Gimió. — Ay, ay. Pensé que tenía que intervenir antes de que te pegara o algo... Estaba preocupado...

— El puñetazo no era necesario. — le di unas palmaditas en la espalda. — Ya está. Y deja de preocuparte por mí, puedo cuidarme sola.

Le sonreí y dejé que se fuera -más bien le obligué-. Joon salió tocándose con cuidado los nudillos destrozados y se cruzó con Yoongi a la salida del almacén. Yo, al verle aún con la mano en la nariz, le hice una seña para que entrara. Hizo Ono si no me hubiera visto, aunque supe que en el fondo Suga tenía algún tipo de dilema. Entrar o no entrar, entrar o no entrar... Al final tuve que levantarme de la escalera donde estaba sentada para agarrar a Yoongi de la muñeca y arrastrarle dentro. Empujé un taburete de madera que servía para alcanzar los estantes más altos para que él se sentara enfrente de mí. Tuve que ponerle las manos en los hombros para que tomara asiento de una puñetera vez.

— ¡Deja la cabeza arriba o seguirás sangrando! — voceé, agarrándole bruscamente de la barbilla para que la alzara. Él soltó un grito de frustración, quizá de desesperación. — Dame tu mano, anda.

Me hizo caso a la primera. En cuanto apoyó las manos en mi regazo, dijo: —¿Puedo irme?

— ¡No! ¡Quieto!

Tardé poco en curarle los nudillos. No los tenía tan mal como el otro idiota, así que simplemente traté de que su nariz dejara de sangrar. Utilicé pañuelos, papel de cocina súperabsorbente y un trapo, y por mucho que lo intentaba, seguía sangrando. Tuve que ponerme de pie. Yoongi todavía tenía la cabeza alta.

— Joder, me están empezando a doler las cervicales. — se quejó. Como había tapado sus fosas nasales con el trapo, su voz sonó extraña, graciosa. Sonreí. — ¿Qué te hace gracia? ¿Qué me esté desangrando te hace gracia?

— No exageres... — Volví a reírme. Yoongi me empujó hacia atrás y sujetó el trapo por sí solo. — ¿No tendrás algún problema de coagulación?

— ¿Y tú no eres un poco hipocondriaca? — replicó con sarcasmo. — Y devuélveme el jersey. No quiero que te quedes con él.

Me di cuenta de que todavía llevaba su jersey negro. Lo miraba con el ceño fruncido. — ¿Me vas a obligar a quitármelo...?

Se rió de una forma algo nerviosa. No era la primera vez que le veía carcajearse de una manera menos fingida, más sincera, pero cada vez que lo hacía parecía la primera. Sus ojos se entrecerraban y enseñaba hasta las encías de lo amplia que era su sonrisa.

— ¿Qué?

— Oh, sí, vale. Ha sonado mal, no me refería a... — empecé a excusarme, mirando a cualquiera lado que no fuera Yoongi. Él negó con la cabeza.

— No pasa nada. — dijo tranquilo, con un tono de voz que me resultó más dulce de lo normal. Se retiró el trapo de la nariz y lo miró. Después hizo una mueca. Seguía sangrando. — Menuda mierda.

— Trae. — Arrastré la escalera donde estaba sentada para poder sujetar el trapo más fácilmente. Me había acercado tanto a él que sus rodillas estaban pegadas a las mías. Con la mano que no tenía ocupada, alcé su barbilla con algo más de delicadeza. Él volvió a protestar. — Qué harías sin mí...

No contestó. Todo se quedó en un silencio tan sepulcral que pude escuchar cómo respiraba por la boca. Después de que yo comprobara varias veces si su nariz continuaba sangrando, de cambiar el trapo por papel y de ordenar a Joon con un grito que fuera preparando por mí las mesas, Yoongi habló.

— Podías quedarte en casa si quieres.

Abrí los ojos como platos. — ¿En... tu casa?

— Sí.

— Eh....

— No tienes dónde ir, ¿no?, y no vas a volver con tu madre. — dijo. Todavía hablaba como si estuviera constipado.

— Pero Namjoon también vive contigo, y...

Suspiró. — Así que ya te has enterado.

— Sí, bueno, le he visto esta mañana...

— Puedes quedarte en casa si quieres. No creo que a ese estúpido le importe mucho si no molestas. De todas formas, no quiero que te quedes muchos días. — puntualizó.

Le sonreí mientras comprobaba otra vez si la hemorragia había parado ya. — No tenía pensado quedarme, pero si insistes...

— No estaba insistiendo.

Hice como si no le hubiera escuchado y continué hablando. — Podré quedarme un par de días, hasta que encuentre un apartamento cerca del centro.

La nariz de Yoongi había decidido parar de gotear sangre, por tanto dejé que respirara tranquilo retirando el papel de su nariz. En el cubo de basura negro del almacén, destacaban los pañuelos, trapos y papeles blanco manchados de rojo. Cuando me volví hacia Suga, ya estaba levantado y con las manos en los bolsillos, dispuesto a irse, pero se quedó quieto unos segundos, los suficientes para que me acercara a él. Yoongi dio un par de pasos hacia mí y decidió que darme un beso corto, fugaz y efímero en los labios era una buena forma de agradecerme el trabajo. Ni siquiera le hizo falta sacar las manos de los bolsillos.

— Gracias. Y devuélveme el jersey.

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