Una muerte no tan muerte.
Antes de comenzar, espero que tengas una buena muerte. Ya sabes, de esas en las que puedes decir que amaste tu vida, cumpliste tus metas, subiste el monte Everest y todas esas cosas. La mía no fue ni remotamente así. Morir, o más bien, casi estirar la pata, no fue tan genial.
Era una de esas mañanas en las que todo es un caos, y yo corría por las estrechas calles del centro sin tener idea de adónde iba... o tal vez... ya no lo recuerdo. Las aceras estaban llenas de gente apresurada, los edificios altos proyectaban sombras largas, y el aire olía a café recién hecho.
De repente, el ensordecedor estruendo de una bocina de tráiler rompió el aire como un trueno. El sonido resonó por las calles, rebotando entre los edificios. Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal me lanzó hacia atrás, como si hubiera sido embestida por un toro. Sentí el impacto en todo mi cuerpo, el aire fue expulsado de mis pulmones y todo mi mundo se convirtió en un torbellino de dolor y confusión. El pavimento frío y duro se acercó a mí demasiado rápido, y aterrizar sobre él fue como caer en una cama de rocas.
Justo a mi lado, un sonido inesperado rompió la cacofonía: el tono distintivo de un teléfono antiguo, como los de películas viejas o tiendas de antigüedades. Giré mi vista y allí estaba: un teléfono rojo, estilo vintage, con su auricular descansando sobre su base y un cordón en espiral.
Ring, ring, ring.
Algo en mi interior me impulsaba a contestar. Quería hacerlo, pero...
Todo se volvió confuso en un instante. Mis sentidos se emborronaron y el dolor se desvaneció. A mi alrededor, apenas podía distinguir las siluetas difusas de las personas que se habían reunido para mirar. Sus voces eran murmullos indistinguibles que se mezclaban en el aire tenso.
Ring, ring, ring.
Después de eso, cayó la oscuridad, una negrura total, un abismo lúgubre sin fin.
No alcancé a contestar.
Supongo que había muerto.
¿No se suponía que debería haber ángeles o algo místico? ¿Al menos un túnel con una luz al final?
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Pasó un tiempo hasta que logré captar el constante pitido de una máquina, un sonido más molesto que un mosquito zumbando en la oreja.
Pip, pip, pip.
No había muerto.
A menos que el más allá sonara así. Lo cual, si soy sincera, sería una verdadera decepción.
Nope.
Seguía viva.
El aire tenía ese olor característico de los hospitales, una mezcla entre esterilidad y el sutil aroma de medicinas. Mis párpados se alzaron poco a poco, como si emergiera de un profundo sueño. Estaba recostada en una camilla. Vaya sorpresa, considerando que un tráiler me había aventado por el pavimento. Pero lo que realmente me ponía los nervios de punta no era el dolor ni la sorpresa del accidente, sino las cuentas que se iban a acumular como una bola de nieve. Apenas lograba llegar a fin de mes, y ahora esto.
El hospital parecía desolado, típico de una ciudad que solo cobraba vida en las mañanas, cuando todos se dirigían al trabajo en la ciudad vecina. Parecía evidente que el personal del hospital estaba escaso aquella noche.
De repente, allí estaba de nuevo, brillando en la mesita de noche: el teléfono rojo.
Ring, ring, ring.
Pip, pip, pip, la máquina comenzó a pitar más rápido al unísono con el teléfono.
Esas ganas de contestar, ese impulso incontrolable de alzar el teléfono se apoderó de mí, y lo hice. Lo alcé y el pitido de la máquina se detuvo.
—¿Hola? —suspiré, como si contestar me llenara de una paz absoluta.
—¡Hola, Dian! —dijo una operadora con una voz tan alegre que casi dolía, como si te estuviera ofreciendo el plan telefónico más caro del mundo—. En seguida una parca vendrá a recolectar tu alma, gracias por responder, te deseamos un viaje agradable.
Colgó.
Cuando intenté volver a mirar el auricular, ya no había nada en mis manos. El teléfono rojo había desaparecido sin dejar rastro.
Me incorporé de la camilla y, al hacerlo, di un respingo al notar a una chica a mi lado. Estaba absorta en la vista por la ventana,su aroma dulce a incienso llenaba la habitación, mezclándose con el olor a desinfectante del hospital. Calculé que tendría unos veintiocho años. Su cabello negro, largo como la noche, caía en cascada sobre sus hombros, llevaba un anillo plateado en el indice y lucía una chamarra negra con las palabras «Parca en entrenamiento» en la espalda.
Al principio, la confundí con una integrante de algún grupo de rock o alguna nueva moda por ahí. Se giró hacia mí, la luz de la habitación iluminó su rostro, revelando una piel de un hermoso tono moreno y unos ojos color avena que me observaban con serenidad. Aunque llevaba unos simples pantalones negros y una camisa blanca, su presencia tenía un aire de autoridad que me hizo sentir inquieta.
No la reconocía y dudaba que fuera la hora de las visitas. Además, no tenía a nadie que viniera a verme.
—Son las doce cuarenta y ocho de la noche, esa es tu hora de muerte —anunció con una sonrisa, examinando un viejo reloj de cuero con una correa delgada y desgastada—. Lamento informarte que el proyector que usamos para la luz blanca en el túnel o la película de tu vida está fuera de servicio. Así que, vamos al grano. ¿Tus últimas palabras?
Había escuchado sobre médicos que hacían bromas para animar a los pacientes, pero esta parecía fuera de lugar. ¿Quién se toma a la ligera la muerte en un hospital, y más aún en plena noche?
—La factura... ¿Podría pagar a crédito? — pregunté, intentando ganarme un descuento con mis mejores ojos de borrego. Sin embargo, la doctora frunció el ceño, pareció confundirse al ladear la cabeza.
—Son las peores últimas palabras que he escuchado —dijo con pesar mientras levantaba el portafolio blanco que descansaba en el suelo—. Bien, yo soy tu parca asignada. Mi nombre es Stella.
¿En serio, la Parca? Esta broma ya se estaba pasando de la raya. Incluso empecé a considerar la posibilidad de que esta chica fuera una paciente fugitiva del psiquiátrico. Pero un escalofrío me invadió cuando colocó el portafolio sobre mi camilla, y con un clic audible retiró los seguros, sacó un pequeño frasco con la imagen de una calavera grabada en él.
—Sobreviviste hace un rato, sí, típicos milagros. Pero si respondiste al teléfono rojo, eso significa que es tu hora. Bueno, tu cuerpo sigue en pie, pero... ¿qué más da mientras tu alma salga? —dijo con una sonrisa digna de una película de terror adolescente, mientras extendía el frasco hacia mi pecho—. Relájate, no va a doler. Solo estoy aquí para recolectar tu alma y terminar con todo.
—Creo que debería llamar a alguien —respondí con voz temblorosa, mientras buscaba el botón de llamada en la mesita de noche. Tenía que venir una enfermera, tenía que venir alguien.Vamos, esta chica está loca.
Parecía que la chica... bueno, la parca... perdón, Stella, estaba en su propio mundo. Se acercó hacia mí con su frasco brillando como un faro en medio de la habitación.
De repente, me golpeó una sensación de debilidad, como si hubiera pasado un día entero sin comer ni beber después de trabajar como esclava. A mis veinticinco años, ya conocía al pie de la letra, el peso de los trabajos mal pagados. Pero lo que Stella traía consigo era algo distinto, sentía cómo algo esencial se deslizaba fuera de mí, como si una parte de mi ser se desvaneciera poco a poco.
Mis ojos se abrieron de par en par. Un polvo plateado con un brillo hipnótico comenzó a emanar de mi cuerpo, como si mi esencia misma se estuviera desintegrando en partículas luminosas. El frasco empezó a llenarse, cada mota de polvo flotando hacia su interior, hasta que, de repente, el brillo se detuvo de golpe, como una bombilla fundida. El frasco quedó medio lleno, dejando una sensación inquietante en el aire.
—Bueno, esto es incómodo. Parece que tenemos un pequeño fallo técnico —murmuró, agitando el frasco con una sonrisa forzada—. Intentemos de nuevo, ¿de acuerdo?
Acercó el frasco una vez más. Entrecerré los ojos al verlo brillar de nuevo, pero esta vez nada salió de mí.
Genial, me volví loca.
Miré a la chica; sus ojos estaban absortos y temblaba como si hubiera tomado mil tazas de café negro de golpe.
Me recosté con cansancio, sintiéndome débil pero al menos ya no siendo absorbida.
—Oh, por el amor de... —sacó una tabla porta hojas del portafolio y empezó a examinarlas con el ceño fruncido—. ¿Qué demonios está pasando aquí? Esto no estaba en el manual.
Me miró desconsolada, como si ese momento fuera la mayor decepción de toda su vida (si es que tuvo una). Al estirar el cuello, pude ver una fotografía mía pegada en una de las hojas.
Nombre: Dian de Catalena Montes de Laguna Verde (sí, un nombre largo y absurdo. ¿Se imaginan las burlas en la secundaria?)
Muerte: por el tráiler de Bob
Vida: aburrida.
—¡Aburrida! —exclamé indignada, como si mi vida no lo fuera, aunque en realidad lo era.
Mira, no quiero ser una aguafiestas, pero durante los últimos años he sentido como si estuviera viviendo en piloto automático, como esos personajes secundarios en los videojuegos, solo ocupando espacio. Me mudé hace algún tiempo y vivía sola. Abandoné la idea de la universidad hace años y trabajé en diversos empleos, desde el centro comercial hasta el servicio de atención al cliente, pasando por mensajería y repartiendo volantes.
Soy de las personas que viven su vida sin reflexionar demasiado sobre ello. Después de todo, ¿quién tiene tiempo para la autorreflexión cuando tienes que sobrevivir a este siglo?
Stella suspiró y cerró el portafolio con un chasquido.
—Perfecto, justo lo que necesitaba, solo me faltaban cuatro almas para ser una parca oficial. —murmuró, agitando el frasco y mirando las notas—. ¿Por qué nada puede ser sencillo?
Miré a mi alrededor. Tal vez el golpe me había dejado un poco aturdida o quizás me habían administrado demasiados calmantes. Sea cual fuera la razón, lo que estaba ocurriendo ante mis ojos era difícil de asimilar.
—Bueno, mejor será que duerma; mañana tendré que enfrentar una costosa factura —dije, buscando algo de consuelo. Me acomodé en la camilla e intenté ignorar el frío bajo la delgada sábana que me cubría—. Espero que Carlos esté bien.
—Oye, no me ignores —chilló con impaciencia—. Tú ya deberías haber muerto, ¡ni siquiera deberías estar en tu cuerpo! Necesito hablar con el consejo de inmediato.
—Ya, ya, alucinación, mañana no estarás aquí —aseguré—. Solo... desaparece.
—¿Alucinación? No,linda, soy tan real como el café de la mañana y los cuernitos de la calle veintitrés —respondió con indignación—. Está bien, me marcharé, pero no te sorprendas cuando te des cuenta de lo que te espera.
Lo que presencié a continuación me dejó con la piel de gallina; los vellos de mis brazos se erizaron por completo. La chica quedó envuelta en una neblina oscura, y su forma humana se desvaneció, transformándose en un esqueleto. Escuché susurros apenas audibles que parecían decir: «Llévame a la agencia de parcas», y desapareció de repente, dejando atrás un ligero rastro de olor a ceniza.
Quedé allí, parpadeando incrédula ante lo que acababa de presenciar. La habitación parecía haber recobrado su quietud habitual. Con un último suspiro, cerré los ojos y me sumergí en un sueño inquieto, anhelando que todo fuera parte de una pesadilla efímera.
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Salí del hospital sin un centavo. Los médicos parecían sorprendidos cuando me vieron despertar en la tarde.
«Tuviste un fuerte golpe, pero mírate, casi como nueva», me dijeron. «El monitor registró un paro cardiaco a las doce cuarenta y ocho de la noche, pero esa máquina ya está vieja. No te preocupes, todo está bien».
Sí, todo estaba bien...
Caminé un largo rato con la esperanza de llegar a casa y dormir. Me había sorprendido el golpe del tráiler (que por cierto, se dio a la fuga justo después de impactarme), así que evité la mayoría de las avenidas grandes.
Las calles de Mixta estaban tan vacías que podrías jurar que habías tropezado con un set de película postapocalíptica. Pero no, esto era real. Esta pequeña ciudad en el sur de México era el lugar perfecto para quienes querían desaparecer del mapa. Por la mañana, veías a algunas personas, pero una vez que el sol se alzaba por completo, el lugar volvía a su estado habitual. Había negocios abiertos, estudiantes que iban de un lado a otro, algunos transeúntes y carros, pero no de la manera bulliciosa que esperarías ver en una ciudad. Era como si Mixta prefiriera quedarse en un segundo plano, pasando desapercibida mientras el resto del mundo seguía con su ritmo frenético, es por eso que vivo aquí.
Lo único que me dolía era... todo el cuerpo. Los doctores me explicaron que necesitaría unos días de reposo en casa. Lo bueno es que era sábado y los programas de reality shows, perfectos para una buena siesta, estarían en la televisión.
Todo comenzó en un callejón, un lugar donde, por lo general, preferirías no encontrarte a nadie, en particular a una mujer que lloraba sin motivo aparente. Su melena oscura, larga y desordenada, casi cubría por completo su rostro. Me detuve por un momento, recordando todas esas películas de asesinos seriales que había visto, pero créeme cuando digo que lucía lamentable. Su llanto rompió mi egoísmo en pedazos.
Me acerqué como si pudiera ayudar.
—Lárgate de aquí, este es mi lugar —refunfuñó.
Observé mi aspecto: mis rodillas estaban llenas de raspones, mi overol estaba manchado de sangre y rotos por la caída, el cabestrillo usado (lo más barato que me ofrecieron en el hospital) sostenía mi brazo izquierdo dolorido. Mi suéter blanco, ahora hecho jirones, apenas colgaba de mis hombros, y podía jurar que tenía un enorme moretón en la frente.
Era de esperarse su reacción.
—No quería molestarte —dije, retrocediendo un paso—. Solo pensé que tal vez necesitabas ayuda.
—¡Te he dicho que te largues, estoy trabajando! —gritó con una voz áspera y distorsionada.
Se levantó con enojo y soltó un olor rancio, que casi me dieron ganas de hacer una arcada.
—Mocosa, no sabes respetar los lugares —hizo una pausa; escudriño mi rostro.
Partió su largo cabello en dos, revelando algo que en definitiva, no era una mujer. No tengo ni idea de lo que era, pero te aseguro que no quiero volver a verlo en mi vida. Caí al suelo del susto, mirando con atención su rostro... o lo que fuera. Estaba formado de gusanos, y un par de ojos nadaban entre ellos como una sopa horripilante.
—Juraría que eras un alma en pena—dijo con una voz maliciosa—. Pero qué maravilla, eres un cascarón, perfecto para poseer.
Trague saliva, sus manos tenían unas largas uñas afiladas y la carne de sus pies estaba caída.
—Buen cosplay —le dije.
Mi cuerpo estaba temblando, y mis piernas habían flaqueado. Faltaba mucho para dia de muertos y eso en definitiva no era una persona.
Entre las piedras del muro enladrillado emergió una masa oscura y viscosa que se retorcía, adoptando una forma difícil de definir. Huesos flotaban dentro de ella, como si estuvieran suspendidos en una especie de gelatina negra.
—Un buen cascarón —susurró—. Un manjar exquisito.
La mujer... monstruo... fantasma... lo que sea, volvió a la criatura.
—¡Yo la vi primero! —masculló.
No quise quedarme a ver como terminaba aquella discusión, me levanté de un saltó y salí disparada del callejón, escuché como la mujer y la criatura me seguían, sentía sus miradas sobre mi espalda. Correr con un solo brazo es más difícil de lo que parece.
«Vamos piernas no me fallen».
Aceleré al final de la calle, estaba lejos de mi departamento, era imposible llegar corriendo.
—¡No escapes manjar! —gritó la criatura desde la otra esquina.
La mujer, o lo que fuera, empezó a correr en cuatro patas, moviéndose con una velocidad y agilidad que me helaron la sangre.
—¡Vuelve aquí! —gritó—. ¡No puedes escapar!
Los raspones en mis rodillas me dolían demasiado; sentía como si cada trote que daba me desgarrara la piel. Doblé la esquina, con la esperanza de perderlos. El centro comercial estaba abierto, y me lancé dentro sin pensarlo dos veces.
Mi cara estaba bañada en sudor. El guardia de seguridad se acercó con una expresión preocupada.
—¿Estás bien?
Miré hacia atrás, mi cuerpo se estremeció cuando la criatura y la mujer se acercaban, «Genial, si no morí atropellada por un tráiler, será por unas criaturas extrañas. Vaya suerte la mía». Apunté con el dedo hacia esas cosas.
—Me... están... siguiendo... —aún me costaba recuperar la respiración y parecía un móvil en vibrador.
—¿Quiénes? —preguntó el guardia, con una mirada que sugería que creía que me había vuelto loca—. ¿Te sabes el número de tus padres?, puedo llamarlos para que vengan por ti.
—¡Esas cosas, la mujer y la gelatina! —insistí.
—¿Qué? —dijo el guardia y fijó su mirada en mis pupilas.
La mujer y la criatura se acercaban cada vez más. Me quedé absorta por la reacción del guardia. Pedir ayuda no servía de nada si no podía verlos y no quería descubrir qué me harían esas cosas si me alcanzaban.
—Genial —murmuré.
Di un gran suspiro y corrí de nuevo con el guardia gritando detrás de mí.
Escuché el zumbido de su radio mientras hablaba con otro guardia para detenerme. De repente, hubo un estruendo en la entrada. La mujer arremetió contra el guardia con un manotazo y salió volando hasta chocar contra la cortina de un local. La criatura y la mujer habían llegado, pero el guardia parecía no haber visto lo que lo había dejado fuera de combate. Subí a toda velocidad por las escaleras eléctricas, saltándome los escalones de tres en tres.
Al llegar al segundo piso, me detuve un momento para recuperar el aliento. Miré hacia abajo y vi al guardia levantándose confundido, mientras la mujer y la criatura se agrupaban cerca de la entrada. Me di un golpe en la frente; si tan solo no me hubiera acercado al callejón.
—¡Me encanta jugar con la comida! —balbuceó la criatura viscosa.
Llegué jadeando al área de comida, encontrando la mayoría de los locales cerrados salvo un puesto de comida italiana. El chico del mostrador me miró con sorpresa mientras intentaba recuperar el aliento. De repente, la mujer llegó acompañada de la criatura y comenzaron a mover las mesas para abrirse paso hacia mí.
El chico del mostrador palideció. No sé qué estaba viendo él, pero comenzó a murmurar oraciones sin cesar, sus manos temblaban mientras sus ojos seguían fijos en la dirección de las criaturas que se acercaban con prisa.
—Un lindo cuerpo para poseer —siseó la mujer con una voz extraña.
—Delicioso cascarón —dijo la criatura.
—¡Te he dicho que yo la vi primero! —gritó y le dio unos golpes a la criatura intentando alejarla.
Me sentí aliviada de que compitieran, había obtenido una oportunidad para huir... ¿Pero, a dónde?
Gire mi vista a todos los rincones, hasta que mis ojos resplandecieron: «Azotea: solo personal autorizado» una puerta. No era la opción más segura, ni la más sensata. ¿Qué se suponía que haría en la azotea? Pero era mejor que enfrentar mi destino en manos de esas criaturas.
Corrí y mi brazo estaba que me mataba.
—¡Ya eres mía, cascarón! —gritó la mujer con voz amenazante.
Abrí la puerta justo a tiempo, sintiendo un rasgón en mi pantalón mientras las largas uñas de la mujer lograban desgarrar parte de la tela. Me adentré y cerré la puerta con toda la fuerza que pude reunir. Era increíble la energía que la adrenalina proporcionaba cuando se trataba de sobrevivir.
—¡Maldita seas, mocosa! —aulló la mujer, golpeando la puerta con furia.
POM, POM, POM
Subí corriendo por las escaleras mientras la criatura viscosa empezaba a deslizarse por los bordes de la puerta.
Los golpes eran demasiado fuertes, no me sorprendería que la puerta llegara a caerse. Llegué al final de las escaleras y abrí otra puerta. Ante mí se extendía la azotea, iluminada por el sol en su punto más alto. El aire fresco era un alivio después de la terrible tarde que había tenido. Todo lo que quería en ese momento era regresar a casa y dormir.
Logré escuchar las sirenas de varias patrullas que se acercaban al centro comercial. Ahora sí que estaba en problemas.
PAM
La puerta que daba a la azotea se desplomó con un estruendo ensordecedor, y supe que mi final se acercaba. Di unos pasos hacia atrás y tropecé con mi propio pie; caí de sentón.
—¡Al fin te tengo! —dijo la mujer y tiró algunos gusanos que nadaban en su rostro.
—Sabes, si lo que quieres es comerme, debo decirte que es lo peor que harás, no me gusta el azúcar y estoy segura de que te sabré muy salada...
La criatura viscosa se deslizaba poco a poco hacia mí, emitiendo un gruñido gutural que resonaba en el aire tenso de la azotea.
—Delicioso cascarón.
—Maldición.
Cerré los ojos, esperando el ataque final, cuando de repente...
No pasó nada.
Ya estaba muerta.
No.
Aún sentía el aire a mi alrededor y mi mano palpaba el concreto. Abrí los ojos con cuidado, la mujer y la criatura estaban paralizadas, temblaban como un par de gelatinas (y más la criatura viscosa).
—¡Ja! Al final de cuentas son un par de cobardes —les espeté sacando la lengua—. ¿No, que me querían comer?, son un par de feos —gruñí.
Me percaté de que no me veían a mí, una sombra se cernía sobre mí.
—Bien —carraspeó una voz reconocida—. Si ya terminaste de jugar, hay que irnos.
Volví hacia arriba.
—¡La loca del hospital! —exclamé—. ¡Eres real!
—S-te-lla —espetó mientras sostenía su portafolio—. Ya te había dicho mi nombre, tenemos que irnos; el consejo quiere verte.
Miró a las criaturas y sacudió su portafolio blanco.
—Shu, shu, almas —dijo—. Volveré por ustedes más tarde.
No pasó mucho hasta que las criaturas volvieron en sí.
—U... una par... par... —tartamudeó la mujer.
—¡Parca! —gritó la criatura viscosa y ambas corrieron hacia dentro del centro comercial.
Me quedé sorprendida, por un momento observé los alrededores por si se trataba de una cámara escondida, pero no fue así.
Entonces, resonó el chillido de un megáfono desde abajo.
—Jovencita, iremos por ti, no saltes. Los problemas no se arreglan saltando —instó la voz firme de un oficial.
Bajé la cabeza, sabiendo que estaba metida en un lío. ¿Qué se suponía que diría? «Hola, oficial, vi un par de criaturas y la mujer que aluciné anoche me salvó. Ahora tengo que regresar a casa a ver a mi gato Carlos y dormir»
—No te vayas a dormir, esto es importante.
Alcé la vista.
Stella giro hacia mí con los brazos cruzados, me dedicaba una mirada de pocos amigos; yo solo le hice una sonrisa nerviosa.
Extendió una mano ayudándome a incorporarme.
—Te ves fatal.
—Gracias, por poco muero.
Una de mis piernas estaba húmeda, pase mi mano por un momento hasta que sentí un ardor, siseé; era sangre. La mujer había logrado adentrar sus uñas en mi piel. Conforme se iba la adrenalina, me dolía cada vez más el cuerpo.
Stella se asomó; pasó mi brazo derecho por su cuello y me sostuvo por la cintura.
—Solo será rápido, no creo que tarden mucho —dijo, intentando consolarme mientras me ayudaba a mantenerme de pie.
Asentí siseando, comencé a sentir todas las heridas que me había hecho.
Stella, murmuró en un idioma que no reconocía y una neblina negra nos envolvió.
—A la agencia de parcas.
Miré hacia ella y di un respingo. Era un esqueleto, como esos que usaba el profesor de ciencias en la secundaria. Me castigaban con frecuencia por dibujarle bigotes al cráneo. Pasaron unos segundos hasta que la niebla se disolvió, revelando que estábamos frente a un enorme edificio blanco tan alto que, cuando alcé la vista, no pude divisar el final.
Las puertas del edificio estaban abarrotadas con gente entrando y saliendo. Había personas con traje y otras con chaquetas que decían: «Asignador en entrenamiento». Algunos cargaban portafolios blancos, como el que Stella sostenía. Miré a Stella, quien, por fortuna, tenía forma humana. Me llevó adentro del gran edificio.
—Esta es la agencia de América —dijo mientras avanzábamos—, pero si te soy sincera, prefiero la estructura de Asia. Es un pequeño pueblo y es menos fácil perderse.
El interior del edificio tenía una especie de orden, que se sentía impuesta, con suelos de mármol blanco que reflejaban la luz de las lámparas colgantes. Las paredes estaban adornadas por cuadros que, si observabas por el rabillo del ojo parecía que se movían, uno de ellos me recordó a la Mona Lisa, aparentaba seguirte con la mirada, aunque decidí no darle demasiada importancia.
Entre los cuadros, había carteles llamativos con esqueletos y letras negras en grande. Uno proclamaba: «Parcas responsables, almas felices» , mientras que otro mostraba a una mujer señalando directamente al espectador con el mensaje claro de «El portafolio es lo más valioso para una parca recolectora».Grandes macetas con plantas exóticas daban un toque vibrante de color, aunque algunas parecían inclinarse hacia ti, como si estuvieran observando.
En el centro del espacio, un ascensor destacaba. Y para mi sorpresa, nadie lo estaba usando. El lugar estaba lleno de gente apresurada, moviéndose de un lado a otro con papeles y conversaciones rápidas. Todos llevaban gafetes con nombres extraños como: «Parca Tyson, recolector verde» y «Asignador Tryce, Piso 1». Parecía un lugar de trabajo normal, pero con un toque muy, muy extraño.
Miré a Stella, que se movía con confianza por el lugar. Parecía que ella encajaba perfectamente aquí, saludando a todos con una sonrisa.
—¡Ey, miren quién llegó! Nuestra parca en entrenamiento, Stella —dijo uno lanzándole una mirada cómplice.
—¡Ya saben, creo que morí para esto! —respondió Stella.
—Déjanos un poco de trabajo, ¿quieres? —bromeó otro—. Ya casi consigues tus mil almas y te conviertes en una parca oficial.
—¡Y trabajar hasta la eternidad! —agregó uno más, y todos lo fulminaron con la mirada.
Nos dirigimos al ascensor, donde nos esperaba una anciana con una guadaña. Llevaba unos lentes pequeñitos, tenía el cabello blanco como algodón, una falda rosa con flores, un suéter marrón y un collar de perlas. Su piel era pálida y arrugada, y sus ojos color café contrastaban con su aspecto inofensivo.
—¿A qué piso? —preguntó desganada, como si esto fuera lo más aburrido del mundo.
—¿Estoy muerta? —pregunté.
Stella soltó una risa y negó con la cabeza.
—Todavía no.
—Oh.
—Al seiscientos sesenta y seis —respondió Stella.
La anciana nos miró con una sonrisa torcida y ojos que parecían brillar con malicia
—Te fue bien en la primera semana de orientación. La madre parca Katherine decía que serías de las mejores del ciclo, pero creo que se equivocó, porque te salió un alma defectuosa —se rió con una voz quebrada, como un disco rayado.
—Oh, querida Micte, siempre tan encantadora —respondió Stella, con un tono que apenas disimulaba su respeto—. ¿Qué puedo decir? Supongo que mi encanto irresistible no discrimina.
Micte resopló, agitando su guadaña con un gesto teatral.
—No te hagas la lista conmigo, jovencita. Recuerda quién está a cargo aquí.
Ambas quedaron en silencio, intercambiándose miradas que podrían rivalizar con las de Rambo justo antes de enfrentarse al enemigo.
—¿En qué momento vamos a subir? —pregunté, tratando de romper el incómodo silencio.
Ambas giraron su vista hacia mí y recobraron su postura.
—¿Subir?, ¡Ja! —dijo la anciana intentando bajar la palanca que se encontraba en el elevador, similar a un telégrafo náutico y con un montón de números divididos—. ¡Las parcas bajamos!
Tiró de la palanca hasta llegar al espacio del número seiscientos sesenta y seis, y brilló con una luz ominosa. El elevador se zarandeó, cerró sus puertas y como una montaña rusa descendió en picada hacia el vacío. No pude evitar soltar un gritito y me agarré de la chamarra de Stella como un gato asustado. No había desayunado nada y aun así parecía que iba a sacar lo de un mes.
Tinck.
El elevador se detuvo de golpe, y solté la chamarra de Stella con la mano temblorosa. Las puertas se abrieron con un chirrido metálico, revelando un pasillo. Tropecé al salir, cayendo de bruces mientras mi cabeza daba vueltas. Stella emergió del ascensor sujetando su portafolio y lanzando una mirada de desaprobación a la anciana.
—Buena suerte, Dian. Será divertido volver a verte —dijo la anciana, volviendo a tirar de la palanca, pero esta vez hacia arriba.
El elevador se cerró con un estruendo y subió. Mis piernas temblaban mientras trataba de mantener el equilibrio, y la sensación de vacío en mi estómago no ayudaba. Stella me miró con una mezcla de preocupación y diversión.
—Creo que tengo algo que te ayudará —dijo, extendiendo su mano para ayudarme a levantarme.
Tomé su mano y me puse de pie, tratando de sacudirme la sensación de vértigo y de soportar el dolor de mis heridas. El pasillo ante nosotras estaba débilmente iluminado y al fondo había un par de grandes puertas color vino.
—Si no estoy muerta, ¿qué es este lugar?
—Lo estás —rió—. A medias.
Esa respuesta no me tranquilizó ni un poquito.
Entonces vio mi expresión y su sonrisa se esfumó en el acto. Sacó un frasco verde de su chamarra, de esos que usas para vitaminas, pero en vez de pastillas, estaba lleno de gomitas de osito. Lo destapó y me ofreció algunas.
—Te hará bien, toma algunas y no te concentres en el sabor, solo trágalas.
—¿Cómo puedo estar segura de que...
—Solo come —ordenó.
Comí un par de gomitas y, al instante, me sentí más aliviada. No sé qué clase de magia tenían esas gomitas, pero funcionaban de maravilla. Stella sonrió satisfecha.
—Esta es la agencia de parcas del continente Americano. Y justo ahora estamos en el piso seiscientos sesenta y seis. Las puertas que ves al fondo llevan al consejo de madres parca, y justo ahora nos están esperando.
—¿Y lo que acabo de comer es...?
—Se lo damos a las almas que siguen sintiendo dolor, similar a un dolor fantasma. Se llaman paz instantánea. Duran por lo menos cinco minutos, que es lo que tarda una parca en recolectar un alma.
Genial, solo cinco minutos. Cinco minutos de alivio antes de que vuelva el dolor. Fantástico.
Miré las puertas al fondo del pasillo, grandes y ominosas, como algo sacado de una película de terror. Las parcas deben tener un sentido del diseño bastante retorcido.
—¿Nos están esperando? —pregunté, tratando de no sonar tan nerviosa como me sentía.
—Sí —respondió Stella, entusiasmada—. No te preocupes. No es tan malo como parece. Bueno, la última vez que escuche que alguien vino, casi lo desintegran, pero detalles.
Ah, claro. Porque todo lo que sucede en un piso etiquetado con el número seiscientos sesenta y seis, siempre resulta ser fantástico. ¡Claro que sí!
—Y adentro hay madres... parca?
—Sí, bueno, es mi primera vez en este piso, en realidad —admitió Stella, encogiéndose de hombros—. Pero las madres parca no fueron humanas. Podrían ser hasta diosas. Son la máxima autoridad que mantiene el orden. Es genial, ¿no? Todo un honor conocerlas, aunque hay que tener cuidado con ellas. Un paso en falso y podrías desear no haber existido nunca.
Empezamos a caminar hacia las puertas, y cada paso resonaba en el pasillo vacío. Mis nervios estaban haciendo una competencia de salto olímpico en mi estómago. Intenté recordar alguna técnica de respiración relajante que hubiera aprendido, pero todas mis neuronas parecían estar de vacaciones.
—Entonces, hay algo malo conmigo —pregunté, tratando de mantener la conversación para distraerme.
—Tu alma está en un estado de transición —dijo Stella—. No estás completamente viva ni completamente muerta, eres un cascarón y eso es peligroso. Por eso estás aquí.
—¿Y qué se supone que debo hacer ahora?
—Seguirme y no hacer demasiadas preguntas —dijo, sonriendo de nuevo—. Ya sabes, para mantener un poquito de misterio.
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Llegamos a las puertas y, antes de que pudiera decir algo más, se abrieron con un chirrido espeluznante.
Tras ellas se reveló una sala inmensa. Había al menos cincuenta mujeres sentadas en tronos de cuero frente a una mesa curva y brillante en forma de C. Las paredes eran rojas, y grandes columnas blancas adornaban el lugar, dándole un aire similar a una sala de ópera.
Avanzamos hacia el centro. Todas tenían esa mirada que decía «por tu culpa me perdí de mi serie favorita».
En el centro de la C, una figura destacaba. Era una mujer regordeta con un vestido estilo colonial, adornada con un sombrero de flores y una calavera pintada en el rostro. Y su sonrisa... demasiado amplia para alguien que trabaja con almas. Su expresión era tan alegre que resultaba francamente aterradora.
—¡Bienvenida, cariño! —dijo, con una voz dulce y empalagosa—. Hemos estado esperando por ti. Vaya que nos has dado una sorpresa, niña, y vaya qué sorpresa.
Trague, su pausa me indicaba que quería una respuesta de mi parte.
—Le aseguro que no quería darles una sorpresa —me tembló la voz —. Yo solo quiero ir a mi casa a dormir.
—Oh, claro, cariño. Por eso estás aquí, para que resolvamos todas juntas tu problema. Mamá Katherine está aquí para ayudarte, ¿no es así, mis amigas? —Alzó la voz, dirigiéndose a las demás.
Stella dio un paso adelante, intentando mantener la compostura.
—Madre parca Katherine, la viva está bastante confundida —explicó Stella—, y las almas en pena están comenzando a seguirla.
El dolor de mis heridas comenzó a empeorar, como si mi cuerpo estuviera recordando que técnicamente me había lanzado bajo las ruedas de un tráiler y había sido perseguida por criaturas que normalmente solo ves en pesadillas.
La parca Katherine debió darse cuenta, porque con una sonrisa tan grande como su sombrero chasqueó los dedos, y de repente mis heridas desaparecieron. Ya no sentía la necesidad de usar el cabestrillo, pero el cansancio persistía, como si todo lo que había vivido me hubiera agotado hasta el alma.
—Es un pequeño regalo de mi parte, cariño. Has pasado por mucho hoy —explicó con su voz melosa y calmada—. Y Stella, hiciste un buen trabajo librando a Dian de ese lío con las almas en pena. Parecían ser de fase tres, así que cuando regreses, asegúrate de exterminarlas.
—Sí, parca madre Katherine —respondió Stella, con la emoción de un niño al ser elogiado por su héroe favorito.
—¡Ya empecemos, tenemos trabajo, Katherine! —gritó una mujer con pijama de corazones y un antifaz para dormir—. No podemos perder el tiempo.
Una de las parcas se puso de pie, llevaba sandalias y lucía un largo vestido verde con una diadema de rosas en su cabello castaño. Ah, y propuso algo bastante extremo:
—Podríamos matarla y recolectar el resto de su alma.
Otra parca se opuso firmemente:
—No podemos hacerle daño. Nuestro deber es recolectar almas, no dañar a los vivos.
Esa tenía más sentido, aunque seguía sin gustarme la idea de que me vieran como un alma lista para ser recolectada.
—¿Y qué tal si la dejamos en medio de una avenida y que la atropelle un carro de una buena vez? —propuso otra. Mis ojos se abrieron de par en par, era la anciana del elevador, Micte.
Todas las demás parcas se negaron. Yo, por mi parte, estaba completamente espantada. Las preguntas salieron disparadas de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué yo? —pregunté, intentando mantener mi voz firme a pesar del pánico que sentía.
Katherine, la mujer regordeta con aspecto de fiesta, se adelantó con una sonrisa tranquilizadora.
—Deberías estar muerta, querida.
—¡Muy muerta! —gritó la anciana.
La parca Katherine continuó:
—Pero parece que tienes un pendiente bastante fuerte, tanto, que parte de tu alma se aferró al mundo terrenal con tu cuerpo vivo. Te has convertido en lo que llamamos un "cascarón"
—¿Un cascarón? —recordé lo que había dicho la criatura gelatinosa: «delicioso cascarón ».
—Generalmente, las almas con pendientes ya no tienen un cuerpo vivo. El problema contigo es que aún estás viva. ¡Hace siglos que no veíamos algo así!
—Y a cierta parca en entrenamiento le importó un bledo que siguieras viva y recolectó una parte de tu alma en lugar de reportar la situación a la agencia —masculló la anciana y Stella colocó los ojos en blanco.
—Bueno, sigue teniendo cinco gramos de alma en su cuerpo... —intervino Stella.
—¿Por qué no me devuelven el resto de mi alma entonces? —pregunté, con la esperanza de que fuera una solución simple.
La parca Katherine negó con su cabeza y las flores de su sombrero temblaron.
—Me temo que no se puede hacer eso, cariño. Tu alma ya fue recolectada.
Los murmullos en la sala empezaron a elevarse.
—Tu alma no puede ser devuelta a menos que cumplas con tu asunto pendiente. Algo que deseabas hacer antes de morir. Puede ser cualquier cosa.
—¿Un asunto pendiente?, yo iba a...—intenté recordar lo que haría antes de morir, corría por las calles... ¿a donde iba? ¿Qué estaba haciendo? —no lo recuerdo.
—Lo malo es que cuando un vivo muere, su alma recuerda su vida y sabe quién es —dijo una parca con lentes de sol y la cabeza rapada con un tinte platinado—. Pero olvidan lo que querían hacer antes de morir, su asunto pendiente. Puede ser desde lo más banal como terminar las compras hasta ir al centro de una guerra y declarar la paz.
—Lo lamento tanto, cariño —dijo Katherine inclinándose hacia adelante, con una expresión de genuina preocupación—. En el estado en el que te encuentras, te deteriorarás en tres meses.
—¿Tres... meses? —mi voz apenas salió en un susurro, tratando de procesar lo que estaba escuchando.
Katherine asintió con gravedad.
—Te volverás tan débil que, te convertirás en un muerto viviente y finalmente morirás de una forma deplorable. Necesitamos ayudarte con tu asunto pendiente.
Su amabilidad me resultaba extraña. ¿Por qué se tomarían tantas molestias en ayudarme? Las parcas solo se dedicaban a recolectar almas, no a evitar la muerte.
Una de las parcas sugirió dejarme a mi suerte durante los tres meses que me quedaban, pero otra se opuso enérgicamente.
—Ella es ahora una prioridad, es un peligro. Un alma en pena podría poseerla y causar mucho caos en el mundo terrenal. ¿Recuerdan lo del cascarón de 1799?
—Ni que lo recuerdes. Tuvimos que pedir ayuda a las asignaciones para que los humanos olvidaran ese desastre y encargarnos del cascarón —espetó una parca con una camiseta del Necaxa y shorts negros—. Glaciares derretidos, extinción de especies, plagas... uff, me da dolor de cabeza solo de pensarlo.
Me quedé en silencio, intentando asimilar toda la información. Esto no era lo que me había imaginado al morir.
—Oh, vamos, ya saben cuál es la solución. Solo tienen que ayudarla con su asunto pendiente y ya —intervino Stella, con un tono despreocupado —. Siempre hay una manera de resolver estos problemas sin armar un alboroto en el proceso.
—¿Y esta, quién se cree que es para darnos órdenes? —dijo otra parca con un traje de oficina, apretando una pluma con tanta fuerza que parecía que iba a romperla—. Tal vez se te dio más libertad al ser una excelente parca en entrenamiento, pero no te sobrepases.
Observé a Stella con una mezcla de admiración y sorpresa. Ella no parecía intimidarse por las otras parcas.
—Está cerca de ser una parca oficial, solo le restaban cuatro almas. ¿No es encantadora? —dijo Katherine con una risa que no lograba ocultar su preocupación—. Me parece que debemos ayudar a Dian a resolver su asunto pendiente.
El murmullo de protestas se hizo más fuerte. Me sentí incómoda al ser el centro de atención. Siempre había preferido pasar desapercibida, pero ahora mi alma dependía de que estas parcas decidieran ayudarme.
—¿Todas? ¡Tenemos trabajo, mucho trabajo! —las voces de las parcas se alzaron, llenas de frustración y cansancio.
—No —interrumpió Katherine, deteniendo los murmullos y dirigiendo su mirada hacia Stella—. Esta es tu alma asignada, así que ¿por qué no la ayudas, hmm? Sé que puedes hacerlo, cariño.
Las parcas se miraron entre ellas, algunas aún parecían indecisas, pero Katherine había tomado una decisión. Observé cómo Stella alzaba una ceja.
—¿Yo? —Stella giró su vista hacia todas las parcas, buscando una salida—. Sería un honor, pero también tengo que asegurarme de alcanzar mi meta para ser parca oficial. Necesito recolectar cuatro almas más, y el tiempo apremia...
—Oh, cariño, pero eres la mejor de mis parcas en entrenamiento —dijo Katherine, parpadeando con sus enormes pestañas coloridas—. Demuéstrame que eres una excelente parca y tal vez te ascienda a algo más que una parca oficial.
Stella pareció titubear por un momento.
—Tres meses donde no tendrás que recolectar otra alma más que la de Dian, ¿no es emocionante? Serían tus primeras y últimas vacaciones, ninguna parca ha tenido vacaciones en milenios, es una buena oportunidad. Será un trabajo fácil para ti, estoy segura de que lo cumplirás —continuó Katherine, y vi cómo Stella parecía tentarse—. Y un ascenso.
Stella sonrió.
—¿Una jefa de departamento? —dijo Stella, con sus ojos brillando de emoción— ¿El departamento de parcas recolectoras? ¿O tal vez el de operadoras? ¡O podría ser...
Katherine carraspeó, bajando un poco su sonrisa.
—Bien, ¿qué te parece ser la asistente de la jefa del departamento de recolectoras? Es un buen puesto, ¿no crees, cariño? Un buen comienzo.
Stella asintió, aunque vi una pequeña sombra de decepción en sus ojos. Parecía que había estado esperando algo más, pero se resignó rápidamente.
La situación estaba volviéndose más surrealista con cada palabra que salía de la boca de Katherine.
—No quiero arruinar su felicidad, pero si yo no sé cuál es mi asunto pendiente, ¿cómo lo hará Stella? —pregunté, tratando de entender la lógica detrás de todo esto.
Katherine y las otras parcas intercambiaron miradas significativas. Parecían estar debatiendo algo en silencio.
—Vivirá contigo —Intervino la parca con traje, su pluma estalló en un chorro de tinta mientras hablaba—. Después de todo, no podemos permitir que las almas en pena te posean. Esos tres meses son tiempo suficiente para que la parca en entrenamiento "es-tu-pen-da" haga la investigación.
—Ah, fantástico —, dijo Stella.
—¿Qué? ¿No eres lo suficientemente buena, supongo? —inquirió la parca con traje.
—Claro, ¿por qué no? Voy a vivir con la viva y resolver su asunto pendiente como si fuera una sitcom de mala calidad. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Katherine suspiró, ajustando su vestido con un gesto elegante. —¡Lo harán muy bien! —exclamó, aplaudiendo con alegría—. Stella, esta es tu oportunidad para mostrarles a las demás parcas lo que yo vi en ti.
¿Vivir conmigo?
La idea me golpeó como una ola gigante. ¿Vivir con una parca? Mi vida estaba a punto de volverse mucho más interesante... o mucho más complicada. O tal vez solo estaba soñando. Ja, seguro me había dado un buen golpe en la cabeza, porque ¿qué otra explicación realista tendría todo esto? Tenía una gran imaginación, eso era seguro; a menudo soñaba cosas bastante extrañas o demasiado imaginarias.
—¡Estoy lista! —dije, decidiendo que si esto era un sueño, lo mejor sería seguir la corriente antes de despertar.
¿Cuándo volvería a tener la oportunidad de un sueño tan vivido? Quería saber lo que pasaría. Total, en un sueño no puedes morir, ¿verdad? Incluso me tentaba la idea de correr por toda la sala y quitarme los pantalones...
Las parcas me miraron sorprendidas, y Katherine soltó una carcajada de emoción. En eso Stella quedó boca abierta, pero antes de que pudiera soltar una palabra Katherine se apresuró.
—¡Así se hace, cariño! —dijo, levantándose de su trono—. Espero lo mejor de ustedes. Bien, esta reunión se termina aquí, mis amadas parcas.
Todas las parcas se levantaron en medio de murmullos y susurros. Parecía que la decisión de Katherine había causado bastante revuelo.
—Pueden retirarse, Stella y Dian. Les deseo una linda partida —añadió Katherine, despidiéndose con un gesto grandilocuente.
Si esto resultaba ser un sueño, al menos tendría algo que contar en el trabajo mañana.
Las enormes puertas se cerraron tras nosotras, dejando atrás el bullicio de la reunión. Me giré hacia Stella, cuya cara llena de emoción se había desvanecido, reemplazada ahora por una expresión larga y horrorizada.
—¡Mierda! —exclamó, cubriéndose el rostro con ambas manos y tirando de sus mejillas hacia abajo—. ¿Qué esperaba? Si esto no hubiera pasado, tal vez ya sería una parca oficial. Pero no, tenía que ser la favorita de Katherine, ¿entiendes? ¡Es una locura! —suspiró profundamente y se pasó una mano por el cabello—. Ahora tengo que lidiar con todo esto. Justo lo que necesitaba.
Me sentía mal; por mi culpa, ahora Stella estaría conmigo un buen tiempo y si no lo hacía bien, no la ascenderían.
Nah, pero ¿qué más daba?
Era un sueño.
—¿Oye, sabes dónde vivo, no? —solté un largo bostezo—. Vamos a mi departamento. Quiero dormir de una vez.
—¿Qué? —dijo Stella, absorta—. ¿Cómo puedes tomarlo con tanta naturalidad? Hace un momento estabas con los nervios de pies a cabeza.
—Simple, es un sueño —respondí, dándole una palmada en la espalda y riendo.
Stella me miró como si acabara de decir que la tierra era plana.
—¿Qué demonios estás diciendo? ¿Sigues pensando que es un sueño? ¡Esto es real!
Le di otra palmada en la espalda y sonreí.
—Claro, claro. Real.
Stella se quedó allí, boquiabierta, claramente luchando por procesar todo. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro y sacudió la cabeza.
Tink
Las puertas del elevador se abrieron y ahí estaba de nuevo, la anciana con la guadaña que hacía un momento había sugerido que me atropellaran de nuevo.
—Vamos renacuajos, no tengo toda la vida —hizo una pausa— Oh, creo que sí.
Y se volvió a reír como disco rayado.
Stella dejó escapar un suspiro exasperado y asintió, siguiendo a regañadientes mis pasos hacia el elevador.
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