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Prefacio

⚠️ ADVERTENCIA ⚠️

Bueno... Creo que no hace falta decir que tendremos demasiado contenido para adulto en esta historia. Para mayores de 18 años en adelante. Por cierto, tocará temas de contenido sadomasoquismo que a lo mejor no son de tu agrado.
Sigue leyendo bajo tu propio riesgo, y recuerda que ésta historia es original y sólo mía. Todos los derechos reservados ©

Ahora sí: Prefacio👇🏻 después de las tres coronas.

👑👑👑

Soy muy consiente de lo que estoy haciendo. Estoy en mis cinco sentidos. Nadie me está obligando a hacer nada que no quiera. Él no me está manoseando o besando a la fuerza. Yo me dejo llevar por el deseo, porque quiero y porque puedo, porque tengo el control de mis emociones y mis instintos. Porque he descubierto que su obsesión y discusiones en clases conmigo: me hartan y excitan en partes iguales.

No puedo evitar que mis bragas se mojen, y mi flujo de emociones se atropellen en mi garganta. Esto es sólo el comienzo. Estoy jugando con fuego. Quiero que él enloquezca, que arda e incendie mi vagina cuando me penetre.

Tomo ambos de mis senos y los restriego en su cara; para empezar, un par de lengüetazos no están de sobra, y menos cuando son los labios, y la caliente y húmeda lengua de Victor Douglas, las que hacen posibles mis perversas fantasías.

—Ginny —gime en mi erecto pezón—. Ginny, no pares —me pide, mientras continúa con su estímulo hacia mis pechos, mientras yo me restriego contra su duro miembro, mientras ambos nos entregamos sin aprieto o sudor virgen. Somos un par de calenturientos.

Mi espalda se arquea y ardo en deseo. Necesito que me penetre, ¡ya!

Me incorporo. Mis senos están húmedos por su macabra boca. Me desahogo de las bragas rojas de encaje. No me da vergüenza que vea mi cuerpo completamente desnudo, o la prueba de mi excitación resbalar por mis muslos internos. Lo siento, pero este muchacho me pone al cien.

Él, al verme dispuesta a cogérmelo sin pudor o protecciones, se incorpora y, de un movimiento rápido y precavido, deja caer mi espalda en el colchón, con mi cuerpo a un lado del suyo, mientras él busca en el cajón de su mesita de noche un preservativo.

Hago un ligero puchero, pero no protesto. No le importa si estoy tomando la píldora, él no quiere correr riesgos. Y eso es algo que agradezco. No quiero volver a embarazarme, no a menos que esté segura, de que el hombre con el que este, quiera comprometerse seriamente conmigo.

Lo abre con sus dientes, y escupe parte del envoltorio arrancado a cualquier parte del cuarto. Se pone el condón, y me observa con las pupilas dilatas cuando lo hace.

¡Diosssssss...! ¡Este hombre está matándome!

Abro las piernas a voluntad, y él me fulmina con la mirada ensombrecida por la excitante situación, y el morbo que reina entre nosotros.

—¿Te dije que podías abrir las piernas?

Dios, estoy tan caliente que no me importa un rábano su tono malhumorado.

Decido complacerlo, no porque él merezca respeto o yo quiera dárselo, sino porque la agitación que cae sobre mi cuerpo me pone a mil por hora.

Con una sonrisa inocente le digo:

—No, señor.

—Entonces ciérralas —ordena.

Obedezco. Un ligero escalofrío recorre mi vientre cuando mis pliegues se juntan, pero me niego a calmar el ardor hasta que me diga qué hacer con mis manos o mis piernas o mi cuerpo. Y eso, también me excita sin remedio. Estoy desnuda y vulnerable, y no quiero detenerme por nada del mundo. Me merezco un poco de diversión después de tantos años en abstinencia.

Él, al ver mi sumisión, el dolor que mi cara debe mostrar cuando la interrupción de nuestro juego me deja fuera de lugar, me sonríe como el pérfido arrogante que es, y me escanea el cuerpo una y otra vez con descaro, memorizando hasta la más mínima arruga o lunar escondido por mi ropa de trabajo.

Tira de mis tobillos, obligándome a girar el cuerpo y quedar boca abajo en el colchón, de espaldas ante él, ante su enorme pene que tendré que aguantar con el molesto condón puesto. Me da una nalgada que me calienta hasta los pezones, y el grito ahogado que escapa de mi boquita entre abierta, por el placer que envuelve nuestros sudados y desnudos cuerpos, le complace como un maestro a su alumno por su desempeño académico.

Esto me pone al cien con mis hormonas.

Quiero verlo. Quiero ver lo que me hace, el modo en cómo se desliza, o la cara que pondrá cuando lo haga. Pero no puedo. Es mejor así, no soy buena viendo a las personas que me cogen a su gusto.

Me toma con fuerza de las caderas. Sus grandes y callosas manos de hombre me poseen. ¿Por qué no se hunde en mí?

—¿Qué haces? —pregunto—. ¿Qué pasa?

—Lo siento, Ginny, pero mereces una pequeña reprimenda por desobedecer mis órdenes.

«Frustrada», así es como me ponen sus berrinches.

—Hice todo lo que me pediste.

—No, no es así —dice, dándome una pequeña estocada que me corta la circulación—. Pagaste la cena, te encimaste en mí como si fueras mi dueña, me ofreciste tus tetas sin antes pedirme permiso... Ah, y abriste las piernas. ¿Cómo crees que eso me hizo sentir, Ginny?

Gruño en un maremoto de emociones. Muevo mi trasero en busca de su miembro, pero él me prohíbe que lo encuentre. Desesperada, y finalmente rendida por sus tratos, me trago la lujuria y vuelve en mí la mujer que lo saca de sus casillas en clase.

—Eres un hijo de puta —mascullo, en un susurro incomprensible, por la falta de sexo.

—Oh sí, amor, insúltame, sabes cómo me pone —ronronea, mientras me embiste sólo con la punta de su miembro.

Jadeo como una principiante, aún más, cuando la punta de su pene recorre mi espina dorsal... con calma. Obviamente, castigándome por mis supuestas faltas de respeto.

Gimo en un desespero, —Ya, Victor, por favor —suplico.

Su punta viaja y encuentra mi ano. Me tienta los sentidos, sin meter o introducir la punta, ni siquiera, en mi palpitante sexo.

Escucho que su respiración se altera, cuando resbala en mi feminidad con atrevimiento, mientras encuentra mi clítoris hinchado y le da pequeños toquecitos con la punta de su pene.

—Ah... —gimoteo sin decoro—. Ah..., Vic...

—¿Sigo, Ginny? —pronuncia, con la tentación palpando la habitación, en su desordenado apartamento.

En respuesta: arqueo por inercia la espalda. Mi culito está a su vista, ante él, a su merced, sin miedo a lo desconocido. Sólo una vez practiqué sexo anal con mi ex marido, pero jamás volví a intentarlo con ningún amante.

Su sonrisa es torcida y seductora, justo como hace, siempre, cuando doy mis seminarios en mi salón 301.

—Tomaré eso como un sí —contesta el muy fanfarrón.

Continúa con su innecesario juego dominante, sin intenciones de llenarme o satisfacerme como se merece mi paciencia.

Diosito lindo y querido, por favor dame fuerzas.

—Estás tan húmeda, amor —dice, con voz ahogada por el placer—. Tan caliente y pequeña. Me dan ganas de cogerte sin condón —gruñe, y yo jadeo—. Pero no lo haré, porque sabes que no confío en la píldora —me corta la inspiración, junto con esas palabras, que por desgracia no alimenta mi furia por el maldito placer que desprenden nuestros cuerpos—. Serás mía —me promete, al enredar mi pelo en su mano y tirar de mi cabeza hacia atrás, provocando un ligero ahorcamiento que calienta aún más mi necesitada vagina.

Esa es mi señal.

—Entonces márcame, reclámame, hazme tuya de una buena vez —sueno tan patética—. Quiero sentir tu semen dentro de mí —confieso como una masoquista sin pudor.

Mis palabras lo alientan. Eso es todo lo que él necesitaba oír, para quitarse el condón y dar ese paso hacia lo desconocido.

Se acerca a mi oído y musita:

—Vas a ser la primera mujer que coja sin ese molesto plástico cubriendo mi pene.

Ay, Cristo. Ay, Dios.

Me da la vuelta, de un rápido y casi desesperado movimiento, que vuelve a dejarme a punto en este infernal momento sin sexo.

—Y... —continúa con su discurso—, quiero verte la cara, a los ojos, y la preciosa boca que va a intentar tomar aire como una posesa, mientras te encierro en mis brazos y te entierro en el colchón.

Mi vagina se contrae ante sus palabras. La anticipación me está matando. Mi clítoris me pide a gritos ser atendido. Mi entrada me duele. Mis labios vaginales se abren. Todo de mí emana calor y lujuria. Me estoy excitando, con tan solo ver su lasciva mirada en mis tetas, rostro, y el resto de mi cuerpo. Y eso que aún no ha hecho ningún movimiento.

Creo que este imberbe lee la mente.

Toma mis caderas con posesión. Me mira a los ojos, y yo a él. Y... sin quitarme, ni un segundo, la vista de encima, mi horrible y fatuo estudiante de último año, me penetra por primera vez en su cama desatendida y roñosa de apartamento.


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Nota: Holis Holis ¡Aquí está la Becky!
Si el prefacio te gustó, no olvides dejar tu puntito o comentar.
Si no, bueno, pues me alegro que hayas disfrutado la lectura de mi nueva novela o historia corta. Aún no sé qué será.
Pero lo que sí es que tendrá una secuela.
Todavía estoy arreglando los detalles.

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