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Capítulo 5

Me quito los tacones rojos. Mis pies se mueven con sigilo por la estancia, hasta llegar a la puerta, aún con una de mis armas favoritas en posición de ataque.

Soy una serpiente: silenciosa y lista para morderte en ataque, ya sea para echarte mi ponzoña o en autodefensa. Como sea, terminas perdiendo cuando estorbas mi camino.

Mi instinto de madre es mi guía. Me mantiene a flote en tiempos de guerra.

Vuelven a tocar el timbre.

Aguanto la respiración, con mi arma de fuego, lista para calcular un disparo certero, directo en su entrecejo. Pongo mi dedo sobre el gatillo. Me deslizo de lado, como una policía de verdad, y no una muchachita que aprendió a disparar con un par de motociclistas a los veintiún años.

Aprendes más en las calles que en una maldita universidad. Eso me consta. Ni siquiera pude conseguir mi título o llegar al segundo año. No me fue tan bien después de conocer a Cameron. Digamos que el amor te transforma de una niña buena, a una idiota sin remedio. Te moldea, te manipula, y puede volverte loca si te dejas llevar demasiado en la primera cita.

No veo a través de la mirilla de la puerta, por obvias razones. Si es Gretel, corro el riesgo de que me sorprenda con un disparo en el ojo. La he visto hacerlo antes, incluso a madres. Sin diálogos o últimas palabras. No hay nada. No te da la oportunidad de despedirte de los que amas. Y no pienso correr ese riesgo.

Posiciono mi arma en la mirilla.

Lo siento mucho, Gretel. Pero, o eres tú o soy yo. Y yo aún no tengo deseos de morir.

Cuando estoy a punto de tirar del gatillo, la voz de una mujer mayor a mí, que detecto como segura, interrumpe mis acciones asesinas, —¡Hiya, Virginia!

Es Ashley.

Pero... ¿ella, la vecina, qué hace aquí? ¿Qué quiere?

—¿Virginia? —insiste, y vuelve a tocar.

Mierda.

—¿Estás en casa?

Carajo.

Si no le abro creerá que tengo algo que ocultar, y tendré a una vecina como garrapata todo el semestre. No necesito a otra chismosa carroñera en mi vida. Con la señora Young (mi antigua vecina), tuve suficientes dramas y enfrentamientos, como para que un guionista trabajara en una telenovela.

Sumarle otro problema a la lista sería una situación que no podría manejar.

—¿Virginia?

—¡Sí, un minuto! —respondo.

Escondo el arma detrás de mi espalda, y abro la puerta.

El sonriente rostro, semi arrugado de Ashley, me saluda, —Hola.

Finjo una sonrisa simpática, igual de convincente que la suya, —Hola.

Se ha cambiado la ropa de jardinería por un suéter verde de cuello de tortuga, y pantalones de secretaria. En sus manos lleva una canasta adornada con un listón rosado, repleta de panecillos ideales para el desayuno.

Ay no, comida casera.

—Bienvenida al vecindario —dice, entusiasta, extendiendo la canasta en mi dirección—Roles de canela y panquesitos caseros. Para que tú y tu precioso bebé disfruten toda la semana.

Miro la canasta, por un corto periodo de tiempo, antes de tomarla, —Gracias. Eres muy amable, Ashley.

Intento cerrar la puerta, pero la mano pecosa de mi nueva vecina, me lo impide.

¿Y ahora qué?

—También quería disculparme contigo.

—¿Conmigo, por qué?

—Por la forma en cómo reaccioné hace un momento, cuando me dijiste que eres madre soltera. A propósito, ¿a qué edad tuviste al pequeño Daniel?

—Duncan —le recuerdo, borde, por escuchar su gentileza disfrazada.

—Ah, cierto —dice ella, sin rastro de culpabilidad—. Duncan. Discúlpame, es que tu hijo tiene cara de Daniel. Me confundí.

Sí, zorra, pero su nombre es Duncan.

—No te preocupes, errores que cometemos las mujeres —le quito importancia.

—En eso tienes razón, Virginia.

Si cree que no detecté su escupitajo indirecto, entonces es más estúpida de lo que pensé. Pobre del hombre con el que contrajo matrimonio.

Sonrío por educación, en un agradable vistazo de dientes tipo fiera, —Bueno..., le agradezco que se haya tomado el tiempo de presentarse. Pero como comprenderá, tengo muchas cosas que hacer.

—Claro que sí, y no dudes en avisarme a mí o a mi marido, si necesitas ayuda con el triturador de basura. Tiende a fallar —bisbisea en un secreto.

—Ah, ¿disculpe?

—Bueno, es que ésta antes era casa de los padres de mi querido Keny. Vivían aquí con su hijo Victor Douglas. Murieron el año pasado en un terrible accidente de auto. Fue espantoso.

—¿«Keny»? ¿Keny Douglas?

Tiene que ser una maldita broma.

—Sí, ¿no te había dicho mi apellido? Ay, que descuidada soy, querida. Soy Ashley Douglas. Mi esposo es Keny Douglas. Vivimos aquí al lado con nuestros dos hermosos querubines Cory y Samantha Douglas.

Douglas.

No... No puede ser el mismo hombre que tuve la mala suerte de conocer esta tarde en esa cafetería. Tiene que haber un error. Tiene que ser una desagradable coincidencia. Muchos se apellidan Douglas, ¿no? Pero..., ¿el nombre de Keny? Esa sería demasiada casualidad.

Aunque..., tal vez haya un modo arriesgado de obtener su información.

Con una nueva actitud, disimulo mis nervios y náuseas, —Vaya... Una gran familia feliz —digo, y ella se conmueve—. ¿Novio de secundaria o universidad?

—Ninguna. Nos conocimos gracias a su hermano. Yo era su maestra particular de Literatura Rusa, cuando tenía nueve años. Keny a penas había cumplido veintinueve.

—Guau... Genial. No me habías dicho que eras bilingüe.

—Trilingüe, de hecho. También sé hablar Francés.

—Guau... Todo un cerebrito. Tu esposo es muy afortunado de tenerte, Ashley.

—Para nada, yo soy la afortunada. Hoy en día no te encuentras hombres como él. Guapo, rico, apasionado, fiel...

¡Ja! No me hagas reír con lo de "fiel", querida.

»—... buen padre, excelente profesor, y aún mantiene su físico.

—El paquete completo —digo, tratando de no sonar tan sarcástica.

Seré prepotente. Soy todo un caso: todo en mí es falso.

Para mi buena suerte: ella es estúpida, así que no se da cuenta de nada. Menos de lo que pienso de su querido esposo y padre de sus hijos.

Ésta es mi oportunidad de abordarla. Está demasiado distraída rememorando sus recuerdos sentimentales, como para sospechar de mi creciente curiosidad hacia su marido y cuñado, —¿Y en qué trabaja tu Keny?

—Ah, es empresario y profesor de Astronomía en la universidad de Denver.

Me cago en...

Trago en seco, y sonrío como si nada malo pasara, —Bueno, si me disculpas aún tengo mucho que desempacar.

—¿Deseas que mi marido, cuñado y yo te ayudemos?

—¿Ah?

—Mi esposo acaba de llegar con su hermano del aeropuerto. Tienen algunos negocios juntos. ¿Quieres que te ayudemos a desempacar?

—No, muchas gracias.

—Si te preocupa tu hijo, puedo traer a los míos. Ya sabes, para que se vayan conociendo.

—Duncan está descansando.

—¿Quizás más tarde?

—Cuando tenga tiempo —la despido.

Cierro la puerta y le pongo llave.

Me alejo de la puerta, y llevo la canasta a la isleta de granito.

Quizás estuve absorta con la información de mis nuevos vecinos, o simplemente no me interesó lo que podría significar este caballo de Troya, pero tal vez debí prestar más atención a lo que me rodeaba o, a quienes me espiaban a través de los ventanales de la casa de al lado.

Hay una delicada rosa blanca, con una nota adornando sus espinas.

La leo:

Nos alegra que sea nuestra vecina, Virginia Howey. Espero que nos considere sus amigos muy pronto.

—¡Duncan! —lo llamo—. Ven un momento.

Mi chiquitín baja las escaleras, y se reúne conmigo en la cocina.

—¿Sí, mamá?

Le muestro la nota, —¿Ves esto?

Mi hijo la toma entre sus dedos y la lee, —¿Es de esa tal Ashley?

—Sí.

—¿Vamos a ser sus amigos? —me pregunta mi pulga.

—No, y no quiero que te les acerques. Ni a ella o a sus hijos. Menos a su marido o hermano.

—Porque son malos —dice, en lugar de preguntar.

—No lo sé, Duncan. Pero no me da buena espina esa familia. A veces es mejor evitar el peligro, hijo.

—Sí, mamá.

Ambos miramos los roles de canela y panecillos, con recelo.

—¿No los comeremos, verdad?

—Claro que no —digo, segura de mis instintos.

—Su esposo es el tipo que nos estuvo molestando en la cafetería. —Lo miro—. Lo sé, las escuché.

—Me impresionas, Duncan. Nunca me di cuenta de que nos estabas espiando.

Sus facciones tiernas se contraen en una mueca culposa, —Lo siento.

—No te disculpes por haber hecho un buen trabajo, hijo. Hazlo cuando no hayas podido encubrir tus mentiras —le aconsejo.

—Sí, mamá —dice mi chiquito, asintiendo con la cabeza.

Le quito la nota de los dedos, y digo:

—Bueno, lávate las manos. Voy a prepararnos unos sándwiches.

Mi pulga asiente, y corre escaleras arriba.

Y yo: arrugo la mísera nota de bienvenida, y la arrojo al bote de basura, junto con la rosa y panecillos.

📝📝📝
Nota: Ya volví!!!!!! Nueva y mejorada. Disculpen por demorar demasiado.
Espero que lo hayas disfrutado.
Tengan bonito fin de semana.

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