Capítulo 3
Es un crepúsculo perfecto: rojo, cálido, despejado de esas nubes que a veces opacan su esplendor.
Cameron solía decir que la magia se encuentra en los cielos. Ver un atardecer, un amanecer o un crepúsculo: eran sus pasatiempos favoritos. Curioso, porque también eran los míos. Cuando él murió, encontré consuelo en la admiración de un buen día soleado, un anochecer o un amanecer.
Parecerá tonto o imposible de creer, pero desde que falleció Cam, no ha habido un solo día que una brisa no refresque mi cabeza, o un avecilla no cante en mi ventana "Buenos días", o un amanecer no ilumine mi inicio de semana. Cameron Wesley siempre ha estado conmigo de una u otra forma.
He pasado ocho años sin él, creyendo que está en alguna parte, cuidándonos o viéndonos como un ángel guardián que vigila cada movimiento que hago... No sé, cómo el modo en el que decido criar a Duncan, o el tiempo que paso llorando por él en las noches, o la forma en la que no le permito a nuestro hijo que hable de motocross.
Tal vez..., por eso mi adorable Squishy es tan ingenuo, cuando se trata de conocer extraños. Nunca me lo ha dicho directamente, pero sé que quiere un padre.
A veces, le escribo cartas de amor a Cameron. Lo hago espontáneamente, cuando necesito de un consejo o me siento sola. Le escribo una vez por semana. Una vez traté de animar a Duncan a escribirle a su padre, pero mi peque se negó rotundamente. Dice que prefiere hablarle a su estilo y no interferir en el mío. Es un angelito.
Quizás, no debí ser tan dura con él, cuando cayó tan fácilmente en las garras de esos hombres; aún me da escalofríos la mirada de ese tal Keny. Algo en mí me dice que ese asqueroso será un problema para nuestro nuevo comienzo.
Me encargaré de que no lo sea, si me da problemas en la universidad.
Aminoro la velocidad delante de la nueva casa. No puedo creer que esto sea sólo nuestro, de mi peque y yo. Es una casa preciosa de dos pisos, con un jardín de ensueño, y un huerto en el patio trasero. El camión de mudanzas llegó hace cuatro horas, ellos tenían las llaves así que se dedicaron a meter los muebles y cajas con nuestras pertenencias dentro, mientras nosotros recorríamos los alrededores en nuestro descapotable.
Mi adorable hijo está profundamente dormido en el asiento de atrás, el de en medio. ¡Ah, pero eso sí!, con su cinturón puesto, y la comodidad de una almohada alrededor de su cuello para que no se lastime.
Es un consentido de primera.
—Squishy —lo despierto suavemente, mientras desabrocho su cinturón de seguridad, y le acaricio con mis nudillos su regordete cachete.
Mi pulga no se despierta.
Salgo del vehículo, y abro la puerta de los pasajeros. Saco a mi peque del auto, y lo llevo en brazos hasta la entrada.
Es tan hermoso mi Guagua; así solía llamarlo Cameron. Me encanta mi bebé, tiene una carita tan hermosa, y un corazón precioso. Cuando lo abrazo, me recuerda a Cameron. Todo de él me recuerda al amor de mi vida. Cuando él murió, supe que tenía que vivir por y para nuestro hijo. No sé qué habría sido de mí sin Duncan. Creo que hubiera muerto.
Los primeros años, después de la muerte de su padre, fui a un lugar oscuro y peligroso, del que ahora me avergüenza.
Cruzo la rejilla, camino por el jardín, y subo 1..., 2..., 3..., 4... escalones con mi peque en brazos, hasta que la voz de una mujer que proviene del jardín vecino a mi izquierda, detiene mis pasos con su chillante voz.
—¡Hola! —me saluda la mujer de treinta y siete años. Se ve de cuarenta, pero su sonrisa es contraproducente con mi observación.
Parece ser una madre profesionista. Pero el sombrero de jardinera y las macetas, me dicen que también es una mujer que se dedica por entero a su esposo e hijos. Se nota que es la clase de mujer que tiene más de uno. Tal vez tiene dos pequeños de ocho u seis años.
Le sonrío en respuesta. Una sonrisa de oreja a oreja, como la que le ofrecí a los hombres en el restaurante "familiar".
—Hola —respondo en un tono cortes.
—Debes ser la nueva vecina.
—Sí, esa soy yo.
—Soy Ashley, vivo aquí con mi esposo e hijos.
—¿Dos hijos? —«Lo sabía», añado para mis adentros.
—Sí, dos hermosos traviesos. Un niño y una niña. Cory y Samantha. Ocho y seis años. Son mi mundo —dice; su cara se ilumina cuando habla de su familia. Se nota que es una madre cariñosa que ama y se preocupa por sus hijos.
Mira a mi pulga encarnada en mi pecho, y dice:
—¿Y él es tu hermanito?
—No, él es mi hijo.
Su sorpresa es evidente.
—Oh, vaya, ¿cómo...? —se corrige—. Quiero decir —aclara su garganta—, ¿tu esposo también viene contigo?
—Nunca me casé. —Esa es la verdad, no tengo por qué mentirle a nadie sobre mi vida privada. Además, ni la conozco; no me importa su opinión.
—Oh —se apena aún más—, entonces... ¿Eres madre soltera? —pregunta..., pregunta y pregunta... Y me da mala espina. No me gustó la mueca de asco que puso, al considerar a una madre soltera de veintiocho años, viviendo a su lado.
¡Bruja! Si no tuviera a mi peque dormido en mis brazos me abalanzaría sobre ella. Sí..., yo también soy de mecha corta, como mi Cameron, mi hijo, y padres. También soy dominante, orgullosa, preciosa, altanera, prepotente, y una víbora de cascabel si intentas pisar mi territorio porque si no te muerdo. Estoy medio loca también, pero no quiero entrar en detalles sobre esa observación hacia mí misma por ahora.
Mi cucaracha se inquieta en mis brazos, amenazando con despertarse. Esa es mi señal para desaparecer con mi cómplice dormilón en brazos.
—Discúlpeme, señora, pero ¿ya sabe cómo son los niños, verdad? Si dejo que este demonio se despierte ahora, no querrá dormir en toda la noche —concluyo con una sensacional sonrisa de perlas.
Ella parece intimidada por mi cara de: "Oye, bruja, deja de preguntar sobre lo que no te importa". ¿Va a escribir un libro o qué?
Me retiro de allí antes de que pueda hacer o decir algo más que logre incomodarme.
Atravieso el umbral, con ayuda de las llaves de nuestra nueva casa, y cierro la puerta usando uno de mis pies. El aroma y el espacio me agradan. La estancia es hogareña. Los muebles están acomodados. La escalera es firme, y los cuadros de mi peque y esposo están colocados en su sitio. Mis pinturas están esparcidas en todas partes. No hay pared que no ocupe un cuadro mío. La cocina es amplia y de aspecto sentimental. Tenemos una isleta de granito y toda la cosa.
Es perfecto.
Sin querer, las memorias invaluables de Cameron y mías, vuelan hacia mí...
—Te amo —me dijo.
Estallé de gozo y ventura, cuando me confesó por primera vez sus sentimientos.
—Yo también —le contesté; porque vaya que lo sentía. Sentí tantas emociones dentro de mí, ese día, que jamás me arrepentiré de haber experimentado. No con él. Nunca con Cameron.
Mi corazón ardió en busca de deseo. Su deseo. Nuestro deseo. Rompimos una barrera que jamás creímos cruzar antes de casarnos. Fuimos algo invaluable, único y envidiable. Fue puro y sin engaños o segundas intenciones.
Corazón con corazón.
Piel con piel.
Amor eterno mas amor eterno.
Finalmente pude sentir, lo que Charlie describió, como una respuesta a su solitaria existencia: algo infinito.
Esa noche concebimos a Duncan.
Y disfruté cada segundo, minuto y hora, en la que nos besamos, nos calentamos e hicimos el amor. Pero lo mejor no fue sólo el sexo, también las horas que hablamos después de la acción, y lo que vivimos y reímos y soñamos en esa cama, en nuestra isla del amor.
Lágrimas de felicidad y melancolía inundan mis ojos, pero me las aguanto. No quiero llorar ni de alegría, no cuando estoy cargando a mi pulga y él puede percatarse de mis sollozos.
—No me agrada la tal Ashley —masculla mi pequeño.
En lugar de llorar, me pongo a reír. Mis decisiones sobre esa noche me trajeron hasta aquí, me condujeron a mi hijo, y a esta vida que amo con locura aun sin Cameron para compartir nuestras alegrías y tristezas, triunfos y derrotas. No me imagino viviendo de otra forma.
—Lo sé, Squishy, a mí tampoco —le doy la razón a mi peque.
Intuyo un aura oscura en esa mujer. Se ve dulce y considerada, pero también caprichosa y exigente. Tengo que tener cuidado con ella.
Primero: No soy paranoica, pero nunca está de menos ser precavida. Y segundo, con todo lo que me ha costado salir adelante con un niño de ocho años, ya me he dado cuenta (con el tiempo) que una mujer como yo: no necesita sueños, necesita metas. No necesita fantasías, necesita realidad. Los juegos se acaban y los hombres sólo nos estorban cuando te conviertes en madre. Y tercero: jamás he necesitado que nadie me apoye o vele por mí después de la muerte de Cameron. Yo siempre supe salir adelante con mis ganas de darle a nuestro hijo una vida plena en donde se sienta libre y expresivo.
Soy una buena madre. Hubiera sido una buena esposa. No sé cómo sería como amiga. Y como amante... Bueno, eso nunca lo sabré.
👑👑👑
Nota: Ay, gosh!!!!
¿Les agrada la intuición de Virginia?
¿Creen que esa tal Ashley vaya a causarle problemas?
Yo aún temo por el tal Keny. No me da buena espina.
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