Capítulo 17: La Sonrisa Desaparecida.
Viendo la nieve caer por su ventana, escuchaba la puerta de su casa, cerrarse, alguien había salido, al salir de su cuarto baja algunos escalones escuchando que alguien al otro lado de la puerta le ponía seguro.
Sonriendo soltaba un suspiro aliviado.
—Por fin algo de paz. –Susurró con una sonrisa.
La casa era un completo desastre, desde la cocina a la sala.
—Un poco de paz en el caos no viene mal. –Se dijo así mismo con desinterés.
Las horas pasaba mientras él organiza un poco aquel lugar, al terminar subía a su cuarto, su cuarto era el único que tenía decoraciones navideñas, algo cansado se acostaba en su cama poniendo música a alto volumen.
Acostado en su cama, leía un libro, moviendo sus ojos de lado a lado, leyendo a una gran velocidad, viendo su mesa de noche, se levantaba abriendo el cajón, tomando un pequeño cuadrado que tenía una carita feliz, poniéndolo en sobre su lengua se sentaba en la cama esperando los efectos que no trataba en llegar.
Comenzaba a tener a alucinaciones a su alrededor, sintiendo una gran felicidad sobre su cuerpo, veía los colores del arcoíris a su alrededor mientras se movía de adelante, así atrás riéndose sin ningún sentido, se sentía feliz aquella noche.
Sobre la mesa estaba un tarro de antidepresivo lleno mientras el papel de aquella droga se estaba terminando de ser consumida.
Aquel viaje iba con normalidad, viendo animales por su cuarto, y como se llenaba este de árboles y flores, al querer arrancar una del suelo, un pie la pisaba, al levantar la mirada veía a su madre.
—Pregúntame, ¿Si me importas? –Dijo con seriedad y frialdad. —Pregúntame, ¿Lo que hace realmente me importa?
Lograba ver a su padre llegar a lo lejos.
—Tus decisiones, tus acciones son tu culpa. –Se expresó él con odio y frialdad. —Todo es tu culpa, tu culpa. –Repetía con odio mientras lo señalaba.
Viendo como su padre le comenzaba a salir sangre por la boca y comenzaba a llorar sangre por sus ojos que se tornaba negro en su totalidad.
Comenzaba a ser abrazado por una mujer de cabello anaranjado, con un ojo azul y otro rojo que le gritaba al oído.
—TÚ ERES UN TÓXICO. –Su gritó sonaba con fuerza alrededor de oros, gritos. —TÚ ERES UN TÓXICO. –Repetía con más fuerza soltándolo y desapareciendo.
Asustando Nicolás solo se arrodillaba cerrando los ojos, tapando sus orejas con sus manos.
—CALLASE, NO EXISTEN, NO ES VERDAD. –Respondía gritando, asustando entre lágrimas.
Ha pasado un mes, ¿Sabes qué día es hoy?, otra vez es Navidad, Susana acaba de salir de casa, seguro para hacer lo mismo que hace en cada Navidad y para asegurarse de que no salga de la casa le pone seguro a la puerta, lo comenzado hacer ya desde hace varios meses, aunque, si lo pienso, podría salir por una ventana, pero no tendría a donde ir, además está nevando y detesto mucho el frío.
Te acuerdas que una vez te pregunté si pasarías Navidad conmigo, quisiera que hoy fuera esa Navidad, estoy completamente solo en casa y estoy sentado mirando como cae la nieve en esta fría noche de Navidad, esperando a que sea media noche para ver los fuegos artificiales como cada Navidad, por cierto, antes que lo olvide, hay algo que quiero contarte.
Un mes atrás.
Nicolás caminaba rumbo al cementerio con pastel entre sus manos y flores como solía hacer cada año, era algo temprano, lograba ver a un chico sentando en la acera a la entrada del cementerio, se le hacía algo familiar, su silueta, creía haberlo confundido con alguien más.
Al estar más cerca de él logra notar que era Sebastián, sonriendo le saludaba.
—Déjame ayudarte con el pastel. –Se expresó él levantándose del suelo.
—Claro gracias. –Le respondió de forma corta y algo confundido.
Entre las manos de Sebastián se encontraba un pequeño pastel y las manos de Nicolás las flores con ambos chicos entrando al cementerio.
Aquel día que iba a visitar la tumba de mi padre me sorprendió mucho encontrarme a Sebastián ahí, me estaba esperando para acompañarme, sí le había contado lo de mi padre, pero jamás le había comentado lo que hacía cada año, no sé cómo lo hizo o cuánto tiempo le tomó esperarme ahí, pero simplemente me parece una sorpresa tan buena y agradable, al inicio estaba confundido, no podía creer que fuera él que estaba ahí sentado, ya después solamente solté una sonrisa.
No le pregunté nada, simplemente me ayudo a cargar el pastel bajo mi confusión de como sabía dónde era, no iba a preguntar nada, se me hizo agradable, así que entramos sin decirnos mucho, estuvimos ahí casi dos horas.
Sebastián es ateo, pero lo que me asombró también es que le hablara a la tumba de mi padre y no lo hizo en forma de broma, lo hizo con mucho respeto, hablé un par de horas con mi padre presentándole a Sebastián, entre otras cosas, mientras comíamos el pastel, en un momento sí me sentí mal al recordar lo que pasó aquel día con mi padre y pasó lo mejor que pudo haber pasado en tanto tiempo.
A lado de una tumba sentado en aquel césped del extenso cementerio, ambos chicos disfrutaban del sabor del pastel acompañado de la brisa, Nicolás se veía distraído, aquel chico sonriente de ojos pequeños, cabello ondulado, había desaparecido dejando en él presente, a un chico con ojeras, cansado físicamente y emocionalmente, casi no sonreía y se le vea mucho más delgado.
Un silencio se hacía entre ambos, una lágrima resbalaba por la mejilla de Nicolás, la reacción de Sebastián fue abrazarlo con fuerza, algo sorprendido por aquel abrazo le correspondía abrazándolo con fuerza llorando cerca de su hombro.
—Estás cargando con muchas cosas. –Susurro él con calma. —Sé que puedes con todo, pero no todo al mismo tiempo.
Sebastián me abrazó, es y será el mejor abrazo que he recibido en mi vida, fue tan desahógate, fue más eficaz que cualquier antidepresivo, sin decir mucho, hizo tanto en una fracción de segundo.
¿Alguna vez has sentido esa sensación? Quizás todo lo que necesitamos cuando estamos mal es un sincero abrazo que nos haga soltar todo lo malo que estamos llevando.
Sientes que el mundo y sus problemas se van con ese abrazo, sientes una paz increíble, por primera vez no te sientes tan solo, es muy agradable y diría que unas de las mejores sensaciones del mundo, ya sabes de quién esperaría algo así, pero quizás sea algo que nunca pase, lo importante es que se sintió perfecto fue simplemente increíble.
Luego de todo eso me acompañó hasta mi casa y nos despedimos, ese chico es uno de los mejores amigos que puedes encontrar en esta vida, deseo que algún día encuentres un amigo como él.
Levantando su mirada, veía la nieve caer, a su lado tenía su despertador que marcaba las once, faltaba una hora para navidad, con su cuarto que brillaba debido a la decoración navideña, sonreía viendo su diario.
Quisiera escribirte más, pero ya va a ser media noche y escucho algunos fuegos artificiales, quiero disfrutar está noche, ya que han sido días muy largos y pesado para mí, así que viene bien un descanso, no te preocupes por mí, sé cómo sentirme bien estando solo.
Feliz Navidad, esta es como la cuarta navidad en la que te escribo, no lo sé, realmente no llevo la cuenta, perdóname...
Levantándose de su mesa de estudio, cerraba su diario, antes de salir de su cuarto tomando su guitarra, subiendo las escaleras, llegaba a la azotea, acomodando una silla debajo de un techo, veía como la nieve se acumulaba al otro lado, con un buen abrigo y una bufanda sobre su cuello veía el cielo de aquella noche.
A su lado se sentaba aquel hombre que siempre lo acompañaba en silencio, dejando la guitarra sobre sus piernas, comenzaba a tocar una melodía lenta.
—No me acostumbro a verme tan solo, nadie me ha enseñado a echarte de menos. –Cantaba con firmeza a la par de la melodía. —Todos dicen que olvide, pero ¿Cómo olvido algo que me tuvo tan lleno?
La melodía continuaba junto a su canto y la mirada atenta de aquel hombre.
—No encuentro salida, ni quiero salir. –Su voz sonaba calmada y sincera. —Yo tanto por ti tú tan poco por mí.
Tomaba una pausa tomando aire dejando de tocar, era un breve segundo, continuando.
—Hay trozos de mí que todavía no encuentro, se fueron el día que te perdí. –La melodía acompañaba de formar nostálgica su voz. —Te dije "te quiero" y tuvo sentido, ahora no sé qué quiero ni porque vivo. –Levantaba sus hombros, poniéndose de pie, caminando hacía la nieve. —Nunca dejé migas por el camino, porque a lo de volver no le vi sentido.
Se detenía cerca de la nieve deteniendo el sonido de su guitarra, soltando un suspiro, el frío de la noche delataba su aliento sobre el aire, continuando aquella canción con valentía.
—Dicen que me cambie, que tengo que despedirte y yo que solo me gusto si voy de luto. –Cantaba a capela rápidamente viendo el cielo negro de la noche. —Antes contaba los minutos que faltaban para verte y ahora no te veo ni un minuto, me refugio en la tristeza porque es la única manera de sentir que sigues aquí. –Gritaba levemente agachando su mirada.
Caía de rodillas sobre la nieve llorando junto a una sonrisa, mientras los fuegos artificiales comenzaban a iluminar el cielo, levantando su mira con aquel hombre detrás de él, Nicolás sonreía secándose las lágrimas.
No permitas que el tiempo provoque tu olvido, vuelve, aunque sea un segundo, solamente eso te pido.
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