Vuela, vuela alto. Pero vuelve.
***
Mushu podía volar. No tardamos mucho en recordar porque le cortamos las plumas de las alas la primera vez. Alcanzaba las zonas altas de las cortinas y cuando no, escalaba hasta llegar. Todavía no las tenía completas, le costaba coger altura pero se empezaba a notar su entusiasmo por conseguir sus propósitos y que cada vez le costaba menos.
Una mañana mientras terminaba de asearme, él estaba frente el espejo acicalándose como era su costumbre. Clara entró al aseo cuando escuchó que había terminado y abierto la ventana. Mushu subió hasta su hombro y la usó para alcanzar el marco de la ventana. Era un calculador, sabía como conseguir sus objetivos. Clara y yo nos miramos y le miramos, aceptando lo que decidiese. Él se limitó a dar un salto, se quedó sobre las rejas y empezó acicalarse otra vez. No tenía aparente interés por irse.
—¿Crees que se irá? —Clara le mandó un beso que este granuja correspondió al segundo.
—Espero que no, todavía no vuela bien... —me quede en silencio al escuchar que se acercaba un coche.
—No pasa nada —no sé si Clara se lo decía a ella misma, al popeador o a mí. El coche estaba pasando justo debajo de nuestra ventana.
—¿Y será verdad? —El coche se había detenido bajo nuestra ventana y escuchamos abrir la puerta.
—Creo que... —Clara se quedó muda, una enorme mano asomó, dando un manotazo a Mushu para intentar atraparlo.
—¡Eh! —Grité a pleno pulmón— ¿Qué esta haciendo?
—Creía que se estaba escapando —dijo el extraño.
—¡No se esta escapando! —volví a gritar.
—No hace falta que grites —me intentó calmar Clara.
—Lo siento —dijo el hombre a la par que le escuchamos cerrar la puerta del coche y alejarse.
Clara salió a su rescate y yo tras ella rezando porque Mushu estuviese bien. Lo encontramos al final de la estrecha calle, asustado y espigado soltando "chuis" nervioso. Se acercó hasta nosotros entre corriendo y andando, haciendo pequeñas pausas como si se fatigase o comprobase cuanto le faltaba para llegar hasta nosotros. Había olvidado que podía volar del susto que llevaba en el cuerpo. Clara le cogió y lo acercó a su cara, dándole besos al compás de sus "chuis" tono «para, por favor». Yo volví a respirar o por lo menos dejar de sentir una fuerte opresión en el pecho. A mis miedos por su futuro en el exterior, se sumo uno malo, que eran los coches; y uno incluso mayor e impredecible, las personas.
Tanto pensar en los peligros que iba a tener que sortear y se añadieron dos más, que no eran poca cosa. Nuestra zona no es que sea muy transitada y tampoco pasa mucha gente extraña. Alguna que otra vez alguien pasaba por nuestra calle dando un paseo, pero como no tiene salida no es frecuente, al rato los ves volver y rara vez repiten. Los pocos coches despistados que entran, son que desconocen también que es una calle bastante larga, pero no lleva a ningún sitio. Es decir que los pocos que viven, calle adentro, los conocemos de vista y sabemos cuales son sus coches. En principio no eran una amenaza. Las calles de alrededor, no las tuvimos muy en cuenta porque dimos por sentado que Mushu no se acercaría. Teniendo tantos huertos y espacio donde volar, qué interés podía tener por lo demás.
Llegó el temido día. Tenía todas las plumas de sus alas completas. Mushu había cogido algo más de soltura en el vuelo. No es que fuese muy hábil, pero según parece los agapornis son así de torpes y poco gráciles en el vuelo. En ocasiones hacía revoloteos en el salón, que quizás para él fuesen muestras de maestría; a mí más bien me parecía un moscardón torpe. Pero era su forma de volar y de eso disponía para salir al mundo.
Jaime ya estaba en el colegio y Clara estaba terminando de limpiar la habitación de Mushu, mientras él comía semillas recién servidas. Yo conforme abría ventanas y recogía los enredos, me acercaba hasta ellos.
—¿Le vamos a dejar salir? —le pregunté a Clara.
—Sí —envidiaba su seguridad y confianza depositada en Mushu. Aunque reconozco que más que desconfiar de él, es del mundo exterior. Personas como la de aquel día podían intentar cogerle—, pero no lo fuerces. Deja que haga lo que él quiera.
Mushu terminó de comer semillas y tras beber agua de su bebedero se subió al respaldo de la silla de la cocina para comenzar con su siguiente costumbre, acicarlarse. Clara y yo seguimos con nuestra rutina. En algún momento de la mañana le oímos revolotear, se había subido hasta la ventana de la terraza. Los tres nos quedamos mirándonos, antes de que nosotros dijésemos nada, Mushu de un salto se subió a las rejas, miró hacia el exterior y con un "chui" se fue volando.
Clara y yo nos asomamos a la ventana esperando ver donde estaba. Se había quedado en la balostrada soltando "chuis", no parecía estar nervioso, más bien se le veía contento. Nos miró y volvió a salir volando, esta vez dirección al huerto, al árbol donde le solemos poner cuando salimos.
Aquí es donde nos sorprendió a los dos por partida doble. Primero porque vino enseguida. Volvió a la balostrada y nos vio a los dos asomados a la ventana soltando un "chui" tono súper feliz. Tras lo que a continuación nos dios la segunda sorpresa, vino hasta la reja andando, con ese caminar seductor tan peculiar que tienen éstas aves, cruzando sus patitas; y con un último salto entro por la ventana quedando frente a nosotros soltando un "chui" a la par de un corto aleteo. Clara y yo le miramos extrañados.
—Creo que quiere algo —Clara le fue a coger y Mushu volvió a saltar a la balostrada.
—Puede ser —no tenía ni idea de lo que podía ser, pero al ver que volvía a soltar "chuis" mirándonos, empecé a imaginar—. ¿Crees qué lo que quiere es que vayamos con él?
—Sería bueno —le hizo gracia mi pregunta. Al ver que insistía en sus "chuis", salió a la terraza.
En cuando Clara asomó por la puerta, Mushu se subió a su hombro y le silbo a la cara. Salió volando hacía el árbol y siguió silbando. Parecía llamarnos. Desde casa no podíamos ver donde estaba. Mentiría si contase que no estaba preocupado. Mushu era capaz de hacer cualquier tontería, incluso volar hasta donde estaba Tango. De vez en cuando salíamos a la terraza para ver si le veíamos. Ver, no se veía, pero sí le podíamos escuchar. Clara en ocasiones le llamaba y él le respondía. Incluso en alguna ocasión vino a saludarnos y se volvía a ir.
Durante la hora de la comida le contamos a Jaime la pequeña excursión de Mushu, quien finalmente dio por zanjada su pequeña escapada al ver que no salíamos. Entró él sólo por la ventana y nos buscó en casa como si quisiera asegurarse de que estábamos aquí. Clara le había dado tantos besos que aún seguía acicalándose, por el desastre que había dejado en sus plumas.
Esa misma tarde sería su segunda salida. Nos estábamos poniendo los zapatos y él estaba esperando en el respaldo de la silla. Abrí la puerta de la calle y se subió al hombro de Clara que salió como siempre, igual que cuando Mushu no volaba. No parecía ponerle nerviosa el hecho de que éste podía salir volando en cualquier dirección sin rumbo, como la envidiaba. Yo estaba preocupado y nervioso. Y si se iba volando y no sabía volver. Y si se perdía entre los árboles y no se aclaraba para ver donde estaba su casa. Y si alguien lo cogía. Muchos «¿y si?» podría poner, pero lo cierto es que esa misma tarde, me demostró que no tenía intención de irse a ningún sitio.
Llegamos a la puerta del huerto y salió volando disparado hasta el árbol, desde donde nos volvió a silbar contento. Nosotros nos dispusimos a hacer nuestras tareas y esperar que llegasen algunos familiares y vecinos que se reúnen cuando hace buen tiempo, aquí bajo el árbol. Mushu, como las demás tardes, comenzó con sus propia rutina. Mientras iban llegando gente, él los saludaba con su "chui" tono alegre a la par que hacía un aleteo y si alguien le decía algo a él en concreto, su saludo sonaba todavía más entusiasta.
La madre de Clara y una de sus hermanas llegaron temprano esa tarde. Llevaban bastante tiempo insistiéndole a Clara que no les parecía sensato dejar que Mushu volase. Según ellas, él se iría y lo podíamos perder o pasarle cualquier desgracia. Cosa que a Clara le entraba por un oído y le salía por el otro. Ella siempre confió en Mushu.
—Clara, ¿cómo dejas al pájaro así? —le dijo su madre al verlo, horrorizada—. Isaac, cógelo que lo vais a perder.
—Es muy goloso, os lo van a quitar —la hermana de Clara echó más leña al asunto.
—Pues si se va que se vaya —dijo Clara cansada de oír siempre lo mismo.
A Mushu le gustaba subirse al hombro de todo aquel que llegaba a casa, pero como siempre soltaba el popó cuando menos lo esperabas, casi nadie lo dejaba estar. Amén de que si no le hacías caso, te mordisqueaba la oreja y para quien no sabe que no hace daño, les asustaba mucho.
Mushu llegó volando y se poso en el hombro de la madre de Clara.
—¡Quítamelo! —gritó histérica. Mushu le silbo contento y se acercó, para espanto de la señora, hasta su oreja mordisqueando su pendiente. Gritó todavía más asustada.
—Mamá, no pasa nada —Clara se reía.
Mushu se fue hasta la hermana de Clara y repitió. Ella ya estaba acostumbrada a Mushu y sin miedo y para gozo de éste, lo cogió y le saludo. Con voz cantarina, comparada con la sobriedad que tiene de forma normal, nació así de seria por lo visto; le dijo:
—Hola Mushu —le tenía cogido y éste le mordisqueaba con suavidad, haciendo pequeños ruiditos, le encantaba la mujer—. Al hombro no, que me cagas —le señaló con el dedo y Mushu lo mordisqueo con suavidad. No le molestaba que lo tuviese cogido.
La hermana de Clara lo dejo suelto y Mushu le silbó contento, esperando sobre su palma a que lo acariciase. Resulta que a los agapornis les gusta que le acaricien las plumas que ocultan sus oídos. Al remover con suavidad dichas plumas, les produce cosquillas o algún placer. Cuando lo haces bien, puedes ver como hace algo curioso, abre su boca mucho como si quisiera tragar a la par que estira su lengua, repetidas veces. No tengo ni idea de porque le produce al animal eso, pero es muy gracioso verle hacer esos gestos, y aún más, a manos de la hermana de Clara, con lo poco o nada que le gustan los animales.
Mushu estuvo muy pesado esa tarde. No hacía más que volar de un hombro a otro, para horror de muchos, empezando por la madre de Clara. Yo le subía al árbol para que diese un respiro a la gente. Él siguió con su acoso. Clara en una ocasión le cogió y lo lanzó al cielo. Mushu soltó un par de "chuis" por la sorpresa, pero en cuando se situó en posición mientras subía por la fuerza del lanzamiento, voló entusiasmado hasta su hombro y le silbo en la cara. Parecía decirle «otra vez».
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