
Treinta y siete horas
***
La comida se nos hizo pesada, Jaime consiguió tomar algo, pero con claro esfuerzo. Yo solo sabía marear la cuchara de un lado a otro del plato e imaginé que Clara debía estar igual, además de agotada por la falta de descanso y la preocupación. Al final sí le hablé a Jaime sobre la llamada de la mañana, seguía triste porque no fuese para nada útil, pero como imaginé, le gustó saber que Mushu sabía defenderse y que los carteles no eran un fracaso.
Lo único que hablamos antes de la hora de salir a buscarlo otra vez, fue sobre añadir en los carteles que daríamos una recompensa, tal vez eso motivase más a la gente a buscar o darnos alguna información más útil. No estábamos para regalar el dinero, pero pensé que a Clara le podía parecer bien, con idea de hablarlo con ella y cuanto ofrecer, salimos en su búsqueda otra vez.
No sé porque decidí llamar a esa casa antes de ir a la otra calle, como había acordado con Clara antes de irnos a dormir; las persianas estaban cerradas y no había ningún ruido en la entrada de ésta que nos hiciese pensar que podía haber alguien. Jaime tampoco estaba seguro de llamar, delante del timbre e indecisos llamé, «¡Qué más da!» le dije y me puse frente el timbre, puesto que éste sí tenía cámara. Esperamos unos minutos y se escuchó un chasquido.
—¿Quién es? —«Un extraño», estuve tentado de responder, pero a fin de cuentas qué podía preguntar, fuera quien fuese la mujer que respondió no me había visto en su vida y no era situación para gastar una broma. Además me sorprendió descubrir que en aquella casa hubiese nadie, estaba todo cerrado.
—Buenas tardes, soy su vecino —intenté sonar lo más cordial posible—, estamos buscando a nuestra mascota Mushu. Es un pájaro como éste —Puse la hoja delante de la cámara.
—Un momento —escuché que colgó el telefonillo, dejó de oírse el zumbido que emiten cuando esta activo.
Creí que venía a abrir la puerta y en efecto eso hizo, sacando una pequeña, minúscula, diminuta jaula; con un aterrorizado y espigado Mushu dentro. No sé como describir lo que sentí en ese instante. Una explosión interior de alegría se quedaría ridícula, porque es verdad que me alegré, y mucho; pero lo que de verdad me chocó o debo destacar es el inmenso descanso que sentí por haberlo encontrado.
Todos los horribles pensamientos que me había esforzado por reprimir, que había ocultado, ya no a Clara y Jaime, a mi mismo; todos esos escenarios imaginarios donde lo hacía devorado por algún animal, incluso por Tango o Neko; cogido por alguien, como ocurrió en aquel intento fallido en mi propia ventana del aseo; todo ese conjunto de calamidades que me negué a pensar, imaginar, reconocer o admitir, que sólo conseguí contener por la esperanza de encontrarle, pasaron a otro lugar. Dejé de sentir la opresión en el pecho, tuve que esforzarme lo indecible para reprimir las lágrimas, cosa que Jaime no consiguió ocultar mucho; y sobretodo contener algo de rabia por verlo en esa diminuta jaula encerrado, espigado por el inmenso susto que tenía en el cuerpo de verse así.
—¿Es éste? —me acercó la jaula.
—Sí —soné tan efusivo que casi pareció que gritaba.
—Se metió por la ventana de la terraza, la otra tarde. Nos dió un buen susto a todos —me dijo.
—Gracias —acerté a decir—, muchísimas gracias —la emoción contenida me hacía temblar la voz.
—Pensábamos que se había escapado o...
—¡No! —la interrumpí sin querer—. No se ha escapado, lo dejamos salir y él se pasea por el barrio.
Me pareció que no me creyó pero me daba igual. Después de agradecerle muchas veces más que lo hubiese "cogido", aunque bien pensado resulte contradictorio; Jaime y yo nos fuimos a casa con Mushu, tras repetirle incasables veces a la mujer, que no necesitábamos la jaula, que Mushu no se iba a escapar. Me parece que se lo comenzó a creer cuando vio que al sacarlo lo primero que hizo fue salir volando y tras un minuto volvió para posarse en mi hombro. La expresión confusa en la mujer por ver que lo saqué y lo solté fue algo cómica, pero aún más graciosa fue ver la de confusión al verlo volver y posarse en mi hombro soltando un maravilloso "chui" tono súper feliz, acompañado de su revoloteo de alas.
En cuando Jaime y yo entramos a casa con él, lo achuchamos, le reñimos, le volvimos a achuchar y le dimos incontables besos. Estaba deseando que Clara volviese a casa para darle la gran sorpresa, como faltaba poco para que llegara no la llame, esperamos impacientes. Creo que en ese momento no pude contener las lágrimas, pero para mi alivio eran de felicidad. Jaime no tardo en salir a contarle la buena nueva a su amigo Andrés, quien también se entristeció bastante por la perdida. Seguramente ese fin de semana toda la familia se alegraría de su regreso, incluso María, quien me pareció que se llegó a enfadar cuando supo que Mushu había desaparecido.
Lo primero que Mushu hizo cuando por fin le dejamos respirar, fue ir a su habitación y beber agua y semillas como un loco. Sólo descansaba o paraba de comer, para recolocarse alguna pluma, que le habíamos "despeinado" con tanto beso y achuchón. Le puse más semillas y cambie el agua. En ningún momento de la mañana había pensado en su habitación, no sé si por evitar el dolor de llegar a tener que guardarla o por estar pensando en Mushu. Durante esas horas que Mushu estuvo desaparecido, ninguno de nosotros fue capaz de tocarla o mirarla, creo que era porque haberla guardado habría sido reconocer que no volvería.
Cuando Clara volvió de trabajar, Jaime y yo no fuimos capaces de contenernos para darle la sorpresa, estuvimos tentados de gastarle una broma, poniendo caras largas y fingiendo que no estaba Mushu; pero nos pareció hasta cruel y se quedó en un contenido gesto, puesto que al verla llegar tan cansada se merecía una buena noticia. Sonará peliculero, pero ella dejó caer su bolso y cogió a Mushu casi con delicadeza, como si le costase creer que fuese verdad lo que veía.
—Lo habéis encontrado —sus palabras contenían un conjunto de emociones difícil de describir. Me parecieron una mezcla de: entusiasmo, alivio y alegría; fusión que dio como resultado que se me escapasen las lágrimas—. ¿Dónde estabas?
Pensé que la pregunta no era para mi, pero igual le respondí. Le conté que lo habían cogido los vecinos de la casa que creíamos deshabitada, sobre la llamada de la mañana, de lo que habíamos hablado Jaime y yo sobre dar una recompensa. No sé si me escuchaba o no, Clara estaba diciéndole cosas a Mushu entre achuchones, sonoros besos que Mushu le corresponda, "chuis y shuis", regañinas, más besos.
—Entonces anoche sí que lo escuchaste —me dijo Clara de pronto.
—Pues se ve que sí. El granuja estaba aquí al lado...
—Menos mal —me interrumpió.
—Mamá hay que cortarle las alas —nos ordenó Jaime.
—Ahora no —respondió Clara—, si se las cortamos pensara que lo estamos castigando.
Es cierto que lo habíamos llegado a comentar, que si lo encontrábamos, sería lo primero que haríamos. Después de todas esas horas de angustia, lo que habíamos descubierto de nuestro barrio que resultó tener tanta actividad, los malos pensamientos que lograron colarse en nuestra mente; lo teníamos bastante claro que lo haríamos, pero le di la razón a Clara:
—Mamá tiene razón Jaime, mañana se las cortamos.
—Vale —bufó resignado y añadió exigiendo—:, pero no le dejeis salir.
—Ponle la piscina —me pidió Clara—, seguro que se quiere bañar.
Le preparé su baño y no tardó en meterse, eso sí, de la misma aparatosa forma que Mushu tiene de hacerlo. Limpié su jaula y preparé la cena mientras Clara se bañaba y Jaime hacía sus deberes. Esa noche cenamos con hambre, es curioso como el cambio de acontecimientos nos abrió el apetito a los tres. Mushu nos acompañó durante la cena, picoteando lo que Clara le ofrecía, contento con tanta atención.
—Mañana tenemos que quitar los carteles —me dijo Clara risueña.
—Claro, los quitaré después de llevar a Jaime al colegio.
—Mírale, esta desmayado de hambre —Clara le ofreció otro pequeño trozo de espagueti.
—No me extraña —le dije—, en la jaula que estaba tenía sólo alpiste.
—La jaula era muy pequeña, mamá —Jaime habló con la boca llena.
Esa noche nos fuimos pronto a dormir, todos estábamos cansados y lo más gracioso fue que Clara llevó la habitación de Mushu hasta la nuestra, la puso sobre su mesita de noche y no lo tapo. Mushu se había metido en su cama (la caseta del hámster), entre ruidillos que hacía con su pico, muestra de satisfacción y se frotaba y recolocaba su mantita. Le dimos las buenas noches y este nos respondió con un alegre "shui".
Clara y yo hablamos mucho esa noche antes de dormir, estábamos muy cansados, incluso recuerdo que Jaime se fue a dormir y antes de ir a arroparle y darle las buenas noches ya se había dormido. Sé que la mayor parte de la conversación fue sobre Mushu, qué hacer sobre sus alas, los vecinos y sus experiencias con este explorador, curioso y granuja popeador; el miedo que habíamos pasado, y sobretodo le conté todos esos pensamientos que tanto había reprimido. Clara también se despachó agusto, lo había pasado mal y no estaba dispuesta a volver a pasar por eso, pero tampoco estaba segura de cortarle las alas.
En algún momento se quedó dormida, no le moleste, sabía que necesitaba descansar, pero por una vez tomé una decisión unilateral antes de dormir yo, que aún recuerdo muy bien: Me dijese lo que me dijese, no iba a dejar que Mushu volviese a salir mientras pudiese volar. Cortarle o no las alas me daba igual, no estaba dispuesto a sufrir esa angustia de no saber de él nunca más. Ni quería volver a ver sufrir a Clara y Jaime. Mushu no parecía hacer daño y no se iba a ir a ningún sitio, nos lo dejó claro; pero su manía de entrar en casa ajena no podía consentirla.
Esta vez tuvimos mucha suerte, y de la buena.
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