Susto y no pequeño
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Durante los primeros días de la recién llegada primavera, notamos en Mushu que comenzó a pelechar. De haberlo imaginado, no le habríamos quitado las plumas que le cortamos, le hicimos pasar un mal trago para nada. Esta sería la tercera ocasión y aunque no nos pillaba por sorpresa su desgraciado aspecto, tuvimos que reconocer que en esta ocasión estaba fatal. Las plumas de su cabeza se caían con demasiada facilidad, y para colmo de males, se resfrío. Nunca se había puesto enfermo y nos tenía preocupados.
Entre las calvas de algunas partes de su cabeza, en especial la zona del pico, y sus continuos estornudos con proyectiles, estaba penoso y daba grima a partes iguales. Cuando estornudaba, su ruido resultaba casi gracioso, pero cuando te lo hacía en la cara más bien era asqueroso, y aún más si venía acompañado de agüilla. Comenzamos a darle más importancia porque su estado no mejoraba, con el paso de los días, su aspecto empeoraba. Perdió mucho peso, tanto que acabamos por ir a preguntar a un veterinario. No quisimos llevarle porque para hacerle unas preguntas no hacía falta que él estuviera allí, volando como volaba era capaz de hacer alguna tontería.
—Venimos para hacer una consulta por un agapornis —dijo Clara a un hombre que estaba al otro lado del mostrador de recepción, buscando algo entre los cajones—, esta resfriado...
—¿Un agapornis? —la interrumpió—. No sé si os va a poder ayudar el veterinario —Siguió buscando entre los cajones, ajeno a la angustiada cara que pusimos al escuchar tremenda noticia—. Los pájaros son muy delicados y no responden muy bien a los tratamientos —dijo cerrando el último cajón donde había buscado.
—¿Entonces qué nos aconseja? —pregunté al ver que Clara seguía en shock.
—El veterinario ahora esta pasando visita y tenemos muchos que atender hoy. Si no tiene fiebre, lo mejor es que...
—¡Fiebre! —exclamé alarmado— ¿Cómo vamos a saber si tiene fiebre?
—Es fácil, en seguida se le puede notar en el pico —sonó tan risueño que me molesto.
—Sólo parece resfriado —intervino Clara con un hilo de voz temblorosa—, seguro que algo se le puede dar. No sabemos si tiene fiebre, pero tiene mucho moco.
—Lo mejor que podéis hacer es darle mucho líquido —dijo negando con la cabeza—. Los pájaros son muy delicados, sobretodo los pequeños. Si tiene mocos y fiebre podría derivar en una neumonía o una pulmonía, el tratamiento puede hacerle más mal que bien.
—Entonces ¿qué? ¿Lo dejamos morir? —inquirí de malos modos.
Su gesto cambió lo justo para parecer que lamentaba lo que su silencio me confirmó. Deje de prestar atención a la conversación a ratos, pensando en Mushu. Ese hombre dijo lo mismo que le habían dicho a mi hermana en su momento, no era veterinario, sólo su ayudante, pero era quien se encargaba de dar cita o hacer un primer examen. Nos dejó bastante claro cualquier alternativa, desde llevarlo para que lo viera el veterinario quien nos diría lo mismo, hasta llevarlo a un especialista en aves exóticas, quien nos diría algo similar por su tamaño.
En situaciones estresantes cuesta pensar con claridad, pero lejos de rendirme a lo que la suerte le deparase, me esforcé por recordar todo lo que hasta ese momento había leído y sabía de esos pájaros. Recordé cuando leí sobre la etapa de pelechar de las aves, en concreto que en ocasiones podían tener fiebre, sus deposiciones podían ser menos consistentes, que lo eran; y que en general eran más vulnerables a posibles infecciones. Clara se decidió por comprarle un desparasitador que se toma echándolo en el agua, nunca lo habíamos usado. Según le explicó aquel hombre, se aconsejaba dárselo cada tres meses y más si estaba suelto, cosa que no se creyó pero aún así le encomendó. En cuando volvimos a casa lo primero que hize fue comprobar si tenía fiebre.
—Sí que tiene —afirmé asustado.
—¿Qué ha dicho el veterinario? —preguntó Jaime, que había estado con su abuela mientras fuimos.
—Que tome muchos líquidos —respondió Clara—. Como sólo esta resfriado, necesita reposo y beber mucho liquido, como tú cuando te resfrías.
Ambos acordamos no contarle muchos detalles para no angustiarlo, lo último que necesitaba pensar es que Mushu podía morirse. Compramos barras de comida con multivitaminas, que en general solíamos darle una vez al mes, por su manía de comerlo, o más bien destrozarlo, en menos de una hora. Queríamos que comiera a toda costa y nos dio igual, lo importante era que tomase algo. Le echamos unas gotas de limón a su bebedero, por eso del aporte de vitamina c, tan bueno en tantos aspectos que desde entonces se lo pusimos siempre.
Durante unos días estuvo delicado en extremo, estornudando con más frecuencia. En las tardes, Clara solía estar en el salón, sentada en el sofá viendo la televisión, Mushu tomó la costumbre de ir donde ella y subir por la tela que cubre el sofá si no le cogías, buscando refugio en sus manos, donde se acurrucaba y dormía. Era raro verle dormir tanto. Era raro verlo tan falto de energía. No respondía cuando le llamabamos, ni tan siquiera con Clara y eso sí me estaba angustiando. Con ella siempre era risueño y atento, la llenaba de besos cada vez que ella le decía cualquier cosa, aunque fueran insultos como cagón, cochino, sinvergüenza. Se los decía con tanta frecuencia que Mushu se lo tomaba como piropos, a fin de cuentas no eran malintencionado. Nos costaba mucho que comiera y desde que el agua tenía limón bebía la justa.
Sabíamos que cuando nosotros le acompañábamos comía más, por lo que comenzamos a estar con él siempre que podíamos. Ofreciéndole agua cada dos por tres, que a duras penas probaba. Le mojábamos el pico con frecuencia y un poco la cabeza, para intentar bajar su fiebre.
Las plumas comenzaron a cubrir de nuevo sus calvas, poco a poco recuperaba su buen aspecto. Cada vez estornudaba menos, quedando en algo ocasional. Y todos los mimos y atenciones extra que Clara le brindaba ayudó a que ganara peso. Le ofrecía todo lo que ella comía y varias veces al día cogía de su comida y se la ofrecía una por una, semilla a semilla, consiguiendo con mucha paciencia que comiera. Cada día que habíamos estado atentos a sus necesidades merecieron la pena, porque Mushu consiguió recuperarse.
Si antes la unión de Mushu y Clara, su complicidad, me parecía muy grande; tras esas difíciles semanas, sólo aumentó hasta un punto insospechado. Eso sí, en cuando mejoró, volvió a su rutina de salir. Todo quedó en un mal susto.
Cuando salíamos a pasar la tarde fuera, Mushu se iba y venía como era su costumbre, variando que ahora iba con frecuencia donde Clara en particular para ver qué hacía. Si estaba hablando, se posaba en su hombro le soltaba algún beso o "chui" tono hola, y se volvía a ir. Si estaba atareada con algo, como regar o quitar alguna yerba, él se ponía a su lado o encima de su hombro, atento a lo que hacía. Rara era la ocasión que tuviesemos que llamarlo. Nos comenzamos a confiar en su nueva costumbre y dejamos de llamarle a cada rato, si no le oíamos.
Sería bonito decir que Mushu siguió así de atento en adelante, pero lo cierto es que al fin y al cabo, él era muy curioso y sus exploraciones le llevaron a más de una situación difícil. Entre sus aventuras más destacadas en su vuelta a la libertad, estaban la ocasión que se quedó encerrado en el armario de la ropa de María todo un día. No supimos cuantas horas, pero durmió allí dentro, dándole un buen susto cuando al abrir salió de golpe. O cuando se metió en su armario de las especias, seguramente mientras cocinaba y durante la cena escucharon ruidos y allí estaba, trajo un olor muy bueno.
En otra desapareció durante la tarde y volvió al día siguiente, sin dar ninguna señal o pista de su paradero, nadie del barrio. Se volvió una costumbre para mi preguntar a vecinos por dónde lo habían visto. Poco a poco, volvió a rondarnos la idea de que debíamos cortar sus alas, sin piedad. Nos estaba estresando todas sus diabluras y esos momentos de incertidumbre que nos hacía pasar. Jaime se enfurruñaba cada vez que nos preguntaba por él y no sabíamos donde estaba, molesto por la posibilidad de perder a Mushu y por la tensión que nos generaba desconocer por dónde andaba. Nos pedía una y otra vez que le cortásemos las alas. La familia, en especial la hermana de voz sobria de Clara, nos pedía lo mismo.
Una de las ocasiones en las que Mushu se había ido, esa misma hermana de Clara nos llamó, para preguntar por él, quería saber si había vuelto. Ese debería haber sido el detonante de hacer algo, de cortar por lo sano con esa actitud de Mushu, que sólo podía acabar mal. Suena absurdo, pero en todos los años que conocía a esa mujer, no la había visto preocuparse. Hasta ese punto de zalamero resultaba Mushu para con la gente. Todo podía acabar mal.
Tentar a la suerte no es buena idea, no tardamos en descubrirlo a finales de Mayo. Había salido como cualquier mañana, Jaime ya estaba en el colegio. Clara y yo no habíamos hecho más que terminar de recoger en casa y por casualidad nos preguntamos por dónde andaba el pequeño granuja. Clara salió a la terraza y lo estuvo llamando. Al no responder probé yo, asumiendo que ya tocaba ronda de búsqueda por el barrio y molestar a los vecinos. Que cansado estaba ya de eso. Tanto que ni le di importancia a que no respondiera y seguí con mis tareas. Clara salió a buscarlo, insistiendo en que a esa hora no era normal que no respondiera, seguí sin darle importancia.
Desde casa escuché que lo llamaba una y otra vez. Como no dejó de insistir, acabe por salir a ayudarle. Pero fui directo al huerto, no pensaba ir a preguntar a nadie. Allí estaba el muy granuja, en lo alto de una pared que delimita con el vecino.
—Clara, esta aquí —grité para que dejase de llamar—. ¡Mushu! ¡Ven!
—¿Dónde esta? —me preguntó al llegar.
—Aquí —le respondí mientras me acercaba a él, cada vez más molesto porque no me hacía caso—. Mushu, ven aq... ¡¿Mushu?! ¡Mushu!, ¡¿qué pasa?!
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