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Soy papá

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Cuando la madre de Clara conoció a Mushu, lo primero que dijo fue que era muy feo. Era indiscutible. Al animal le estaban saliendo muchos cañones pero ninguna pluma o casi ninguna asomaba mucho. Parecía un erizo, con todos esos cilindros sobresalientes de él, que acaban en pelusa o plumillas, en vez de púas. Todos los cañones que le habían salido por el cuerpo eran oscuros, menos los de su cabeza y cola. Ya no era calvo, tenía un rastrillo de pequeños cañones, como diminutas rastras coloridas, destacando los arrugados anillos blancos que tiene alrededor de sus ojos. Y su cola parecía un abanico cerrado, tipo cabaret o burlesque, con la pelusilla grisácea al final de las puntas.

Seguía creciendo rápido, ya no era muy diminuto. Ahora sólo muy pequeño. Con un apetito desmesurado. De tres tomas de papilla al día había pasado a cuatro y a este paso pronto empezaría a tomar cinco. Su capacidad de hacer popó, no había dejado de asombrarnos. Ya no por su frecuencia, que era mucha, más bien por el gran "PO".

El gran "PO", la ultramegacagada de la mañana. Era amanecer y empezar con su ruidosos arrullos y parloteos, incluido su "chui" con distintas tonalidades, sacarlo de su habitación y empezar esa extraña danza marcha atrás hasta que, con claro esfuerzo, salía el gran "PO". Cada día el primer popó que hacía era el más grande y enorme de todos, con diferencia. Ni juntando los del resto del día, y son muchas las que hace, lo igualan. De hecho en las pocas horas que mi suegra estuvo en casa pudo dar fe de ello, sólo parecía saber "popear" y rascarse o picotear sus cañones, dejando una gran cantidad de pieles resecas, allí dónde le dejases.

Mushu se había vuelto un dependiente. Necesitaba, más bien exigía, estar cogido en todo momento. En especial por Clara. Yo era su papá, Clara su mamá y Jaime pasó a ser su rival. Un mes y tres semanas con nosotros y tenía pinta de ser celoso. Mushu ya tenía su propia rutina y sabía quién era quién, y cuál era su función. A mi no me podía ver, en cuando me fichaba, me pedía de comer; y si estaba hinchado, que le cobijase con mi mano, manteniendole sujeto y llevandole conmigo allá donde fuera.

A Clara le tenía mucho cariño, no le pedía de comer, pero sí prefería estar con ella. Dormía y la acompañaba todo lo que podía. Su primer intento de vuelo, metro y medio de distancia, fue para llegar hasta ella. En ocasiones mientras estábamos viendo algo en la televisión y ella lo tenía en sus manos, Mushu dormía tranquilo y cuando se despertaba la miraba a la cara y se mantenía quieto y relajado.

Con Jaime, fue curioso, ya que Mushu en ocasiones si quería estar con él, pero la mayor parte del tiempo no le dejaba de pellizcar o picotear. No hacía ningún daño, pero Jaime se acabó cansando de su actitud. Como era verano, estaba más tiempo jugando con sus amigos en la calle, sumado a que Mushu ya no era una novedad para el niño. Para él pasó a un segundo plano.

No nos dejaba en paz ni un momento, hasta Jaime empezó a quejarse de que no quería cuidar de él. Lo más molesto era limpiar sus popós. Cuando le tenías cogido aún se aguantaba, pero al dejarle andar por su cuenta iba dejando un rastro de popó a su paso. Mordisqueaba todo lo que pillaba, incluso a nosotros cuando quería algo, atención o cambiar de postura. No popeaba su jaula, si tenía que estar en su habitación, se estiraba en una esquina para que su culo quedase apuntando fuera de ésta y lo soltaba.

Mushu andaba por casa, como si fuese un ratón. Teníamos que vigilar por donde íbamos todo el tiempo. Le coloqué a su habitación un par de varillas para que estuviera distraído los ratos que tuviese que estar en ella. La novedad le duró muy poco, se subió trepando por las barras de la jaula, los mordisqueó y tras asegurarse con torpeza que no se movían y sostenían su peso, se subió a ellas. Su exploración consistió en recorrerlas de un lado a otro y mordisquearlas un poco, se dejó descolgar hasta la base de la jaula y salió por la puerta sin ninguna intención de quedarse en ella.

Cada tarde que salíamos a estar un rato en el huerto, haciendo nuestras tareas fuera de casa y demás asuntos, que nos obligase a dejarle en su habitación, lo pasábamos mal. Se comportaba como un león enjaulado dando vueltas nervioso y soltando algún "chui", en vez de rugir. Una de esas tardes le encontramos fuera de su habitación. Creímos que había sido porque se nos había podido olvidar cerrar su puerta. No podíamos olvidar algo así. Apenas volaba, planeaba y revoloteaba como una mosca a ras del suelo, era peligroso dejarle sólo por casa. Por ser la primera vez que ocurrió, estuvimos a punto de dejarlo pasar, pero las dudas de Clara ante mi posible olvido me dejó pensativo.

—Isaac, ¿te has olvidado de cerrar la puerta de la jaula? —Clara venía del salón con Mushu sobre su hombro, lugar favorito del pequeño ave. Aunque se notaba lo mucho que le costaba sostenerse al andar con él en nuestro hombro, le estaba cogiendo el tranquillo. Parecía un surfista, con sus patitas azules de uñas oscuras sujetándonos con fuerza, separadas y listo para el paseo.

—No —Clara me miraba con expresión interrogante—. ¿Qué pasa?

—Estaba fuera de su habitación.

—No puede ser. Estoy seguro de que he cerrado la puerta —estaba muy seguro, podíamos pisarlo por accidente, chafarlo tras la puerta al entrar a casa, mil cosas. Además me había cosido a picotazos mientras le dejaba en su habitación y cerraba, como es su costumbre cuando ve que le vamos a encerrar.

—Ten cuidado lo dejo aquí un momento —dejó a Mushu en el suelo.

Me quedé mirando a Mushu, pensativo. Si además de picotearme se había quedado aferrado y sujeto a mis dedos, me cuesta horrores dejarlo y hoy también se había puesto en plan rebelde. Lo llamé y vino hasta mi soltando su "chui" contento, subió a mi mano y manteniendo el equilibrio cogido a mi dedo le mire sospechando lo que podía haber pasado. Fui hasta su habitación y me dispuse a dejarlo dentro. Mushu viendo mis intenciones se intentó ir, salió volando, bueno más bien cayó al suelo revoloteando. Le pille a mitad de su intento de fuga. Lo conseguí meter en su habitación y tras cerrar la puerta, me quedé mirando que hacía. Como siempre, comenzó su retahíla de protestas y a corretear de un lado a otro de su jaula. Fue hasta la puerta y empezó a mordisquear los barrotes. Subía y bajaba la puerta.

—¡Te pille! —grité a lar que daba una fuerte palmada—. Clara, ven.

—¿Qué quieres? —me dijo asomada desde la puerta de la cocina.

—Ven, mira lo que hace —señalé la jaula.

Mushu seguía intentando subir la puerta. Cabreado probaba en distintos barrotes y cuando acertaba a coger los de la puerta la subía y bajaba sin parar, sin mucho control, parecía buscar la forma de hacerlo bien. En cuando conseguía subirla lo suficiente la soltaba, intentando salir. Pero ésta, al no sostenerla se cerraba y él volvió furioso a intentar subirla. Clara se quedó sorprendida. Sería gracioso de no ser porque al no sostenerse la puerta, él en ocasiones se quedaba atrapado en mitad de esta y peleaba por entrar o salir. Podía haberse hecho mucho daño, cuando no peor.

Busqué entre mi caja de herramientas algo que pudiese usar para solucionar el problema. Siempre meto en ésta todos los cachivaches o cosas que encuentro y pienso que puedo darles una segunda utilidad, reciclar en pocas palabras. Rebuscando entre los rincones encontré lo ideal, el gancho de una correa de perros. Era genial, podía usarlo tanto para mantener la puerta abierta, como para cerrar cuando fuera necesario.

Mushu había conseguido salir sólo otra vez, ante la atenta mirada de Clara. Mientras ella le felicitaba, yo puse la nueva cerradura de su habitación. Como buen curioso, fue hasta el gancho y la movió con cuidado al principio, con rudeza y saña después. Golpeando la jaula con el gancho y todo su alrededor o al menos hasta donde este gancho le dejaba. Parecía irritarle porque no dejaba de morderlo y chillarle. Daba pena y gracia, a partes iguales, verlo enfadar.

—Resuelto —estaba satisfecho con la solución.

—Pues parece —Clara lo separó del gancho— que a él no le ha gustado. ¿No le toca ya la papilla?

—Sí, voy a prepararla.

El dichoso pajarito tragón, maquina popeadora inagotable, tenía que comer ya. Me tenía preparada una gran sorpresa más. Clara lo había dejado sobre el respaldo de una de las sillas que hay junto la mesa de la cocina, donde yo terminaba de mezclar su papilla con una pequeña cuchara azul, que habíamos dejado para él. Me estaba saliendo algo espesa y me alejé de la mesa dispuesto a buscar algo más de agua para suavizar la mezcla. Mushu aprovechó ese momento para acercarse a la cuchara que estaba en equilibrio junto su papilla, devorando con ansias todo lo que la recubría. Al verle una enorme sonrisa iluminó mi cara.

—¡Ya sabe comer por su cuenta!

—¿Qué? —Clara dejó lo que estaba haciendo y se acercó.

—Mira —llené la cuchara y se la acerqué a Mushu, quien la devoraba eufórico—, ya puedo dejar de darle con la sonda. ¡Por fin! ¡Dios!

Se acabó la sonda. Se acabó esterilizar la sonda y sus utensilios. Se acabó preocuparme por si su buche estaba lleno o no. Se terminó el sufrir por si le hacía daño al tragar la sonda o si se le iba por el otro lado. Se terminó pensar si le había llenado demasiado el buche. Casi podía llorar de felicidad. Ya no tenía que volver a usar ese horrible objeto. Ahora sólo era cuestión de ir presentándole su comida, lo que eran las semillas, y ver qué hacía.

Clara le contó a Jaime las nuevas noticias, cuando volvió a casa a cenar. Había estado toda la tarde jugando fuera en la calle. Se puso muy contento, ahora él también podía darle de comer y quizás así Mushu se comportaría mejor con él. Que magnífica noticia, ese día no podía acabar mejor. Ellos le podían atender en sus necesidades más básicas. Ya no hacía falta soportar sus popós, y lo mejor, la sonda pasaría a la historia de un mal recuerdo (sigue siendo un horrible recuerdo).

Terminamos de cenar, recogimos los platos y Mushu correteaba por el suelo. Era algo tarde, pero con la novedad del día le habíamos dejado estar con nosotros más tiempo. Como era hora de guardarle, lo llamé dispuesto a llevarle a su habitación. Éste se puso en plan remolón, estaba claro que sospechaba donde iba. Corrió hasta Clara, que estaba terminando de llevar su plato al fregador y viendo que lo alcanzaba alzó el vuelo hasta llegar al hombro de ella. Jaime y yo nos quedamos sorprendidos, era la primera vez que se elevaba tanto. Apenas tenía plumas en sus alas, eran las que más formadas tenía, pero todavía no estaban completas. Dispuestos a festejar su logro, la primera Clara, que seguía con él en su hombro, soltó un gran popó a la vez que le dijo un "chui" cariñoso. El popó se deslizaba por su brazo llegando hasta su codo, entre arcadas le ayude a limpiarse.

Mushu le tomó el gusto a volar, era torpe y no siempre lograba alcanzar sus propósitos, pero iniciativa no le faltaba. Acababa chocando con frecuencia y se alejaba calculando insistente como conseguir su objetivo. Lo podías ver girando su cabeza, probando desde distintos ángulos y distancias. Era divertido ver como se esforzaba, pero cuando lo conseguía le daba vía libre a su culo, soltando sus popós en sitios menos apropiados. Inoportunos y poco higiénicos. Ensuciaba a un nuevo nivel.

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