Segundo «Lo siento»: Desenlaces desastrosos
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Supe del final de todos, y prefiero resumirlo en: no feliz. Tal vez adelante mucho diciendo "final tan rápido, pero para qué alargar algo que no me incumbe, detallando los pros y contras por los que pasaron durante su etapa de papilla y posterior, de todos ellos. A fin de cuentas, como críe o cuide cada uno a su mascota es personal y lo único que estaba en mis manos era aconsejar lo oportuno según me consultaban. Lo más destacable de sus historias fue que todos eran pirañas, unos más que otros. Me hizo pensar y creer que la causa era que todos fueron demasiado grandes cuando los cogí. Todos eran como Coco, estúpidos intocables, que no perdían la oportunidad de picarte si les daba la gana. Ariscos, salvajes, de mal carácter, son sólo algunos de los mejores y menos ofensivos términos con lo que calificarlos. Por individualizar un poco:
La pareja para los primos de Andrés, resultó que uno era de comportamiento tan desequilibrado que se arrancaba las plumas y el otro era entre estúpido y agresivo, salvo que al no ser tan extremo, algo lo dejaban salir. Ambos murieron en distintos tiempos, pero en cualquier caso no llegó al año. En particular el desplumado murió sin llegar a cumplir los cuatro meses.
El de la prima de Andrés resultó adorable hasta que comenzó a poder volar. La niña tenía mucha ilusión por verlo volar, como se lo vió hacer a Mushu. Le encantaba Mushu. Cuando iba de visita a casa de su abuela María, disfrutaba mucho de él y lo hechaba de menos. Pero la agresividad del suyo, sumado a que cada vez era menos adorable su comportamiento le llevo a que le cortasen las plumas. Pocos meses después murió. No supe detalles que justificasen su repentina muerte.
El del propio Andrés, dentro de su agresivo y estúpido comportamiento, sucedió muy parecido. Porque pocos meses después de que le cortaran las alas también amaneció muerto. Me pareció extraño, dado que pocos días antes lo pude ver y dentro de su mal caracter y facilidad para picar, no parecía tener mala salud.
Mis sobrinos tuvieron iguales resultados, eran estúpidos y agresivos. Aunque destaco que uno de ellos, llegó a vivir casi un año, casi. Pero ambos murieron. El que más duró en particular, según me contó la niña y mi cuñada, comenzó a dejar de comer y al final amaneció sin vida.
Conclusión: Un desastre, por desgracia. Todos tuvieron mala suerte con sus respectivos pájaros, que aunque yo achaque a que algo grandes eran cuando se los cogí, su aparente buena salud, fuera pues eso, aparente. Al menos eso quise creer. Sería especular mucho decir más, puesto que no me contaban gran cosa cuando preguntaba por ellos. Tuve que sacar conclusiones por sus evasivas y respuestas difusas, en muchos casos. Con decir que me enteré de sus fallecimientos, mucho después de que sucediesen.
Pero también añado que a través de Jaime supe que los niños y niñas no fueron muy respetuosos con ellos, no siempre al menos. El agapornis que se arrancaba las plumas era víctima de los juegos y momentos de estrés que el niño le causaba. El chico era el pequeño de la casa y si tuvo un agapornis, fue porque su hermano, no mucho mayor que éste, tenía uno. Entre las lindezas del niño, estaba rascar la jaula para crear ruido y ponerlo histérico.
Algunos de los niños sí los querían, lloraron su perdida. Pero como a sus padres no les gustaban, pocos lo lamentaron. Por norma los niños no eran ayudados por sus padres para el cuidado de las aves, los rechazaban o dejaban de importarles, puesto que sólo eran animales para ellos. Conocían de toda la vida a los pájaros como adornos cantantes, estas en particular serían exóticas, pero eran aves, y los obligaban a estar encerrados casi todo el tiempo. Los niños lo hicieron bien dentro de sus posibilidades, sin ser corregidos u orientados en su trato a estos, puesto que los padres no se implicaron en su cuidado.
El mal carácter de las aves no ayudaba tampoco a que pudiesen estar fuera, lo poco que podían conocer de esos pájaros era tan sólo el que mostraron, un lado salvaje. Y lo trágico y decisivo para sentenciarlos, fue lo que tanto nombraba yo al comienzo de esta historia, con un toque de humor: los popós. Todos los padres con los que tuve oportunidad de hablar recalcaban y aborrecían que fueran tan popeadores, tan cagones. Con lo que en general no dejaban que los sacaran con frecuencia, sumado a la vuelta al cole de los niños, que sólo ayudó a que sus encierros fueran prolongados.
No es difícil deducir pues, que los pájaros no mostraron ninguna señal de ser mascotas, sólo eran agresivos en mayor o menor medida, por lo que ningún adulto vió en ellos algo bonito que disfrutar de éstos. Todos consideraron a Mushu una rareza o una quimera, para los que ni lo conocían en persona. Poco les importó que la principal razón de que esos agapornis fueran tan horribles, pudiera ser, que eran muy grandes cuando los comenzaron a críar.
Mi cuñado me contó que tampoco soportaba el ruido que hacía con la jaula al morderla como si fueran cuerdas metálicas. Tocaba la guitarra con las barras de las jaulas. El incesante ruido llegaba a ser muy molesto. Y lo sé porque nosotros también acabamos por tener que encerrar a Coco y se pasaba la tarde tocando un par de notas, una y otra vez. No estaba encerrado todo el día ni mucho menos, tan sólo la hora de la siesta de tres a cinco en exclusiva, porque resultaba difícil dejarle salir como a Mushu.
Coco no era bueno en ningún sentido ni circunstancia. Cuando estaba fuera de la jaula sólo hacía lo imposible por estar lejos de nosotros en busca de la compañía de Mushu, desde que Trufa ya no estaba. Se notó los primeros días que lo echaba de menos, lo buscaba y llamaba, con su particulares sonidos, para nada parecidos a los de Mushu. Aunque le duró poco su lamentar, en menos de una semana hizo lo que desde el comienzo esperamos con su llegada, buscó la compañía y cercanía con Mushu.
Se bañaba si Mushu se bañaba, comía si éste comía. En algunas ocasiones se subía a nuestro hombro si Mushu se subía. Pero si pretendías tocarlo se iba, aunque al no poder volar supusiera una violenta caída al suelo. Sus ruidos al piar eran distintos a los de Mushu. El que más hacía era un "chupi chí" agresivo, acompañado de fuertes picotazos si le acercabas demasiado la mano.
Tan malo llegó a ser, que a los pocos meses, antes de las Navidades, tomamos la decisión de que no lo queríamos con nosotros. Cuando Coco comenzó a volar su agresividad empeoró, incluso se distanció de Mushu, tan sólo quería irse por las ventanas. Cuando le cortamos las alas, volvió a querer la compañía de Mushu, pero su caracter, ni con el correctivo de Clara, mejoró. Nos cansamos de todos sus inconvenientes y buscamos una solución, que no fue otra que bromear con la canción de: vuelve a casa vuelve, por Navidad.
Ni Jaime lo podía lamentar, en todo caso se alegró mucho de nuestra decisión. Llevarlo a aquella enorme jaula con sus padres, con Trufa, nos pareció muy buena idea. Allí podía vivir en un sitio grande y su naturaleza estúpida tendría sentido. Cuando lo llevé, el hombre lo aceptó sin trabas.
—¡Claro! —me dijo—. Pero, ¿por qué no lo queréis?
—No es como el que tenemos. No sé si es porque era muy grande cuando me lo llevé, pero es muy malo. ¿Y el que te críe yo? ¿Dónde esta? —Miré a los lados esperando verlo por la casa, mientras íbamos hacia la enorme jaula.
—Mi mujer se cansó de él y lo echamos a la jaula. Sí hacía caso y cuando entraba a la jaula venía hasta mi, pero cagan mucho —Me pareció que omitió adrede que era insufrible.
—Lo peor no es que cagen, es que son muy malos —respondí, defendiendo lo indefendible—. No es que no moleste que te cagen, pero lo peor es que pican mucho y sus picotazos no son poca cosa. Creo que para que sean más agradables, tienen que ser muy pequeños cuando los crías, que no tengan muy abiertos los ojos.
—¿Quieres llevarte uno? Ahora tengo alguno si quieres —me ofreció.
—¡No! —solté con rotundidad—. Con el nuestro ya tenemos bastante. Le hemos quitado las plumas cortadas de las alas para que le vuelvan a salir, pronto podrá volver a volar y no le hará falta compañía.
—¿Lo vas a dejar suelto? ¿No te lo quitan?
—Espero que no —afirmé no muy convencido.
Al final tras charlar un rato sobre naderías y el hombre ver a un Coco educado, tenía que reconocer que su comportamiento era excepcional, no sé si porque estaba asustado; quiso quedarselo como mascota. Me hubiera molestado de no ser por su rotunda afirmación: Cuando nos cansemos de él lo echaré a la jaula con los otros. Recalco: "cansemos" y "echaremos con los otros". A un tris estuve de llevármelo, pero que íbamos a hacer con él y su mal carácter. Lo peor que le podía pasar era que al aburrirse de él, lo pusieran en la enorme jaula con los demás, que por esa razón estaba aquí.
No muy contento con los acontecimientos volví a casa, donde Clara se molestó un poco conmigo por permitir que se lo quedase.
—¿Qué podía hacer? ¿Traerlo otra vez? —pregunté muy serio.
—No sé, podías haber exagerado que era muy mordedor —respondió cabreada—, cualquier excusa para que no se lo quedara. Si no quisieron a Trufa, a Coco tampoco lo van a querer.
—No es mi culpa que Coco se comportara tan bien —repuse ofendido—. Además en cuando lo tengan unos días y vean lo estúpido que es, lo echaran con los otros.
—No tendrías que haberlo dejado —sentenció.
—No te preocupes tanto —le abracé para que se calmara—, estará bien. En cuando vean lo malo que es, lo pondrá con los demás —repetí.
Es extraño que desde el momento en que el hombre quiso quedarselo, nos molestara tanto. Me hubiese gustado que Clara hubiese estado conmigo en ese momento, quizás ella sí lo hubiera convencido de meterlo en la jaula. Tal vez nos molestase porque en el fondo le teníamos estima y queríamos lo mejor para él. Dentro de aquella jaula, podía volar y relacionarse, con aquel hombre podía no estar bien atendido. Nos quito un poco el sueño, no estábamos conformes y a punto estuvimos de ir a traerlo, argumentando que Jaime lo echaba de menos. No lo hicimos, hubiese sido un error, Coco era insufrible.
Si volando, Coco era un incordio, sin poder hacerlo resultó peor. Su tiempo con nosotros, sólo me sirvió para conocer, todavía más, como son estos pájaros cuando son casi domesticados. Coco era como era y nada de lo que hicimos lo hizo cambiar. Es decir, todos los que tienen mascotas, conocen el carácter de sus animales. No siempre son adorables y respetuosos, agradables y cariñosos, obedientes y leales. En ocasiones son mascotas difíciles de cuidar y sus dueños no saben como educarlos según su naturaleza. Para nosotros dejarle allí nos pareció una solución a nuestros repetidos y fallidos intentos por educarlo. Que el hombre lo cuidara o respetara ya no estaba en nuestras manos, pero creí que interesado por vender como estaba, no desaprovecharía tener otro adulto con el que seguir criando. Nuestro mayor deseo fue que pronto lo dejasen con el resto y Coco tuviese una vida feliz, junto los suyos, teniendo muchos pajaritos.
Mushu no daba señales de verse afectado por la marcha de Coco, su indiferencia fue absoluta. Las Navidades pasaron y el mes de Febrero destacó por la vuelta de Mushu a los vuelos libres. No tardó en coger la costumbre de salir por la ventana de la terraza y volver a casa de María, entre otras. Porque ahora también iba con frecuencia a la de Andrés. Todo volvía a ser como antes, Mushu estaba eufórico. Cogimos la costumbre de llamarle con frecuencia durante los momentos que estaba fuera, para saber de él. Y de este modo llegó un susto detrás de otro.
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