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¿Quién es Mushu?

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Diciembre, frío de golpe y sopetón. De la noche a la mañana nos encontramos que hacía mucho frío. Las fechas y estación del año dicen que tiene que hacer esa temperatura, pero durante estos últimos años, hace lo que le viene en gana. Mushu se empezó a cobijar con más insistencia en nuestras manos. Siempre no venía bien tenerlo cogido, así que el maligno popeador piraña enclenque, encontró una solución por su cuenta. Comenzó a ocultarse por nuestra ropa. Cuando digo nuestra ropa no digo el abrigo que cuelgas en la percha, la que dejas en un lado para guardar en el armario o poner a lavar. No. Cuando digo por nuestra ropa, quiero decir que se colaba por el cuello de nuestras camisetas y se ocultaba por nuestro cuerpo. Si tenías más de una camiseta no había problema. Si te pillaba sin camiseta interior, te arañaba vivo.

Con la que más se refugiaba era con Clara, yo sólo seguía siendo su consuelo cuando ella no estaba. Consiguió perfeccionar su técnica de sujeción en nuestras camisetas, asomando su cabeza por el cuello de éstas cuando andábamos. Era causa de muchos chistes fáciles para los familiares que venían de visita, para mí desgracia conmigo era con quien más se cebaban: «Se te ve el pájaro», «ya sabía que tenías mucha pluma», «tienes muchos pájaros en la cabeza, ¿no?»; cosas así. Lo peor era que si intentabas sacarle te picaba con saña, incluso a Clara.

La curiosidad por la raza de Mushu, surgió por estas fechas con más fuerza por sus extraños comportamientos de cariño, mezclado con mal genio. Según las tiendas de mascotas los papilleros son buenos y cariñosos, no muerden y demás cursilerías o chorradas. Para nosotros era una piraña, cariñoso cuando le venía en gana y manipulador emocional. Encontré un libro en la biblioteca que me aclaró algunas cosas. Su raza era: Agapornis Fischeri. El libro trataba de las distintas razas, el aspecto de Mushu era como una las muchas imágenes que encontramos en él, como era su personalidad como ave, no criado a mano, si no como ave de "adorno" y de dónde es autóctona su especie. Era muy certero en cuanto a que su carácter no entraba entre los mejores. Con lo que más me quedé fue con que no había forma de saber si era hembra o macho. El resto de peculiaridades no me solucionó, ni aclaró, ningún aspecto que fuese útil. Leí el resto de tipos de agapornis que había por pura curiosidad, y en resumen, éste tipo es así de estúpido por naturaleza. Bueno, eso y que eran poco hábiles volando.

El frío era más intenso por las noches, la habitación de Mushu necesitaba otro cambio. Dejarle dormir en su nido-trapo no nos pareció suficiente. Busqué entre mis herramientas y pensé que podía improvisar alguna caseta, pero no encontré nada que me fuese de utilidad. Su habitación no es que sea muy grande para meter una pajarera o nido como en el que nació. Clara dio con la solución más cómoda y práctica.

—La caseta del hámster —Mushu asomaba por el cuello de su camiseta, atento a nuestra conversación.

—¿La caseta del hámster? —Repetí con recelo pero pensativo—. Es verdad —tenía razón, era de un tamaño perfecto—, ahora falta encontrarla.

—Tiene que estar por el trastero, dentro de alguna bolsa.

Tenía el tamaño ideal, pequeña sin pasarse. La encontramos en el trastero, como Clara suponía, dentro de una bolsa. La colocamos en su habitación, pusimos una de las varillas bajo la caseta para que soportara el peso de ésta y a la vez le sirviese de apoyo para entrar en ella por la puerta, ya que sobresalía lo suficiente. La pequeña casa era de techo azul, con una amplia puerta y justo al lado de esta, tenía una ventana redonda. Nos parecío algo fría, plástica, además de sosa; y le metimos un trozo de trapo con el que pudiera cobijarse y resguardarse del frío. A Mushu no le gustó, no quiso entrar. Le dejamos curiosear y explorar su nueva cama, pero no tuvo interés ninguno por entrar, en todo caso, sólo quería salir cuanto antes de su habitación, como siempre.

Aproveché ese cambio en su mobiliario para meter algo que hacía tiempo llevaba queriendo añadir, un comedero. No era el que compramos en la tienda de mascotas, era una recipiente bajo y de cristal. Le puse uno con agua y otro con su comida, popurrí de semillas, con mijo de distintos tipos como ingrediente principal. Colocamos la otra varilla que quedaba encima de su comedero. En caso de ser otro pájaro, habría sido una locura poner su comedero y bebedero de esa forma, pero el muy sinvergüenza mantuvo su costumbre de no cagar su habitación bajo ninguna circunstancia. Aunque dichas circunstancia incluyese, por lo que fuese, verse obligado a estar más de doce horas encerrado.

En el mismo día se encontró, a su ver, forzado a entrar a su habitación con una nueva cama (la pequeña casa del hámster), la redistribución de las varillas, más dos recipientes de cristal, en el que uno de ellos encontraría algo no nuevo, las semillas; pero sí obligado a probarlas y comerlas. Nos fuimos a dormir creyendo que pasaría la noche en algún rincón, pasando frío, Clara incluso pensó que podía helarse. Preocupados acabamos por ir a ver como estaba en mitad de la noche. Apartamos el trapo que cubre su habitación, esperando verlo en la base de esta hecho un ovillo, escondiendo su cabeza bajo una de sus alas.

Allí estaba, en su habitación, en su nueva cama, cobijado y muy molesto por nuestra visita a esas horas tan intempestivas. Nos dio un "shui" a modo de buenas noches.

—Buenas noches Mushu —le dijo Clara entres risas.

—Serás desagradecido, que encima nos echas —sin dejar de poder reír, nos fuimos a dormir.

A Mushu le encantó su nueva cama. Aunque en muchas ocasiones como si de un adolescente enfurruñado se tratase, cuando a última hora del día le guardábamos en su habitación, después de coserme a picotazos por supuesto, se metía en su pequeña casita y haciendo un "chui" o "shui", dependiendo de lo enfadado que estuviese, mordisqueaba o picoteaba con rabia el pequeño trapo que hacía de manta y la usaba para tapar la puerta y la ventana de su cama. Parecía rabiar, pero en cuando Clara le decía alguna cosa bonita, la piraña se asomaba y le decía "shui" con tono dulce y cariñoso, a modo de buenas noches.

Una mañana, poco después de que se hubiese familiarizado con su nueva cama, me encontré un montón de cascaras por la base de la habitación. No me lo podía creer, había estado comiendo de su comida. Solo habían cáscaras de dos o tres tipos de semillas pero ya era algo. Su únicos indicios de querer probar algo distinto a su papilla había sido nuestra comida. Agua le habíamos visto tomar en muchas ocasiones, aunque solía ser cuando veía a Clara y le pedía, con su habituales empujones y manías de frotar su pico haciendo un extraño sonido.

Cuando estábamos comiendo, el siempre andaba cerca, si no siempre, casi en toda las ocasiones. Se subía por la manga del jersey o camiseta, sujetando primero con su pico la tela de esta, relevando con su pata donde se había sujetado con el pico, escalando hasta el hombro de Clara. Y le pedía de comer silbando en su cara mientras la frotaba y empujaba con su pico, acompañado de un sonido que hacía frotando su pico. Acaba por conseguir tomar un poco de todo y como imaginábamos que le podía sentar mal, intentábamos que fuese lo menos posible. Mushu acababa por saltar a la mesa si algo le gustaba en especial y no le dábamos. Parecía un asaltador, se acercaba disimulando a nuestros platos en busca de lo que más le gustaba y una vez perpetrado su robo, salía corriendo lo más rápido que podía hasta encontrar refugio en algún rincón de la mesa y lo devoraba sin casi masticarlo.

Cuando no le dejábamos comer de nuestra comida, nos cosía a picotazos. Como castigo lo guardábamos en su habitación hasta que terminábamos de comer. Siempre nos amargaba tener que hacer eso, porque como experto chantajista emocional, empezaba a llorar. Sí. Mushu aprendió a realizar un llanto con su particular gama de sonidos. Recordaban al llanto, por la tristeza con la que sonaba. Un "chui" apagado, algo bajo en tono, que repetía cada pocos segundos. Nos rompía el corazón oírle hacer ese ruido. Clara y Jaime acababan por sacarlo de su habitación y, la triste canción y sonidos de lloros, desaparecía a una velocidad pasmosa, sustituida por "chuis" alegres, acompañados del revoloteo con sus alas.

Cada vez estábamos más convencidos de que era muy consciente de qué hacer para comunicarse con nosotros y que le prestásemos atención o le hiciésemos caso. Habíamos establecido un modo de comunicarnos, rudimentario o sofisticado según se mire, que sólo nosotros como familia sabíamos interpretar. Para el resto de personas que no convivían con él, carecían de sentido. Lo peor no es que no las entendiesen, eso casi se puede comprender porque no viven con él las veinticuatro horas del día; lo peor era que como no las entendían, se solían burlar de nuestra capacidad. Para gente ajena era absurdo, ridículo, mentira, una pérdida de tiempo o todo a la vez.

Mushu sabía cómo hacer que sus limitados y "únicos" sonidos o ruidos, ya fuesen "shuis" o "chuis", modelar o más bien modularlos, de un modo que por su tono y circunstancia, sabíamos qué quería o pedía. Si estaba saludando o despidiéndose. Si algo o alguien, yo normalmente, le estaba molestando o enfadando. En fin, muchas cosas. Tantas que sería difícil de resumirlas o describirlas en pocas palabras, ya que la comunicación no consistía tan sólo en su modular, era el conjunto de sonidos, modulados o no, tonos, comportamiento, movimientos, gestos (es evidente que no podían ser muchos con su cara) y circunstancias. Según en que situaciones podíamos entendernos. Si alguien ajeno a nosotros nos describiese dichos sonidos o comportamientos, el olvidar algún detalle o no saber deducir su tono, no sabríamos descifrarlo o interpretarlos.

No era que siempre entendiéramos todo, pero conforme pasaban los meses, perfeccionó muchos de sus sonidos, junto esos extraños que producía al frotar su pico. Incluso empezamos a comprender las diferencias, a veces muy sutiles, de sus picotazos. En ocasiones nos mordía con fuerza, más bien parecía querer que le prestásemos atención. Mientras estaba sobre nuestro hombro, también nos mordía o picaba con cuidado el lóbulo de la oreja, según las circunstancias con una finalidad. Acababas por saber que se medía y mucho en la fuerza con la que te picaba porque cuando lo hace con saña, duele. Es fácil decir duele, pero por mal que suene, te daban ganas de encerrarlo en su habitación y no sacarlo en la vida. Duelen tanto que si se ponía de mal humor preferías dejarlo quieto. Cuando no quería salir de nuestra ropa, sus picotazos eran violentos, dolorosos como nunca. Algunos si te cogían mal, al pellizcar, que es lo que hace con su curvada forma de pico, te llegaban a dejar marca e incluso sangrar. Esos podían ocurrir muy rara vez, pero no hacían ninguna gracia.

Cuando los familiares que vienen a visitarnos lo intentaban tocar, solían llevarse los picotazos que bautizamos como: aviso, no tocar. No es que hiciesen daño, es que daban tan mala impresión el gesto molesto y serio con el que lo hacía, que asustaba. Daba igual si llegaba o no a picar, no hacía daño. Y Mushu cuando veía que se asustaban se crecía y empezaba a acosarlos si le dejabas. Quizás sólo fuese impresión nuestra, pero se comportaba de una forma algo distinta cuando alguien nuevo entraba en casa. Se fijaba en su cara y respondía al oírles hablar, como si pensara que hablaban con él.

Sólo era evidente su intención de picar muy fuerte si se acercaban a su habitación, y él estaba dentro e intentaban tocarle. Si cometían el error de intentar meter un dedo entre los barrotes, recibían un mordisco bestial. Cuando Mushu estaba tranquilo su plumaje estaba "pomposo". Cuando tenía sueño o estaba a punto de dormirse se volvía más pomposo todavía. Cuando se asustaba, sus plumas se pegaban a su cuerpo, destacando lo finísimo y escualido que es en realidad. Cuando amenazaba con picarte, y fuerte, pegaba sus plumas al cuerpo y abría su pico en señal de advertencia. Recordaba a una serpiente por su forma lenta de moverse, hasta soltar por sorpresa un mordisco violento y desastroso. Muchos tuvieron suerte de que los barrotes de su habitación frenasen sus ataques.

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