Mushu
***
Entramos en casa y me puse a preparar su jaula, sin comedero ni palos ni nada. Con lo incapaz que era de moverse lo único que pensé útil para él, era poner algún trapo que le ayudase a no enfriarse, ni rodar por el suelo de esta. No es que estuviese gordito es que no se sostenía, sólo se movía con mucha torpeza y sin finalidad. Mi hijo y mi esposa, no paraban de decirle cosas bonitas. Incluso algún piropo.
—Que cosa más pequeñita —mi esposa lo tocaba con la punta del dedo, a modo de caricia, mientras le hablaba con dulzura.
—Hola Mushu —mi hijo lo sostenía todavía entre sus manos. El pobre animalillo seguía con el tembleque de la calva cabecilla, parpadeando de forma descoordinada. Luchando con las caricias de mi esposa, que aún con cuidado lo movía estirando su piel con cada toque.
—Eres tan chiquitito —le susurraba mi esposa— que da pena tocarte. Eres adorable —le decía alargando la "e" acariciando su diminuto pico curvado.
Así estuvieron un buen rato mientras yo me encargaba de ordenar y preparar todo. Estaban muy felices con su llegada, cosa que a mi me bastaba. Al menos hasta que terminé de preparar su habitación (jaula). Anochecía y teníamos que preparar nuestra cena e iba siendo la hora de comprobar si tenía que darle de comer, momento más temido para mí.
Tras calentar el agua, leer por quinta o sexta vez las instrucciones de preparación, hacer la mezcla y salir una cantidad desmesurada de papilla; mi hijo puso al animalillo en un improvisado nido de tela, que había puesto yo sobre la mesa de la cocina para ese momento, colocándose junto a mi esposa para ver como me disponía a dar de comer por primera vez a Mushu.
Mentalmente me repetía «no puede ser tan difícil», moví con cuidado su calva cabecita para un lado, tenía que asegurarme que no tenía comida en su buche. Apenas lo tenía hinchado, mientras que algunos de los pajarillos que vimos, incluido los que estaba con él en su mismo nido, tenían un bulto dos veces más grande que su propia cabeza. Desde luego Mushu estaba escuchimizado en comparación con sus propios hermanos.
—Parece que aún le queda comida, ¿esperamos a mañana para darle de comer? —pregunté esperanzado. Deseaba retrasar en lo posible ese momento.
—No, vamos a darle de comer un poco —me dijo mi esposa mimosa, mientras se acercaba y lo volvía a acariciar con la punta del dedo, el animalillo no daba más de sí—. Una buena cena y a dormir, hasta mañana.
—Esta bien.
Soné derrotado, pero ver a mi esposa a un lado y a nuestro hijo al otro, esperando atentos a ese momento, me animó a coger la sonda y empezar a acercarla al animalillo, que seguía con su baile de san vito, sin imaginar lo que le esperaba, seguro que tampoco es que imaginase nada en particular. Me empezaron a temblar las manos, cuanto más lo acercaba, más me temblaban. El animalillo se mostró indiferente ante el objeto que había puesto junto a su pico.
—Deja salir un poco de papilla —mi esposa tampoco entendía porque no comía—, mancha su pico, que lo saboree así seguro que quiere comer.
—De acuerdo —lo separé de su boca y apreté un poco para que se manchase la sonda, con idea de acercarla a su pico.
Ésa era la intención, lo que sucedió fue que salió un chorro de papilla disparado manchando todo el armario donde se estrelló, salpicando todo a su alrededor por la fuerza del choque. Parecía una pistola de agua. Nos quedamos mirando los tres la mancha de papilla sorprendidos y después la sonda. ¿Cómo se suponía que iba conseguir darle de comer sin hacer que el pobre animalillo acabara hinchado como un globo?
—Será mejor que aprendas a manejarlo antes de darle de comer —mi esposa empezó a limpiar la mancha mientras yo seguía mirando la sonda.
—Papá, Mushu se ha hecho caca —señaló el trapo.
—¡Qué asco! Dame una servilleta.
Limpie el montón de caca que acababa de hacer, no entendía como un pajarillo tan diminuto podía haber cagado tamaño mendrugo. Tenía que haber perdido la mitad de su peso con eso. Ayudé a mi esposa a limpiar el resto de la papilla y volvimos a probar a darle de comer. Me llevó un buen rato cogerle el tranquillo y suavizar la salida a través de la sonda. Al principio salió disparada en más de una ocasión, manchando incluso el techo de la cocina. Mi hijo disfrutaba viendo como nos desesperábamos intentándolo una y otra vez. El animalillo hacía rato que se había dormido mientras insistía en practicar.
—Casi no queda papilla —mi hijo estaba tan aburrido de esperar que se había recostado sobre la mesa, junto al improvisado nido de trapo donde dormía el pajarillo.
—Creo que deberías hacer lo que te dijeron en la tienda, cógelo con cuidado y prueba.
Ella me lo decía con la mejor de las intenciones, pero hacerlo era otra cosa distinta. Aterrado lo cogí con cuidado, dispuesto a conseguirlo. En mis manos se veía todavía más diminuto y frágil. Opté por colocarlo sobre la mesa otra vez, dirigiendo su calva cabecita hacía mí. Unté la sonda con papilla para que introducirlo en su boca hasta el buche, fuese más suave. Volví a dudar, pero esta vez a pesar de mi temblor de manos y el tembleque del pajarillo, abrí su boca y con toda la delicadeza de la que fui capaz le introduje la sonda.
Lo conseguí, le di de comer. Fue horrible, asqueroso, desagradable, horripilante y traumático. Tanto para él como para mí. Limpie con sumo cuidado todo su pico, entre los aplausos de mi esposa y mi hijo. Acabé recostado sobre la silla, intentando relajarme tras lo que para mí fue una espantosa odisea.
—No ha sido tan difícil —me abrazó mi esposa—, ¿verdad?
—Ha sido —ver lo feliz que estaban los dos, me hizo complicado reconocer lo mal que lo había pasado y con un intento de sonrisa le dije— costoso, pero no es para tanto. Limpiamos esto un poco —señalé nuestro alrededor que estaba bastante salpicado por la papilla— y mientras que Jaime lo lleve a su jaula, esta en el salón.
Estaba seguro de que esa noche tendría pesadillas. Jaime y mi esposa Clara, estaban muy felices y les costó separarse de Mushu, disfrutando de cada gesto de éste. Me enterneció oír reír a los dos cuando Mushu empezó a removerse por el nido, como si buscase una postura cómoda para dormir. No dejaba de moverse inquieto cada pocos minutos, siempre con los ojos cerrados, quizás extrañaba los empujones y apretones de sus hermanos o el calor de sus padres. Me acerqué hasta ellos y comencé a remover el nido, intentando que el animalillo quedase arropado y sujeto, pero que pudiese moverse. Funcionó, a los pocos minutos se notaba que dormía relajado. Se quedó tan inmóvil que los tres lo miramos preocupados.
—Papá, no se mueve —la voz de Jaime delataba terror.
—Sólo esta dormido —Clara le dio un sonoro beso en la frente y me miró esperando que yo añadiese algo.
—Sí, sólo duerme. Vamos a cenar y a dormir, mañana más.
Clara se fue con Jaime a la cocina y en cuando entraron en esta, y supe que no me veían, toque al animalillo sufriendo por la idea de que se podía haber muerto. Enseguida reaccionó molesto, removiendo su cuerpecillo dispuesto a seguir durmiendo. Respire aliviado y me fui a cenar. Todavía estaba tenso por la aventura que supuso su primera comida con nosotros. Apenas pude comer y escuchaba en silencio la conversación que tenían sobre el ajetreado día y Mushu. Estaban muy felices, mucho. De Jaime lo entendía, no había oído todas las barbaridades que podía pasar con el pobre animal. Pero Clara tenía que ser más realista, sabía que en cualquier momento la cosa se podía torcer. Me pareció que escuchó mis pensamientos, porque de pronto sujetó mi mano con cariño, como si quisiera transmitir que ella también estaba preocupada. Ese simple gesto me reconfortó mucho.
Amanecía cuando empecé a escuchar un ruidillo. Extrañado miré alrededor sin distinguir gran cosa, todavía no había nada de luz. Con pereza me levanté, intentando no molestar a Clara que aún dormía. Busqué por la habitación, salí al pasillo sin encender ninguna luz, no quería despertar a Jaime, que dormía tranquilo en su habitación. El ruidillo se volvió a escuchar, cada vez más fuerte. Un arrullo muy rítmico, que se repetía cada pocos segundos. Al llegar a la cocina se podía oír con más facilidad, por lo que supuse que debía andar cerca. Me atreví a encender esa luz, esperando ver cualquier cosa, como un grillo, una terrorífica cucaracha, incluso un ratón, pero no había nada. El ruidillo había cesado, fuese lo que fuese lo debía haber asustado. Ya que estaba levantado, aproveché para ir al cuarto de baño. Encendí la luz del salón para no tropezar con nada por el camino y el ruidillo volvió a escucharse, esta vez más fuerte, era Mushu.
Me había olvidado de él. Clara y yo habíamos hablado sobre lo que podíamos hacer en caso de que algo malo le pasase, una vez dormido Jaime y a sabiendas que no nos escuchaba, ella se despachó a gusto sobre el asunto. Tenía muchas dudas sobre el animalillo, se arrepentía de haberlo separado de sus padres, lo veía muy pequeño y frágil. Estaba contenta, pero no estaba segura de que fuese tan sencillo darle de comer y eso era lo que necesitaba en ese momento, comida. Acordamos no coger otro, con Mushu, la experiencia de poder tener un agapornis por mascota sería la primera y la última.
Tras asearme y con música de fondo, el rítmico canturreo (más bien arrullo) de Mushu, me dispuse a preparar su papilla. Esta vez me salió muy liquida, le añadí papilla hasta conseguir que fuese más consistente, pero acabó espesándose demasiado mientras lo fui a coger a él. Dejé a Mushu sobre su improvisado nido-trapo de la mesa, para añadir agua a la papilla. Él pajarillo se removía inquieto como si algo estuviese molestándole, se movía mucho y me acerqué a cogerlo temiendo que acabase por caerse de la mesa. Fue sujetarlo y soltó un chorro de mierda enorme.
—¡Serás asqueroso! —grité, sin querer. Olvidando que Clara y Jaime dormían.
Sujetando a Mushu con una mano y con la otra el rollo de papel de cocina, traté de limpiarlo. El rollo acabó rodando por el suelo desenrollándose. Yo aguantando las ganas de vomitar, limpié mil veces la mesa frotando con ahínco donde había cagado. Echando jabón en seco y buscando desesperado por los cajones otro trapo con el que terminar de sacarle brillo. Clara llegó a la cocina y bostezando me preguntó:
—¿Qué haces?
—El muy asqueroso se ha cagado en la mesa —levanté la voz sin querer.
—No grites —puso un dedo sobre mi boca— vas a despertar a Jaime. ¿Dónde esta Mushu?
Levanté la mano mostrando al bailarín arrítmico, indiferente del desastre que había provocado, moviendo su calva cabecilla de un lado a otro, como si fuera un periscopio y parpadeando con gesto aburrido. Clara empezó a decirle cosas bonitas, como si fuese un bebé y entendiese algo de lo que le decía. Lo puse en la mesa, dentro de su nido-trapo, dispuesto a darle de comer y olvidarme del incidente y de él hasta la próxima toma.
—Ahora sí que esta vacío —Clara tenía cogido a Mushu.
—¿Eh? —calentaba otra vez la papilla, no le había escuchado.
—Mushu, tiene el buche vacío. ¿A que tienes hambre? ¿A que sí? —le acariciaba su pico frotándole suave con su nariz.
—Con el pastel que ha soltado no es para menos.
Removiendo la papilla con la propia sonda, la llene y cogí de sus manos a Mushu. Clara se fue al cuarto de baño, dejándome sólo en la cocina. Puse al diminuto ave sobre la mesa, sujetando con cuidado su pico, tembloroso lo volví a conseguir. Le llene el buche, pero demasiado, cuando saque la sonda el animal trataba de tragar. Me asuste muchísimo, lo miré angustiado e impotente. No podía hacer nada y encima si la papilla se le iba por el otro lado se podía asfixiar. Me quedé paralizado y más blanco por momentos, entonces el granuja terminó de tragar y como si estuviese extasiado de felicidad soltó dos hipos y tan tranquilo. No le pasaba nada. Respiré con alivio, aunque seguía asustado, no podía confiarme con esto. Debía ser más cuidadoso. Clara volvió del cuarto de baño, cogiendo al empachado Mushu.
—Ahora sí estas lleno —le decía acercando su nariz al pico—. Te vas a hacer un grandullón precioso, ¿verdad que sí?
—Más le vale, por poco se le sale la comida por las orejas.
—Exagerado —me dio un coscorrón—. Tu no le hagas caso Mushu, verás como este gruñón después resulta un blando —le dio un pequeño beso en su calva cabecilla.
Jaime y Clara lo habían estado limpiando y cuidando durante toda la mañana. El pájaro solo sabía cagar y removerse por toda su habitación (jaula). Ellos reían con cualquier gesto o nadería que hacía, incluso cuando sólo dormía y de forma ocasional se acomodaba en su nido-trapo. Jaime veía la televisión con Mushu cobijado en su camiseta, cuando el animalillo se despertó inquieto, removiendo su cuerpo.
—Mira papá, que gracio...
Jaime se quedó en silencio, Clara que estaba a su lado me pidió a gritos una servilleta de papel con urgencia. Creí que se había caído del sofá o vete a saber. Fui lo más deprisa que pude y lo que encontré era a Jaime asqueado con una mega pastosa caca en la camiseta y a Clara intentando ayudarle para quitársela sin que el niño se manchase. Mushu comenzó con su arrullo, estaba hambriento. Ayude a quitarle la camiseta y los dejé adorando al cagador, tenía que preparar su comida. Si darle de comer comenzaba a ser pesado, sus cagadas no podían ser menos.
¿Cómo podía cagar tanto un ave tan diminuto? Encima enormes. En una de esas cagadas ese engendro calvo se iba a quedar hecho una pasa o como una cáscara vacía. Era anatómicamente imposible creer lo que mis ojos me mostraban.
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