Julio
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Todo comenzó en julio del 2007. Ni siquiera estaba prevista su llegada, fue algo hablado de forma rápida y a pesar de mis reticencias y ninguna ilusión a tener un pájaro, terminé aceptando. No quería de ninguna de las maneras ser responsable de un animal que tendría que vivir encerrado toda su vida.
Hablamos sobre lo que se podía hacer para evitarlo, cosas como sacarlo dentro de casa todos los días un buen rato. Que no estuviese siempre encerrado en una jaula fue lo único que más o menos me convenció. Sumado a que a mi esposa le encantan las aves, casi es obsesión con las gallinas, según parece porque les recuerda a los chocobos. Por supuesto libres, nada de aves enjauladas.
Para mí, por aquel entonces, mi impresión sobre las aves, los pájaros en general, era que son animales de los más tontos, no aportan nada. Vale que sus plumas son muy bonitas, unos más que otros. Hasta puede que sea verdad que guste el canto de algunos, a mí en particular, sólo me producen dolor de cabeza. Ni siquiera me gustaban los loros, su única virtud o capacidad es repetir lo que oyen.
Aceptar tener un pájaro pasó a ser lo de menos. No es que fuese la gran cosa, sólo era un pájaro, un agapornis en concreto. Pájaros más conocidos por su nombre vulgar: Inseparables, los pájaros del amor. Hay muchas historias de porque se les conoce por ese nombre, de lo más interesante, pero como ya he dicho por aquel entonces, los pájaros para mí, sólo eran un montón de plumas bonitas, obligados a vivir encerrados en jaulas. Y poco menos que me daba igual lo que pudiesen contar de ellos.
Empezamos por buscar información en distintas tiendas de mascotas, sobre todo para saber a que atenernos. En algunas destacaban que los Inseparables (se conocen más por este nombre), podían cuidarse desde pequeños y así eran más agradables y cariñosos. Pensé que todos estaban ansiosos por vender alguno. Recuerdo concentrarme en lo que decían para no escuchar ni mirar todos los montones de jaulas llenas de distintos tipos de pájaros, canturreando por decirlo de alguna forma, y me dolía la cabeza de escucharlos.
Nos decidimos por un agapornis papillero, entonces todavía no se conocía los nombres que diferencian unos agapornis de otros, como: Roseicollis, Cansus, Pernatus, Fisheri, etc.; pero ni las tiendas ni nosotros. Esta claro que son distintos en aspecto y tamaño, pero también son parecidos en color del plumaje, por ejemplo; y la prioridad de muchas tiendas de mascotas es vender, no saber lo que venden. Triste, pero cierto. Se limitaban a contar las ventajas de criar uno, pero no tenían ni idea de que unas razas y otras definen mucho su carácter incluso aunque los críen desde pequeños.
Tampoco fue difícil decidirse por escoger uno pequeño, cuando conoces los grandes y su facilidad para arrancarte un dedo o parte de este, si les das la oportunidad. Otras cosas no sé, pero jamás se os ocurra intentar tocar un agapornis adulto, que no haya sido criado a mano, sin protección. En caso de haber sido criado a mano, pican, pero no tienen ni comparación con los que no han sido socializados y criados por personas.
De entre todas las cosas que nos contaron que había que tener en cuenta para el futuro "bebé" agapornis, fue la papilla, la que más me preocupó. No es que no tuviésemos experiencia en la elaboración, ya teníamos por aquel entonces a nuestro primer hijo, ya muy crecido sí, mucho; pero la etapa de la papilla con él fue muy dura, no le gustaban. De hecho, la papilla del agapornis era fácil de elaborar, lo difícil creía yo, sería dársela y cuándo. Porque la temperatura tenía que ser la correcta para algo tan frágil y delicado como su buche, ya que la sonda, que era el utensilio con el que abría que alimentarlo, la deja dentro de forma directa. Si eso se me hacía angustioso, peor fue saber la importancia de que el buche este vacío. Fue tal el terror que me daba el momento que tuviese que darle de comer al animal, que ya dejé caer que no quería ninguno.
Mi esposa me intentó dar ánimos y me repetía que no podía ser tan malo. Yo sólo pensaba en que el pobre animal tenía que alimentarse de una forma muy horrible. Encima si el buche no estaba completamente vacío cuando le fuese a dar de comer, podía producir una grave infección letal. La falta de defensas que sólo reciben de sus padres al comer, les hace vulnerables y delicados. Por favor, en que lío me estaban metiendo. Sí, digo estaban, porque a mi hijo le encantó la idea de criar un pájaro y empezó a insistir también con que no exagerase.
Una vez bien informados, asesorados y abastecidos con todo su kit claro, que consistía en: una sonda, papilla para Psitaciformes, una jaula, un comedero, un bebedero, viruta, alguna barra en la que se pudiese subir para no estar en el suelo de la jaula siempre, más otra con alimento pegado del que poder comer con multivitaminas, la bolsa de comida de agapornis para cuando fuese grande y las pipas, por supuesto. Vamos que le hicimos el agosto a esa tienda con toda la parafernalia. A regañadientes y con mucho pesimismo por mi parte, tocaba buscar al agapornis papillero. Increíble pero cierto, a pesar de tanto haber preguntado, no se nos ocurrió hasta después de tenerlo todo listo, que conseguir al pájaro podía ser difícil.
Volvimos a preguntar en algunas tiendas, con la mala suerte de que en esos momentos no habían agapornis papilleros. Tenía que haber deseado con más fuerza, ¿a quién? daba igual, yo miro al cielo y tras decir «por favor», suelto el deseo: Que no encontremos ninguno. Fue colgar mi esposa el teléfono, de la novena o décima tienda de mascotas, con cara de fastidio y dispuesta a decirme lo que ya me figuraba, cuando llamaron de una tienda de las ya consultadas. Cogió el teléfono y poco a poco su cara se iluminaba, la mía se ensombrecía, y tras cortar la llamada, lanzarse a mi gritando:
—Me han dado la dirección de un particular que vende papilleros, dice que ahora mismo tiene un montón.
No había escapatoria, pero ya me daba igual, mi mujer se lo dijo a mi hijo mientras saltaban y sonreían con alegría, me rendí. Que fuese lo que tuviese que ser, yo me esforzaría al máximo porque ese pequeño pájaro que íbamos a comprar no le faltase de nada, ni cuidado ni atenciones. Para el cariño y los mimos ya estaba mi mujer y mi hijo.
Encontramos la casa del particular con bastante facilidad. Nada más bajar del coche oímos un fuerte jaleo de pájaros. El hombre que los vendía tenía un criadero, tres tipos de distintas especies de pájaros en concreto, en tres enormes jaulas. Cuando digo enormes, quiero decir enormes. Sin mucho margen de error, cada una podía tener entre siete u ocho metros cuadrados por más de tres metros de altura, en el exterior de su casa. Sus vecinos tenían que estar muy contentos con él. Dentro de cada una de las enormes jaulas tenía una casa de madera artesanal, donde los pájaros hacían sus nidos. Al parecer, según nos contó el hombre, los hacía él mismo, desde las jaulas, hasta las casas de madera.
Entramos con él donde tenía los agapornis. La primera impresión que me dieron los pájaros fue que eran unos ruidosos, escandalosos, gritones, chillones, he dicho ya escandalosos, pues me da igual, no me dejaban ni oír mis pensamientos; y... muy bonitos. Tengo que reconocer que eran muy bonitos, su plumaje verde con distintas tonalidades según la zona, el degradado del color rojo naranja de su cuello y cabeza donde destaca su pico color rojo, las plumas de sus alas y cola oscuras con un toque azul eléctrico en estas, que resaltaban al sol. No sé de dónde sacó ese hombre esos agapornis, no recordaba que hubiesen en ninguna de las tiendas que fuimos.
El vendedor, muy amable el hombre, nos enseñó distintos nidos con la idea de que fuésemos nosotros quien escogiésemos el candidato. Entre los que nos enseñó habían de distintos tamaños con más menos plumas, pero hay que decirlo, todos en general eran horribles. Tanto es así, que el vendedor al ver nuestras caras nos dijo que no nos asustásemos, que conforme les salen las plumas son más agraciados. Quisiera decir que elegir al nuestro fue un flechazo, amor a primera vista o algo bonito, pero no fue así, todos eran feos. Después del cuarto o quinto nido y no encontrar la diferencia, entre el feo o el más feo, decidimos por azar al: caganidos.
Para quien no sepa que quiere decir caganidos, comento que no es un insulto, a modo explicativo rápido y fácil de entender: es el último polluelo en eclosionar. No es que sean los más pequeños, por no comer y ya esta, es que tardan demasiado en eclosionar. La razón es simple, ponen los huevos en distintos días y los tiempos de eclosión son distintos. Dando lugar, como fue el caso de nuestro elegido, que la diferencia de tamaño fuese muy grande. Estos caganidos suelen morir porque la diferencia de tamaño es muy grande y la competencia por la comida entre sus hermanos los deja fuera de juego. Quizás fuese ésa la razón y no el azar el que nos hizo elegirle.
Allí estaba el diminuto caganidos, feo como él sólo. Sin plumas, sin apenas pelusa, tembloroso, incapaz de sostener su propia cabeza de brillante piel, estaba tan calvo que reflejaba la luz, tan calvo y brillante que pensé que emitía luz propia. Su cuerpecito no era mucho más agraciado, era deforme a mi ver, rodeado de forma parcial por una pelusa grisácea. Casi no se movía, ni abría los ojos en su totalidad, y encima tenía uno más abierto que el otro, sobresaliendo a los lados de su calva y brillante cabeza. No hacía ni bulto entre las manos de mi hijo, era diminuto y su pequeño pico curvado era de un suave color naranja.
Nos fuimos a casa con el dichoso... ¡que narices!, nos fuimos a casa con ese engendro, que mi hijo no dejaba de mirar, y pensar en su nombre. Aun no lo había escogido, estaba indeciso, pero antes de salir del coche cuando llegamos a casa, lo levantó a la altura de su cara, se miraron, bueno mi hijo le miraba a la cara, el pajarillo vete tú a saber qué miraba, parecía hacer el esfuerzo de su vida cada vez que movía tembloroso su calva cabeza.
—Mushu.
Mushu como el dragón de Mulán. Quién nos iba a decir que ese nombre sería perfecto para él. Egoísta, calculador, aprovechado, sinvergüenza, granuja, pillo, chantajista, ladrón, valiente y cobarde a la vez; y cariñoso, meloso, pelotero, atento, amante de la música (no cualquier tipo, tenía sus favoritas), encantador cuando nos obligaba a comer lo que regurgitaba (encantador y asqueroso) era muchas cosas. Porque Mushu, era todo un ser con una personalidad de lo más compleja, con manías tanto buenas como malas.
Era la delicia de nuestro barrio, todos lo conocían, pero sólo unos pocos eran sus amigos, cosa que decidía él. Era su decisión, era él quien decidía quién podía cogerlo o no, cómo y cuándo. Y tenía algunos amigos y amigas. De uno de ellos sólo sabía abusar, literalmente le obligaba a soportarlo en su hombro pero no le permitía tocarlo. En ocasiones no le dejaba ni mirarle, chillándole furioso cuando estaba de mal humor y a su amigo se le ocurría intentar girar la cabeza siquiera. Pero ya estoy adelantado muchas cosas, todo esto no pasó de la noche a la mañana. Todavía hay mucho que contar hasta llegar a esas partes, conocer como fue nuestros días a su lado y como creció y maduro.
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