¿Dónde estas?
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Esperamos ansiosos oír sonar el móvil durante la comida, no pudimos casi probarla. Clara contenía las arcadas que los nervios le producían aferrándose a su estomago, siempre le ocurre cuando algo le preocupa. Durante la comida hablamos sobre qué hacer, Jaime y Clara propusieron salir a preguntar casa por casa, quizás alguien podía decirnos algo. Pensé que sería perder el tiempo, pero peor se me hacía la idea de quedarnos en casa esperando oír sonar el móvil.
Clara se quedaría por si volvía, Jaime y yo salimos con un cartel, figurándome que cuando preguntara por un agapornis nos dirían «aga ¿qué?». A pesar de vivir varios años allí, casi no conocíamos a nadie del barrio, nada más allá de un «Hola» o « Buenos días» y cosas así, tan sólo los dos vecinos más cercanos y porque casualmente eran familia de Clara. Cada paso que daba en dirección a la casa más cercana, más convencido estaba de que sería perder el tiempo, pero la posibilidad, por mínima que fuese de encontrarlo, me hizo tragarme la vergüenza. Preparé mi mejor sonrisa y me dispuse a tocar el primer timbre.
—¿Si? —respondieron por el telefonillo del mismo timbre.
—Buenas tardes —miré si tenía cámara y al no verla le dije—: soy su vecino. Vengo a preguntar si has visto un pájaro. Un agapornis. Ayer...
—Un ¿qué? —me interrumpió y además con la pregunta que ya me esperaba.
—Tengo una foto del animal, si quieres puedes verlo —esperé paciente. Tras lo que me pareció una eternidad, por fin abrió la puerta y con mi mejor sonrisa levante la hoja—. Es este.
—Sí —cogió la hoja. Se me aceleró el pulso y la sonrisa pasó a ser real—. Hace unos días —sentí caer una losa sobre mis ánimos, la sonrisa quedó en un rictus—, estaba en mi terraza cuando estaba tendiendo la ropa.
—¿Ayer por la tarde lo viste? —quizás con suerte podía decirme algo útil.
—No, hace unos días que no lo veo. A veces esta por aquí, por las ventanas —seguro que intentando entrar pensé. Mushu no tenía porqué, pero estaba claro que esa era su intención—. ¿Es tuyo? —Me devolvió la hoja.
—Sí, es nuestra mascota —¿Qué le iba a decir? Que lo buscamos por gusto.
—¿Se ha escapado? —La mujer, acababa de ver la hoja, pero estaba claro que no había leído lo que decía.
—No —intenté sonar cordial, aunque por dentro me sentía morir—, siempre lo dejamos salir. Ayer por la tarde, sobre las cinco...
—¿Y no se va? —me interrumpió. Parecía no creerme—. Ayer no lo vi, pero siempre lo veo con los hijos de Lucía —señaló la casa de su vecina—, pregúntale.
—Muchas gracias —soné algo cortante y ni me detuve a despedirme en condiciones.
La primera vecina no volvió a su casa, se quedó esperando a nuestro lado. Llamé al timbre de la casa de al lado, con la urgente necesidad de oír buenas noticias. No respondió al primer toque, ni al segundo, dudando de insistir una tercera vez, pensé en volver más tarde y la puerta se abrió de golpe.
—Hola —saludé a una sorprendida mujer. Me pareció que esperaba encontrarse a otra persona.
—¿Querías algo? —parecía estar de mal humor.
—Estamos buscando a nuestra mascota Mushu, es un agapornis —levanté la hoja a la altura de su cara, su gesto serio no cambió ni una décima de segundo—. Por casualidad, ¿lo has visto?
—No —parecía dispuesta a cerrar la puerta—. ¡Miguel! —Gritó a pleno pulmón—. Ven un momento.
—¿Qué? —El niño era uno de los juegan con frecuencia con Jaime. Ellos se miraron a modo de saludo, pero apenas darse el escueto saludo, Miguel puso gesto serio al volverse hacia su madre. La tensión que surgió por la situación era casi palpable.
—¿Has visto al pájaro hoy? —sonó extraña la pregunta pero con el mal caracter y molesta que parecía, ni le corregí. En silencio esperé a escuchar qué diría el niño.
—No —Miraba a su madre desafiante. No sé qué podía haber hecho ese niño pero parecía grave, su madre lo miraba muy enfadada.
—Se perdió ayer —intervine al ver que no decían nada—. Salió por la tarde —le tendí la hoja al niño— y no volvió. Lo estamos buscando, si sabes algo.
—Mamá mira es la hoja que había en la basura.
Eso me demostraba que los carteles los habíamos puesto bien, que se veían, que los contenedores de basura eran un buen sitio, todos pasan a sacarla en algún momento del día. Aunque fuese por lo tonto que parecía el mensaje, estaría en boca de todos los vecinos en un tiempo record. Seguimos preguntando puerta por puerta y en casi todas nos respondieron que no lo habían visto, algunos incluso nunca. Lo que me ayudó a delimitar el perímetro de hasta donde había llegado a alejarse Mushu. No era demasiado grande, a penas unas tres o cuatro casas, que en distancia sería menos de un kilómetro y tirando por lo alto.
Tan sólo me quedó que preguntar en una casa que quedaba cerca de la nuestra, casi enfrente de la de Lucía, pero era tan raro ver sus persianas abiertas y quien vivía en ella, que la dejé para el final adrede, creyendo que le daría tiempo a volver a quien quiera que fuese que viviera allí. Había estado en la calle que queda tras la nuestra, donde da la ventana de nuestro aseo y la de la habitación de Jaime. Allí las casas si están muy unidas, terminé pronto. Jaime fue de forma regular a contarle a su madre todas las novedades. En algunas no parecía haber nadie, en otras no fueron muy amables, más bien pareció que les molestó que llamase y preguntase, con un cortante «No» me cerraban la puerta.
Se había hecho muy tarde, aunque Jaime quería seguir preguntando, teníamos que volver a casa y dar por finalizada la búsqueda, al menos por ese día. En cuando llegamos a casa Jaime se fue a su habitación y cerró la puerta, dejándonos a Clara y a mi solos en la cocina. Una silenciosa protesta por no seguir buscando a Mushu, a él le daba igual que fuese algo tarde.
Clara me preguntó por los detalles de la tarde, Jaime sólo le había dicho que no lo habíamos encontrado, nada más. Le conté todo lo que los vecinos me habían estado diciendo. En ocasiones veía asomar una triste sonrisa, al oír que el pequeño granuja era tan conocido en el barrio, pero se desvanecía con rapidez y tanta discreción como con la que aparecía. Resultaba un contraste de sentimientos, hablar sobre él en pasado nos entristecía y descubrir lo famoso que era en nuestro barrio nos hizo gracia.
Esa noche cenamos en silencio y tampoco conseguimos comer gran cosa. El silencio seguía envolviendo nuestro hogar. Cuando fue el momento de cerrar y recoger para ir a dormir, me quede mirando la habitación de Mushu. Hize el amago de taparla, indeciso de que hacer con ésta, pero no pude ni tocarla. La opresión que sentía en el pecho sólo crecía mientras la miraba, necesitaba aire y con urgencia. Salí a la terraza, Clara ya estaba allí, con la mirada perdida, pensativa. Estuvimos durante un buen rato en silencio.
—Entonces, ¿ya has hablado con todos los vecinos? —Clara miraba hacia el huerto que quedaba frente nuestra casa, a unos cien metros, había otra calle con algunas casas.
—En nuestra calle sólo me falta la casa nueva —ya se lo había dicho todo, pero no me importaba repetirme, sabía que lo necesitaba oír otra vez—, esa que esta siempre cerrada. Las que quedan detrás tendremos que esperar al fin de semana, según me han dicho no están entre semana. Si quieres mañana voy a los de aquella calle, pero no creo que...
Me quedé en silencio, porque escuché algo. Un silbido, un chui, algo. No era mi imaginación, sé que escuché algo y me quedé en silencio esperando volver a oírlo.
—¿Lo has oído? —susurré.
—¿El qué?
—Me ha parecido oírlo... sonaba lejos... Pero creo que lo he oído por allí —señalé en dirección al huerto, muy cerca de la casa a la que al día siguiente pensaba ir.
No volví a escucharlo y pensé que había sido mi imaginación, pero por si acaso y a pesar de lo tarde que era probé a silbar. No hubo respuesta. Lo intenté un par de veces más, pero nada. Tenía que ser mi desesperación por encontrarle, que me hizo creer oír algo. Clara y yo estuvimos un rato más en la terraza, no hacía frío, y además no queríamos irnos a dormir. Mushu hacía más de veinticuatro horas que había desaparecido y aunque era muy pronto para darlo por perdido de forma definitiva, sabíamos que no debíamos hacernos demasiadas ilusiones de volver a verlo. Clara me pidió que al día siguiente limpiara y guardara la habitación de Mushu. No podía seguir viendola, y la entendía... yo tampoco.
Esa noche fue igual de imposible conciliar el sueño. Clara no paraba de dar vueltas en la cama y no sé a que hora se levantó incapaz de seguir intentado dormir. Para colmo de males al día siguiente tenía que ir a trabajar. No estábamos en situación de rechazar ninguna oferta y con falta de descanso o no, ella se fue a su hora, mientras yo me encargaba de preparar el desayuno de Jaime y llevarlo al colegio. Una vez más le aseguré que lo buscaríamos y volvió a entrar a clase con gesto triste.
Terminé de tender la ropa y me apoyé en la balaustrada pensativo, cuando sonó el móvil. No estaba guardado en la agenda, era un número desconocido y a penas dio un segundo tono, lo cogí:
—¿Hola? —no sabía que decir.
—Hola —respondió la voz de una mujer que sonaba algo madura y parecía simpática—, he visto un cartel de que estas buscando un pájaro —una agradable sensación de euforia comenzó a recorrerme el cuerpo.
—Sí, lo estamos buscando. Es nuestra mascota —hablaba tan deprisa y nervioso que no sé si me entendía o no—, lo dejamos salir el otro día, el cinco de Abril (creo que le dije día de la semana que fue); y no volvió. ¿Lo has visto? —todo en mi se detuvo, respiración, corazón, pensamientos; concentrado en lo que pudiese decirme.
—Sí, el otro día. Estaba por aquí en la ventana de mi casa, pero no sé si fue ese día. —Me hundí. No supe encajar la decepción, y aunque seguí escuchando lo que me decía, la tristeza de ese nuevo golpe se estaba comiendo mis esperanzas de volver a verlo—. No sé si te será de ayuda pero muchos días esta por aquí.
La mujer me dio más detalles de donde vivía y me contó alguna anécdota de lo que Mushu le hizo a un familiar suyo. Al parecer estaba rondado su casa, mientras la señora y su marido estaban en la puerta de su casa hablando con unos amigos. Mushu se acercó hasta ellos y se paraba en sus hombro de vez en cuando. En una de esas, uno de sus amigos lo consiguió coger y Mushu le dió un gran picotazo. Resultó ser una de las vecinas que no estaban en su casa cuando salimos a preguntar. Pero lo más raro era que quedaba mucho más lejos que algunas de las casas donde había preguntado. Incluso recordaba que una en particular afirmó no haberlo visto nunca. O me había engañado o simplemente no quiso ni molestarse en decir nada.
Casi era la hora de ir por Jaime, no supe si decirle o no lo de la llamada. No quería hacerle sentir la misma decepción que me había llevado yo, pero tampoco creí que sirviera de mucho ocultárselo. Quizás le hiciera gracia saber que Mushu no se dejaba coger que sabía defenderse, que le diese ánimos pensar que los carteles estaban siendo útiles, aunque cada hora que pasaba más difícil me parecía que fuesemos a recuperarlo.
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