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Casi es tu cumple Mushu

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Faltaba poco para que Mushu cumpliese su primer año. Alguna cosa más, antes de Julio, nos estaba a punto de mostrar el maligno popeador. Clara no había llegado a casa todavía, Jaime y yo comíamos acompañados de Mushu. Estaba en la mesa andando, intentando robar algo de nuestros platos. Le gasté la broma de mover la mano tras él, tamborileando con los dedos sobre la mesa. Cuando se lo hacía en mi mesa de trabajo, me solía mordisquear o se iba molesto. Mushu en esta ocasión, se quedó junto a mi mano, siguiendo el ritmo de mi tamborileo, parecía bailar. Jaime y yo nos reíamos, incluso cuando de pronto le dió por regurgitar y ofrecérselo a mi mano. Entonces hizo un movimiento, muy poco apropiado, acercándose a mi mano.

—¿Qué haces? —le pregunté confuso y asqueado por lo que parecía hacer, dispuesto a separarlo y no dejarle continuar.

Mushu de pronto se detuvo, se desplomó sobre la mesa, estirándose como si estuviese sufriendo un calambre por todo su cuerpo y cada vez más inmóvil.


—¡Papá! —gritó Jaime asustado, se le escapaban las lágrimas.

—Mushu... —cogí al pobre animal, no sabía qué hacer— Mushu, ya esta... tranquilo —un enorme nudo se formo en mi garganta.

Mi hijo no paraba de llorar. Yo estaba paralizado con el pobre animal entre mis manos agonizando. El animal seguía estirando, rígido e inmóvil, su vida se escapaba entre mis manos. Tan repentino como le vino ese ¿paro cardíaco?, se le pasó. Recobró el sentido y se comportaba como si nada hubiese pasado. Pasé de estar asustado, con temblor de manos incluido; a confuso y muy aliviado por ver que no parecía estar mal. Jaime poco a poco se le fue la llantera, y yo, para intentar que se le quitase un poco el susto del cuerpo, empecé a gastar bromas.

—¡Eres un guarro Mushu! —le acariciaba las plumas de las orejas para que hiciese ese gesto raro, como si le hiciera cosquillas o no pudiese tragar—. Menudo susto nos has dado, ¡sinvergüenza! —le grite. Mushu estaba tan acostumbrado a los apelativos que le ponía que respondió un "chui" feliz, como si le estuviera alagando o diciendo algún piropo. Jaime ya parecía más tranquilo y contenía las ganas de reír—. Eres un cochino popeador —Mushu volvió a soltar su entusiasta "chui" a la par de un risueño aleteo—. Como vuelvas a darnos ese susto te como, ¿me has oído? —le señalé amenazante con el dedo indice, pero él aprovechó la cercanía para limpiar mi uña, eso logró hacer reír a Jaime, por estar haciendo una parodia en alusión a su madre.

Jaime salió esa tarde como era su costumbre, a estar un rato con su amigo. Yo le estaba contando a Clara lo sucedido. Mushu seguía sin dar señales de estar mal o resentido por lo ocurrido durante la comida. Pensamos que tuvo una subida de tensión por estar en celo o algo. Las cosas como son, estos pájaros tienen un celo muy fuerte. Y como no, en ninguna tienda de mascotas nos habían avisado de lo fuerte que era. Bromas a parte le había dado una "pájara" al pájaro. Y lo peor era que desde ese día se marcó un antes y un después en lo que a sus manías se refiere, que ya de por sí, eran muchas. A sus defectos que no eran pocos, de lo ya difícil que era por si sólo aguantar sus popós, se sumó su descomunal e impresionante celo. Fue el colmo.

Desde el incidente, Mushu estaba salido las veinticuatro horas del día. En cuando salía de su habitación y terminaba de desayunar y acicalarse, se acercaba a Clara y empezaba a hacer un ruidillo rítmico con el pico a la par de un canturreo con distintos matices. Entonaba el conjunto de sonidos, a modo de "beat box", acompañándolo con un baile siempre cerca de Clara. Y la cosa fué de forma paulatina a peor, cuando sumado a su baile de cortejo, comenzó a subirse a la cabeza e intentar acoplarse.

Ya habíamos pasado bastante bochornos y sofocos con las bromas durante el invierno, por su manía de meterse en la ropa y asomar por el cuello de éstas. Ahora se subía cada dos por tres sobre nuestras cabezas, en especial en la de Clara; y para nuestro horror, también lo intentaba con la hermana de Clara y su tía. Nos avergonzaba decirles que estaba intentando con ese nuevo comportamiento, pero era obvio y al final pasamos el mal trago de reconocerlo y disculparnos nuevamente. Nuestro único consuelo era que ellas no se lo tomaron a mal, Mushu les encantaba lo suficiente, como para no molestarse por sus continuas muestras de cariño.

Clara buscó por internet si era normal que éstas aves se comportasen así. No recuerdo con exactitud si era normal que fuese tan excesivo, pero sí lo era el hecho de que estas aves tienen un celo muy fuerte. Con el tiempo descubrimos hasta que punto. Aquel pensamiento que germinaba sobre Mushu y su soledad, estaba tomando forma con este nuevo comportamiento.

—Creo que Mushu necesita una pareja —Clara buscaba la forma de ayudar a que Mushu estuviese menos fogoso con nosotros supongo.

—No —siempre procuro ser comprensivo y estar de acuerdo, en lo posible, con ella. Todo lo que puedo o al menos llegamos a algún acuerdo. Pero de sobra sabía lo que estaba proponiendo y lo que implicaba.

—Isaac, piénsalo. Mushu esta sólo. Los demás pájaros no dejan ni que se acerque.

—No —de verdad sentía mucho que Mushu estuviese sólo. Era verdad que lo estaba, pero uno no coge otro perro porque esta sólo o coge dos gatos porque esta sólo.

—Por lo menos piénsatelo.

—Vale... ¡No! —esta vez lo dije por hacerla rabiar—. Sería el doble de popós —bromeé a medias. Quería que no se enfadase por negarme, pero también era verdad.

Creo que se tomó en serio lo que le dije, ahora era ella la que estaba pensativa sobre el asunto. Tal vez merezca mencionar, que de hecho, era para tomárselo en serio. Dos pájaros como Mushu podía ser excesivo incluso para Clara, con lo que gustan.

¿He dicho ya que los animales suelen llegar hasta mi cuando menos lo espero? Pues en esta ocasión no fué distinto con lo que me encontré de un día para otro. Si no hay un Dios al que le divierta reírse de mí, que alguien me lo explique por favor cuál es la razón. Pocos días después de esa conversación, un chico que conocí trabajando me llamó, diciendo de quedar. Hacía meses que no nos veíamos y no me pareció mal. Quedamos en vernos en el parque, así Jaime podía distraerse un rato, mientras nosotros charlábamos. No recuerdo como surgió el asunto, pero de pronto me soltó que tenía un problema con un pájaro. Resulta que tenía un agapornis. Lo tenía desde hacía un año y pico y de pronto se había vuelto agresivo. Decía que hablaba, que cuando era pequeño era súper cariñoso, que se escondía en su ropa y muchas cosas bonitas; hasta que de pronto entró en celo y su caracter se agrió. Estaba cansado de su agresividad. El resultado de esa charla fué que consultoría con Clara si le parecía bien que nosotros lo recogiesemos. Pregunta absurda puesto que ella me había sugerido tener otro, pero teníamos que hablarlo.

—Lo único bueno de esto es que no tenemos que criar nosotros otro —Clara para mi sorpresa también tuvo sus reparos.

—Es una hembra —comenté por si eso le ayudaba a decir que no.

—¿Cómo lo sabe?

—Me ha dicho que puso un par de huevos en una ocasión. Mushu no sabemos si es hembra o macho... ¿Y si crían? —en mi imaginación ya pude ver un montón de pequeños Mushus. Tuve que reconocer que me resultaba tan terrorífico como adorable—. No, por favor.

—No creo, ¿te imaginas? —una preciosa sonrisa iluminó su cara.

—Clara, si con otro ya tienes dudas. Le llamare mañana y le diré que no.

—Dile que sí. Mushu necesita estar con otro como él —me disponía a replicar pero se adelanto añadiendo—: Si ponen huevos se los quitamos y ya esta.

Al día siguiente fui hasta la casa de mi amigo y me entregó a la enorme agapornis, con jaula incluida. Ya le había dicho que sí y no supe como decir que no, cuando me pasó la jaula y la pude ver. El ave era un agapornis, un Roseicollis de color amarillo, con parte de su cabeza y buche rojo, de pico blanco. Era más grande que Mushu. Sus ojos, sus patas rosadas, toda ella era "un Mushu y medio". La razón por la que dijimos que sí, perdió todo su sentido al verla. Aún así le dí las gracias y le aseguré que la cuidaría, no había marcha atrás. Fuimos nosotros los que dimos por sentado que sería de la misma raza que Mushu. Además de la pena que me daba que su dueño, quien la había cuidado desde pequeña, ya no la quería. Al llegar a casa no había nadie, por lo que me acerqué hasta la entrada del huerto esperando que no hubiese mucha gente. Por suerte sólo estaban Clara, su madre y su hermana de voz sobria. Dejé a la asustada Roseicollis sobre la mesa y esperé a que Clara opinara.

—¡No jodas! —Clara se acercó a la jaula—. No es como Mushu. Es muy grande, ¿no?

—¿Qué es eso? —preguntó la hermana de Clara al verla. En su voz no pude percibir si bromeaba... ni nada en realidad, esta mujer no tiene variaciones en el tono.

—¿Es otro pájaro? —su madre siempre preguntando lo evidente.

—¿Cómo se llama? —Clara acercó la mano hasta la jaula, cosa que al pájaro no le gustó y a punto estuvo de darle un picotazo—. Esta muy asustada —el animal tenía los ojos desorbitados y la respiración agitada.

—La voy a llevar a casa.

—No, espera —Clara me detuvo justo cuando cogía la jaula—. Deja que la vea Mushu.

En esos momentos no sé si fue buena idea o no. El animal estaba asustado como es normal, además estuvimos intentando que hablase y lo hizo. Gritó "Papi" y algún beso se escuchó, pero estaba muy nerviosa y encima, aunque Mushu se dignó a aparecer, los dos se ignoraron. No eramos ningunos expertos en aves. No sabíamos si era la forma correcta de recibir al pobre animal, ni si era el modo correcto de que ellos se conociesen. Las ganas de que Mushu la conociera, contando con su curiosidad suprema, fue lo único que tuvimos en cuenta entonces. No pensé ni por un momento que tal vez lo que la Roseicollis necesitaba era adaptarse a su nuevo hogar y asimilar dónde estaba. Por lo menos conocer nuestras costumbres, tanto ella como nosotros. Satisfechos con haber podido escuchar al animal, Clara y yo la llevamos a casa. Una vez dentro Clara hizo una de sus locuras, abrió la jaula, dispuesta a sacar al animal.

—No tendrías que haberla cogido —me dijo mientras abría la puerta—. No es como Mushu. Es muy grande. Ven —le puso la mano cerca de la entrada esperando a que saliese.

—¿Qué haces? —Intenté pararla.

—No pasa nada —el animal se acercó a la entrada y tras dudar unos segundos salió volando hasta su hombro.

—Ya le habíamos dicho que sí —repuse—. Él me aseguró que era un agapornis. Tampoco pensamos en que podía ser otro tipo —en realidad daba igual, tomé la decisión sólo, tras considerar las buenas nuevas—. Ten cuidado —me alejé de ella, un picotazo de Mushu en la oreja ya dolía de sobra, uno de esa pájara, tenía que ser peor.

Dicho y hecho o pensado y ocurrir. La Roseicollis lo primero que hizo fué darle un picotazo en la oreja. Claras me suele acusar de que por mis venas no corre sangre, pero por las suyas tampoco parecía correr en esos momentos. Gritó por la sorpresa más que por dolor, porque el animal le volvió a morder y ella se limitó a cogerle, soportando sus picotazos en los dedos para frenar que subiese a su hombro de nuevo.

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