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Capítulo 20: el primer toquecito


Después de la repentina visita de Hanna y horas de silencio, Daniel los invito a su casa. Jonathan, por otro lado no quería dejar a Daniel hundirse en su soledad...

Y una copita llegó a dos cajas de whisky barata (su mala experiencia de no ser un tomador).

Mientras que la chiquita de cabello negro admiraba como si fueran los mejores amigos, celebrando, en el patio trasero de la casa.

El sol se reflejaba en toda la cocina. Hanna nunca supo de que hablaban. La verdad se sentía arrepentida de aceptar la invitación de Daniel, pero así mismo como su primo, prefería vigilarlo y no verlo ahogado en una bañera.

—La ignorancia humana en todo su esplendor... —pensó, golpeando si frente con la mano.

Daniel en su perfecto estado de ebriedad y Jonathan imaginando vivir en el tercer mundo, llegaron a olvidarse por completo de su invitada.

Ella tomó asiento en la sala y se concretó en su celular, pero este se le resbaló de sus manos cuando la puerta del patio trasero impacto contra la pared. Se levantó del susto y vio a Daniel tambalearse, sonriendo como un victorioso o quizás alucinado.

Ella se acercó. Parecía besar el suelo. Hanna rodeo su cuerpo para que Daniel se apoyara, y de inmediato se arrepintió por lo alto y pesado. Ella hizo una mueca y apretó sus mejillas como aguantara la respiración. En realidad el peso de él no equivalía a lo que Hanna era.

Poco a poco le ayudo avanzar hasta llegar a las escaleras y apto seguido él se detuvo para mirarla desde su barbilla. El corazón de Hanna latía por su cercanía, tanta sangre bombeaba que esta se regraba por sus mejillas sonrojadas.

Y Daniel se preguntó...por primera vez ¿Qué sentía las personas cuando lo veían en ese estado, sus padres, sus amigos...el amor de su vida?

—¿Cómo puedes ser tan buena conmigo? —Daniel, apreciaba su rostro, como si fuera la peculiaridad más exhorta para su mundo y se agacho hasta su nariz para seguirle hablando. No le importo la cercanía de sus caras, ya se acostumbró incluso al perfumo que usaba todas las mañanas o las miradas que ella impartía—me recuerdas al día que te vi espiándome entre un estante de libros —dijo sin descaro—justo ese día el sol te iluminaba ¿sabías lo bien que el sol se combina contigo? Como si fuera tu aura. Hanna, eres como el sol —cerro sus ojos y tomo un respiro, meditando el tacto de sus manos, esas que rodeaba la cintura y espalda de Daniel. Nunca habían estado tan cerca —¿nunca nadie te lo había dicho? Eres como el sol. Ese calor que se necesita al despertar o cuando viajas a lugares hermosos. Estas presente, todo el tiempo.

Hanna no le respondió, si supiera la respiración que le robaba con solo escucharlo. Pero ella no era de esas chicas que caían con palabras bonitas, a menos que...lo dijeras con sinceridad.

Llegaron a su habitación, lo ayudo acostarlo. Cuando ella se proponía a salir de su espacio, la tomo de su mano. No la dejaría escapar tan fácil. Tomó de su cintura y tiro de su cuerpo con él. Daniel encima de ella y a escasos centímetros de su rostro, pasando una de sus manos por su cintura rígida y caliente, lo necesario para reconfortarse del frio. Ese tacto de sus manos embriago a Hanna que no hizo objeción a su posesión.

Su corazón corría cono una canción ochentera a todo volumen en medio de una pista llena de florecillas y ese destello capto los ojos de él. La transparencia de cómo se sentía.

Acerco su boca al oído de ella y hablo:

—Por favor no lo hagas —dijo con miedo.

-—¿el qué? —volteo a verla, analizando sus ojos, viendo el error irreparable por tenerla en aquella posición.

—Aprovecharte de mí —contesto, sabiendo que luego se arrepentiría. De poco a poco se fue levantando hasta que se sentó en la cama. —No te aproveches de mi —volvió a repetir Hanna después que él se centrara. Limpiando sus labios con la lengua y volviendo hablar, continuo. —ella me debe odiar.

Daniel sintió como la cama quedaba con un vacío y de inmediato tomo su mano, llevándola contra su pecho. En apto consiente acaricia su mano contra la de él, despegando aún más esa chispa de sentimientos encerrados. El incrusta su mano a la de ella, afirmando que no se debe ir, poco a poco ambos cuerpos se empiezan atraer hasta volver a caer en esa cama de sábanas blancas y revueltas. Los labios de Hanna buscan de él, pero solo se encuentran con su frente cubierta por sus hebras de cabello castaño, aun así lo besa. Cerrando sus ojos con un suspiro.

El calor que desprendía Daniel lo sentía incluso en sus manos que empezaban recorrer sus mejillas. Algo parecía cambiar en él, podía sentirlo, solo necesitaba algo más para que se acercara a ella.

Querían sumergirse en esa ilusión.

—tú me traes un poco de calma. Tú fina mirada en mí... siempre tan encima de mí. Como un animalito curioso y de ellos se esconden tus finos cabellos, incluía la curiosidad. ¿Tan malo soy para ahuyentar todo lo bueno, hasta hacerlo desparecer?

Y antes de poder continuar lo pensó mejor.

Absolutamente no quería hundirla en esa oscuridad.

Los dedos de Hanna se raspaban junto a su barba que apenas crecía, la punta de esos vellos hincaba en sus pulgares.

En algo así, perdería el uso de razón.

—Siempre parece pedirme a gritos que te hable o que me acerque —aclaro su garganta y continuó marcando las mejillas, propagando ese incendio de sentimentalismo —. Y ahora te lo puedo dar. Pero no son tus labios quien me clama. Eres tú. Tú me estás excitando a muchas cosas, los gestos que haces y como te mueves en estos momentos para mí. —descendió su mano hasta sus hombros y alejo su cara de Hanna. Él se tumbó de lado izquierdo, algo pegado de su cuerpo, hasta que genero un hueco desconocible en el pecho de Hanna, debatiéndose entre el deseo y lo correcto. —Déjame sentir los cinco sentidos de tu cariño y poder reconocer los colores del mundo—suelta un largo suspiro—. Ayúdame Hanna. Por primera vez no necesito que me amen, necesito que me guíen.

Perdida en esa cama de sabanas con olor a uvas se arrullo a lado de él, sumergiéndose en otro sueño. El permaneció despierto hasta que giro su cuerpo, encontrando la carita placida de Hanna, durmiendo.

Entre los licores de la noche y luces alusivas, disfruto poder dormirsin anhelar el reemplazo del amor... durmió sin miedo a lo que pasaría.

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