Capítulo 12: Por una tarde cuando conocí a Valeria
Cuando idealizamos el romance en un libro, en realidad plasmamos algo de nuestra vida pasada y lo que un día sentimos. El romance es algo más que describir cómo dos personas llegaron a fusionarse.
Su abuelita se lo repitió una última vez: "no solo para esperar el amor debemos ser pacientes" y Hanna era el ejemplo que por todo se frustraba. Claro, mucho antes de ingresar a la universidad. Lo hacía incluso por un ejercicio de física que su hermano lo resolvía en media hora. Llegó a un punto en el que pensó si valía la pena o no postularse a la universidad. Dudó por meses sobre cómo seguir con su vida después del colegio.
Hasta que el último día de diciembre, un año antes de que el mundo y las personas se encerraran por el virus, su abuelita recayó por una neumonía. No terminaron de cenar y toda la familia pasó el año nuevo en una clínica. La señora, ya de sus noventa y tres años, se resistía a partir de este mundo y no lo haría sin antes darle una pequeña charla a su última nieta.
Cuando obtuvo el permiso de los médicos, ella entró a una habitación blanca con rayas celestes. Ver acostada en esa camilla a la única persona que parecía entregarlo todo por la vida y que disfrutaba de su familia al cien por ciento le hizo abrir los ojos. ¿Valía la pena rendirse si todavía no llegaba a mitad del camino? Entonces recordó... la paciencia. Ella podría con todo y debía dejar de pensar que dependía de los demás, aunque no estaba mal pedir ayuda.
—Tu abuelito solía tener más paciencia que yo —le dijo mientras tomaba su mano entre las suyas, Hanna las sintió frías y ásperas. Sus ojos estaban más decaídos que de costumbre y el tono de su piel era de un color amarillento—. Y recuerda que por más buena que seas con las personas, podrás encontrar maldad en ellas. La vida es una sola y debes disfrutarla, para que cuando seas mayor no te lamentes de lo que no disfrutaste, es hora de dejarse de lamentos.
«Ella fue una mujer hermosa y fuerte», se recordó Hanna. «¿Por qué no lo puedes ser tú?».
Unos meses después fue aceptada en la universidad. Al inicio buscó los medios y las fuerzas para no rendirse. Hasta que pudo aprobar el examen que aseguraba su estudio. Y al terminar su primer semestre no tenía a quien contarle sobre su felicidad.
Tomó asiento en la banqueta de los buses y esperó a que llegara el suyo. Mientras tanto estaba pérdida en sus pensamientos que no se percató de una joven morena de su misma edad que se sentó a su lado.
Valeria notó que su misma compañera de clases parecía más distraída esa tarde (siempre parecía reservada de sí misma y tampoco es que le desagradara la idea, le gustaba su tranquilidad). Y antes de que llegara su transporte, le preguntó:
—¿Cómo te llamas? —Esa pregunta la volvió a la realidad. Acomodó su postura y la vio directamente a los ojos. A Hanna le parecieron preciosos y vio en ellos algo sincero. Entonces recordó que esa chica se sentaba delante de su banca.
—Solo dime Hanna.
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