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Capítulo 2



Mauricio Leonel Brambilla

A este hombre barbado, de enormes ojos verdes que tenía a mis pies, porque su propio perro en su frenesí le había hecho caer, no era la primera vez que lo veía. Era el inquilino de la hermosa villa contigua, esa que ostentaba el peculiar nombre de ¨Sobre el arcoíris¨

Jamás habíamos intercambiado un gesto de buenos días y mucho menos un saludo, de hecho, si había pensado en él fue de pasada, y para definirlo con una sola palabra, asocial.

Ese día, con Honey nervioso y acurrucado entre mis brazos no atine a hacer otra cosa que proteger a mi pequeño perrito del entusiasmo de aquel grandulón, mientras dudaba si reír o llorar de impotencia, ante la escena frente a mí. 

Y era que el enérgico perro del vecino no dejaba de retozar alrededor y por encima de su dueño, que había permanecido sentado entre la acera y la calzada.

Recuerdo que me intrigo muchísimo que el hombre de cabellos castaños rojizos y desordenados no se hubiese puesto de pie, al contrario, parecía querer controlar a su agitado animal desde su posición en el piso con movimientos que me parecieron dificultosos.

Nunca pensé que necesitara ayuda extra para levantarse, y que por ningún motivo lo dejaría en evidencia. Aunque más tarde recordé ver un bastón tirado cerca del tipo.

Watson, así se llamaba el inquieto Golden Retreiver, no perdía de vista a mi Honey, aunque de vez en cuando su atención se desviaba a su dueño para propinarle babosos lambetazos sobre el rostro al ceñudo hombre.

El animal parecía haber entrado en un episodio de extrema agitación y aun estando atado a la correa que contra lo esperado el hombre con pantalones largos había logrado enganchar en el aro del collar y que sostenía en su mano izquierda, no parecía dispuesto a obedecer, mucho menos a dejar de moverse.

—¡No te quedes ahí parado! ¡Entra a tu casa, y llévate lejos a tu pequeña perrita para que Watson se tranquilice! —La petición del hombre, a gritos y en ingles llegaba acompañada de una furiosa mirada de la cual fui el receptor. Sus pupilas de un intenso verde parecían desprender pequeñas chispas cuando se fijaron en mí.

—¿Perdón? Yo no tengo la culpa de que su perro no tenga educación y modales. O mejor dicho, que usted no se encargara de educarlo. —Le dije lo primero que se me ocurrió también a gritos y con mi mejor tono de indignación. Nunca pude controlarme cuando era objeto de gritos injustificados y no me frenaba a la hora de devolverlos.

Ante mi lenguaje corporal y tono de voz, Honey volvió a moverse inquieto entre mis brazos— . Su perro, y usted con sus gritos no hacen otra cosa que poner nervioso a mi Honey.

El enojo y frustración del hombre parecía ir en aumento, lo escuché resoplar, con el animal llevando alrededor de su cuerpo la correa con la que su dueño pretendía domarle. 

Yo siempre me había considerado una persona empática, pero no le aguantaría sus gritos y poca educación. A mi modo de ver, lo que él tenía que hacer era levantarse y a la fuerza llevarse a su perro, que después de todo era el causante de la situación, hacia el interior de la casa, no darme a gritos, órdenes.

—¡Entonces llévatelo adentro, hombre! ¡Por favor, lleva tu perro lejos de la vista del mio! —

La desesperación del hombre iba más allá de los límites, sin embargo, algo me impulso a hacer todo lo contrario a lo que me pedía, y además, tomar de mi tiempo para argumentar.

—¡Yo no tengo la culpa de que tu perro se quiera comer al pobrecito de Honey! —exclamé con la mirada fija sobre el tipo que ni siquiera me miraba. El hombre parecía realmente agotado, a punto de dejarse vencer por su travieso animal — .Voy a pasar por alto su injustificada agresividad y lo ayudare a ponerse de pie. —A simple vista ese hombre no lucia como alguien con alguna discapacidad móvil, pero para ese momento, el hecho de que no se pusiera de pie para bregar con su perro comenzaba a plantearme dudas, y de allí mi amable ofrecimiento.

—¡Entra a la casa, caramba! ¡No quiero tu ayuda para levantarme, lo único que necesito de ti es que desaparezcas con tu perra!

Si antes se había comunicado a gritos, en esa ocasión creo que poco falto para que desgarrara sus cuerdas vocales con su bramido, mientras yo retrocedía azorado con Honey en los brazos e incapaz de reaccionar como hubiese querido a semejante ofensa.

Lo único que deseaba era ayudarle y ese bruto no cesaba de repetir lo mismo cada vez de manera más ofuscada.

«No continues tratando de razonar con alguien que a leguas se nota es un necio»—Con los labios distendidos en un fina línea y el ceño fruncido en un ofendido gesto, fijé la mirada en él, quien esa vez mantuvo la cabeza en un angulo en que podía mirarme de frente sin dificultad.

—¡Honey no es hembra, es macho! —Aquella absurda frase aclaratoria escapó de mi boca antes de girar con mi pequeño perrito en brazos hacia el portón peatonal del cual me separaban solo algunos pasos.

Con manos temblorosas logré abrirlo, entrando de inmediato al patio de la villa, en tanto me decía que la suerte de aquel infame hombre no debía de importarme. Ya bastante habia tenido por un día, comenzando con la discusión entre Brian y yo a primeras horas. No había sido la primera vez que mis reclamos acerca de su cercanía con el estúpido instructor de surf nos llevaba a tener desavenencias.

Con pasos ligeros, casi al trote, crucé la corta distancia que me separaba de la puerta principal del lugar que Brian y yo ocupábamos desde hacia unas semanas, aquella residencia que estaba supuesta a ser nuestro nido de amor post reconciliación.

Viajamos a Puerto Rico desde República Dominicana, donde mi novio y yo habíamos pasado una maravillosa semana en uno de los resorts. En Puerto Rico, pasaríamos las últimas tres semanas de nuestra escapada disfrutando de la supuesta renovada unión, después de tres meses separados, antes de regresar a Nueva York.

Dejé libre a Honey que se escabullo en pos de su envase con agua, y me disponía a cerrar la puerta de tela metálica cuando hasta mi llego el sonido de unas carcajadas casi demenciales, del hombre en la acera, seguidas del llamado de una voz de mujer con acento local y tono de sorpresa.

«¿Señor Jesse?»

Decidí no seguir atisbando y no solo coloqué la puerta metálica, sino la de madera, no quería saber más de ese grosero hombre, al menos no por ese día.

Recuerdo que fui a sentarme en una de las butacas de la sala comedor del lugar sintiéndome un poco desanimado y solo en aquella casa, pensando en lo poco que nos había durado a Brian y a mi la armonía, desde que el guapo australiano Stephen Wilson apareció.

Brian siempre hablaba de aprender a surfear y fue una de las razones por las que habíamos escogido aquel pueblo en la costa oeste de la isla, conocido por sus hermosos atardeceres y atractivas playas donde se practica el deporte del surf.

En nuestras excursiones a la playa, Brian llevaba todo el equipo necesario para echarse al agua y surcar las impresionantes olas. Sin embargo, primero mi novio necesitaba aprender las destrezas necesarias para lograr dominar el deporte y cuando de la nada, llego aquel guapo australiano que se hacia llamar instructor de surf, mi novio no lo dudo dos veces para ofrecerle dinero por algunas lecciones.

Stephen era guapo y seductor, además se ufanaba hablando de lo bueno que era en el deporte que practicaba hacia años.

Y debo admitir que desde el primer momento había notado, aunque preferí ignorar, la atracción física entre el rubio hombre y Brian, un enamoradizo que me había ocasionado muchos dolores de cabeza.

Después de agarrar del refrigerador una botella con agua de la que daba pequeños sorbos volví a sentarme en la butaca y los segundos se convirtieron en minutos, mientras volvía a darle vueltas a mi encuentro con el antipático vecino, sin embargo, pronto el asunto de preparar la cena acaparo mis pensamientos, aunque me sentía poco motivado.

La idea de prepararme una simple ensalada se hacia tentadora a medida que pensaba en la posibilidad de que, como la noche anterior, Brian no llegara a cenar y me dejara con la mesa preparada. Aquel descarado había dicho muy tranquilo esa mañana que prefirió ir con Stephen a comer una pizza, pues mi comida saludable le aburría. Y yo no dejaba de preguntarme, ardiendo en celos e inseguridad, si había sido solo una pizza lo que habían comido esos dos.

La tarde noche fue apoderándose del día, la temperatura bajo unos grados, no muchos realmente, pero la brisa proveniente del mar y que se colaba por la persianas de metal refrescaba el ambiente dentro de la acogedora vivienda.

Después de un relajante y largo baño, y viendo la hora, terminé haciendo esa ensalada para cenar que tanto le aburría a Brian, por lo menos desde que conoció a alguien más.

Cuando terminé de comer faltaban pocos minutos para las diez de la noche y lo que tanto temía, ese miedo que me estuvo susurrando detrás de la oreja toda la tarde, se perfilaba como una realidad, Brian estaba con Stephen y probablemente, no llegaría a dormir.

La situación no era nueva, y aunque guardaba hasta ese momento la esperanza de que Brian cumpliera las promesas que me hizo entre caricias y besos en nuestra tercera y última reconciliación, tuve que aceptar lo que por meses supe, Brian no estaba preparado para ser fiel y mantener una relación formal, es más, quizás jamás lo estuviese.

Y yo, yo si deseaba una relación seria, formal. Tener a mi lado un compañero de vida, algo que unos años atrás no había sido importante, ahora an mis treinta y tres años era uno de mis sueños.

Justo cuando el reloj de pared en la sala marcaba las diez y unos minutos decidí irme a dormir, o a tratar de hacerlo. Luchaba por contener los deseos que tenia de marcar el numero de celular de mi novio, solo por fastidiarle un poco su encuentro con el instructor.

La idea de la supuesta incomodidad que sentiría Brian al ver mi llamada, no supero la sensación de que al hacerlo estaría perdiendo un poco de mi marchitada dignidad.

El sonido que emitia mi celular cuando entraba una llamada hizo que mi corazón pareciera saltarse un latido, para luego bombear fuerte en mi pecho. Pronto me di cuenta de que la llamada entrante no era de Brian, como pensaba.

—Hola, amigo. Si no te llamo, no sé nada de ti —mencionó Noah, mi más cercano amigo, pude escuchar las notas de una relajante melodía como marco a nuestra conversación.

Noah era un artista completo, que se ganaba la vida actuando en obras de bajo presupuesto, mientras esperaba su gran oportunidad. También era un talentoso pintor, y sus obras tenían un lugar especial en una de las populares galerías de Greenwich Village.

—No exageres, Noah. Hablamos hace dos días...

—¿Estas ocupado?...me tome la libertad de llamarte porque tuve la vaga idea de que estabas solito y necesitabas hablar —Por su tono de voz supe que Noah moria de ganas de decirme algo que de seguro no me iba a gustar.

—Sueltalo ya, Noah...

Mi expresivo amigo no tardo ni dos segundos en comentar sobre la foto que Brian habia subido hacia algunos minutos a una famosa red social, ese selfie en el que compartía con un guapo hombre maduro, rubio y bronceado. La fotografía fue tomada en algún negocio de la zona playera.

—¿Es que acaso no sigues a Brian?

—Sabes que no, ni yo lo sigo, ni él me sigue —Contrario a muchos adultos jóvenes que vivian veinticuatro siete pendiente a las redes sociales, como el mismo Brian e incluso Noah, yo no era nada adepto a ese tipo de cosas virtuales. Escuché el sonoro suspiro que mi amigo dejó escapar.

—Si, ya recuerdo. Tuvimos una pequeña discusión sobre las ventajas y desventajas de eso, y todavía pienso que solo es una táctica para no enterarte de las cosas que hace nuestro querido Brian a tus espaldas. —Debo admitir que aunque nunca lo he admitido, Noah tenia razón— .¿El atractivo hombre que esta con Brian es el tal Stephen? —La pregunta sono más bien una afirmación. Días atrás habia hablado sobre Stephen con Noah, incluso no pude evitar desahogarme mencionándole mis inquietudes, sin embargo para ese momento aun conservaba la ilusión de que me equivocara.

—Si, es él.

—Ese no debe de ser más que otro amorío pasajero, mientras tu lo esperas en casa, la misma historia desde que lo conociste. —En eso también mi amigo tenia razón y esta vez contrario a las anteriores, no me atreví a perder el tiempo asegurándole que de Brian estar siéndome infiel con Stephen, terminaría nuestra relación y esa vez de manera definitiva. Ya no tenia cara para hacer ese tipo de alegaciones.



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