XXI. Cambio de propietario.
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Después de la ceremonia.
El agua corría por su cuerpo con lentitud, mientras la pareja avanzaba con paso lento, tranquilo y pausado hacia la salida. Kaira mantenía la vista al frente, mientras Farkas observaba lo mismo que los invitados en la boda. No le quitaban el ojo de encima al cuerpo de Kaira, completamente en ruinas, visible gracias a la humedad de sus blancas prendas. Farkas estaba más confundido a cada momento y rogaba ya que los trucos de la Princesa hubiesen llegado a su fin. El joven no pudo evitar perderse en sus pensamientos... ¿Era muy tarde para huir de aquel extraño lugar? tampoco tenían opción, no había nave en Serendipia que pudiera superar la furia de alta mar.
Todos miraban a la Princesa en silencio, pero sus pensamientos sonaban ruidosos a oídos de Kaira, podía imaginarse las miles de preguntas formándose una tras otra. Quería gritar los nombres de los culpables de sus heridas y cicatrices, pero debía mantenerse serena, tenia que ganar todo el tiempo posible para el Bloque Negro.
Sauro observó con detenimiento los rostros de los invitados. Frunció el ceño y le hizo señas al joven Grimn para que se acercara, esto lo hizo inmediatamente con la mirada brillante de gloria. El Rey se inclinó ante él para decirle algo al oído, luego se enderezó y con dos aplausos llamó la atención de todos mientras gritaba con una enorme sonrisa:
—¡La cena está servida! Todos al banquete, de inmediato.
Automáticamente el pueblo comenzó a aplaudir y a dirigirse al salón, junto con los recién casados que ya se encontraban frente a la puerta de cristal. Entre los invitados comenzó a circular el dicho de que la Princesa debía tener cuidado al cabalgar, que era peligroso y por eso estaba lastimada, entre otros rumores que Grimn esparcía en ese mismo momento para echar la culpa de sus propias heridas, a Kaira.
Llegó el gran momento, pensó para sí Kaira, tratando de ocultar el temblor de sus manos.
El paso final del plan: los invitados ingresarían al salón del banquete donde los cuatros integrantes del Bloque Negro estarían esperándolos juntos con las debutantes rescatadas. Kaira imaginaba que iban a estar en un estado desgarrador, sucias, abandonadas... El cuerpo de la Princesa parecería una obra de arte al lado de sus heridas. Incluso si las debutantes estaban muertas, el plan debía seguir, arrastrarían sus cadáveres hasta la pista de baile si era necesario, donde todos verían la verdad. Era la única manera.
Cuando el caos se instalara en el castillo, las doncellas deberían guiar a todos hacia el sótano, donde podrían ver la verdad y todos los secretos del Rey serían revelados. En realidad no tenían ni idea que había allí debajo, pero se lo imaginan.
Kaira y Farkas tomaron cada uno un pomo de una puerta, estaban fríos. Con un movimiento sincronizado giraron las redondas manivelas y abrieron las puertas, mientras los invitados se acumulaban detrás de ellos. No podían ver nada por el enorme trono que cubría la vista, lo rodearon tomados del brazo... Kaira inhaló con fuerza y frenó el paso mientras observó el salón completamente desierto.
A su lado comenzaron a salir los invitados, directo a los manjares y licores. Las doncellas de la banda confundidas ante que había salido mal, tardaron unos segundos en acomodarse y empezar a tocar. Aquella noche, Camila lloraría hasta quedarse dormida abrazada al libro de las Diosas Olvidadas, sintiéndose una estúpida por creer que la libertad al fin tocaría su puerta.
En el gran salón no había ni debutantes ni rebeldes. Solo enormes mesas llenas de un banquete extraordinario.
La música resonó en cada esquina, acompañado de fuertes carcajadas, todos parecían haber olvidado el incidente de la Princesa. Un dolor en el pecho comenzó a apoderarse de ella, no fue hasta ese momento que pudo sentir el dolor de las heridas infligidas por las espinas y el frío en su piel. Farkas, quien aún continuaba agarrándola del brazo, ignoraba completamente que es lo que había sucedido. Decidido la tomó de la mano en un abrazo protector mientras lentamente la dirigía hacia la escalera de caracol. Definitivamente tendría que acostarse a descansar ahora mismo, su respiración estaba agitada y sus ojos se agitaban nerviosos, buscando algo. Farkas estaba igual, sus manos temblaban.
Sauro se colocó en su trono mientras animaba la fiesta y reía ruidosamente, mientras Lorenza seguía de cerca a la joven pareja sin que estos se dieran cuenta. Vilkas buscaba desesperado entre el gentío a Sao, sin éxito alguno; mientras Víctor se retiraba a su alcoba, abrumado, asustado, sintiéndose usado y traicionado. Siempre había creído que vivía en un reino de locos, esa noche no le quedó duda de que así era. No se encontraba en posición de consolar a Kaira por más que quisiera, el propio peso de su corazón roto le provocaba un ardor en el pecho.
Necesitaba un trago, y despejar la mente en la soledad de su alcoba. Ya hablaría con Kaira en la mañana.
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Minutos antes de que Kaira saliera de la fuente de la mano de Farkas, Lilith empujó con urgencia la pesada puerta del sótano.
El Bloque Negro se había encontrado con un sótano inmenso, oscuro, con un fogón enorme como única fuente de iluminación, con un débil fuego encendido. Sofás, camas y alfombras en cada rincón. Cofres llenos de herramientas extrañas, pero absolutamente nadie.
Ni rastro de las debutantes o de su paso por allí, parecía una sala gigante para intimidades, abandonada no hace mucho.
Entraron corriendo, y avanzaron hasta el centro de la habitación. Miraron a todos lados, confusos, sin saber que hacer a continuación. No entendían qué había fallado, el sótano parecía tener una sola entrada y salida. Las jóvenes habían entrado para jamás salir, pero allí no había nadie.
El olor a sexo y muerte inundaba el lugar... Otro olor, penetrante y asqueroso. Ninguno lo identificaba, pero a todos se les erizó la piel.
Lilith se agachó, tomó del suelo una muñeca de trapo. Estaba sucia, destrozada y olía a miseria. Cuando sus manos acariciaron el cabello de la muñeca, en su mente resonó la carcajada de una niña. No pudo aguantar y comenzó a llorar descontroladamente, le dolía el corazón y se sentía una estúpida, se la habían jugado y habían perdido. Nada cambiaría y ella, no podía respirar. Sao la abrazó e intentó calmarla, mientras el resto del grupo revisaba cada rincón y se aseguraba de que realmente no hubiera nadie.
La función de aquel salón era clara, pero el pueblo necesitaba la verdad obvia y desgarradora en sus narices. La pruebas de lo que pudo haber pasado no servían, no con ojos tan ciegos que se negaban a ver la verdad. Se les acababa el tiempo, tuvieron que marcharse.
Al comenzar a subir las escaleras Zheng Yi Sao resbaló, Wilhelm la tomó del brazo evitando que cayera. Un sonido metálico indicó que algo había caído al suelo, pero continuaron corriendo ya que no llevaban nada importante encima y los segundos amenazaban con aplastarlos. Guardaron la llave en su lugar y se dirigieron hacia la salida principal. No había nada para hacer, debían regresar, esconderse, y tratar de averiguar qué salió mal.
En el momento que abrieron la puerta de salida del castillo, Kaira abría la puerta del jardín al otro extremo del salón. Lilith se sentía fatal por abandonarla, pero realmente no había nada por hacer y la única manera de intentar mitigar el daño y protegerla, era emprender la retirada.
Hora después, Grimn Agares se pasearía por el sótano. Encontraría la puerta cerrada y el mechero en el suelo.
Por suerte se habían encargado de los cuerpos esa misma mañana, pensó, y no corrían peligro alguno si alguien lograba entrar, a pesar de que Sauro aseguraba que esto era imposible.
El Bloque Negro había enseñado sus cartas, agotado todos sus recursos, para nada. Nada cambiaría esa noche, nadie conocería la libertad.
Ahora la Princesa estaba casada, y su madre no estaría contenta por sus juegos.
• ────── ☼ ────── •
Farkas conducía a Kaira hacia su habitación, esta parecía en un completo estado de shock. Se mantenía seria, pero las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas. A medida que avanzaban un rastro de agua se dibujaba a su paso.
Al llegar a la alcoba Farkas le quitó con sumo cuidado la corona de espinas, incrustada en su piel, mientras ella se retorcía de dolor. En la otra punta del castillo, Zervus quería correr a socorrerla pero si se marchaba del gran salón tendría que sufrir la furia de Lorenza.
El joven Torvar no lo sabía, pero el plan era solo que Kaira revelara sus moretones, para sacudir las mentes de los invitados y alargar la ceremonia. La corona de espinas fue una improvisación de último minuto, un regalo de Kaira para su madre. En nombre de la muerte de Angus había provocado la furia de su madre, creyendo que al fin se libraría de ella.
El joven le quitó la ropa y le colocó el primer vestido que encontró. Le desarmó el peinado, le quitó las sandalias y los accesorios, excepto el collar. Con sumo cuidado y susurros tranquilizadores, la preparó para dormir.
En silencio Kaira se dejaba hacer, creyendo que ahora Farkas buscaba consumar el matrimonio, pero el muchacho la acostó sobre las sábanas, la cubrió con las frazadas y se dirigió a la puerta.
—¿A dónde vas? —preguntó ella confusa. No quería acostarse con él, pero consumar el matrimonio era parte de la tradición, era necesario. Eso le habían repetido toda su vida, no importaba lo que ella quisiera.
Farkas se frenó, y observó la agotada y confusa mirada de la Princesa. El joven no pudo evitar pensar en que algo no estaba del todo bien con ella.
—No me mires así, sé lo que estás pensando —respondió Farkas—. Sé que en Serendipia no es así, pero de donde yo vengo nadie está obligado a hacer nada que no quiere. Se llama decencia humana... Ya te lo he dicho, y lo repito: no soy el enemigo.
Con una sonrisa de despedida, se dio media vuelta y se marchó. Dejándola sola, con su llanto que se liberó en el segundo en el que se encontró sin compañía.
Farkas se dirigió a su habitación con un suspiro cansado, su mente no le dejaba en paz. Las alarmas sonaban en todos lados y quería huir lejos, pero el plan tenía que seguir adelante si quería cumplir las promesas a su gente, a su familia. Tomó el pomo de la puerta con su mano, pero no se sintió capaz de entrar. Con maldiciones murmuradas, cambió su trayectoria hacia la cocina, donde se hizo con un festín de zumo de frutas y panecillos dulces. Los preparó en una canasta con sumo cuidado y volvió a la habitación de la Princesa.
Entró sin tocar mientras decía:
—Ten, probablemente no has comido en todo el día...
Al levantar la mirada se encontró con Kaira en el suelo, casi inconsciente, su rostro sangraba. Lorenza estaba de pie a su lado, tan desalineada y furiosa que parecía un animal salvaje.
Mechones del cabello de Kaira se encontraban esparcidos por la habitación, junto a gotas de sangre provenientes de las magulladuras en su rostro.
—Ah, lo siento —dijo Lorenza, con el tono clásico de los borrachos—. Espero no haber arruinado la noche de bodas. No te preocupes, si está inconsciente será más fácil.
—Largo de aquí. —Farkas se había enderezado, y arrojó la canasta cerca de Lorenza, asustándola. Su mandíbula estaba tensa, estaba tan espantado y furioso que ni siquiera se le pasó por la mente las consecuencias de dirigirse de tal manera a la Reina; sin saber que siendo oficialmente heredero a la corona tenía más poder que ella.— No quiero que la vuelvas a tocar en tu vida. Tú lo has dicho, ahora es mía, no puedes dañar algo que no es tuyo sin consecuencias. La próxima te haré pagar.
Farkas ocultó el desagrado que sus propias palabras le generaron, pero habían funcionado: Lorenza perdió toda la falsa valentía con la que había hablado hace unos segundos, realmente había esperado que el muchacho fuera su cómplice. Apresuradamente se marchó, cubierta de la sangre de su hija.
Con urgencia, Farkas se acercó a la Princesa, la tomó en brazos y volvió a depositarla en la cama. Se dio la vuelta y comenzó a correr en busca a su padre, quien mandó a llamar al médico de su tripulación, se llamaba Freyja y era una amistad cercana de Farkas.
Vilkas y Farkas la habían sacado de la cárcel antes de emprender su viaje, les había costado un dineral su liberación, pero nadie sabía tanto de medicina y valía la pena. Una fuerte amistad se forjó rápidamente entre Yong, Farkas y Freyja. Esta había sido criada por una bruja, un médico y un curandero. Sabía todo del cuerpo, el alma, las medicinas, las pociones y los hechizos. Tenía veintidós años, se proclamaba de género fluido y tenía problemas de ira.
Era de contextura delgada, usaba unos lentes dorados hechos con antiguas tuercas y tenía una condición en la piel: vitíligo. A causa de esta, su cabello y piel tenían manchones blancos que cada vez crecían más.
Entró apresuradamente a la habitación, acompañada de Vilkas. Automáticamente se inclinó sobre la Princesa para observar el daño, se apartó el cabello oscuro con mechones blancos del rostro y se puso a trabajar sin decir palabra. Padre e hijo se observaron preocupados, en ese momento entendieron que compartían dudas respecto a qué tan seguros estaban allí, y si habría alguna manera de escapar.
Luego de unas largas horas, lograron estabilizarla. La arrancaron de las manos de la muerte, esto provocó un llanto desgarrador en la Princesa... finalmente había sentido la verdadera paz, ya no tenía miedo y después de mucho tiempo volvía a cabalgar con Angus. Casi podía sentir el frío de los copos de nieve y la respiración de su corcel, pero se lo arrebataron, regresándola a la vida. Quitándole su libertad, una vez más.
Esa noche, si Farkas hubiese decidido entrar a su habitación en vez de regresar por la Princesa con provisiones, Kaira hubiese muerto. Ella jamás se lo perdonaría.
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