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XX. Aquel, el que vigila.

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Una hora después.

   Salieron del Palacio de los Zorros sin problemas mientras casi la ciudad entera ingresaba en el gran salón de baile. Solo unos pocos podían asistir a la ceremonia, pero todos estaban invitados al gran festejo.

   Apresuradamente comenzaron a bajar por las escaleras, Lilith ya no lloraba, parecía desconectada completamente del mundo. Frenó el paso con la puerta del castillo a sus espaldas, el resto siguió bajando. 

   La tormenta de nieve aulló al mismo tiempo que Lilith sentía los copos de nieve golpear su rostro.

Un ruido a su izquierda llamó su atención, se dio la vuelta y con expresión de cansancio observó al guardia que patrullaba aburrido, este continuó su camino rodeando el castillo. El diseño del yelmo dejaba ver su rostro adormilado.

   Tic-tac, la animó Aela. Lilith rogó por silencio, pero nadie hablaba. Sus oídos pitaban y sus palmas ardían.

   El grupo se dio la vuelta, confusos la observaron. A Sao le tomó un minuto entender, y desesperada abrió los ojos enormemente. Se apresuró a retomar el camino arriba, el resto la siguió contagiados por el sentimiento.

   Lilith los ignoró completamente y con paso tranquilo se acercó al hombre, este estaba perdido en sus pensamientos. Lilith lo empujó con fuerza, provocándole. 

   —¡Ey! —gritó este, entre la furia y la incredibilidad.

   Vamos, hazlo. Susurró para sí misma, Lilith, volviendo a empujarlo. En su mente sus voces gritaban.

   La segunda vez que lo empujó el hombre se preparó para atinarle un puñetazo. Ella sonrió satisfecha mientras clavaba una daga diminuta en su brazo (la llevaba escondida en su cabello). El grupo llegó a tiempo para ver cómo el hombre chillaba y desenfundaba su espada, demasiado lento.

   Ella lo golpeó con el codo en la nariz para desorientarlo, a continuación le atinó un puñetazo en el estómago. El hombre jadeó sin aire y blandió la espada inútilmente. Una carcajada burlona se escapó de los labios de Lilith mientras oía los pasos apresurados del resto de los guardias que acudían atemorizados.

   El resto del Bloque Negro que se mantenía cerca oyeron el caos, salieron de sus escondites en el tejado. Rápidamente leyeron la situación, sin saber como la pelea había comenzado, le arrojaron sus respectivas armas a sus aliados que se preparaban para luchar. Saltaron al suelo con ellos.

   Lilith esquivó la espada y con su bota golpeó la mano que la sostenía. Esta cayó al suelo, la pateó y la atajó en el aire. Con un pequeño giro decapitó al hombre, el cadáver cayó entre ella y el grupo. Horrorizados frenaron el paso, por un segundo la observaron, pero el enemigo se acercaba y no había tiempo que perder. Se prepararon para luchar mientras la sangre brotaba como un río furioso.

   Meena fue la primera, tensó el arco y disparó una flecha en la garganta de un guardia que se acercaba a Lilith, con un mosquete en mano. Will atacó con sus puños a la derecha, tenía su rifle pero el sonido de los disparos llegaría hasta el interior del castillo. Sao protegía la espalda de Meena con su sable. El resto del grupo luchaba a su alrededor.

   Lilith giró y arrancó la flecha del guardia que de rodillas jadeaba, se dio la vuelta y la clavó en la rodilla de otro. A este mismo le escupió el rostro y lo empujó por el barranco.

   La lucha continuó mientras los guardias se gritaban inútilmente intentando organizarse, luchando por primera vez en su vida. Su trabajo se había basado en mantener a raya a los ciudadanos, ahora, su falta de entrenamiento les costaría la vida.

   Dos hombres corpulentos se acercaron a Lilith, ésta atacó a uno con la espada, generando chispas contra la armadura. El otro la tomó del brazo alejándola de su compañero, luego la tomó del cabello y rápidamente, asustado, le arrancó la espada de la mano. Ella chilló de furia.

   Will apareció a su lado, con un golpe decidido sacó de lugar el hombro del atacante. Automáticamente soltó a la joven, quien con un movimiento rápido le arrancó el yelmo y clavó a Aela cerca de su oreja, en ese momento notó que la manecilla que marcaba los segundos ya no funcionaba, a diferencia de esa misma mañana.

   Meena disparó una flecha al otro hombre mientras Sao lo atacaba por la espalda.

   En pocos segundos el Bloque Negro eliminó a los guardias, a los testigos de la furia de Lilith. Esta continuó completamente ida, con la mirada enloquecida empuñaba a Aela buscando víctimas. Alguien la llamó a sus espaldas, ella se dio la vuelta y atacó.

   La sangre emanó rápidamente de la herida en la mejilla de Will, un corte superficial. Él suspiró de sorpresa y fastidio mientras se alejaba unos pasos. Lilith pareció volver a la realidad, abrió la boca y su expresión dibujó el terror. Estiró la mano para tocar la herida de Will pero este se apartó, aturdido.

   Sao apareció a su lado, bajando la mano de Lilith que se estiraba hacia Wilhelm. La sacudió de los hombros, enfurecida y preocupada gritaba. Lilith miraba aterrorizada su rostro, pero no lograba entender ninguna de sus palabras. La mujer tiró de ella hacía el barranco, debajo la ciudad. Deberían bajar por ahí, ya que Lilith estaba cubierta de sangre y no podían pasearse por el centro de la ciudad.

   La joven observó los rostros del Bloque Negro que la miraban a la distancia, la juzgaban y en ese momento Lilith pudo jurar que la odiaban, no los culpó. Cruzó miradas con Meena, ésta echaba humo mientras inspeccionaba el rostro de Wilhelm. Se volteó para decirle algo a Lilith, pero Wilhelm la paró, sin decir palabra.

   Jolly tiene razón, pensó Sao preocupada, no puedo controlar a Lilith. No puedo protegerla de ella misma.

   Meena chasqueó la lengua y observó las lágrimas que surcaban por el rostro de Lilith, por su expresión parecía una niña asustada.

   —Un desastre más en tus manos, Lilith —susurró la voz de Jacoba en su mente.

   —¡No! ¡Los estaba salvando! —gritó la voz de Lilith en respuesta.

   —¿De qué? —Jacoba soltó una carcajada— Si el peligro eres tú.

• ────── ☼ ────── •

   Grimn observó el festejo para los recién casados, a pesar de que no se encontraban allí, tampoco la Reina. Sauro se encontraba adormilado en su trono, con una copa de vino en su mano, que goteaba sobre sus botas. A su alrededor las doncellas intentaban mantener el orden y la música animada, mientras los invitados se llenaban el estómago de manjares y la sangre de alcohol. Ya era de madrugada y los bufones y contorsionistas enloquecían el ambiente.

   Memorizó los rostros de cada invitado, se aseguró de que aquella familia ya no estuviera presente. Aquel hombre que Victoriano había dejado asistir junto con su familia, le dejaban un mal sabor en la boca. A veces sentía que estaba rodeado de idiotas, excepto por Su Majestad, por supuesto. Si, él era extremadamente desconfiado pero al menos no se quedaba sentado esperando a que el Bloque Negro se apoderada del trono a la fuerza. Apenas dormía, creando planes y mejorando sus habilidades para servirle al reino en su mayor potencial. Sus compañeros creían que era raro, Grimn estaba seguro de que solo tenían envidia; Sauro había puesto el ojo en él y poco a poco se iba haciendo lugar a su lado. Siempre le decía que gracias a su constante paranoia, él podía relajarse y no preocuparse por nada.

   Le comunicó a uno de sus compañeros que se encargara del Rey por un rato, que él iría a patrullar. Se alejó del salón, con su pesada armadura que lo hacía ver como un árbol. Miró a las doncellas y se distrajo pensando en su familia. Había tenido la desdicha de nacer en un hogar íntegro de mujeres, rodeado de inservibles seres. Sin embargo, fue bendecido por Knglo y Egot, ya que había sido fruto de un poderoso hombre: su padre, Sigmund. El cual venía de una familia con sangre oscura, verdugos y mercenarios. Y bueno... su madre, aquella rata. Tendría que haber sucumbido a sus ansias y asesinarla junto a sus hermanas cuando tuvo la oportunidad. Tuvieron suerte, aunque aún le molestaba saber que su inservible familia seguía viva. Pero bueno, no había tenido tiempo y de todas maneras alguien tenía que encargarse de parir guerreros, y limpiar ¿Verdad?

   Todavía recordaba cuando le había exigido a su frágil madre la identidad de su padre. Al obtener su respuesta no dudó en abandonar a su familia en busca de él. Sigmund lo recibió, justo después de colgar a una joven a la que los demonios le habían enseñado a leer. La habían encontrado leyendo "Petricor Eterno".

   Juntos vivieron en la oscura cabaña del verdugo, a los pies del castillo. Sigmund le dio su apellido, ya que su madre no tenía ninguna para darle; las mujeres llevaban los apellidos de su padre o marido, pero las doncellas no tenían apellidos.
   Su padre había visto el potencial del niño desde el primer momento, cuando este no había ni pestañado al presenciar la ejecución. Utilizando su posición como único verdugo de todo Serendipia, metió a su hijo en la Guardia Real a sus cortos diez años.

   Luego de caminar por cada pasillo, vigilante, se dirigió al sótano. Tenía una corazonada. Con farol en mano bajó por las húmedas escaleras, hasta que llegó a la pesada puerta, se aseguró que estuviera completamente cerrada. 

   Comenzó a darse la vuelta para volver al gran salón, pero un objeto brillante en el suelo llamó su atención. Se arrodilló para tomarlo entre sus manos. Observó su mechero dorado, el mismo que había perdido una noche en la plaza del centro. La misma noche que pudo divisar el cabello colorado de aquella muchacha, justo antes de que el caos comenzara y la perdiera de vista. Lo apretó en sus manos, pensando en el Bloque Negro.
   La obsesión por los piratas no lo dejaba dormir por las solitarias noches. Cuando al fin lograba dormirse soñaba con hundir sus flotas con bestias de metal o ejecutarlos a los pies del mismísimo Rey.

   Eso era todo lo que necesitaba, no pudo evitar sonreír. Pondría el proyecto "Centinela" en marcha inmediatamente. 


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