XVIII. Adiós, libertad.
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—El ferrocarril es lo más importante de todo, ayudará a acelerar las exportaciones y evitar la explotación de mulas. Pero también debo admitir que es lo que más tiempo y recursos llevará construir —decía Vilkas, reclinado en una silla con los pies sobre una mesa llena de planos—. Puede ser lo primero que empecemos y aun así lo último que estaría listo.
El Rey les había asignado uno de los grandes salones que se encontraban inutilizados, para comenzar sus inventos. También se les asignó una enorme alcoba a cada uno. Padre e hijo vivían en el castillo, junto a Yong, uno de los mejores mecánicos y también con el médico de la tripulación. El resto vivía temporalmente en los pocos hostales que había, por lo menos hasta que acabaran con las nuevas construcciones. Se estaban encargando de transformar la flota de Vilkas en un pueblo sobre el agua. Las impresionantes naves habían quedado obsoletas luego de un viaje tan largo y lleno de peligros, y en Serendipia aún no tenían la tecnología necesaria para repararla.
Era de madrugada. Entre los preparativos de la boda, la mudanza, el festival y los inventos: Farkas y Vilkas tenían las manos llenas. El hombre preparaba una pipa, sin mirarla. Un único farol sobre la mesa iluminaba sus rostros, mientras el resto del salón permanecía en la penumbra. Poco a poco las paredes y los suelos se llenaban de prototipos y planos.
Farkas se encontraba de pie frente a él, con las manos apoyadas sobre la mesa y el peso de su cuerpo hacia adelante. Llevaba una camisa blanca arremangada, manchada de grasa. La escasa luz y el danzante fuego aumentaban la belleza de sus suaves rasgos. Su nariz torcida la había sacado de su madre.
—Comenzaremos a trabajar en las vías y la maquinaria inmediatamente. Pero nos concentraremos en el resto de los inventos, tenemos que asegurarnos de que vean el progreso y rápido. —Comenzó a decir el muchacho, confiado, mientras observaba los planos de los automóviles y la calefacción eléctrica.— Estoy seguro de que eso nos dará la oportunidad de poder conocer la vida en Serendipia y así trazar las mejores opciones para colocar las vías, mientras estás y el ferrocarril se construyen...
Su padre se puso de pie, bostezando. En ese momento la puerta se abrió de par en par, Kaira entró distraída mirando hacia atrás, con una botella de ron en la mano.
Farkas suspiró, Vilkas rió extrañado. La Princesa se volteó, pegó un respingo y después claramente borracha miró a Farkas con desdén.
—¿Siempre tienes que estar en mi camino? —expresó cruelmente—. Cada vez que intento buscar un poco de paz termino tropezando con tu rostro.
—¡Has sido tú quien ha entrado a donde yo estoy! —respondió con expresión de incredulidad.
—Este es mi hogar —respondió orgullosa la Princesa. A continuación, terminó la botella de un solo trago.
—Salud —acotó Vilkas.
—Gracias —respondió con una dulce sonrisa, sincera. Luego volvió a mirar a Farkas con asco. Se dio media vuelta y se fue, como si nada hubiese pasado.
Farkas suspiró y miró a su padre con expresión de cansancio.
—Mi futura, dulce, esposa...
—Va a ser una boda interesante —respondió Vilkas, con las cejas elevadas, burlón.
Vilkas estaba en lo cierto.
—Espero que todo esto valga la pena, padre —susurró Farkas.
—Es la única manera —respondió en el mismo volumen, su padre.
Al día siguiente, las doncellas corrían apresuradas preparando todo para la boda. Lorenza quería que se celebrara dentro de quince amaneceres.
Zervus buscaba a Kaira, atemorizada de lo que sucedería si Lorenza la encontraba antes que ella. Furiosa, la Reina había destrozado la habitación de su hija, quería tomarle las medidas para el vestido pero no lograba encontrarla.
En el taller del castillo, Farkas, Vilkas y Sauro preparaban el orden de prioridades, donde obtendrían los materiales y cómo lograrían crear esa tecnología sin modificar lo ya hecho en Serendipia. No querían echar a perder lo que ya funcionaba a la perfección, ni querían tirar a la basura costumbres bien empleadas.
La Princesa cabalgaba a toda velocidad en compañía de Angus. Había perdido a los guardias hace casi una hora y llena de adrenalina se mantenía casi recostada sobre el lomo del corcel, esquivando las ramas de los pinos, saltando rocas y saboreando la felicidad.
Los minutos pasaron y llegaron al centro del pinar, del lado donde solo había nada más que árboles. Bajó del caballo y juntos comenzaron a caminar, agotados pero rebosantes de felicidad. Sus huellas se marcaban en la suave nieve, dejando ver un césped de un verde brillante debajo. Llegaron hasta el final del continente, el mar se extendía frente a ellos, el pinar a sus espaldas. Los rayos de luz se filtraban entre las ramas y una familia de zorros los observaba desde sus escondites. Una pareja de verderones de plumas amarillentas, se posaron sobre el lomo de Angus.
Kaira sacó de su morral una zanahoria y se la extendió a Angus, quien la tomó con suavidad. La Princesa observó a su derecha el puerto y al lado de este la flota de Vilkas donde una apresurada construcción se llevaba a cabo. Justo al pie de la montaña donde se encontraba el Lago de los Poetas muertos. Apartó la mirada y se volteó hacia al otro lado, donde muy a lo lejos en el horizonte pudo ver Verum.
Sin apartar la vista de la inmensidad del mar Kaira tomó su collar, tocó sus ojos brillantes hechos con un fragmento de la corona de sal rojiza de Sauro. Recordando lo que su padre le había dicho cuando se lo regaló...
El sonido de una rama al quebrarse la sacó de sus recuerdos. Se dio la vuelta, allí estaba Meena, sonriente. Con su arco y flechas, de su cinturón colgaba una liebre que acababa de cazar.
Por más que intentó ocultarla, una sonrisa se dibujó en el rostro de la Princesa. Meena se paró a su lado observando el puerto y la construcción del nuevo barrio, su mirada se posó en una casucha torcida abandonada, parecía estar hundiéndose en la nieve.
—Tienes otra opción, ¿sabes?
Kaira la miró, mientras Meena acortaba la distancia entre ellas considerablemente hasta que ambas estuvieron a pocos centímetros. Sus manos se rozaban, ninguna se apartó.
—No, no la tengo —respondió Kaira, fastidiada. Se referían a la inminente boda.
—Si. Solo que no te la han ofrecido, pero puedes tomarla sin permiso por que te pertenece de todas maneras. —Meena observó el océano, pensó en su familia y en su tierra natal.— Tienes la opción de irte, no les debes nada, pyar. La opción de tomar todo e irte para no mirar jamás atrás, dejar todo para empezar de cero; está ahí, al alcance de tu mano... pero algo me dice que tienes miedo de estirar el brazo y tomarla.
—No es tan simple.
—Pero vale la pena.
—¿Lo vale? ¿Realmente lo vale, Meena? —El carácter de Kaira saltaba a relucir siempre que alguien mencionaba la boda. Se dio la vuelta y la fulminó con la mirada, Meena sonrió lastimosamente—. Si valiera la pena, no seguirías aquí.
Se quedaron en silencio. Kaira supo que había metido la pata, Meena seguía en Serendipia porque no tenían la tecnología necesaria para marcharse. La Princesa haría lo que fuera para darle lo necesario para volver a sus tierras si estuviera en sus manos, e incluso iría con ella. No importaba que apenas se conocieran, se sentía correcto.
—Sigo aquí porque tú vales la pena... Y es un viaje demasiado largo para hacerlo sola.
Kaira no supo qué decir, se acercó al corcel y mientras las aves se alejaban volando volvió a subir en Angus quien resopló y pateó el suelo. No se atrevió a darse la vuelta y mirarla, de un suave golpe le indicó a Angus que trotara y ambos desaparecieron velozmente entre los árboles y la nieve.
La ferocidad era tal, que no disminuyó la velocidad al llegar al pueblo. La gente se apartaba asustada mientras el inmenso caballo saltaba sobre las tiendas y esquivaba ruidosas gallinas y gansos. Kaira debía mantenerse aún recostada sobre el lomo, pero esta vez por las sogas con la ropa tendida.
Al llegar al establo frenaron con furia sobre el barro, salpicando nieve. Ambos con la respiración agitada. Kaira saltó hacia el suelo, besó a Angus entre los ojos y se encaminó hacia la entrada trasera del castillo, la cual la llevaba directo a las cocinas.
Pero antes de que pudiera abrir la puerta salió su madre, la empujó al suelo y caminó directo hacia Angus. Kaira rodó en la nieve sin entender qué sucedía, golpeó su rostro con el suelo y se incorporó ligeramente. Al voltear para mirar a su madre notó que llevaba una ballesta en la mano.
Lorenza se paró de costado frente al caballo, quien se removía inquieto ante el golpe hacia la Princesa.
—¡Mamá! —lloró y gritó Kaira, suplicante—. ¡Por favor, no!
El sonido de la flecha hundiéndose en la piel provocó que las aves de los árboles volaran aterrorizadas y los corceles en los establos vecinos relincharan asustados. El corcel cayó con un hilo de sangre que emanaba con insistencia entre sus dos ojos, donde Kaira lo había besado hace unos segundos. Por última vez.
Kaira gritaba como si el disparo hubiese sido hacia ella, como si pudiera sentir el dolor. Y así era, el dolor era tal que podía sentirlo en cada centímetro de su cuerpo. Estaba acostumbrada al dolor, pero jamás había sentido como si muriera en vida, hasta ese día.
—Tú me has obligado, Kaira. Es tu culpa. —Comenzó a decir Lorenza, de pie frente a ella mirándola desde arriba, como de costumbre.— El corcel no me ha hecho nada a mí, a quien realmente quiero disparar es a ti. Pero no puedo, así que tendré que conformarme con hacerte la vida imposible.
—¡¿Por qué me odias?! —gritó Kaira mientras golpeaba con sus manos la nieve. El volumen de su llanto era ensordecedor.
—¡Tú sabes por qué!... me has destruido por dentro. Por tu culpa nunca le pude dar a tu padre lo que se merecía: un hijo varón, un heredero digno.
Lorenza se retiró sin más preámbulo. Kaira en el suelo gritó de frustración. En ese momento sintió que quería acabar con su sufrimiento de una vez por todas, mientras miraba el cadáver de su primer amigo. El único ser que la quiso de verdad por tantos años, jamás la dejó sola y la acompañó en cada momento que pudo saborear la libertad.
Él era su libertad, siempre lo había sido. Ahora, no era más que un charco de sangre que se extendía en la blanca nieve. La sangre de su libertad tiñó la nieve en su dirección. Kaira extendió la mano para tocarla, manchando la punta de sus dedos. Jamás hubiese regresado al castillo si hubiese sabido el destino que le deparaba, pensó, hubiese al fin ingresado a la profundidad del Lago de los Poetas Muertos, allí al fin sería libre y Angus jamás hubiese muerto, ella si, finalmente.
Enterrando sus dedos en la nieve carmesí, deseó que los rasguños de los pinos en sus brazos jamás curaran, ya que cada pedacito de Angus se le fue arrebatado. Sus ojos vacíos que la observaban se lo dejaron en claro.
En cuanto Lorenza ingresó en el castillo, Zervus salió de entre las sombras. Con expresión de horror se arrojó de rodillas al suelo, donde abrazó a la Princesa y acarició su cabello, mientras esta gritaba de pena y rabia.
Zervus también lloraba, pero silenciosamente. Odiaba ver a su niña sufrir. Kaira se hundió en las ropas de la mujer, sintiendo su tranquilizador aroma.
Esa noche Lilith la visitó, como la mayoría de las noches. Había llegado dispuesta a planear todo para la boda, pero dejó todo de lado para abrazar a Kaira mientras lloraba con la cabeza en el regazo de su amiga, hasta quedarse dormida.
Camila se les sumó y se sentó con ellas a consolar a la Princesa. El rostro serio de Lilith expresaba furia, mientras intentaba serenarse pensaba:
"Aguanta, un poco más. Y todo habrá terminado."
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El reino se había estabilizado ligeramente. Parecía que ya todos lograban tener un hogar y un propósito. Los extranjeros comenzaron a aprender las costumbres y profesiones, al mismo tiempo que enseñaban las suyas propias. Algunos incluso se mudaron a las comarcas en los otros continentes, en donde se necesitaban trabajadores para extraer minerales y recursos para la construcción de los inventos.
Los ingenieros ingresaban cada día al castillo donde Farkas dirigía todo. Amigos de la realeza provenientes de Apis, Suscitavi y Mare Turtur formaron un consejo para colaborar con el futuro Príncipe, ayudándole a integrar sus inventos en la cultura y costumbres de Serendipia.
A los habitantes de Serendipia les encantaban los nuevos artefactos que pronto integrarían su día a día, pero querían hacerlo en la medida necesaria.
No querían callar el canto de los pájaros con el rugir de las máquinas. Ni derretir la blanca nieve con el calor del vapor. Por lo cual, con la ayuda del Consejo de las Comarcas comenzaron a planear el futuro.
Vilkas había sido nombrado Consejero del Rey, lo cual era solo un título de adorno ya que Sauro no recibía consejos de nadie. Vilkas pasaba cada rato que podía con Sao, en encuentros vacíos de confesiones, pero llenos de caricias.
Ambos sospechaban en silencio de que se encontraban ante una persona que jugaba un papel importante en su propósito, pero tenían miedo de arruinarlo. Por lo cual, ignoraban dichas sospechas.
Kaira era un fantasma durante los días. Apenada por su duelo cuando lograba salir de la cama, hablaba a escondidas con Camila y las doncellas, quienes cada día parecían más deseosas de ser libres al fin. Durante las noches había comenzado a escaparse hacia La Piedra Blanca de los Dioses siempre que podía, donde todos juntos planeaban sus movimientos en la boda. Inevitablemente, poco a poco Meena y ella se volvieron cercanas.
La boda, era de lo único que el Bloque Negro se sentía capaz de hablar. Era su única oportunidad para ingresar al fin al sótano, liberar a las jóvenes si es que aún seguían vivas y mostrarle al pueblo la verdad. Claramente arruinaría el festejo, sería como un cubo de agua fría en el rostro, exactamente el efecto que buscaban crear.
Las cosas continuaron así por unos cuantos amaneceres. La relación de Lilith y Jacoba volvió a ser lo que era en un principio. Jacoba no se molestaba en integrar a Lilith con el resto de sus amistades, al contrario, siempre parecía intentar convencerla que creían que ella era rara y Jacoba era la única que realmente la quería y aceptaba como era sin juzgarla. Nada más lejos de la realidad. Durante años fue así, hasta que Jacoba se transformó en algo más que una amistad: se volvió en una de las tantas voces que atormentaba a Lilith. Pero, Jacoba había sido siempre su única amiga, Lilith no podría darle la espalda jamás.
Meena y Octubre continuaban con sus ardientes encuentros, Wilhelm continuaba con sus partidas interminables contra Victoriano, y Sao se enamoraba casi sin querer.
Kaira y Lilith se transformaron en un dúo inseparable, eran como dos niñas pequeñas. Siempre juntas, tomadas de la mano, dispuestas a defenderse a muerte y compartiendo sonrisas cómplices.
Inconscientemente Lilith comenzó a alejarse de Jacoba, mientras Kaira se volvía parte de su ser. Al fin y al cabo, eran sólo unas adolescentes. Y se querían con la ferocidad y la seguridad con la que se quiere a un miembro de la familia.
Meena y Kaira interactuaban cada vez que podían en las reuniones. Meena era siempre sincera con Kaira, pero esta no hacía más que construir una pared de hielo entre ellas. No importaba que soñaba cada noche con Meena; no importaba que cuando tocaba el piano, cada nota le recordaba a su voz y el canto de los pájaros a su risa. No importaba que buscaba su mirada entre las estrellas y sus ojos le recordaban a cabalgar por el Pinar Nevado. Su tacto se sentía eléctrico y adictivo, pero eso a Kaira no le importaba, debía casarse con Farkas.
—Solo un ser insensato se enamoraría de alguien con quien jamás podrá estar —respondía Kaira a los poemas escritos por Meena que encontraba cada mañana en su ventana.
—Solo un cobarde creería que un amor tan grande se puede controlar. —Se defendía con una sonrisa, Meena.
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Faltaban dos amaneceres para el casamiento. El Bloque Negro regresó una noche a Verum, con la intención de relajarse y disfrutar de una buena velada todos juntos, no sabían que les deparaba el futuro. Debían aprovechar cuando aún podían... Esa noche la Luna estaba en su fase menguante cóncava; Jolly hizo las cuentas: la noche de la boda habría Luna nueva, Luna ausente, eso no le gustaba nada.
Kaira fue con ellos. Las piratas no se acostumbraban a la extraña vida de Kaira: mientras que por las mañanas la sofocaban con clases y más clases para ser una señorita perfecta, por las tardes parecían olvidarse de su existencia. Su familia ignoraba su pena y el arrastre de sus pasos, que cumpliera con sus responsabilidades era lo único que les importaba.
Ya estaba comprometida, por lo cual no la paseaban como si un trofeo a ganar se tratara. Esto le daba tiempo de sobra a Kaira para estar con el Bloque Negro, se había familiarizado con cada uno de ellos. En especial con Jolly, la anciana bruja, quien insistía en que Kaira era especial.
—Vamooos, alguien tiene que gustarte. —Le decía Kaira a Lilith, mientras le pegaba suavemente con el codo, ambas compartían una botella de aguamiel y unos pedazos de pan. Sentadas en el césped, debajo del sauce con las piernas entrelazadas.— Alguien que te de cosquillitas de solo verle.
—Kaira, baja la voz —reía Lilith.— En algún momento he tenido ganas de tener alguna que otra pareja, pero no siento esa clase de hormigueo. No me interesa llegar a... ya sabes.
—Dilo. —La retó la Princesa.
—Madura, Kaira.
—¡¿Yo?! Tú eres la que se niega a decir la palabra.
El ambiente del Corazón estaba cargado de serenidad. Todos bebían, comían, charlaban y se divertían, pero estaban visiblemente cansados. En la cocina, Sao le cuchicheaba a Wilhelm sobre Vilkas.
Los jóvenes bailaban, incluidos Finn y Jacoba. Los mayores apostaban en juegos de azar, Jolly ganaba siempre. Los niños y niñas correteaban a su alrededor.
—Calla. —El estómago de Lilith comenzaba a doler de tanta risa.— Al menos soy lo suficiente madura para admitir si quiero algo con alguien.
—¿Quién? —susurró la Princesa con complicidad. Pero Lilith solo negaba con la cabeza.— Vamos dime... ¡Por favor!
Continúo insistiendo por unos minutos hasta que Lilith, mientras enrollaba un cigarrillo, le dijo:
—De veras no tiene importancia, además cuando era niña solían fingir que yo les gustaba para burlarse de mí. Y la mayoría ya han muerto —respondió restándole importancia, pero al ver el rostro de la Princesa no pudo evitar que se le escapara una carcajada—. Lo siento, no quería que sonara así. —Kaira se sumó a la risa, aunque no lograba relajar su expresión, ya que sus ojos estaban abiertos por el horror.— Pero si, están muertos... de todas maneras no tendría mucho que contarte, realmente no me llama la atención acostarme con alguien, no es lo que busco.
Ambas rieron, aunque a Kaira le dolía una espina en el corazón. Quería mucho a esa gente, y estaban tan familiarizados con la muerte y la pérdida que ya se había vuelto parte de su día a día. La Princesa sabía lo que era acostumbrarse a lo malo, pero sentía que era injusto.
La carcajada de Jacoba provocada por Finn, retumbó por toda la taberna. Esto arrojó a Lilith inevitablemente en el laberinto de sus recuerdos:
Lilith tenía diez años en ese momento, Jacoba trece.
—¿Marina? —rio Jacoba, mirando a Lilith quien avergonzada miraba el suelo— Octubre está jugando contigo, Lilith. Marina jamás se fijaría en ti.
—...¿por qué no? —preguntó Lilith por lo bajo, mientras observaba a Octubre y Marina jugar con redes de pesca en la otra punta de la cubierta.
—Porque sí, tú hazme caso. Se ríen de ti —respondió Jacoba con expresión de fastidio, mientras se ponía de pie y se alejaba hacia donde Lilith miraba.
Sentada en el suelo, Lilith abrazó sus piernas y observó como Jacoba se sumaba al grupo con facilidad mientras saludaba a ambas. Marina se volteó un segundo a mirar a Lilith, cruzaron miradas y sus mejillas se tornaron coloradas. Se ocultó detrás de Octubre, quien esa misma mañana había intentado ayudar a su amiga, quien estaba realmente interesada en Lilith.
Lilith se quedó en el suelo frío, observando a la tripulación en compañía de sus amistades. Deseando que Jacoba volviera a sentarse con ella, aunque sabía que no sería así por unas horas. Jacoba decía que le resultaba muy cansador estar demasiado tiempo con Lilith.
Una copa de cristal cayó al suelo, haciéndose añicos. Lilith se sobresaltó y miró a su alrededor en el Corazón, temerosa de que alguien la hubiese visto. Jacoba siempre decía que parecía una pirada cuando miraba a la nada misma por una hora. Suspiró y miró a la Princesa a su lado, quien la estaba observando, pero con una sonrisa.
—Bienvenida de regreso —le susurró con tranquilidad, Lilith río avergonzada.
Kaira se distrajo, observando como Meena y Octubre salían de la taberna, tomadas de las manos. Lilith miró a Kaira, y sellando el cigarrillo con su lengua intentó no pensar que estaba pasando demasiado tiempo con ella, seguro ya estaba cansada.
—No entiendo por qué te niegas a intentarlo con Meena. —Lilith encendió una cerilla para el cigarrillo, luego se lo acercó a los labios.— He visto tu rostro cada vez que te pasa cerca.
—¿Cuál es el punto, Lilith?
—Encontrar un poco de paz, en este tormento.
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