XVI. El amor no está garantizado.
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El Coliseo Gélida era una de las salidas de la plaza principal, luego de bajar unas serpenteantes escaleras y cruzar por un hermoso parque aromático, repleto de enamorados en citas románticas. Construido con barro y piedras, oculto entre musgo, enredaderas con espinas y nieve. Su estructura era circular, con grandes arcos como entrada decorados con muérdago.
El anfiteatro de casi cincuenta metros de alto era limpiado cada mañana, quitando la nieve de la arena y las escaleras que también servían de asientos. La arena era circular, de tierra apelmazada con el símbolo de Serendipia en el suelo, hecho en piedras. Allí se practicaban combates, festivales, torneos, danzas, casamientos, entrenamientos e incluso ejecuciones masivas cuando era necesario.
El gran día llegó rápidamente, el cielo se encontraba completamente despejado, las calles repletas y la tensión podía palparse. Vulpes entero se preparaba, el puerto estaba a rebosar de gente. Humildes barcos llegaban desde las comarcas, deseosos de conocer a los extranjeros y asistir al festival.
Sauro, Lorenza, Kaira, el Bloque Negro, todos con los nervios a flor de piel, se vestían con sus mejores galas, ajustaban sus corsés, escondían dagas en la ropa y peinaban sus cabellos. La rebelión repasaba el simple pero riesgoso plan una y otra vez. Mientras todos en el castillo correteaban atemorizados, Lorenza los perseguía con violentas órdenes. La ansiedad podía verse en la furia de su mirada.
Kaira permanecía cerca de su tío, Victoriano. Quería ver de cerca la preparación y alejarse de su madre y futuro esposo. Sauro no hacía mucho más de lo normal, simplemente había nombrado a un joven su escolta personal. El guardia Grimn resaltaba sin dificultad entre sus compañeros y a su corta edad resultaba intimidante. El Rey supo enseguida que era el indicado para protegerlo ante los posibles intentos de traición de los extranjeros.
Nadie lo decía, pero todos sentían estar metidos en una confusión. Estaban ansiosos por acudir al coliseo, pero también tenían miedo.
Sin embargo, los Torvar no dudaban ni un poco de la reacción del pueblo. Luego de hablar con comerciantes, amas de casa, taberneros y más: Vilkas y Farkas lograron crear una lista solo con inventos que pudieran mejorar la vida en Serendipia. No querían agregar mucho más que eso, era fácil darse cuenta que no estaban familiarizados, ni aceptaban muy bien los cambios. No querían asustar al pueblo. Los necesitaban de su lado.
Al comenzar a preparar todo se habían encontrado con un coliseo demasiado pequeño comparado a los que ellos estaban acostumbrados. Este problema fue solucionado rápidamente por el mejor amigo de Farkas: Yong, a quien se le ocurrió utilizar las gradas para la presentación y colocar a la gente en la arena. Prepararon la plataforma para la familia real en el centro de la arena. Esto generaría un efecto de estar rodeado por el futuro, sobre sus cabezas.
Los preparativos duraron todo el día, desde antes de que el sol saliera. Al atardecer, poco a poco comenzaron a ingresar los ciudadanos de todas partes de Serendipia, confundidos ante el nuevo lugar que debían ocupar. El Rey Sauro estaba sentado en un gran trono de quebracho; a sus lados en pequeñas banquetas, su hija y su esposa. Victoriano de pie detrás de Sauro, Grimn a su lado. En los últimos días había capturado y ejecutado a un ladrón tras otro, esa misma mañana lo habían nombrado caballero.
Su único problema es que Sauro le había prohibido sentenciar a muerte a los delincuentes extranjeros. Temía que se ofendieran y marcharan, o peor aún: que tomaran el trono a la fuerza. Por primera vez en la historia de Serendipia las celdas hospedaban prisioneros con otro destino que la muerte. El único verdugo en toda Serendipia: Sigmund, últimamente tenía más trabajo que nunca. Desde siempre había ejecutado con su hacha de ébano a los delincuentes de Vulpes y los enviados desde las otras comarcas. Sin embargo, gracias a Grimn, Sigmund decidió agregar más maneras de acabar con la vida de los prisioneros, culpables o no. Siempre y cuando dejara a los extranjeros fuera de esto.
Con el visto bueno del Rey, ejecutaba a los hombres con la guillotina mientras la horca era para las mujeres... no quería separar la cabeza de sus cuerpos. La hoguera estaba destinada específicamente a las acusadas de brujería.
Bañados por la hora dorada, la multitud comenzó a acomodarse de pie alrededor de la familia real. La mayoría intentó acercarse, pero los guardias desenvainaron sus espadas y recargaron sus mosquetes en señal de advertencia. El pueblo captó el mensaje enseguida, pero no les quitaban el ojo de encima.
El sol iba ocultándose poco a poco, jugando con las sombras de los objetos en las gradas, cubiertos con sábanas para no revelar sus secretos hasta que llegara la noche.
El Bloque Negro ingresó nervioso, separado en grupos de supuestas familias, mezclándose con la multitud. Sao, Will, Meena y Lilith formaban uno de los grupos.
Sin molestarse en ocultar su sorpresa observaron el Coliseo Gélido. Todos, excepto Wilhelm, visitaban el coliseo por primera vez. En los últimos días se había acostumbrado rápidamente a caminar por las calles y estar a la vista de todos. Se mezclaron con los ciudadanos, nadie hacía demasiadas preguntas y aun así ellos tenían respuestas preparadas.
Lentamente se ubicaron a las espaldas de Sauro, fuera de su vista. Kaira, con una vestimenta muy similar a la del baile de debutantes, se encontraba sentada en la banqueta con el cabello suelto, adornado con unos broches dorados de mariposas (un regalo de Farkas, en un intento de que se llevaran bien).
Como en cada evento la familia real llevaba sus coronas. En cada aparición pública parecían sacados de las entrañas de la naturaleza misma. Los infantes los creían seres mágicos.
Con sus ojos tristes diarios, Kaira observaba a los pueblerinos. Se dio la vuelta disimuladamente, buscando. Cruzó su mirada con la de Lilith, los ojos de esta desaparecieron en una amplia sonrisa. Kaira disimuló una sonrisa y buscó a Meena, al verse ambas se sonrojaron y apartaron la mirada.
Cuando el Sol se escondió al fin, abriendo paso a la Luna menguante convexa, el público entero quedó sumido en la oscuridad nocturna, iluminados por las constelaciones, las lunas y Pandora. La multitud en sí parecían un cielo nocturno, con sus pendientes y accesorios de Cuerno de Sol, brillaban suavemente. Las coronas de la realeza resaltaban entre la oscuridad, iluminando sus rostros angelicalmente.
El Bloque Negro aprovechó la oscuridad para revelar su posición unos a otros. Con pequeños espejos reflejaron la Luna de las Diosas por unos segundos. El Olympe de Gouges había quedado solo habitado por las niñas y las ancianas, mientras que el resto había partido a Vulpes.
En la ciudad se dividieron en dos. Un grupo selecto se infiltró en el castillo, aprovechando que toda la ciudad se encontraba en un solo lugar. Registraron cada rincón en busca de la llave del sótano, pero no hubo suerte. Aprovecharon para revisar los papeles en la oficina de Sauro, pero no encontraron más que nombres de familias, siguiendo su linaje. No podían llevarlos sin llamar la atención, tampoco había tiempo para leerlos detenidamente. Tuvieron que marcharse con las manos vacías, pero tomando nota al respecto y deseosas de comentarle las listas a Zheng Yi Sao.
Sigilosas como gatos, entraron y salieron sin ser detectadas. En el camino resistieron la tentación de llevarse algunos recuerdos, desistieron al recordar a Grimn. Kaira les advirtió: nada parecía escapar de su obsesiva vigilancia.
Wilhelm tenía razón, el entrenamiento de los guardias era un chiste de muy mal gusto. Habían envidiado a las tripulantes más sigilosas (a excepción de Lilith). Pero, al llegar allí se dieron cuenta que bastaba con saber trepar hasta las ventanas y andar con cuidado, para no ser descubiertas por los guardias completamente inútiles.
Grimn tampoco estaba contento con la incompetencia de estos.
En el Coliseo Gélida, una voz sonó de repente. El pueblo entero se sobresaltó por el volumen. Wilhelm había prometido susurrar los nombres de los inventos a su grupo. Sao se encontraba completamente emocionada, como una chiquilla.
—Suena como un tocadiscos, creo que es una grabación —susurró Will—. Puedes almacenar música y oírlos más tarde.
La voz, que retumbaba en todo el coliseo, explicó que los que se les había entregado a todos en la puerta de entrada era un catalejo en miniatura. Explicó para qué funcionaba y volvió a callar.
Todos automáticamente intentaron ver en la distancia con sus nuevos objetos, pero solo veían oscuridad. Pasaron los minutos y seguía sin suceder nada.
—Empiezo a ponerme nerviosa, Will —susurró Sao, tomándole la mano a Lilith, quien había comenzado a cerrarlas y abrirlas.
Wilhelm iba a responder, pero las mariposas en el cabello de Kaira comenzaron a iluminarse. Hechas de alambre dorado y sal rojiza, comenzaron a mover las alas. Los ojos del pueblo entero se posaron una vez más sobre la Princesa, quien nerviosa se mantenía inmóvil respirando agitadamente. Meena frunció el ceño maldiciendo a Farkas, Kaira no parecía contenta.
Una a una las mariposas activaron su maquinaria, con ruido metálico se elevaron lentamente. Comenzaron a separarse y volar sobre las cabezas de los expectantes. Continuaron hasta las gradas y se posaron sobre los inventos inmóviles que esperaban en las gradas. Les habían quitado las sábanas, pero aún no podía verse nada debido a la falta de iluminación.
El objeto que las mariposas tocaban se iluminaba y comenzaba a moverse.
Así, uno a la vez pero en una cadena rápida, los inventos se fueron activando en las gradas. Todos tenían el clásico diseño que tenía todo en Serendipia: con madera, metales dorados, Cuernos de Sol y tonos verdosos. Dejaron al pueblo boquiabierto, sentía que sus más locas fantasías se volvían realidad frente a sus ojos.
Una pequeña locomotora comenzó a girar por las gradas, subiendo y bajando por las vías que se iluminaban a su paso. Tocadiscos hacían sonar una melodía muy conocida en Norviega. Pequeñas carretas sin caballos jugaban a las carreras, Wilhelm dijo que se llamaban automóviles. A Lilith le pareció un manojo de tuerca y ruedas que se agitaba demasiado.
Pequeños dirigibles sobrevolaron las cabezas de los espectadores, soltando pequeñas burbujas luminosas.
Cuando el susto pasó, todos comenzaron a gritar y aplaudir. Sin saber que estaban rodeados de cámaras que fotografían la reacción de la gente, estás se publicarían en el primer ejemplar del periódico de Serendipia, asegurando la victoria de Farkas y Vilkas.
Las pequeñas máquinas continuaron activándose una a una. La familia real se había puesto de pie. Pequeños o grandes, cada invento estaba hecho para facilitar las tareas del día a día de la humanidad. Y volver posible, lo inimaginable.
El joven inventor y su padre habían eliminado muchos inventos de la lista. No querían agotar los recursos ni apagar la esencia de Serendipia, solo ayudarla a progresar. O obligarla.
Lilith estiró su mano libre al cielo, una mariposa mecánica se posó sobre su dedo. Nerviosa, apretó aún más fuerte la mano de Sao.
Un silbido suave cruzó el cielo, estrellas fugaces doradas parecían salir de las gradas. Al llegar a lo alto del cielo una explosión casi silenciosa generó miles de luces, como las abejas de Apis, que se expandían para luego caer sobre la vestimenta de la gente. Se adherían a la ropa y muy lentamente se extinguían, eran minerales de un alga del océano con propiedades curativas impresionantes.
Meena observó cada una de esas cosas, aturdida y melancólica. No podía oír a la emocionada multitud. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro mientras recordaba su vida tan lejana. Había encontrado una familia y un hogar en Serendipia con el Bloque Negro. Pero se preguntaba si algún día podría regresar a sus tierras... cada noche se esforzaba por no pensar en su familia y si aún seguía viva.
Con los catalejos observaban los intrincados diseños, tan imposibles para los ojos de un inexperto. Tractores, estufas, focos, lámparas, insectos mecánicos que ayudarían a controlar las plagas de los cultivos, bicicletas, relojes inmensos y más. Incluso representaciones de la flota de los viajeros, mostrando que avanzaban rápidamente gracias al carbón. Estos solo estaban preparados para viajes cortos entre comarcas, no servirían jamás para una travesía de cuatro años.
Los fuegos artificiales dejaron de iluminar los cielos, ahora los ciudadanos enteros brillaban antes los restos de estos. Parecían cubiertos de polen.
Las mariposas comenzaron a agruparse sobre la entrada del coliseo, se integraron en la gente y comenzaron a acercarse hacia el trono. La gente les dejaba el paso. Detrás de las mariposas caminaba la tripulación de viajeros entera, encabezados por Vilkas y Farkas.
Al llegar frente a Sauro, Farkas estiró sus brazos mientras lentamente los abría, guiando a los insectos. Las mariposas siguieron dicha dirección, directo hacia las coronas. Se separaron en tres grupos, por cada integrante de la familia real. Al posarse sobre las coronas volvieron a quedar inmóviles, pero no dejaron de brillar.
Con un gesto que detonaba seguridad y su ladeada sonrisa, Farkas hizo la clásica reverencia que hacían los artistas luego de demostrar sus talentos. Él y Vilkas se encontraban fuera del campo de visión del grupo del Bloque Negro, ya que el exagerado trono les obstaculizaba la visión. Podían ver sólo las mariposas en las coronas.
Sauro sonrió ante la grandeza que había llegado a su reino. Lorenza, satisfecha ante su futuro yerno, observó con detenimiento a Vilkas. Sin embargo, Kaira ni siquiera los miraba, simplemente observaba cada uno de los inventos. En cada uno de ellos veía una salida, una escapatoria para al fin cumplir sus sueños. Todavía no tenían la tecnología necesaria para esos viajes, la flota de Vilkas había quedado obsoleta tras tan largo viaje. Pero si Serendipia seguía por el mismo camino, pronto podrían crear la vía de escape que Kaira siempre había soñado.
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Esa noche, una vez más todos festejaron hasta caer rendidos. La familia real, el Bloque Negro, Farkas y Vilkas, se retiraron temprano. Todos a planear el siguiente paso.
En el castillo el trato fue cerrado, sin siquiera sospechar de los múltiples intrusos que se habían infiltrado hace unas horas, sin dejar rastro. Sauro poseía gran salud a pesar de haber vivido más de medio siglo, por lo cual aún había tiempo de sobra para poder enseñarle a Farkas como llevar un reino. Tiempo de sobra para que el joven se concentrara en llevar todos esos inventos a las comarcas, a cada rincón del reino. Kaira no fue mencionada en ningún momento.
De vuelta en su hogar transitorio, el Bloque Negro discutía lo que sucedería luego de la inminente boda.
—Han llegado apenas hace una semana y ya han puesto todo de cabeza, no sabemos que podrían llegar a hacer cuando se encuentren en posesión de la corona —mencionó Cressida, una de las amigas de Jacoba. A su lado, Ruby asintió preocupada mientras bebía una infusión, se había resfriado.
—No, no lo sabemos. Pero exigíamos un cambio, para bien o para mal las cosas están cambiando y más rápido de lo que anticipamos —respondió Zheng Yi Sao, con voz alta y clara—. Solo debemos determinar si este cambio nos favorece.
—Cualquier cambio nos favorece. Ahora, con la ayuda de Kaira podemos moldear un futuro más justo. —Lilith gesticulaba emocionada, sentada al lado de Will, quien la miraba orgulloso.
—La Princesa no tiene ni voz ni voto, Lilith. No importa con quien se case, ella es solo un florero... no va a tomar ninguna decisión sobre el reino —respondió Jacoba sentada sobre el regazo de Finn, interpretando todo lo que todos decían con lenguaje de señas.
—Eso no lo sabes, no sabemos qué clase de persona es Farkas. Quizás al final, cuando Sauro ya no esté, tendremos una reina como corresponde: con renombre y poder. Como en Aszus —acotó Meena, apoyando su cuerpo sobre el marco de la ventana, deseando que el tiempo le dé la razón.
Muchos asintieron efusivamente.
—Tú lo has dicho: ¡No sabemos qué clase de persona es! —gritó uno al fondo de la habitación—. De todas maneras, faltan demasiados años para que Farkas llegue al poder.
—Eso no lo sabemos —Lilith sonrió. Dejó de sonreír cuando Sao la miró a modo de advertencia.
—A todo esto... las muchachas siguen desaparecidas —suspiró Sao—. Luego de que bajaran a ese sótano no las hemos vuelto a ver. Ni Kaira, ni el escuadrón de infiltración han encontrado la manera de ingresar.
—Lo más probable es que la tradición de las debutantes cambie —comentó Wilhelm, pasando su mano por su cabello. Estaba sentado en una de las sillas junto al fogón—. Apenas estamos a una semana y ya no hay lugar en Vulpes. Incluso es probable que los otros continentes se vuelvan más poblados... —Se inclinó hacia delante, con las manos en sus rodillas y explicó—: A lo que me refiero es que por una vez quizás podamos dejar de enfocarnos en los viajes de las debutantes y al fin concentrarnos en lo que hay después de eso.
Todos comenzaron a mencionar en que estaban de acuerdo, pero que no habían hecho muchos progresos y no podían abandonar a las debutantes.
—Tranquilos, gente, tranquilos... —dijo Sao, acallando las preocupadas voces enseguida—. No ha pasado un mes desde que hemos empezado aquí en Vulpes. Repito: las cosas están cambiando y rápido ¡no podemos quedarnos atrás! Vamos a seguir interceptando los barcos con debutantes, pero no será la prioridad, ya que ahora nos concentraremos en arrancar el problema de raíz. No va a ser fácil, estamos hablando de atentar contra la corona, por el amor de todos los Santos... y somos su único enemigo.
—Cada una de sus defensas están pensadas específicamente para nosotros —dijo Marina, mientras recostada en el suelo dibujaba planos para sus nuevas ideas luego de ver los inventos. Quería crear bombas arrojadizas, más efectivas que las molotov que solían utilizar.
Silencio, todos se miraron, Octubre dejó salir un largo suspiro. Ruby, observando los restos de té en su taza, dijo:
—¿Cuál es el siguiente paso?
—Las doncellas —susurró Lilith, mirando a Sao.
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Ya era madrugada, Kaira sabía que esa noche Lilith no podría visitarla, por lo cual aprovechó para pasear por el castillo una vez más. Todos parecían dormir, excepto los guardias del turno nocturno, que se encontraban rodeando el castillo. Llegó hasta el sótano una vez más, la puerta era inmensa, imposible de derribar. Ni siquiera los propios guardias tenían una llave, solo su padre, el problema es que no sabían dónde. Sospechaba de alguien que podría ayudarla, pero no sería fácil que hablara. Kaira recordaba con claridad como lo habían callado con el miedo hace tantos años... sospechaba que el miedo era la única manera de que hablara, pero le dolía tener que traicionarle.
La Princesa había buscado en cada rincón y había inspeccionado cada detalle, pero la única manera de abrir esa puerta era con la llave. Aparentemente era la única entrada, y la única salida.
Luego de golpear la puerta y no recibir respuesta, se encaminó a la cocina. Allí encontró las sobras de una tarta de unos deliciosos frutos que habían traído los viajeros: eran redondos, pequeños y morados. Durante el viaje los plantaron en el barco en un huerto improvisado, ahora habían comenzado a plantarlo en el continente. Quedaban genial con la nata montada que les habían enseñado los cocineros extranjeros a Zervus.
Sentada sobre la encimera observaba las frutas, mientras masticaba pensaba en Meena sin darse cuenta.
—Se llaman arándanos —dijo Farkas, con una enorme sonrisa tímida. Acababa de entrar en la cocina.
Kaira lo observó molesta, dejó la tarta y se encaminó hacia la salida. Sin ejercer presión alguna Farkas la tomó del brazo para detenerla.
—No tienes por qué odiarme, será más fácil para ambos si al menos nos toleramos. —Ante el silencio de la Princesa, suplicante Farkas continuó—: Créeme que, si hubiera alguna manera de acceder al trono sin tener que utilizarte lo haría, pero es el único camino que tengo. —En un arrebato de culpa, decidió sincerarse sobre sus verdaderas intenciones en Serendipia—: Necesito...
Kaira soltó una carcajada, interrumpiéndolo. Molesta y con la mirada fría lo observó.
—Ah, pobre niño aventurero —escupió Kaira, Farkas se alejó ligeramente ante el aliento a licor—. Tiene tanta libertad que no sabe qué hacer con ella. Decídete qué papel quieres jugar: el pobrecillo obligado a casarse con alguien a quien no quiere o el de héroe que salvará a la damisela en apuros.
Farkas la soltó. Ambos voltearon a verse.
—No lo entiendes, no tengo otro camino. Solo quiero que entiendas que no soy el enemigo. —Juntó las manos suavemente, como si rezara.— En público fingiré para contentar a tu familia, pero en privado te concedo total libertad.
—¿Debo agradecerte? —Burlona, Kaira arrugó la nariz.
Farkas comenzó a pasarse la mano por el cuello, irritado, se disponía a responder pero Kaira lo volvió a interrumpir:
—No hay necesidad de fingir dentro de estas paredes. A mis padres no les puede importar menos como me trates. —Con la voz quebrada pero el rostro sereno, continuó—: Mientras menos me quieras, más feliz harás a mi madre. Mientras menos te acerques, más feliz harás a mi padre.
El joven cambió su expresión, extrañado la miró.
—¿De qué hablas?
Kaira volvió a la encimera, tomó lo que quedaba de la tarta dispuesta a guardarla para Lilith y salió de la cocina, mostrándole la lengua a Farkas.
—No soy tu aliada —susurró la Princesa mientras se marchaba.
El heredero al trono revoleó los ojos, tomó un durazno de un canasto y se marchó en busca de su padre. El corazón le latía con fuerza por la impotencia y Vilkas siempre lo hacía sentir mejor.
Farkas no quería el trono, mucho menos quedar a cargo de un reino entero. Lo hacía por su padre, haría cualquier cosa con él sin importar que significaba para Serendipia.
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