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XV. Ellas.

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   Kaira caminaba entre las sombras del pasillo, la luz del alba se filtraba por los cristales de colores. Serendipia entera se encontraba bajo un manto de luz azul, mientras las aves cantaban anunciando un nuevo día. La Luna llena se negaba a marcharse, aún brillaba sobre sus cabezas.
   Las doncellas y algunos guardias eran los únicos despiertos en el castillo. Ellas correteaban silenciosamente, puliendo detalles, disfrutando su momento favorito del día: cuando todos dormían y parecían tener el castillo para ellas solas. Los guardias luchaban por no quedarse dormidos de pie, esperando ansiosos a que dieran las seis de la mañana y sus compañeros vinieran a reemplazarlos.

   La Princesa bajó las escaleras, se dirigió a la puerta trasera del castillo donde estaban los establos. Se echó su pesado abrigo sobre los hombros y salió, con un libro en una mano y una manzana roja en la otra. La brisa le revolvió su verdoso flequillo y congeló su nariz, la nieve comenzó a posarse sobre sus hombros mientras avanzaba por el camino de piedra. Dos doncellas quitaban la nieve con ásperos cepillos y palas. Con una sonrisa la saludaron, extrañadas de verla tan temprano, usualmente se pasaba después de cada comida.

   Ingresó en los establos cerrando las puertas a sus espaldas. Los caballos la observaron pasar, aburridos, mientras sus pasos resonaban en los tablones de madera. Al final del edificio un compartimiento tenía sus paredes de madera repletas de dibujos infantiles hechos por una Kaira más joven, con un pincel y las pinturas de su madre. La Princesa no recordaba que había sucedido después, pero estaba segura de que su madre le había dado una de sus lecciones.

   Angus relinchó, ansioso de verla. Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de Kaira, como cada mañana ingresó y lo abrazó.

   —Hola, compañero —dijo en un dulce susurro, mientras le extendía la manzana. Él la olfateo y tomó el fruto suavemente. Mientras masticaba, empujaba suavemente a la joven con la cabeza, en señal de cariño.

   Kaira rió, comenzó a acariciarlo suavemente.

   Camila ingresó en el establo, con un cubo con agua y un cepillo. Al ver a la Princesa se detuvo, hizo una reverencia y esperó sin saber qué hacer. Kaira la observó, se volteó hacia ella contenta de haberla encontrado.

   —Has... has aprendido a leer, ¿verdad? —Le dijo suavemente. Automáticamente las rosadas mejillas de Camila, se tornaron fucsias. Sus enormes ojos azules expresaban terror. La Princesa esperó una respuesta, pero al no recibir ninguna, continuó—: ¿Cómo aprendiste?... puedes decirme, tranquila.

   —Siempre... me escondía cuando te daban lecciones... —Camila recordó aquel primer libro que había robado: "Petricor Eterno". Soñaba con vivir una historia tan dulce. Se sentía en una tempestad pero aún no había encontrado una nube gris que la acompañara en el trayecto.— Practicaba en la biblioteca, por las noches.

   La Princesa se acercó a ella con la mirada dulce. Recordando todas las veces que había encontrado a la doncella con alguno de los libros que Kaira había escrito en la mano, terminó por regalarle uno: "Los trajes del Emperador". La historia que la niña había escrito relataba como un malvado emperador quería lucir enormes y pesados trajes para demostrarle sus riquezas a su pueblo que apenas tenía trapos para vestirse. La historia acababa con su muerte, una inundación empapa su traje. El peso era tanto que su propia codicia lo hundía hasta el fondo... También recordó todas las veces que chocó con Camila en los pasillos, de camino a la cocina para buscar dulces para Lilith, o cuando volvía de sus aventuras.

   Habían compartido infancia, criadas juntas por Zervus. Correteaban por los pasillos, jugaban a las escondidas en el jardín privado, se escabullían a las cocinas y creían que jamás se iban a separar. Esto siguió así hasta que Lorenza decidió que no podía criarse junto con la muchedumbre, ordenó que Camila se pusiera a trabajar inmediatamente y ocupó los días de Kaira con clases para señoritas. Amenazando con echar a Camila del castillo si no se cumplían sus órdenes.

   El corazón de ambas se rompió. Lorenza organizó sus días de tal manera, aprovechando la inmensidad del castillo, que directamente dejaron de cruzarse. Zervus no se rindió, esperó hasta que Lorenza se concentrara en algo más y le encargó a Camila la tarea de cuidar de Angus, mientras le prometía a ambas que cuando Kaira se uniera en matrimonio, la convertiría en la doncella principal de esta.

   Sin embargo, el tiempo pasó hasta que solo quedaron recuerdos de este cariño. La vida continuó su rumbo y no hubo nada que hacer, se convirtieron en desconocidas, rompiendo el corazón de Zervus.

   Sus encuentros nocturnos accidentales comenzaron a romper el hielo poco a poco. Sin embargo, ninguna se atrevía a dar el primer paso, a pesar de que lo anhelaban más que nada. Ambas guardaban el secreto de la otra, sabiendo que jamás se delatarían.

   Con delicadeza le retiró el cubo y el cepillo de la mano, para luego apoyarlos en el suelo. El roce de sus manos se sintió incómodo, aun así, Camila se moría por abrazarla. Con la voz temblorosa por los abrumadores recuerdos de su infancia y lo que podría haber sido su vida, Kaira le susurró:

   —Nadie puede enterarse que has aprendido sola, lo sabes. —La joven asintió con energía, sin entender mucho que sucedía. Kaira quiso continuar, pero el solo pensamiento de lo que iba a decir le rompió el corazón. Los ojos se le llenaron de lágrimas, suspiró riendo mientras se armaba de valor.— De lo contrario, te quemarán en la hoguera... Pero podemos cambiar eso. —Entre sus manos temblorosas colocó el libro que Lilith le había regalado, sobre las Diosas Olvidadas. Con su cubierta de cuero morado, páginas negras, sin título, solo la Luna pintada en dorado.

   Camila acarició el pesado libro, se le hizo liviano. Sus manos parecieron encajar a la perfección con el cuero y la Luna dorada soltar un destello. Por su lado, Kaira sintió como la sensación del déjà vu inundaba su cuerpo. Se sintió correcto, sus pensamientos se sincronizaron: habían nacido para ese momento, las cosas no podían ser de otra manera.

   El texto más prohibido de todos, el más peligroso de poseer y el más peligroso para Sauro. Salvado de la quema de bibliotecas durante la Segunda Era, por una joven que sacrificó su vida internándose en las llamas, tomando un libro al azar y huyendo. Su cuerpo envuelto en llamas llegó hasta el gran pinar. Encontraron su cadáver carbonizado, pero sin rastros de las páginas prohibidas. En ese libro estaba lo necesario para reclutar a las doncellas en la lucha. Kaira no tenía dudas, sabía que lo sentirían... aquella luz lunar que parecía susurrarles cosas, guiándolas hacia la libertad. Despertándolas.

   —Ten, léelo para las demás en la seguridad de la noche —imploró Kaira—. Ayúdalas a saber la verdad.

   Camila temió, pero al fin lo tomó con fuerza, sonrió asintiendo lentamente. Le demostraría a Zervus que sus fantasías de libertad eran mucho más que eso, podían volverse realidad. Deseos de ser libre que habían nacido cuando perdió a Kaira. Desde ese momento la pequeña Camila tuvo la certeza de que las cosas debían cambiar, esto no hizo más que aumentar cuando los agujeros en la historia se le hicieron cada vez más evidentes leyendo la colección de libros privada de la familia real. Su familia, las otras doncellas, no querían escuchar nada al respecto. Aquel libro cambiaría todo.

   Si las leyendas eran ciertas podrían devolverles el poder a las Diosas Olvidadas, obligando a todos a recordarlas. Camila no defraudaría a la Princesa, cada noche se encargaría de enseñarle la historia a todas las doncellas. Pronto, todas las recordarían.

   Se observaron en silencio, la urgencia de decir algo pero sin nada que expresar. La necesidad de abrazar a una extraña. El incontrolable deseo de volver el tiempo atrás, que las cosas fueran diferentes, la vida más justa. Y sus destinos diferentes.

   Con un nudo en la garganta, Kaira se despidió una vez más, sin palabra alguna. Besó a Angus y se retiró, a pesar de que cabalgar por el Pinar Nevado era lo que más necesitaba. Camino a su habitación pensó en las doncellas: "ellas son la clave", se repetía.


   Una vez que se encontró sola, lagrimas comenzaron a caer por las mejillas de Camila. Las ignoró, y continuó con su vida como ya había hecho cuando era pequeña.

   Un libro antiguo, dado a la persona correcta. Una pequeña interacción entre dos almas conectadas. Una acción inevitable, resultado de una Kaira sedienta de aventura navegando hacia Verum, donde conocería a Lilith. Pequeños momentos que las traerían hasta aquí.

   Camila cepilló con gran cariño el cabello del corcel, sin saber que su vida había cambiado para siempre. Volviendo el despertar algo inevitable, y su destino... algo diferente a lo que imaginaba. 


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