XIX. Nuevo, viejo, prestado y azul.
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La luz del alba tiñó la nieve de un suave azul mientras poco a poco el sol se hacía paso, pintando los cielos de anaranjado, consigo llegó el amanecer de la boda.
En su alcoba, Kaira se encontraba sentada en el suelo sobre sus pies. Observaba su reflejo en el espejo, su cuerpo estaba presente pero su mente surcaba los mares más lejanos que podía llegar a imaginar. Su cabello, esparcido por el suelo mientras con gran amor Zervus peinaba cada mechón. Llevaba su camisón de noche, con las mangas traslúcidas; su visión se desvió hasta éstas y observó sus heridas, hechas por su propia familia y escondidas de los ojos del pueblo.
Poco tiempo después el resto de las doncellas ingresó en la habitación, la desnudaron y cubrieron la piel con olorosos ungüentos de miel que suavizarían su piel. Con delicadeza la perfumaron y llevaron color a sus mejillas con unos polvos pigmentados. La Princesa simplemente se dejó hacer, mientras Zervus le cantaba con dulzura en un intento de traerle un poco de paz.
En la Piedra Blanca de los Dioses, el Bloque Negro se preparaba en silencio. La tensión podía sentirse en el aire y nadie se atrevía a decir palabra, sudaban por los nervios. Poco a poco comenzaron a salir hacia las calles, donde los ciudadanos ponían la ciudad lo más bella posible al mismo tiempo que se preparaban con sus mejores prendas.
Farkas, de pie frente al jardín privado del castillo, observaba la preparación del altar. Le encantaba aquel jardín, parecía que las plantas hubieran cobrado vida, intentando construir su propio castillo de enredaderas y espinas. Formando un sombrío pero bello laberinto.
El altar de muérdago se estaba preparando frente a una fuente inmensa, una representación en piedra del jardín que se encontraba dentro del salón, donde se encontraba la escalera de caracol. También podían verse las figuras de Egot y Knglo.
El reloj avanzaba, se acercaba la hora dorada, el momento de la gran ceremonia. La mayoría de los invitados ya habían ingresado. El Bloque Negro subía las escalares del castillo, sintiendo que ingresaban al matadero.
Habían comprado, robado y confeccionado prendas nuevas para la ocasión. Todas habían peinado sus cabellos con gran esmero y maquillado su rostro, mientras ocultaban pequeñas dagas entre los pliegues de su ropa. Otras, también escondieron fuertes pociones y letales venenos en sus corsés. Cada una de ellas llevaba amuletos protectores que Jolly había preparado para protegerlas y asegurar el retorno a casa.
Wilhelm avanzaba por los doscientos uno escalones, tomado del brazo de Sao. Seguidos por Meena y Lilith. Eran los únicos cuatro miembros de la rebelión que ingresarían, para no levantar sospechas. El resto permanecería estratégicamente colocado en los alrededores del castillo, fingiendo preparar las calles para el festejo. Otras, se encontrarían observando por los cristales, esperando en caso de que se les necesite.
Farkas intentaba concentrarse en su futuro como Rey y el progreso al que necesitaba guiar a Serendipia, se lo había prometido a su padre... pero la infelicidad de la Princesa en los últimos días no lo dejaba completar ninguna tarea con éxito.
Se encontraba en uno de los extremos del jardín, con los invitados moviéndose a su alrededor. Llevaba unos elegantes pantalones holgados, marrones, con un cinturón ligeramente más claro. Una camisa de elaborados puños, tan blanca como las nubes aquella mañana. Una tupida corona de hojas de laurel descansaba sobre su cabeza, resaltando el anaranjado de su barba.
Lorenza había intentado convencerlo de usar un saco de terciopelo, con una ligera cola, como los que utilizaba el Rey. Pero no se sentía realmente cómodo con esa clase de vestimenta, por lo cual optó por utilizar un elegante chaleco, del mismo color de las hojas en su cabello. Un pañuelo del mismo color que su cinturón, se enrollaba suavemente sobre su cuello.
En ese momento, más que nunca, dudaba de estar haciendo lo correcto. Sauro les ocultaba demasiadas cosas y a partir de esa tarde ya no habría vuelta atrás, Kaira estaría encadenada a él para siempre. Esperaba que eso no significara condenarla a la infelicidad eterna.
Quizás... solo quizás, podría decirle la verdad de sus intenciones y ganarse su confianza. Pero se arriesgaba a que la Princesa revelara su plan, condenándolo a él y a su padre.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando cruzó miradas con Lilith, quien acababa de entrar junto con sus acompañantes. Llevaba un hermoso pero simple vestido verde grisáceo, su cabello en unas trenzas de caja con trozos de lana del mismo color.
Farkas los reconoció de aquella noche, cuando conoció a Kaira. Aquellos ojos eran inconfundibles, y no pudo evitar preguntarse cuáles eran sus intenciones.
Lilith apresuradamente evitó su mirada y se integró entre los invitados y las plantas, desapareciendo de su vista.
—¿Quiénes son ellas, padre?
Vilkas estaba a su lado, acomodando la boina marrón que llevaba. Llevaba la misma vestimenta que su hijo, pero todo del mismo color marrón oscuro y no llevaba ninguna corona.
—No lo sé, deja que pregunte —respondió su padre. En ese momento Victoriano pasaba frente a ellos, apresurado, ajustando cada tuerca y detalle de la boda. Vilkas lo tomó sin violencia del cuello de la camisa, luego lo abrazó fraternalmente—. ¿Qué tal, Víctor? ¿Ocupado?
Victoriano llevaba una vestimenta ligeramente parecida a la de Vilkas, pero él prefería un color avellano claro. Will una vez le había dicho que resaltaba el color de sus ojos. Abrió la boca para mencionar que no tenía tiempo para charlas, pero Vilkas continuó hablando, sin esperar respuesta alguna.
—¿No? ¡Bien! —Con unas palmaditas en la espalda de Víctor, el encargado de los festejos, continuó—: ¿Quién es la joven de cabellos naranjas y la cadena dorada en la nariz?... ya que estás aquí, también dime quien la acompaña. ¿Dónde está, Farkas?
Farkas la buscó con la mirada por unos segundos, cuando la encontró señaló en su dirección. Los tres miraron en silencio.
—¡Ah! allí —rió Vilkas—. Está acompañada de un hombre, otra muchacha y...
Se quedó en silencio observando a Sao, quien tranquilamente hablaba con las jóvenes, enumerando algo con sus dedos. Tardó en reconocerla debido a lo elegante que iba, pero en el momento que vio aquel rostro no dudo que era su compañera de tantas noches.
—El hombre que los acompaña se llama Wilhelm, jamás me ha dicho su apellido. Honestamente no tengo ni idea de quién es, qué hace o de donde viene, pero es un buen tipo... muy mal perdedor. Me pidió asistir a la ceremonia con su familia. —Víctor tragó saliva, observó el brazo protector de Will sobre el hombro de Zheng Yi Sao. Con un suspiro dijo, antes de marcharse con un aire de tristeza disimulado—: Supongo que serán su esposa e hijas... Debo irme, antes de que el sacerdote se termine el barril de vino antes de la ceremonia.
Al mismo tiempo, Meena y Lilith se alejaron y salieron del jardín hacia el salón del castillo. Decidido, Vilkas comenzó a caminar hacia Sao y Will, sintiéndose otra vez un adolescente. Y por un golpe de impulsividad, Farkas decidió seguir a las dos jóvenes.
A la derecha del Rey, con su armadura recién pulida, Grimn observó toda la escena memorizando esos rostros que tanto le molestaban por alguna razón desconocida. Había releído una y otra vez la lista que Victoriano le había entregado con los nombres de los invitados, asegurando que todos tenían la confianza de la familia real. Sin embargo, Grimn no confiaba en aquella familia particular, siempre estaban presentes cuando algo se salía de control. Pero no podía hacer otra cosa que limitarse a observar, ya había tenido problemas por actuar antes de tener pruebas y por su desmedida violencia, no podía arriesgarse a perder su puesto como caballero del Rey. Debía serenarse y observar. Listo para todo.
En su habitación, Kaira se encontraba rodeada de jóvenes doncellas que intentaban levantarle el ánimo. Zervus le estaba recortando el flequillo para que quedara perfecto, con unas tijeras de oro. La Princesa estaba casi lista. Aún no llevaba los zapatos y las doncellas estaban terminado su peinado.
El vestido blanco champagne, se componía de delicados bordados y una falda con gran caída, de finas capas de seda y tul. Por el tipo de diseño parecía que el cuerpo de la Princesa estaba siendo envuelto por la espuma del océano, representando sin querer como realmente se sentía: se estaba ahogando.
El corsé blanco con costuras doradas, se ataba en su espalda y terminaba en puntiagudas hombreras. Mientras unas mangas acampanadas llegaban hasta el suelo y se entrelazaban entre sus dedos. Finas cadenas doradas se posaban sobre la tela y tintineaban a cada movimiento. Y una capa con capucha de encaje descansaba sobre sus hombros.
Se veía hermosa, como si hubiese sido arrancada de un cuento de hadas. Repleto de magia y novias sonrientes.
Camila había formado dos gruesas trenzas al costado de su rostro, las cuales después se unían en la parte de atrás de su cabeza. Con gran destreza, dividía, juntaba y torcía las trenzas, hasta formar una delicada mariposa en la espalda de la Princesa. Entre sus cabellos colocó cintas blancas.
El resto de su cabello permaneció libre, a diferencia de ella.
Dos doncellas se arrodillaron y comenzaron a colocarle los zapatos, de cadenas doradas entrelazadas entre sí, que se elevaban hasta sus rodillas. Con otras cadenas tan finas como un hilo, adornaron su cabello, la espalda y la extensa cola del vestido.
La anciana Zervus, se volvió a parar frente a ella cubriendo su reflejo en el espejo. Con dedos de experta comenzó a acomodar su flequillo cubriendo con delicadeza su frente, hasta que cada pequeño mechón quedó en su lugar.
—Zervus... —dijo Kaira, mirando a la doncella.
—¿Qué necesitas, Princesa? —respondió en un susurro, Zervus, sin dejar de acomodar su cabello.
—¿Dónde están las debutantes?
Todas las doncellas se quedaron completamente inmóviles, petrificadas, incluida Zervus. Camila observó a la Princesa a través del reflejo del espejo, con el cabello todavía entre sus dedos sonrió. Después de unos segundos reanudaron sus tareas, temblorosas tocaban a Kiara por todos lados, ignorando su pregunta. Tirando, ajustando, atando y perfeccionando.
—¡Basta! —grito Kaira abrumada, agitando los brazos.
Acostumbradas a ese trato, pero jamás de la Princesa, todas se alejaron. Miraron el suelo y esperaron. Camila fue la única que le sostuvo la mirada.
—¿Dónde están? —repitió—. Siguen allí, encerradas. ¿Verdad?
Zervus fue la única que tuvo la valentía de hablar, siempre se sintieron cómplices de las atrocidades del Rey. Pero la realidad es que no tenían cómo pararlo.
—No lo sé, cariño... Si hacemos preguntas, nos cortan el cuello.
—Zervus, yo... Sé que las han tratado de ingenuas toda la vida, también sé que no hay nada más lejos de la realidad. Las conozco, sé el potencial que cada una de ustedes tienen para hacer un cambio. —Kaira no había tenido la valentía hasta el momento de intentar pedirle ayuda a las doncellas, pero ya no había tiempo que perder. Esperaba que estuvieran listas, Camila se había encargado de que así fuera— Confió en eso...
Nadie le respondió, por lo cual suspiró y continuó:
—Algo pasará esta noche, puede parecer aterrador, pero si queremos que las cosas cambien tenemos que luchar... Por favor, necesito su ayuda. No puedo hacerlo sin ustedes y jamás las pondría en peligro, tienen que confiar en mí.
• ────── ☼ ────── •
Lorenza salió de su alcoba ajustándose el vestido, igual de sombrío y aburrido como los que usaba siempre. Una sonrisa triunfal se dibujaba en su rostro, al fin su hija pasaría a ser problema de alguien más.
Ya era momento de bajar al jardín privado, sin tocar la puerta entró en la habitación de Kaira. La encontró sola, casi lista. Al verla levantó los brazos, luego los volvió a dejar caer, en un gesto de fastidio.
—¿Dónde está la corona de rosas, Kaira? —Era lo único que le faltaba a la Princesa, quien con una tímida sonrisa respondió:
—Lo siento, madre. Le pedí a las doncellas si podían cortarlas y hacerla a último minuto, quería que las flores fueran lo más frescas posibles.
—Siempre tienes que estar interfiriendo en cosas que no te corresponden... vamos.
Lorenza la tomó del brazo y comenzaron a caminar por los pasillos desiertos, en completo silencio. Todos los invitados estaban en el jardín privado junto con la mitad de los guardias, la otra mitad patrullando fuera del castillo. El Rey esperaba junto al altar con Farkas, donde se sumaría Lorenza. Las doncellas preparaban el banquete en el salón de baile, mientras otras esperaban en el jardín, listas para crear hermosas melodías con los instrumentos.
Mientras bajaban por la escalera caracol y se dirigían a las puertas de cristal detrás del trono, Kaira recordaba la última hora:
Les explicó a las doncellas cual era el plan, demostrándoles que su parte era simple, ya que lo que menos quería era ponerlas en peligro. También les reveló la verdad del Bloque Negro, que en lo más profundo de su corazón algunas ya sabían. Las doncellas no pudieron evitar hablar de Makra y Durga, a quienes les rezaban cada noche, en secreto. En ese momento entró Meena en la habitación, pero Kaira esperaba también a Lilith.
—¿Y Lilith?
—Está... —balbuceó Meena, buscando una respuesta que no pusiera nerviosa a Kaira— ...ocupándose de unos asuntos.
—Mmm, de acuerdo —respondió confusa.
Luego de que las doncellas tuvieran clara su única y simple tarea, se marcharon dejando a las jóvenes solas. Se miraron en silencio, incómodas.
—Pareces una sirena, pyar —dijo Meena, para romper el hielo.
—Oh... gracias.
Se observaron en completo silencio, midiendo la distancia que las separaba. Sin acercarse terminaron de asegurar algunos detalles del plan y volvieron a sumirse en silencio. Meena suspiró, se armó de valor.
—En Aszus tenemos una... una tradición —Comenzó a decir Meena, mirando la pintura en el tejado de la alcoba de Kaira.— La novia debe llevar algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul.
Comenzó a caminar alrededor de Kaira, examinando su vestido y su cuerpo, sin tapujos. Hablaba pausadamente, observando el pecho de Kaira que subía y bajaba debido a su respiración.
—Algo nuevo representa el comienzo de una etapa optimista, un futuro brillante —Tocando la suave tela de su vestido, cerca de sus caderas, continuó en un susurro—: Tu vestido, por ejemplo.
Se detuvo frente a ella, con sus cálidos dedos dibujó unas líneas invisibles en sus hombros, hasta llegar al collar de Kaira.
—Algo viejo simboliza la conexión con tus orígenes, tu pasado. Las cosas buenas y malas que te han formado a la persona que eres hoy. —Kaira se estremeció al sentir las manos de Meena en su piel, quien la miraba directo a los ojos.— Tu collar, por ejemplo.
Lentamente deslizó sus manos hasta las mejillas de la Princesa, quien sentía que su corazón se podía oír por toda la sala.
—Algo prestado es para atraer la buena fortuna de quien te lo dé, o incluso un deseo compartido, que deseas que se cumpla. —Meena sé acercó a sus labios y la besó por un segundo. Sin alejarse le dijo—: El deseo de viajar, por ejemplo.
Se mantuvieron en silencio por lo que se sintió como una hermosa eternidad. Al fin, Kaira, quien se sentía en una especie de sueño, susurró:
—¿Y algo azul?
Meena pestañeo, se alejó hacia la puerta. Kaira sintió desesperación, sentía la urgencia de no despegarse de ella, pero no era lo suficientemente valiente para decírselo. Con amargura, Meena le dijo antes de irse:
—Simboliza el amor y la fidelidad, el sagrado compromiso con quien te unes en matrimonio —Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.— Lástima que en Serendipia no se use el azul...
Kaira se quedó sola, tocó sus labios, mientras la voz de Meena retumbaba en su mente.
"Un deseo compartido... el deseo de viajar."
Meena le había prestado un beso, con la esperanza de que Kaira no se olvidara de devolvérselo la próxima vez que se vieran. Kaira sonrió, mordisqueando sus labios.
...
Ya de pie frente a la puerta de cristal, Lorenza le acomodaba la cola del vestido a su hija. Maldiciendo una vez más el imprevisto de la corona de rosas. Se marchó, no sin antes recordarle que debía esperar aún unos minutos.
Kaira asintió, sin ni siquiera oír a su madre.
• ────── ☼ ────── •
Una hora atrás, cuando Meena y Lilith ingresaron al castillo seguidas por Farkas, se dirigían a la habitación de Kaira.
El hombre mantenía la distancia para no ser detectado, pero en uno de los giros las perdió de vista. Sin saber que Meena ya se encontraba con Kaira, junto con las doncellas.
Farkas se vio sorprendido por Lilith, quien lo empujó a una pared. Le colocó su daga en el cuello y con una expresión feroz le dijo en un susurro:
—Esto no te concierne. —El tic-tac de la daga sonaba entre los dos rostros.
—¿Dónde está la otra? —respondió Farkas, sereno—. No puedo permitir que arruinen la ceremonia.
—¿Quieres a Kaira?
Silencio.
—No —respondió Farkas, sin entender que tenía que ver aquella pregunta.
—Exacto, solo quieres la corona. Tranquilo, no nos meteremos en tu camino. Siempre y cuando tú no te metas en los asuntos de la Princesa. —Lilith presionó ligeramente la daga, marcando la piel de Farkas hasta el punto justo para no cortarlo.
Las doncellas salieron de la habitación de Kaira y observaron la escena. Farkas las miró incrédulo, sin entender por qué no iban a buscar a los guardias.
—Prometiste no interferir en la libertad de la Princesa —continuó Lilith.— Demuéstralo y déjanos en paz.
—No puedo hacer eso.
Las doncellas continuaban observando, con el rostro serio, pero el miedo podía verse en sus ojos. Ninguno de ellos lo sabía, pero en ese momento Meena besaba los labios de Kaira, por primera vez.
—Si mencionas a alguien algo sobre nosotras, pararan la ceremonia, no serás nombrado suceder de la corona y jamás serás Rey —En un acto de demostrar confianza Lilith lo liberó, dio un paso atrás y sin sentirse intimidada por el tamaño del joven, finalizó—: ¿Eso es lo que quieres?
Meena salió de la habitación, se paró al lado de Lilith, mirándolo como si de un tonto se tratara. Lilith se llevó su mano vendada a la cara y con un dedo en sus labios, hizo la seña de silencio. Farkas la miró, asintió y mientras se alejaban le clavó la mirada a Meena, quien burlona lo saludó con la mano. La humedad de los labios de Kaira en los suyos.
De vuelta en el presente, Farkas estaba de pie frente a la fuente de agua. Su padre, Sauro, Lorenza y el sacerdote esperaban. Farkas podía ver la silueta de la Princesa en el otro extremo detrás de los cristales, parecía estar hablando con Zervus. Debido a los múltiples colores y formas, no podía distinguir nada más. Suspiró y apartó la mirada, en el público se encontró con Yong, su fiel y mejor amigo, este sonrió y levantó ambos pulgares en señal de apoyo. Esto sirvió para calmar al joven futuro heredero de la corona. Además de su padre, Yong era una de las razones principales por las que hacía todo esto.
Vilkas observaba a Sao, de pie sola entre la multitud. Su bello rostro le parecía el de un ángel entre un mar de fantasmas. Ella no dijo nada, pero sus ojos se agitaron mientras una sonrisa aparecía en su rostro. Sosteniéndole la mirada, cargada de amor y promesas futuras que aún no habían sido pronunciadas, Vilkas recordó:
Cuando Victoriano se retiró para evitar que el sacerdote se emborrachara antes de tiempo y Farkas comenzó a seguir a las jóvenes que irían a ver a Kaira, Vilkas se acercaba a Zheng Yi Sao, pero antes de que pudiera decir algo ella se volteó, le sonrió y lo saludó.
—¿Sabías que estaba aquí? —dijo él, feliz de verla, pero dolido de verla con alguien más.
—Por supuesto, fue lo primero que mis ojos captaron al cruzar la puerta —respondió la mujer, coqueta—. A mí no se me escapa nada...
Él no pudo evitar imitar su sonrisa, pero luego fingiendo aclarar su voz, volvió a ponerse serio y observó a Wilhelm.
—¿Y este?
—Solo soy un buen amigo. —Wilhelm sonrió, encantado de conocer al fin al famoso Vilkas del que tanto le había hablado Sao.— Si me disculpan, voy a dar una vuelta.
Y se fue, dejándolos solos. Vilkas suspiró, sonrió al suelo sintiéndose derrotado. Sao lo miraba divertida y enternecida.
—¿Qué me estás haciendo, mujer? —La miró a los ojos, ella le sostuvo la mirada.
—No estoy aquí por ti, Vilkas. No estabas en mis planes, pero ahora aquí estás...no puedo hacer nada para sacarte de mi vida.
—¿Quieres sacarme de tu vida?
—No —respondió demasiado rápido para su gusto—. Pero si quieres que me quede en la tuya no intervengas. —La autoridad en la voz de la mujer era lo que más le fascinaba a Vilkas.
—¿De qué hablas? Déjame ser parte —susurró el hombre, decidido.
Ella se acercó, tomándole la mano le murmuró al oído:
—Aún no. Descuida, nadie saldrá herido, ningún inocente al menos. —Pasando las manos por la camisa del hombre y luego rodeándole, antes de irse del brazo de Wilhelm, dijo—: No intervengas, hazlo por mí.
Vilkas regresó al presente con un suspiro. ¿Valía la pena?, pensó, no tenía idea en que se estaba metiendo y aun así no había dudado un segundo en unirse a cualquiera que fuera su lucha. Honestamente le daba igual si valía la pena, pensaba en el sonido de su voz a cada minuto del día y en ese momento entendió que lo haría, no sabía qué, pero por ella haría cualquier cosa.
Siempre y cuando no pusiera en peligro a Farkas, Vilkas haría lo que fuera para que aquella mujer cumpliera sus más profundos sueños.
Amor y guerra, pensó Sao, letal y hermoso como la Belladona.
En ese momento las doncellas comenzaron a tocar los instrumentos de aire y cuerdas, siguiendo el ritmo que marcaba el arpa. Kaira debía esperar el violonchelo, a manos de Camila.
Miles de las mariposas fabricadas por Farkas volaban entre los invitados y las plantas, soltando pétalos de rosa y hojas de laurel por el camino donde Kaira caminaría en unos minutos.
Al otro lado de la puerta, Zervus le entregaba la corona de rosas a Kaira, sintiendo su corazón romperse una vez más por la Princesa. Kaira la tranquilizó, asegurándole que estaría bien, que solo era una distracción.
Los tambores comenzaron a tocar, dos guardias se acercaron a las puertas. Todos voltearon y sin querer contuvieron el aliento. Como un espectro, Sao se hizo paso entre la gente y desapareció del salón por una de las puertas laterales.
Las puertas se abrieron y ligeros gritos de horror se escucharon. Sauro observó incrédulo a su hija, luego a su esposa quien con una furia destructora le susurró: "Se volvió loca, quiere asustarlo."
Victoriano, quien se encontraba en una esquina con la espalda en la pared, inmediatamente se disponía a parar la ceremonia y socorrer a su sobrina. Wilhelm apareció detrás de él, lo obligó a tomar Sangre de Abeja Reina y lo arrastró por una de las salidas laterales, inconsciente.
Este detalle se le escapó a Grimn, quien se encontraba concentrado preguntándole a Sauro si deseaba parar la ceremonia. El Rey se limitó a reír, dijo que su hija era muy excéntrica y si le daban importancia los invitados se alarmarían.
Grimn observó incrédulo al Rey, su aliento a ron delataba su estado. Claramente no estaba pensando con claridad, pero no le quedaba otra que obedecer.
Vilkas tragó saliva e intercambió una mirada con su hijo, ambos habían hablado de sus encuentros justo antes de la ceremonia. No tenían idea que estaba sucediendo y la familia real no parecía inmutarse, y el pueblo, como siempre, los imitaba.
La Princesa, con el rostro serio y desafiante, caminaba por el altar mientras unas gruesas gotas de sangre caían por su rostro, manchaban su vestido y su cabello. Cruzando su frente y rodeando su cabeza: una corona de espinas, sin una sola rosa, se encontraba clavada en su piel.
El olor a azufre opacó el olor de las flores y los inciensos del jardín.
En sus manos llevaba el tradicional ramo de flores que todas las novias depositaban en las fuentes de agua; depende la flor, depende el deseo que le pedías a Egot y Knglo. Kaira había elegido las hortensias, con sus hermosos pétalos que podrían provocar alucinaciones y la muerte. En Serendipia se las conocía como La Flor de las Brujas, ya que se decía que atraía a la muerte y los muertos. La Princesa las había recolectado del centro mismo del Pinar Nevado, junto con otras pequeñas flores para adornar el ramillete. Lamentablemente, solo encontró hortensias de un solo color: azules.
Llegó hasta el altar y se detuvo frente a Farkas. Él la observó intentando leer su mirada. Solo por un segundo la mirada desafiante abandonó los ojos de Kaira, suplicante le dedicó una mirada de puro ruego, solo para él.
Una gota de sangre se deslizó entre sus cejas, como en la muerte de Angus. Se arrastró como un río rojo hasta posarse en los labios de la Princesa. Las hortensias azules ahora flotaban en el agua, alrededor de la pareja.
Farkas observó la sangre y se detuvo en sus labios. Suspiró asustado, recordando su promesa de no intervenir en su libertad. La tomó de la mano y juntos se giraron hacia el sacerdote, quien en murmullos atropellados rezaba atemorizado, había olvidado que debía decir.
• ────── ☼ ────── •
Victoriano se despertó en su habitación, amarrado a una silla. A distancia lo observaban Sao, Lilith y Meena. Wilhelm se encontraba inclinado en su silla, le acababa de frotar un fuerte ungüento en la nariz. El olor de la menta y la pólvora despertó a Víctor, quien automáticamente comenzó a intentar zafarse de las sogas, pero los nudos estaban hechos por profesionales.
—¿Dónde está Kaira? —Le dijo a Wilhelm, mirándole con odio. Will lo miró con pena.
—Ahora mismo está en el altar. Probablemente por ingresar a la fuente. —Will tiró del respaldo de la silla hacia atrás, elevando el campo de vista de Víctor, para que lo mirara directo a los ojos. Los músculos de su brazo se tensaron con la acción, a pesar de no representar un esfuerzo alguno para él. Sus respiraciones se fundían en una sola debido a la cercanía.— Te sugiero que cooperes.
—¡¿Quién eres?! —le gritó, mientras arrugaba la nariz con furia. En un susurró sentenció—: ...todo este tiempo fingiendo.
—No todo fue fingido. —Ambos se miraron. Will pestañeó abrumado ante el dulce aroma de Victor que erizaba su piel. Con un suspiro le preguntó—: ¿Dónde está la llave del sótano?
En ese momento una expresión de sorpresa, pena e incluso compresión se dibujó en el rostro del Lord.
—No pueden detenerlo... lo he intentado, pero se niega a renunciar a sus juegos.
—No fue esa la pregunta, despabila. —Will agitó la silla, Víctor sentía que en cualquier momento lo soltaría, dejándolo caer de espaldas al suelo.— Sé que odias lo que hace, y nadie sabrá que estás implicado.
Lentamente Wilhelm enderezó la silla, el cabello de Víctor cubrió su rostro, pero Will se lo apartó. La piel del Lord se erizó al contacto con las cálidas manos del hombre, quien se agachó frente a él y una vez más dijo:
—¿Dónde está la llave?
—No puedo creer que confié en ti...
Los sentimientos de Victoriano se arremolinaron dentro de su pecho, como lo habían hecho aquella noche en el Pozo del Aguamiel, pero esta vez no había rastro de aquella dicha. Creyó con toda seguridad odiarlo, observó su rostro y quiso vengarse por el dolor que lo estaba haciendo pasar. Sus ojos expresaron puro odio, cuando la realidad es que lo que sentía era impotencia y traición, a manos de quien más deseaba confiar.
Wilhelm no pudo sostenerle la mirada, miró a Sao y luego a las jóvenes. Víctor siguió el curso de sus ojos, recordó que las había visto bailar con Kaira bajo el cerezo en la plaza.
—Kaira es parte de esto... ¿Verdad? —Volvió a mirar a Will.— Todo este circo de la corona de espinas, es solo para ganar tiempo...
Will se volteó para mirarlo, sin saber qué decir. Observó sus labios, ligeramente abiertos y su pecho que subía y bajaba furioso, jadeante. Se puso de pie, necesitaba la información pero no quería hacerle daño. Sin embargo, si no le dejaba otra opción...
—En el trono —dijo Víctor, todos volvieron a mirarlo—. Debes sentarte en el trono, y tocar cada una de las narices de los zorros. Un comportamiento se abrirá y allí abra una llave, única. Es la única manera de ingresar al sótano, la puerta es indestructible, créeme, lo he intentado... Me lo enseñó una vez que quiso darme un pase especial a su salón de la repugnancia. —Se explicó, temeroso de que Will malinterpretara su conocimiento.
Las mujeres se marcharon al instante. Wilhelm y Victoriano se miraron. "Sal de mi vista", susurró el segundo. Will, con una mueca escondió sus labios, asintió con la cabeza y salió de la habitación, no sin antes susurrarse para alentarse:
—Lo que sea necesario. —El pecho le dolía, pero debía pensar en la lucha. Haría lo que fuera necesario para terminar con el sistema de terror que había construido la corona, generación tras generación.
Las doncellas entraron en la habitación siguiendo a Zervus, desataron a Víctor, recordando la explicación de Lilith de cómo soltar los nudos. Victoriano las observó fastidiado, sintiendo que había estado completamente ciego, rodeado de locos y traidores.
Los cuatro integrantes del Bloque Negro corrían apresuradamente por los pasillos, directo a la sala de trono, donde se celebraría el banquete. En ese momento, observando los centenares de pasillos y salones desiertos, Lilith entendió a lo que se refería Wilhelm la noche del baile respecto a los guardias. Era toda una fachada, la realidad es que el castillo estaba completamente expuesto y vulnerable, porque se creían a salvo.
"Van a caer por su propia estupidez" pensó Lilith mientras el corazón se aceleraba cada vez más a cada minuto. Como siempre, pensó en su madre.
En el jardín, luego de que Grimn le gritara que continuara, el sacerdote comenzó la ceremonia. Kaira y Farkas se encontraban dentro de la fuente con el agua hasta las rodillas, tomados de ambas manos, observándose.
—Kaira, hija de la tierra, Princesa de la nieve. Descendencia de Sauro y Lorenza, hijos de la tierra y Reyes de la nieve. Farkas, hijo del mar, portador del futuro, futuro heredero al trono; descendiente de Vilkas, hijo del mar, padre del agua. Unión entre dos familias: Tábido-Vetusto y Torvar.
Sauro se removió incómodo sabiendo que su hija ya no llevaría su apellido. La única música que se oía era la del sombrío violonchelo, tocado por Camila quien observaba la escena, las manos le temblaban y sentía la presión por el suelo. Las mariposas mecánicas revoloteaban alrededor de la pareja.
—La unión es sagrada, el vínculo irrompible y el futuro brillante — continuaba el sacerdote, observando el rostro de Kaira—. Ni baratijas, ni papeles sellan el matrimonio. Solo un beso lo hará.
En ese momento el resto de los instrumentos se sumó. Farkas y Kaira comenzaron a acercarse, la sangre caía cada vez más lento por el rostro de la Princesa. El agua tenía pequeños borrones rojos, donde su cabello y el vestido flotaban.
Al llegar al gran salón pudieron oír cómo la música sonaba en el jardín, indicándoles que debían apresurarse. La ceremonia estaba llegando a su fin. Kaira ganaría tiempo, pero no demasiado. Will, Sao, Meena y Lilith, frenaron frente al trono.
Meena frenó el paso y observó las puertas de cristal que la separaban de Kaira, en ese momento su corazón se salteó un latido al darse cuenta lo que la Princesa estaba haciendo. Sao corrió a su lado y perdió la calma, por más que había intentado no hacerlo... apresuradamente comenzó a tocar una a una las narices de los zorros, sin sentarse en el trono.
—¡No! —gritó Wilhelm—. Así no.
Sao se volteó, confusa, sin recordar lo que Víctor había dicho. Lilith, con un resoplido de irritación, se sentó en el trono y comenzó a tocar las narices de los zorros en un orden aleatorio. Cada vez que los tocaba, las narices se iluminaban ligeramente. Algo que Sao no había logrado por que una placa de presión en el asiento del trono activaba el mecanismo.
Sin prestar atención a sus tres compañeros, que la miraban incrédulos ante la visión de ella sentada en el trono, con la música inundando el ambiente y la iluminación a sus espaldas, tocó el hocico faltante. En ese momento, una de las ramas doradas que se extendían para los brazos del Rey se abrió. Allí había una hermosa llave del tamaño de la mano de Lilith, con un diseño que recordaba las olas del mar, o el fuego, era confuso.
No perdieron el tiempo, tomó la llave y comenzó a correr hacia donde Kaira y las doncellas les habían explicado. En el pasillo más oscuro, más angosto y donde ninguna doncella limpiaba jamás, encontraron una puerta sin trabar. Sin dejar de correr, abrieron la puerta y comenzaron a descender por las húmedas escaleras de piedra, en ese momento sabían que estaban ingresando a la montaña sobre la que estaba construido el castillo. Lilith iba por delante, tomando la llave con gran fuerza, como si pudiera desvanecerse de un momento a otro.
Pensativo y en silencio, sintiéndose completamente traicionado, Victoriano regresó al jardín, justo a tiempo para el beso. Sin saber que esperar a continuación.
Sin soltarse las manos, Kaira y Farkas se acercaban con lentitud mientras ligeramente abrían sus bocas.
Cuando sus labios se tocaron al fin, la banda volvió a callar, excepto por el violonchelo. Se besaron sin ternura alguna, con sabor a mentiras y un futuro vacío de amor. Farkas saboreó la sangre en los labios de la Princesa, y pensó que jamás había besado unos labios tan suaves. Ahora sus labios también estaban manchados con la sangre de Kaira.
Al separarse, el pueblo gritó y aplaudió de alegría. Farkas estaba completamente turbado por la situación, la Princesa parecía sacada de un cuento de terror y el pueblo había tardado sólo dos segundos en entender que debían ignorarlo y fingir que todo estaba bien. Kaira lo miró y le sonrió triunfante.
—La naturaleza es testigo de su unión —dijo el sacerdote, finalizando la ceremonia. En Serendipia era todo lo que bastaba para casarse. Y aquel ritual era más fuerte que los anillos o los certificados—. Egot y Knglo observan —sentenció.
Por un segundo, Kaira se quedó de piedra, olvidando su misión. Inconscientemente apretó las manos de Farkas entre las de ella, él se giró a verla. Sus ojos se agitaban nerviosos mientras sus cejas se fruncían, pensativa.
Ya está, pensó ella, ya no debo cargar con aquel apellido, manchado de sangre. No volveré a ser Kaira hija de Tábido-Vetusto jamás... Sonrió, y por un segundo tuvo el impulso de abrazar a Farkas.
Kaira de Torvar... Aún no soy libre. La sonrisa desapareció y el recuerdo de Angus la atormentó. El plan volvió a su mente en ese momento.
Kaira soltó las manos de Farkas, dejando caer su cuerpo hacía atrás, con los ojos cerrados. El joven intentó atajar a su nueva esposa, pero no fue lo suficientemente rápido. Kaira se sumergió en la fuente salpicando a Farkas, al sacerdote, a sus padres y a su nuevo suegro. El agua se tiñó de rojo.
Como un ángel emergió del agua. Se acomodó el cabello y la corona y le extendió la mano a Farkas. El joven aceptó el gesto y juntos salieron de la fuente.
El vestido de la Princesa se encontraba pegado a su cuerpo y se había vuelto completamente transparente. Todo el pueblo pudo observar el cuerpo semidesnudo de Kaira, cubierto de moretones, quemaduras, e incluso mordidas. Las heridas habían sido infringidas con cuidado de poder ocultarse bajo la ropa.
El jardín volvió a sumirse en silencio, pero el violonchelo seguía, que fiel al plan tocaba una melodía sombría y sencilla.
Calculador, Grimn observó a Camila tocar el instrumento, tomando nota de que no parecía sorprendida por lo que sucedía. O era demasiado estúpida, pensó, o era parte del escándalo. Estaba seguro de la primera, con la segunda opción dudaba.
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La oscuridad era tal que Lilith no supo que había llegado hasta la puerta hasta que no se chocó con esta misma. Maldiciendo, comenzó a buscar la ranura de la llave.
Pronto fue alcanzada por el resto, enseguida Sao sacó su mechero robado y encendió una débil llama, lo suficiente para ayudar a Lilith.
La mano le temblaba, por lo cual no fue tarea fácil ingresar la llave. Una vez que lo logró, tuvo que sostenerle con ambas manos para girarla, y a cada vuelta que daba se oía un pesado mecanismo moviéndose en cada esquina de la gruesa puerta.
Contó cinco vueltas.
"Lo logramos" pensó, soltó un suspiro nervioso y empujó la rechinante puerta.
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