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XIV. Un pretendiente digno.

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   —Te ofrezco la mano de mi hija, Kaira, para tu primogénito: Farkas. Con la condición de que lleven a Serendipia directo hacia al progreso —dijo con gran seguridad, Sauro. Después del anuncio se recostó en su asiento, satisfecho con su gran idea.

   Una vez más, los tres hombres se encontraban en el despacho privado del Rey, a primera hora de la mañana, dispuestos a llegar a un acuerdo. Con una menor cantidad de guardias y unos caninos más relajados. Grimn estaba allí, fiel y dispuesto a todo por su Rey.

   Farkas dejó escapar una pequeña carcajada, incrédulo antes lo que oía. Vilkas miró a su hijo, se volteó a Sauro y exclamó, con las manos en alto:

   —No es conmigo con quien tienes que negociar. Yo soy el capitán, dueño de la flota y cada tuerca que se encuentra en esos barcos. Mi hijo es el ingeniero, la mente detrás de las máquinas.

   —¿Se supone que debo llegar a un acuerdo con él? —Una mueca de disgusto se dibujaba en el rostro del Rey.— ¡Es solo un niño!

   —Comparto edad con la Princesa, y aun así no pareces tener problema en ofrecerla al mejor postor —respondió enfadado pero sin perder la serenidad, Farkas. Por el rabillo del ojo, vio como uno de los guardias se removía incómodo ante su comentario.

   —Mira, chiquillo, no me interesa cómo funcionan las cosas en sus tierras. Pero aquí, funcionan así, siempre lo han hecho, desde el inicio de los tiempos. —Con su dedo índice, el Rey golpeaba su escritorio con insistencia.— La mano de mi hija es solo el transporte que te llevará a ser el Rey sucesor.

   Farkas comenzó a reír, sorprendido y creyendo que se trataba de una broma, definitivamente no era lo que habían planeado al dejar su hogar detrás en busca de nuevas tierras, era mucho más de lo que jamás se podían haber imaginado. Rascando el vello de su rostro, miró a su padre quien con un asentimiento aprobó su decisión.

   —¿Cuándo puedo conocerla? —dijo el joven, con su sonrisa de lado. Los tres se pusieron de pie y con un brillo en los ojos, el joven le estrechó la mano a Sauro.

   Acordaron los últimos detalles, el encuentro se llevaría a cabo en el festival. Si para entonces lograban demostrar la valía de sus inventos, Farkas se casaría con la Princesa, el Rey lo nombraría Príncipe y le enseñaría a llevar el reino para cuando él muriera. Como Sauro decía: había tiempo de sobra hasta entonces.

   Vilkas y Farkas eran viajeros, pero no habían exagerado cuando dijeron que habían pasado cuatro años rodeados solo de agua. Por primera vez querían quedarse en tierra, y así como si nada un desconocido les había ofrecido un reino entero. Una oferta imposible de rechazar.

   A Farkas no le gustaba mucho la idea de casarse con la Princesa, en la cultura de donde él venía jamás considerarían a un ser humano un mero objeto. Y él siempre se había sentido más atraído hacia los hombres... le gustaban las mujeres, pero no demasiado.

   Quizás por un golpe del destino se llevarían bien o el Rey fallecería pronto y él podría liberar a la Princesa finalmente. Tenía que hablar con Kaira y presentarse a él y sus intenciones. Mientras concretaban detalles, Farkas le daba vueltas al asunto en silencio. Desvió la mirada hacia uno de los jóvenes guardias que siempre acompañaba a Sauro, había oído que lo llamaban Grimn. La intensa mirada de Farkas provocó que las mejillas del guardia se tornaran coloradas. Farkas sonrió satisfecho, hasta que recordó el descabellado acuerdo que había cerrado.

   Ya encontraría la manera de que funcionaran las cosas. Pero, no lograba sacarse la sensación de que todo era una locura.

• ────── ☼ ────── •

   Noche tras noche, padre e hijo, junto con la ayuda de sus tripulantes e ingenieros, comenzaron a preparar todo para la exposición en el festival. Al mismo tiempo que el Bloque Negro preparaba todo para infiltrarse en el continente.

   Por primera vez pasearían por las calles con libertad, ya que Wilhelm les había mencionado que Vulpes estaba inundado de rostros desconocidos paseando por cada rincón, incluso mujeres sin acompañantes, paseando y riendo juntas tomadas de los brazos por las calles nevadas de Vulpes.

   Todas sabían que estaban improvisando sobre la marcha, pero todo se había vuelto de cabeza y no podían desaprovechar la oportunidad que esto significaba.
   Al menos la mitad de la tripulación se infiltraría en el festival, pero debían formar pequeños grupos para no llamar la atención; uno de estos estaba compuesto por Sao, Lilith, Meena, Jacoba, Octubre, Cressida, Ruby, Marina y Wilhelm. Cada grupo era encabezado por alguno de los aliados que conocían a la perfección la ciudad de Vulpes.
   Jolly se quedaría en el galeón, a cargo de la tripulación restante.

   La Princesa, para sorpresa de todos (menos Lilith), quería ayudar, quería descubrir la verdad. Por lo cual, su papel sería ayudarles a ingresar al sótano del castillo a su debido tiempo. Hasta que aquel momento llegara, tenía tiempo para buscar la llave en cada rincón, pero hasta ahora no había tenido suerte. Sin embargo, una idea rondaba por su mente...

   Noche tras noche, el Corazón se encontraba repleto, todos trazaban planes, tratando de prever cada contratiempo y compartían toda la información recaudada de la realeza y sus guardias.

   Era noche cerrada, y el gran día se acercaba con el siguiente amanecer. Todas vestidas con ropas clásicas del pueblo y con los nervios erizados, remaban hacia el puerto. La bruma estaba particularmente densa esa noche y el Puerto de los Viajeros Perdidos (bautizado así por los forasteros recién llegados), permanecía más callado de lo normal. Casi como si los astros se hubiesen alineado en favor del Bloque Negro.

   Sao se veía y sentía extraña vestida de verde, ya que era la única que siempre mantenía su vestimenta negra. Lilith le repetía constantemente que se veía hermosa.

   Una vez en el pueblo, Wilhelm enumeraba todos los cambios que habían surgido en apenas una semana. El puerto se encontraba repleto de balsas, barcos y pesqueros. El bosque estaba iluminado por las luces provenientes de unas tiendas improvisadas. Todas y cada una de las viviendas se encontraba en construcción, ampliándose hacia arriba o hacia los costados, para albergar nuevas familias. También podían verse razas de animales diferentes a las que acostumbraban, ganado con cuernos más cortos y menos pelaje, caballos más esbeltos y diferentes razas de sabuesos.

   Los vendedores de pieles sonreían satisfechos con el aumento de demanda en los abrigos. Una densa nieve caía constantemente hace casi una semana.

   Serendipia había dado un salto enorme en apenas unos días, incluso habían tenido que ampliar el hostal construido en un santuario abandonado, donde por unas cuantas monedas podías alquilar una habitación. En la puerta colgaba un enorme cartel donde se leía en una pintura dorada: Hostal de la Piedra Blanca de los Dioses.

   Wilhelm se dirigió hacia allí seguido por su grupo. Las muchachas intentaban mantener su semblante sereno, pero sentían que en cualquier momento saldrían guardias y caballeros entre las sombras e intentarían asesinarlas.

   Pero nada de eso sucedió.

   A pesar de ser noche cerrada, Vulpes jamás había tenido tanta vida. En plena madrugada las calles estaban repletas, el mercado aún activo y cada comercio a rebosar de gente. El Bloque Negro no podía notarlo debido a sus propios nervios, pero un ambiente festivo inundaba cada calle. Incluso desde las otras comarcas iban y venían barcos sin parar, volviendo los viajes algo cotidiano y no esporádico. Algo que no se veía hace generaciones en la historia de Serendipia.

   Serendipia estaba estancado, hace décadas que no habían progresado y con la llegada de los viajeros fue como si se abriera la caja de Pandora, activando el progreso a una velocidad casi extrema.

   Las puertas de La Piedra Blanca de los Dioses estaban abiertas de par en par, la gente entraba y salía constantemente tratando de refugiarse de la nieve y calentando su cuerpo con licores; no tardaban en volver a las calles a bailar. A pesar de las temperaturas exteriores y las grandes puertas de ébano abiertas, el templo se encontraba cálido, incluso sofocante, por una gran fogata detrás de dos estatuas de piedra blanca demasiado destruidas para distinguir de quién se trataba.

   Will empujaba educadamente a las personas que charlaban, cantaban, bebían y bailaban alrededor de la segunda hoguera, ubicada en el centro, hasta el antiguo altar donde se encontraba la barra. Con la mirada fría observaba cada una de las manos que pasaban cerca de los cuerpos de las muchachas, por suerte nadie traspasó los límites.

   Una vez en la barra pidió la habitación que más gente podría albergar y comenzó a regatear con el cantinero, quería asegurar la estadía el mayor tiempo posible, pero no dejaría que se abusaran de él con los precios como lo hacían con los extranjeros.

   Las mujeres que lo acompañaban llegaron segundos después con sonrisas nerviosas. Las sonrisas desaparecieron al darse cuenta que se encontraban en un santuario de las Diosas Olvidadas, eso explicaba la belleza del lugar y los elegantes detalles de la madera tallada, a diferencia de los templos de los Dioses, de una arquitectura más brusca. Lilith observó las dos piedras de cuatro metros que se erguían detrás del hombre con el que Will regateaba un buen precio. Las reconocía sin problema, era una imagen que tenían pintada en el Olympe de Gouges, donde Makra y Durga danzaban tomadas de las manos, con sonrisas melancólicas. Sin embargo, para ojos inexpertos, eran dos piedras deformadas y todos suponían que se trataba de Egot y Knglo.

   Por un extraño impulso, Lilith se paró de puntillas y estiró el brazo, apenas pudo rozar la piedra y por una milésima de segundo pudo ver a los antepasados de Sauro de pie, mientras un hombre de piel blanca llena de cicatrices y cabello más negro que la noche, destruía la bella escultura de las Diosas con un martillo que lucía demasiado pesado para un ser humano común y corriente.  De alguna manera supo que se trataba de la Segunda Era, cuando las Diosas habían sido forzadas al olvido.

   —He perdido la cuenta de cuantos hombres me han mirado el escote esta noche —dijo Sao a su lado, arrancando a Lilith de su ensueño.

   Lilith tropezó y observó a las jóvenes reír ante el comentario de Zheng Yi Sao. El bullicio del hostal rozaba lo insoportable, pero Lilith casi que aún podía oír el ruido del martillo contra la piedra blanca. Will apareció a su lado y con una dulce sonrisa levantó el pulgar en señal de victoria.

   Guiados por una doncella ciega, subieron cuatro pisos de antiguas escaleras, rodeando las estatuas. Lilith no paraba de observarlas, pero no sentía deseo alguno de volver a tocarlas.  Llegaron a una puerta perfectamente redonda, con un trece tallado en ésta, donde se les extendió una llave y se les dejó solos.

   Cansados de cargar los baúles, repletos de ropa, armas, municiones y brebajes, entraron a su hogar temporal. Al entrar te encontrabas con un gran salón con un fogón central, rodeado de cojines en el suelo. En los extremos de la habitación mesas preparadas para comer y diferentes estilos de hornos.

   La decoración era la clásica en Serendipia, miles estilos en uno, pero en perfecta armonía gracias a los colores. Plantas, libros, frascos, piedras en cada esquina y la iluminación cálida de los faroles. Y por supuesto, un enorme ventanal con vista panorámica a la ciudad, Marina y Ruby corrieron a observar la belleza de Vulpes. Los tejados puntiagudos y la cúpulas de cristal se alzaban en un mar de piedra y tejas, la nieve caía y las luces danzaban en la lejanía.

   Dos puertas salían en cada extremo. En una, una habitación matrimonial la cual rápidamente Marina transformó en armería y centro de operaciones con ayuda de Sao, y la otra puerta una habitación grande con cuatro literas, cada una separada por una fina pared de papel. Pocos minutos después, dos grupos más de la tripulación se infiltraron por las ventanas.

   La tripulación y sus acompañantes se acomodaron como pudieron, algunos se prepararon para dormir en los sofás y otros en las alfombras, ya que no había suficientes camas. La emoción y el miedo se podía sentir en cada suspiró y en cada movimiento.

   Acabada la cena, Sao, Wilhelm, Meena y Lilith, se encontraban alrededor del fogón, intentando buscar puntos débiles en su plan. Por las ventanas entraban los sonidos de la calle, gente riendo, copas brindando y comerciantes vendiendo sus pavos y gallinas a cambio de una generosa suma de cereal, sal o monedas de cobre. El precio era debatible.

   El resto de la tripulación dormía, excepto Jacoba, quien no tardó en sentarse al lado de Lilith. Esta la miró extrañada, esperando a que dijera algo. Luego de unos minutos, mirando el danzante fuego, Jacoba dijo al fin:

   —Las cosas debían cambiar y estaba muy asustada para verlo. Ahora han cambiado y no puedo hacer nada para detenerlo, excepto no quedarme atrás.

   Lilith sonrió y le dio unas palmaditas en la espalda, era la primera vez que oía algo así dicho por Jacoba, y sabía que era lo más cercano a una disculpa que obtendría.

   En ese momento Wilhelm se puso de pie, anunciando que saldría a dar una vuelta. Apresuradamente Lilith hizo lo propio, rogándole a Sao que le dejara ir a ver a la Princesa.

   —Ahora es una de nosotros... no podemos abandonarla, debemos demostrarle que confiamos en ella —rogaba la muchacha. Con el puño cerrado golpeaba la palma abierta de su otra mano, dándole fuerza a sus palabras. Ignorando la mirada desaprobadora de Jacoba, que intentaba ocultar sin mucho éxito.

   Sao enrollaba un cigarrillo de hierbas de un dulce olor y un sabor aún más dulce, te relajaba el cuerpo y provocaba carcajadas incontrolables, cannabis. La mujer la miraba directo a los ojos, con seriedad le dijo:

   —Por casi veinte años ha pertenecido a un bando, ¿estás segura que en solo una semana ha cambiado de ideales?

   —Ese es el punto, no los ha cambiado. Siempre ha sido una de nosotras.

   Zheng Yi Sao rio, todas observaban a Lilith, quien esperaba de pie. Wilhelm, en silencio se mantenía con la espalda apoyada contra la puerta de salida.

   —Siempre sabes exactamente qué decir. —Sao encendió su cigarrillo con un mechero dorado que había robado a un joven guardia real en la plaza principal, con tal destreza que este no lo sabría hasta que no intentara utilizarlo. Tenía tallado un zorro mordiendo su propia cola.

   —Ten cuidado —dijeron Meena y Sao al unísono.

   Felizmente, Lilith se marchó junto con Wilhelm.


   Caminaban por las calles, tomados del brazo, más iluminadas que nunca. Los niños correteaban, jugando con sus nuevos amigos, criados en el mar. Los loberos olfateaban a los labradores, pastores, sabuesos y mastines de gran musculatura. Junto con los comerciantes habían llegado nuevas especies de animales: nuevas razas de perros, ganado e incluso aves, esto había provocado un gran movimiento en las acciones de los mercaderes. También traían semillas para plantar los manjares de su tierra natal.

   Le había tomado unos minutos a Lilith no sentirse extremadamente insegura ante la vista de todo el mundo, pero gracias a Wilhelm, quien charlaba con ella en un intento de distraerla podía caminar sin parecer una paranoica. La mayoría del tiempo Will la hacía sentir tan querida, que Lilith tenía que reprimir las ganas de abrazarlo con fuerza. Por las malas había aprendido que sus abrazos no eran muy bien recibidos, al menos por Jacoba, a Sao le encantaban.

   Llegaron a una taberna, llamada Pozo del Aguamiel, donde una fuerte música, gritos, en su mayoría de alegría, y aroma a hidromiel salía del interior.

   —Parece que se están divirtiendo allí dentro —dijo Lilith, ligeramente asustada.

   —Nunca había visto tanta gente aquí, no voy a mentirte. —Wilhelm intentaba ver por los huecos de las ventanas, pero apenas reconocía aquel lugar donde iba regularmente a beber y apostar en juegos de cartas.— Ven, acompáñame, por aquí puedes subir fácilmente.

   Dieron la vuelta a la taberna, hasta un callejón lo suficientemente oscuro. Lilith estaba por marcharse cuando Will la tomó entre sus brazos y le dio un fuerte abrazo, al tiempo que le depositaba un beso en la coronilla y le deseaba suerte; Lilith solo lo observó encantada con el gesto, él se apartó y como si no hubiese curado las heridas de su corazón con un abrazo, le señaló las rocas salidas en el muro del castillo. Lilith se sostuvo de las rocas y en cuestión de segundos llegó hasta el tejado. Wilhelm esperó a verla desaparecer entre las brumas de la noche, luego se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a Pozo del Aguamiel.

   Sorprendido observó: el lugar solía ser una simple edificación pensada para beber y nada más, famoso por sus paredes cubiertas de enormes barriles con todos los tipos de aguamiel que pudieras imaginar. A Wilhelm le recordaba a la cerveza de sus tierras, pero más dulce y más apropiada para climas fríos. Sin embargo, la taberna había cambiado tanto desde su última visita que no sabía adónde mirar.

   Aunque a decir verdad, estaba completamente familiarizado con esas cosas, gracias a que eran detalles cotidianos en su tierra natal.

   La barra fue desplazada a una esquina y en su lugar improvisaron un escenario en forma de "T", donde tocaba una banda, cantaba una mujer y otras bailaban a su lado. La iluminación era más íntima y la música más fuerte debido a la mejor calidad de instrumentos. El arpa era el doble de grande de lo que solía ser y los violines se habían multiplicado. Los tambores seguían siendo la mayor parte del show y habían agregado un piano.

   Además de poder jugar a las cartas, habían improvisado diferentes esquinas con actividades: billar, dardos, ajedrez, dados y más. Wilhelm reprimió los recuerdos con su antigua familia y se dejó disfrutar.

   Emocionado por la nostalgia se dirigió a la barra y se compró una botella de aguamiel con dinero robado, como en los viejos tiempos cuando solo era un crío correteando por las calles de Lutecia con su hermano, hurgando en los bolsos de desconocidos. Will a menudo se paseaba por el puerto ofreciendo su ayuda en las embarcaciones a cambio de unas pocas monedas, por el simple hecho de formarse una reputación, pero al no vivir en el continente se le hacía difícil conseguir un trabajo fijo.

   Se infiltró en la multitud hasta la esquina donde llevaban a cabo los juegos de cartas, anotó su nombre en una hoja donde se leían los turnos. Justo sobre su nombre se leía en elegante letra cursiva: "Víctor".

   —¿Listo para el desempate? —dijo divertido, el Lord a sus espaldas.

• ────── ☼ ────── •

   Lilith saltaba entre los tejados, sin fatigarse ni emitir sonido, incluso bailaba, extendiendo los brazos, cruzando sus pasos y saltando con elegancia entre una torre y otra. Llegó a la escalera del castillo, las olas la saludaron en lo bajo y allí la rodeo hasta llegar casi al acantilado, donde con la ayuda de una daga negra y Aela, comenzó a trepar directo hacia la ventana de Kaira. Para su sorpresa, una gruesa cortina no le dejaba ver absolutamente nada.

   Ya que aún era temprano para la hora en la que la solía visitar, se sentó en el borde de la cornisa. Sus pies colgaban en el vacío, balanceándose, allí observó la inmensidad de la ciudad, esta vez no tan amenazante. Se sintió ganar, sintió que pronto podrían saborear la libertad. En menos de un mes las cosas habían cambiado y estaba segura de que se encontraban en el camino correcto. Sonrió, pensó en su madre y le envió un beso a la Luna. Sacó de uno de los pliegues del vestido un cigarrillo que le robó a Sao y lo encendió con una cerilla; le encantaba aquella hierba dulce que tanto la relajaba. No recordaba el nombre, pero sabía que las mujeres tenían prohibido siquiera probarla en Serendipia, razón de sobra para consumirla. No tenía idea cómo había entrado en su vida, había un gran periodo de su vida que no recordaba. Parecía que los días que recordaba y el momento que comenzó a consumir la hierba, con cuidado y control, casi coincidían. Frunció el ceño y expulsó el humo intentando recordar esos años nublados en su mente.

   Luego de casi una hora la cortina se abrió, después la ventana y se asomó la Princesa. Miró hacia ambos lados hasta que divisó a Lilith, quien ya se acercaba rápidamente.

   —Ah, ahí estás —dijo mientras se apartaba de la ventana para dejarla pasar. Luego, ligeramente nerviosa, le preguntó—: ¿Has llegado más temprano hoy?

  Lilith asintió mientras se sacudía la nieve y cerraba la ventana. Kaira rio para sus adentros al ver la punta de su nariz y orejas coloradas por el frío, parecía una lugareña. Era un rasgo con el que muchos pueblerinos de Vulpes directamente ya nacían. Ella se la pasaba recluida en la calidad del castillo, por lo cual era otro detalle que no tenía en común con la gente. Lilith tenía una piel oscura, pero aun así se le notaban esos detalles, en especial cuando la vergüenza la invadía.

   —Si —respondió Lilith mientras se acercaba al fogón para calentarse—. Hemos encontrado un lugar para quedarnos por un tiempo, en el antiguo santuario de las Diosas Olvidadas. —Ante este comentario Kaira abrió los ojos con sorpresa, Lilith le aclaró el nombre del Hostal pero esto no hizo más que aumentar la estupefacción de la Princesa. Lilith río y continuó—: Sao vendrá constantemente entre el barco y el hostal, pero yo estaré siempre por Vulpes... al menos estos días.

   —Eso es genial, me alegro enormemente por ustedes... —respondió Kaira, con los ojos inundados de lágrimas y una enorme sonrisa.

   En ese momento, Lilith pudo notar como todo su cuerpo temblaba.

   —¿Qué te ha sucedido? ¿Te encuentras bien? —Lilith automáticamente desenfundó a Aela. Mientras buscaba algún enemigo posible.— ¿Quién estaba aquí contigo?

   —Relájate, era... mi madre —mintió, Kaira.

   —Ah. —Lilith guardó la daga, visiblemente angustiada.— ¿Te ha hecho daño?

   —No, esta vez no. —Kaira se acomodó el enmarañado cabello y observando la habitación exclamó distraída—: Oye, voy a darme un baño, espérame aquí.

   Con un asentimiento Lilith se sentó en la cama, mientras ojeaba un libro con canciones compuestas por Kaira."¿Y cuándo todas mis excusas sobre aprender mis lecciones empezarán a parecer lamentables?" leyó Lilith distraída.
   Kaira se fue hacia la habitación contigua, se desnudó e ingresó en el agua que había perdido temperatura. Allí lloró en silencio. Lavó cada centímetro de su cuerpo adolorido, con sumo cuidado de no presionar sus heridas. Salió renovada, como si nada hubiese pasado. Con un camisón limpio de lana y el cabello en un desenfadado recogido.

   Tomó una caja de debajo de su cama, la abrió, contenía un surtido de dulces que había preparado para las visitas de su amiga. Se sentaron en la cama y lentamente comenzaron a compartirlos.

   —¿Nerviosa por mañana? —dijo Kaira, chupándose los dedos los restos de pulpa de fruta, chocolate y azúcar.

   —Ajam —afirmó Lilith con la boca llena—. ¿Y tú? Al fin y al cabo, tu padre sigue buscando un sucesor para la corona, y probablemente mañana le veas al fin el rostro.

   —Ni me hables de eso. Prefiero no saber con qué monstruo me emparejará.

   —Quizás no es tan malo que sea un forastero, basta con mirar las calles para darse cuenta que no tratan a las mujeres como las de aquí. Quizás... encuentres a alguien que te trate bien después de todo.

   —Me trate bien o no, no tengo elección y accedió a comprarme, eso ya lo hace de mi desagrado... Además, no tendría manera de saber cómo las tratan. No he podido escabullirme desde que llegaron, hay demasiada gente dando vueltas por los pasillos del castillo.

   Con una sonrisa pícara, Lilith dejó de masticar y se puso de pie.

   —Lilith... es una muy mala idea —rió Kaira.

• ────── ☼ ────── •

   En la taberna todos gritaban cada vez que alguien arrojaba una carta, Wilhelm y Victoriano llevaban su quinta partida consecutiva. Ni siquiera llevaban la cuenta de los puntos, simplemente morían por competir entre ellos. En ese instante en el escenario, colgando de una tela enganchada del tejado, un joven acróbata alocaba a la multitud. Su piel era aceitunada, pero tenía manchas más claras por doquier, en especial en sus manos y rostro, con múltiples lunares. Su cabello negro tenía algunos mechones blancos, (al igual que una de sus cejas) y sus ojos azules se escondían detrás de unas gafas doradas hechas de viejos engranajes. Trepaba, se enredaba y se dejaba caer, colgando a centímetros del suelo sin caer, guiñándole el ojo a las jóvenes del público. Victoriano le reconocía perfectamente, era uno de los extranjeros, tenía entendido que era el joven curandero de la tripulación.

   En un momento dado, una carta se escapó de una manga de la camisa de Victoriano. Una mujer lo señaló al grito de tramposo. Wilhelm comenzó a negar con la cabeza, sin poder evitar reírse.

   —No lo juzgues. —Le dijo a la mujer arrugando la nariz con una sonrisa.— Es la única posibilidad que tiene de ganarme.

   —Esa no es manera de dirigirte a tu Lord —respondió Víctor desafiante, tirándole en el rostro la carta que lo había delatado.

   Con un movimiento veloz Wilhelm la atajó en el aire, al mismo tiempo que arrojaba su bebida en el rostro de Victoriano.
   Empapado por el pegajoso aguamiel, el Lord se puso de pie y lo tomó de la camisa. Ambos se miraron furiosos, sus alientos se mezclaban, pero luego de unos segundos no pudieron evitar reírse a carcajadas.

   Abandonaron el rincón de las cartas y se sumaron al gentío danzante. La coreografía era parecida a la de los bailes reales, pero gracias a no seguir tantas reglas era más divertido. Sin dejar de mirarse, giraban una y otra vez, con las manos en el centro, mientras sus botas golpeaban una vez con el talón y dos veces con la punta.

...

    Luego de mucho insistir Lilith logró convencer a Kaira, quien se vistió con sus ropas más sencillas. Quiso prestarle un hermoso vestido dorado a Lilith, pero no le pasaba por las piernas y de todas maneras le hubiese quedado demasiado largo por la altura de la Princesa.
   Con un pañuelo de seda verde esmeralda, cubrieron hasta el último cabello de Kaira. Lilith le aseguró que había visto a muchas viajeras que no mostraban su cabello o que incluso solo dejaban ver sus ojos, por lo cual, Kaira no llamaría la atención.
   Para su suerte la nieve había parado de caer y con las manos temblorosas, Kaira tomó la mano de Lilith que la ayudaba a salir por el hueco de la ventana. Más lento que nunca fueron descendiendo, Lilith había atajado de una caída horrible a la Princesa innumerables veces. Lentamente le fue enseñando trucos para mantener el equilibrio, por lo menos para no caer y morir.

   —Es como bailar —susurró Lilith. Dicho esto, Kaira recordó sus lecciones de danza clásica y logró concentrarse mejor en su equilibrio.

   Llegaron a lo alto del muro, Lilith le alcanzó a Kaira su daga Aela y le pidió que repitiera lo mismo que ella. Lilith tomó en su mano una daga negra y saltó, rozando su cuerpo con las piedras y disminuyendo la velocidad de la caída raspando la daga contra la piedra, clavándola ligeramente. Kaira respiró hondo y muerta de miedo, pero con una sonrisa enorme, intentó imitarla. Tropezó, para su suerte Lilith la atrapó entre sus brazos, riendo. Kaira se sumó a la risa, con el corazón que amenazaba con salirse de su pecho, sintiendo que al fin comenzaba a vivir. 

   Lilith comenzó a caminar hacia el gentío, Kaira se detuvo a observar la daga, su insistente reloj y el brillo dorado de las grietas. No supo por qué, pero sonrió y cerró el puño con fuerza sobre el mango. Pronto alcanzó a Lilith y le devolvió a Aela. Se dirigieron hacia la plaza, donde una cantidad inmensa de gente bailaba alrededor del árbol plantado en honor a Lorenza. Una vez allí, comenzaron a beber y danzar con una alegría que parecía eterna. Una fusión de culturas, bailes, alegría y alcohol, se llevaba a cabo en la plaza. A Kaira le llevó unos largos minutos sentirse cómoda, pero la alegría juvenil de Lilith era contagiosa.

   Los cuervos graznaban roncos, parecía que seguían la música. El cielo se iluminaba en chispazos, mientras los relámpagos dibujaban raíces entre las estrellas. No tardaron en oírse los truenos y sentir la suave caricia de la lluvia.

   Las mujeres de Vulpes, tímidas se sumaban a la festividad, alentadas por las mujeres viajeras.

    La libertad estaba tocando con insistencia las puertas y no iba a parar hasta que las abrieran. Y la Luna creciente gibosa celebraba, tiñéndose de anaranjado.

   Lilith y Kaira bailaban tomadas de las manos, riendo incontroladamente, haciendo girar una y otra vez a su compañera de baile. Hasta que una de las trenzas se escapó del pañuelo de la Princesa. Pisando su propio cabello cayó hacia atrás con un pequeño grito, pero fue atajada por Meena antes de tocar el suelo.

   —Cuidado, pyar. —Meena coqueta pero nerviosa, sonreía, al tiempo que la ayudaba a ponerse de pie.

   Rápidamente Kaira volvió a esconder su cabello, con las mejillas encendidas.

   —¡Meena! ¡Octubre! —Lilith no cabía en sí de la alegría.— ¿Qué hacen aquí?

   —¿Pensabas que nos íbamos a perder la fiesta? —rió Octubre, jugando con la cadena de su reloj que colgaba de su cinturón.

   Por horas continuaron bailando. Aplaudían, zapateaban, giraban y entrelazaban sus brazos. También comenzaron a llenarse los bolsillos con pequeños tesoros que robaban de los otros bailarines, no pudieron resistir la tentación.

   La lluvia no cesó, pero era tan suave que apenas podía sentirse.

   De la taberna salieron Wilhelm y Victoriano, el cual le pasaba el brazo por los hombros al primero, y se sumaron al baile. La cantidad de gente era tal que no tenían ni idea que se encontraban a pocos metros de las muchachas. Ambos caminaban entre la gente. Hablando efusivamente y riendo, visiblemente relajados con la compañía que tanto estaban disfrutando.

   Kaira con Lilith, Octubre con Meena, bailaban en parejas igual de eufóricas y alegres.

   Lilith estaba acostumbraba a observar el ambiente, así que no tardó en notar como Meena no le sacaba el ojo de encima a Kaira. En silencio comenzó a mirar a Octubre, quien se reía por la misma observación. Sin decir nada, forzaron un cambio de parejas. Girando sobre su propio eje, arrojaron a las muchachas a los brazos de la otra y terminaron el giro juntándose Lilith y Octubre. Se alejaron fingiendo estar distraídas en su baile, manteniéndose en su campo de visión, pero imposibilitando otro cambio de pareja. La Princesa y su pareja se tomaron de las manos suavemente, y con una sonrisa avergonzada comenzaron a seguir el ritmo de los tambores.

   Al principio Kaira y Meena bailaron tímidamente, pero no duró mucho... Las risas a su alrededor, parejas que se besaban, las luces reflejadas en sus pupilas, el tacto de sus dedos en su brazos y el licor recorriendo su sangre. Sin decir nada bailaban, sin dejar de mirarse un segundo. Meena hacía girar una y otra vez a Kaira, mientras esta sentía en su interior algo nuevo, hermoso y diferente. No sabían qué hacer, pero bajo ningún término querían dejar de bailar. Aquellos ojos verdes estaban sedientos de los ojos grises frente a ella, pero cada mirada robada se sentía demasiado íntima para el público; el tacto se sentía eléctrico, prohibido y correcto en la punta de sus dedos.

   En ese momento, con un golpe de vista Wilhelm divisó a las cuatro jóvenes al otro extremo.

   Todo iba bien, hasta que Meena pudo sentir como un hombre ebrio, sin pudor alguno metía las manos debajo de su vestido. Sin pensarlo, se dio la vuelta y le atinó un puñetazo directo en la nariz.

   Ahí se desató el caos. Una mujer jamás podría revelarse, menos en público.

   El hombre le devolvió el golpe automáticamente, pero preso de la furia no paraba de golpearla. Meena se cubría el rostro con ambos brazos, al mismo tiempo que le daba la espalda a Kaira, en un intento de protegerla de los golpes del violento hombre. La Princesa se congeló, no podía moverse por más que quisiera, la violencia tenía ese efecto en ella.

   De alguna manera, la masa de gente danzante se transformó en una masa de gente peleando. Los lugareños atacaban y manoseaban a las viajeras, quienes eran defendidas por sus esposos u otras mujeres, también viajeras. Las mujeres de Vulpes huyeron o fueron arrastradas de vuelta a sus hogares por sus padres o esposos.

   Octubre y Lilith no tardaron mucho en dejar inconsciente al hombre y ayudar a Meena a levantarse, quien había caído luego de que el hombre golpeara una de sus rodillas. Cuando voltearon hacia Kaira, había desaparecido en la multitud.

   Desesperadas comenzaron a buscarla. El Sol comenzaba a salir, pero la lluvia no paraba.

   Wilhelm al mismo tiempo las seguía. Victoriano iba detrás de él, confuso, intentando no meterse en ninguna pelea por error.

   Las tres muchachas lograron divisar a Kaira siendo arrastrada hacia la oscuridad por un hombre, el cual luchaba por desatar su corsé. El velo comenzaba a deslizarse hacia sus hombros, revelando su cabello lentamente. A gran velocidad las jóvenes corrían en su ayuda, pero la multitud era de gran densidad. Wilhelm las llamaba, apartando personas ebrias y furiosas. La desesperación creía en el pecho de todos, podían ver su objetivo pero no parecían ser capaces de alcanzarlo, y todos ya estaban tan familiarizados, así como hartos de aquel sentimiento.

    Sin embargo, la noche tenía otros planes. Antes de que alguna pudiera alcanzar a la Princesa, Farkas emergió de la oscuridad, clavó una navaja directo en el pulmón del hombre y lo separó de Kaira, casi inconsciente. El velo cayó al suelo, tan suave como una pluma, sus trenzas se liberaron a los costados del delgado cuerpo de Kaira y se balancearon a escasos centímetros de los adoquines nevados del suelo. La luz del alba comenzó a bañar la plaza, formando pequeños arcoíris a causa de la lluvia.

   Las muchachas frenaron, confusas, dando así la oportunidad a Will y Víctor de alcanzarlas. En ese momento, Victoriano logró divisar e identificar a su sobrina.

   —¡Kaira! —gritó. Mientras se separaba de Wilhelm sin despedirse y corría a toda prisa.

   Farkas oyó el nombre de la Princesa, observó a Victoriano quien apresuradamente se acercaba a ellos y con suavidad giró a Kaira para verle la cara.

   —Estoy seguro que así no es como debíamos conocernos. —Le dijo Farkas a Kaira en un susurro, recorriendo con la mirada su rostro. Ambos estaban acostumbrados a ser siempre los más altos, pero entre ellos compartían la misma altura, por lo cual sus ojos se encontraban sin problema. Verde y gris, una vez más.

   En silencio se miraron y entendieron que se encontraban ante la presencia de la persona con la que debían pasar el resto de su vida, aunque sus deseos fueran otros.

   Victoriano llegó hacia ellos, les susurró algo y se marcharon hacia los establos del castillo, era importante que nadie se enterara de la ausencia de la Princesa, en especial Lorenza.  

   Antes de desaparecer entre la multitud, Kaira pudo cruzar una última mirada con Meena, en el rostro de ambas se dibujaba la derrota. 


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