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XII. La dirección a seguir.

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   El sol brillaba con gran intensidad la mañana siguiente a la pelea en el Corazón, en el Olympe de Gouges se podía sentir una ligera tensión. Todos estaban atemorizados por lo que pudiera hacer la Princesa con la información que poseía; pero también, nadie, absolutamente nadie, quería echarse atrás. Solo habían rascado un poco la superficie y habían descubierto una asquerosa verdad, quién sabría que encontrarían si cavaban más profundo.
   A petición de Zheng Yi Sao la misión había quedado en una especie de pausa, para dar tiempo a todas a pensar el siguiente paso y ver si Kaira hacía algo al respecto. En tres días, absolutamente toda la tripulación volvería a Verum junto con todos sus seres queridos, y a partir de ahí trazarían un plan.

   Lilith, en el mirador comía ciruelas y leía un libro, como cada día, mientras balanceaba sus pies en el vacío. Una gaviota a su lado, le robaba frutas en cada oportunidad que se le presentaba, pero la joven fingía no verla, agradecida por la compañía.
   Jacoba disfrutaba del Sol en la cubierta con dos de sus amigas, la de pecas doradas, Ruby y la de rubia cabellera, Cressida.
   En la privacidad de uno de los almacenes, Meena pasaba un muy buen rato con Octubre. Mantenían sus encuentros en secreto, ya que eran de naturaleza informal y no querían lidiar con los comentarios irritantes de Jacoba.

   Lilith oyó como alguien subía por las cuerdas, apartó la mirada de su libro y miró hacia abajo, donde pudo ver a Sao. La gaviota se alejó, y parada en una de las cuerdas las observó. Una vez a su lado, Sao tomó una ciruela, se sentó junto a ella y suspiró.

   —Parece que anoche se nos ha ido todo de las manos. ¿Verdad? —Comenzó a decir, con su tono sereno y comprensivo que tanto la caracterizaba.

   Sao ya la había regañado, Lilith sabía que no había obrado del todo bien, pero no pudo evitar enfadarse. Discutieron por una larga hora, mientras Jolly se hamacaba en su silla. Observaba a Lilith, como esperando algo de ella... como cuando observas el cielo nocturno con la esperanza de ver una estrella fugaz pasar.

   —Lo siento, de veras Sao. —Lilith cerró el libro y lo dejó a un costado, enarcó sus cejas mientras miraba el horizonte. Sentía que la había decepcionado, sus ojos se llenaron de lágrimas recordando la noche anterior.— Si hubiese sabido desde el principio que se trataba de la Princesa, te lo hubiese contado... pero creí que era una campesina cualquiera, y que probablemente no la volvería a ver...

   —Lo sé, pero me gustaría que entre nosotras no hubiera secretos —susurró, sabiendo que Lilith jamás se abriría del todo con ella. A menudo se preguntaba si había alguien en el mundo capaz de conocer a la verdadera de Lilith, con todas sus facetas, hasta la más oscura. Lejos de tranquilizarla, esto le aterraba, el miedo a perderla no la dejaba tranquila—. Tampoco los juzgo a ti y a Will por haber intervenido. —La mujer miraba el brillo del Sol en las olas, disfrutando del calor del día y el fresco aire marino.— No soy capaz de imaginarme que hubiese hecho en esa situación... Todo ha escalado demasiado rápido, creíamos que se esforzaban un poco más para ocultar sus calamidades.

   Se mantuvieron en silencio por unos minutos, hasta que se acabaron las ciruelas.

   —¿Qué piensa la tripulación?

   —Nadie duda que debemos continuar, pero realmente no sabemos qué papel jugará la Princesa en todo esto. —Sao se puso de pie, besó la frente de Lilith y se preparó para deslizarse hacia la cubierta.

   —Kaira. Su nombre es Kaira.

   Con una sonrisa, Sao la miró por unos segundos, se disponía a bajar pero algo rondaba por su mente. Dudó un segundo, pero al fin habló:

   —No podemos matarlos, Lilith. —Sao observó el rostro lleno de rabia de Lilith, quien se limitó a asentir. La gaviota se alejó, chillando.

   Ambas recordaban a la perfección la leyenda de la rebelión anterior a ellas, quienes lograron infiltrarse en el castillo, asesinando a la familia real, un intento desesperado de cambiar las cosas. Solo dejaron a los niños Tábido-Vetusto: Sauro y sus cuatro hermanos. Los secretos del reino fueron revelados, pero el pueblo no les creyó, convirtieron a los muertos en mártires y a la rebelión en demonios (los mismos que el pueblo continuaba creyendo que merodean en la oscuridad entre las olas). Tiempo después la rebelión comenzó a quebrarse, entre ellos empezaron a odiarse y terminaron por huir hacia tierras desconocidas. Al final de la Cuarta era, solo una tripulante se quedó: Jolly, quien tiempo después conoció a las madres de Sao. Juntas fundaron el Bloque Negro.

   Sao suspiró no muy convencida, y se deslizó hacia la cubierta despidiéndose con una sonrisa. Lilith no tardó en seguirla, ya que una idea cruzó su mente. Rápidamente bajó y comenzó a seguir a Sao por la cubierta.

   —Muchos de los hombres que asistieron a la festividad se retiraron antes de que llegaran las debutantes, con excusas baratas, claramente incómodos ante semejante espectáculo... fingen no saber la verdad. A diferencia de la gente de otros continentes, que realmente no tienen idea de lo que sucede en aquellas fiestas. —Sus manos se movían casi tan rápido como sus pensamientos, gesticulando con emoción.— Desde el primer momento dijimos que lo más difícil, sería abrirle los ojos a la gente...

   Emocionada, Lilith saltaba ligeramente girando alrededor de Sao, observando el cielo, soñadora.

    —Lilith, cariño. ¿A dónde quieres llegar?

   —¡Pero! hay un grupo de personas, que sabe gran parte de la verdad e incluso son partícipes (no por elección). Apostaría mi vida a que no les da una pizca de felicidad esta situación... —Lilith miró a Sao, esperando a que lo descifrara sola, pero la impaciencia le pudo más.— ¡Las doncellas!

   Sao cambio su expresión, de confusión a sorpresa en un segundo. Luego comenzó a reír junto a Lilith. Jacoba las observaba desde la otra punta, pensativa.

   Los días continuaron demasiado lento para el gusto de Lilith. Pero en ese tiempo logró entablar una muy buena relación con Meena. Se pasaban casi todo el día juntas, excepto cuando Meena desaparecía en algún armario con Octubre. Jacoba no se había acercado desde el incidente.
   Pero al fin había llegado el día, volverían al Corazón y pensarían un nuevo plan, todos juntos. Ya era noche cerrada y se dirigían hacia Verum.

• ────── ☼ ────── •

    Kaira permanecía sentada frente a la puerta del sótano, con la esperanza de oír otra vez esos golpes, pero un silencio sepulcral la estaba volviendo loca. La noche anterior creyó oír a alguien toser, pero nada más que eso. Hace cuatro noches que esperaba a Lilith, y comenzaba a creer que no la volvería a ver jamás.


   Wilhelm cocinaba para las tripulantes más ansioso que nunca, esperándolas, esta vez no cantaba, en su lugar miraba uno de sus relojes a cada rato. A sus espaldas cada una de las sillas se encontraba ocupada, ya que todos los aliados habían ido esa noche, deseosos de estar presentes para saber cuál sería el primer paso ahora que las calles de Vulpes se habían llenado de extraños forasteros.

   Absolutamente toda la tripulación del Bloque Negro bajó a tierra esa noche. Apresuradas caminaban por la arena rojiza, ilusionadas, sin saber la noticia que les aguardaba. En la cabeza Sao, Meena, Lilith, y la anciana bruja Jolly, al final se encontraban Jacoba, Cressida, Octubre y Ruby.
   Poco a poco cruzaron la cascada, hasta que la última estuvo dentro de la taberna. Paralizadas observaron los rostros preocupados, esperando lo peor.
   Cuando Ruby, la última en entrar, cerró la puerta a sus espaldas, Sao dijo sin más preámbulo:

   —Bueno... ¿van a decirnos que sucede o pretenden que lo adivinemos leyendo las palmas de sus manos?

   —¿Sin rodeos? —respondió Will, arremangándose su blanca camisa—. Vulpes es un caos, ha llegado una flota entera de otra tierra. El primer día reinó el terror, luego las cosas se calmaron cuando parecieron ser solo viajeros comerciantes. Pero, el aire está tenso, el pueblo vio una de las mentiras caer frente a sus ojos y la familia real no estaría sabiendo muy bien que hacer para arreglarlo.

   A medida que hablaba las tripulantes cubrían sus bocas con sus manos o exclamaban sorprendidas, confundidas, asustadas pero esperanzadas. Poco a poco se fueron acercando a sus seres queridos, pero sin salir de su estado de estupefacción.
   Todos hablaban entre sí, escuchando atentamente la opinión de todos.

   —¿De dónde vienen? —preguntó Meena de repente.

   —Oí en las tabernas que el capitán y su familia son de Norviega —respondió Wilhelm. Al ver que Meena suspiraba desilusionada continuó—: Sin embargo, tengo entendido que la tripulación está compuesta de marineros de todas partes.

   Meena pareció animarse un poco. Norviega era una de los continentes cerca de Aszus pero no de los vecinos. De donde ella venía, un sinfín de tierras, reinos y continentes que se encontraban en la otra punta del mundo, sumaban gran magnitud, haciendo ver a Serendipia del tamaño de una insignificante semilla.

   —¿Qué ha hecho Tábido-Vetusto ante esto? —preguntó Jolly, colocando una a una sus cartas de Tarot sobre una mesa.

   —Bueno... organizar un baile.

   —¡¿Qué?! —dijeron todas al unísono, excepto Lilith, que en un susurro audible dijo:

   —Está buscando un sucesor para la corona...

• ────── ☼ ────── •

   Días antes, los guardias armados recibieron a los supuestos comerciantes. Sauro también estaba allí, y con teatralidad los recibió, con la actuación de su vida, en un intento desesperado de continuar siendo el titiritero de las mentes del pueblo.
   Con gran recibimiento y hospitalidad llevó a la flota entera, que sumaba al número de diez barcos muy diferentes a los que ellos conocían, hacia el castillo. La tripulación estaba formada por personas de todas las edades y sexos. El pueblo los observaba al pasar, admirándolos aterrorizados como si de unos Dioses se tratara.

   Esa misma tarde en su despacho privado, sutilmente rodeado de sus guardias, Sauro mantenía una especie de negociación con el capitán Vilkas, y su hijo, Farkas. A cada lado del Rey, dos perro-lobo de gran tamaño se encontraban sentados, expectantes y amenazantes.
   Grimn se encontraba detrás de estos, en los últimos días se había ganado la confianza de Sauro, quien escuchaba con gran atención sus ideas para mejorar los entrenamientos de los caballeros y así acabar con el Bloque Negro de una vez por todas.

   Vilkas era un hombre alto, corpulento, y con una ligera barriga. En su cuerpo podía verse una rústica musculatura, producto de años de trabajo. Llevaba el cabello largo hasta los hombros, pero recogido con trenzas y en un desenfadado rodete, la barba corta. Su piel, carcomida por el sol, generaba gran contraste con su cabello blanco y sus ojos verdes. Tenía una voz gruesa y unas facciones rudas, pero hermosas.
   Su hijo, Farkas, de sólo diecisiete años, era un calco de la juventud de su padre. Era más alto que Vilkas, pero tenía el mismo tipo de cuerpo, ligeramente musculoso, pero al mismo tiempo regordete. Su cabello era negro y extremadamente corto y la barba, con rastros anaranjados, un poco más larga que su padre, tenía algunas trenzas y decoraciones de hierro. Su piel no se encontraba llena de arrugas y cicatrices como la de su padre, pero fuera de eso, eran extremadamente parecidos. La única cicatriz visible de Farkas era una que comenzaba sobre su ceja izquierda y rozaba su ojo, un regalo de un pez espada.
   Ambos tenían un aspecto claramente nórdico, contrastando con Sauro (y la gente de Serendipia), quien era de una estética ligeramente feérica.

   Antes de hablar, Sauro aclaró su voz, nervioso:

   —Me presento ante tan nobles viajeros. Se encuentran ante la presencia del Rey supremo, Sauro Tábido-Vetusto IV. Bienvenidos a mis tierras, Serendipia, cuatro comarcas. Soy hijo de Balgruuf Sauro Tábi-

   —¿Por qué hablas en tercera persona? —Le interrumpió Farkas, con su voz rasposa, mientras entre sus manos jugaba con un pequeño papel reluciente. Su padre intentó ocultar una risa sin mucho éxito.

   Los guardias a su alrededor se miraron alarmados. Grimn apretó los puños, resistiendo las ganas de golpearlos a muerte. Sauro, ofendido y boquiabierto intentaba gesticular, pero se había quedado sin palabras.

   —Es extraño... —siguió el muchacho. En ese momento su padre soltó una carcajada, luego le pegó un puntapié para que parara. Automáticamente ambos volvieron a mirar fijamente y serios a Sauro.

   El Rey suspiró, con desagrado los miró, y dejando de lado el papel que solía interpretar soltó amargado:

   —Pues espero que empiecen a explicar qué hacen en mis tierras antes de que tenga que echarlos de aquí por la fuerza. No nos gustan los forasteros.

   —Tranquilo, se nota —respondió Farkas.

   —¿Qué se supone que significa eso? —Sauro comenzaba a hartarse, sin perderlos de vista se sirvió un trago de vino, sin molestarse en ofrecerles.

   Los tres se encontraban sentados en cómodos sillones, de un lado los forasteros, del otro el Rey, separados por un escritorio de un diseño extremadamente soberbio. La habitación estaba repleta de mapas y esculturas de hermosos valles de cada comarca. La iluminación era tenue y cálida, gracias a una enorme fogata a espaldas de Sauro. Una enorme vidriera ocupaba una pared entera, podía verse el jardín privado y la mitad del castillo, luego de este el horizonte donde el cielo y el mar se juntaban.

   —Realmente crees que tus tierras, tu reino y tu cultura es la más avanzada, pero resulta patético —habló por fin Vilkas, rascando su barba, tomando sin permiso el vino para servir un trago para él y su hijo. Esto provocó un ligero gruñido de los perros—. Es gracioso que te creas un imperio cuando jamás has logrado conocer, no hablemos de conquistar, otras tierras... Tu pueblo puede creerse la mentira de que son el ombligo del mundo, pero tú sabes perfectamente la verdad y por miedo jamás has ido más allá del mar.

   »No son el ombligo del mundo, son la espinilla en la espalda que nadie puede ver. —De un trago se terminó su bebida.— El mundo allí afuera es tan grande, tan glorioso. Pero ustedes, por un capricho de la naturaleza, o un castigo de los Dioses... —Soltó una pequeña risa nasal y continuó—: Tu preciada tierra se encuentra a cuatro años de viaje de la civilización.

   —Eso es si con suerte logras sobrevivir al viaje —respaldó Farkas, saboreando el vino.

   —...Si tan grandiosas son sus tierras, ¿Qué hacen en la espinilla del mundo? —Sauro se encontraba profundamente herido, pero su orgullo no le permitía mostrarlo, por lo cual los miraba con la barbilla hacia arriba, en un intento de no sentirse tan inferior.

   Un rayo de luz entraba por el cristal, bañando la sala entera de hermosos colores.

   —Negocios. —Vilkas sonrió.

   Sin decir nada, Farkas le extendió el papel con el que estaba jugando. Sauro, receloso, se acercó para mirarlo. Primero inspeccionó el papel, brillante y con una clara imagen de un aparato grande, extravagante de hierro, con ruedas que expulsaba humo, en unas tierras de grandes montañas cubiertas de nieve.

   —¿Qué se supone que debo hacer con esta micro-pintura?

   —Primero que nada, se llama fotografía —explicó Farkas—. Es el retrato instantáneo de la realidad en un momento exacto. Y lo que aparece en la fotografía, es el transporte diario que utilizamos en Norviega: una locomotora.

   —Está hecha de materiales de gran durabilidad. Se impulsa sin necesidad de estar a la merced de los animales o el clima. Su sistema se basa en unos pistones impulsados por el vapor que generamos con agua y carbón —apoyó Vilkas.

   —¿Tan ingenuo creen que soy?

   Al mismo tiempo los dos forasteros se pusieron de pie, acomodaron sus ropas de cuero y pieles, bastantes diferentes a las de Serendipia (de algodón y lana). La mandíbula de Sauro cayó al ver la altura del joven. Los caninos se pusieron de pie, listos para atacar pero Sauro los tranquilizó con un pequeño silbido, automáticamente volvieron a sentarse. Grimn dio un paso al frente, pasando a estar de pie a la derecha del Rey. Los forasteros depositaron frente a Sauro un cuaderno forrado de piel repleto de fotografías, y se marcharon, no sin antes sentenciar:

   —Podemos darle el progreso del que tanto presume y carece, ¿Qué nos ofrece a cambio? —dijo Vilkas.

   —Podemos poner a Serendipia en el mapa, piénselo —finalizó Farkas.

   Sauro observó cada una de las fotografías y sus anotaciones. En ellas se leían los nombres de los inventos tan futuristas para él, y sus descripciones:

   Radios, lámparas, cinematógrafos, dirigibles, teléfonos, vehículos, un sin fin de cosas para facilitar el día a día. Al final del libro una elegante firma rezaba: "Farkas Torvar. Inventos de 1800, el futuro: hoy."

   Abrumado se terminó el vino directo de la botella. El último descubrimiento o invento que los ingenieros de Serendipia lograron era un pequeño aparato con el que median el minuto y segundo exacto que era, un simple y mundano reloj.

• ────── ☼ ────── •

    Era de madrugada, Kaira regresaba de la puerta del sótano, se había sentado ahí unas horas luego de cepillar a Angus. Caminó hasta su habitación, con un silencio sombrío se acercó a su ventana y observó una vez más cada tejado, en busca de Lilith. Tomó del cajón de su mesa de noche una hoja de menta, tratando de librarse de su pesado aliento a vino, el cual le había recordado al de su padre.
   Con un suspiro de exasperación volvió a calzarse sus botas de montar, su capa sobre su camisón y sigilosamente salió del castillo.

• ────── ☼ ────── •

   —¿Cuántas personas asistirán al baile? —preguntó Lilith con la mirada en el suelo.

   —La población entera de Vulpes y la tripulación de los viajeros, que pocos no son —respondió Wilhelm.

   Con lenguaje de señas, Finn mencionó que se trataba más de un festival que un baile. Se celebraría en el Coliseo Gélida.

   —¿Cuánto tiempo tenemos hasta el festival? —preguntó Zheng Yi Sao, mientras una abeja se posaba sobre su cabello, manchándola de polen brillante, asintiendo luego de prestar atención a lo que decía Finn.

   —Una semana —respondieron varios hombres al unísono, incluido Wilhelm.

   Pensativa, Sao observó a cada una de sus muchachas, sus rostros feroces y esperanzados.

   —Entonces bien, parece que no nos queda otra opción. —Comenzó a decir Sao, mientras se paraba sobre la encimera que utilizaban de barra, y con los brazos extendidos exclamó con una pequeña reverencia, riendo—: ¿Mi tripulación está lista para ser presentada en la sociedad?

   Marina, la joven encargada de la armería, soltó un grito de guerra golpeando con emoción la mesa, la taberna entera la imitó y en pocos minutos comenzó una fiesta sin precedentes en el Corazón. Sintiendo por primera vez en mucho tiempo, que ganar era posible.

   Pasaron horas bebiendo, bailando, gritando, comiendo y apostando. En un momento dado de la noche, Meena y Octubre se escabulleron hacia el exterior y se metieron al mar, donde entre besos y risas jugueteaban con el agua, con Vulpes de fondo. Incluso podían ver la flota recién llegada. Era una noche particularmente sombría, la Luna estaba ausente y la marea calma.
   Octubre comenzó a hundir a Meena en juego, quien al sumergirse no oía nada más que los sonidos del agua y el chapoteo, cuando salía oía su risa descontrolada. Pero cuando salió a la superficie y no oyó su risa, supo que algo sucedía.
   Con ambas manos se apartó el agua de los ojos y miró hacia donde observaba Octubre.

   Una balsa se acercaba.

   —¿Te has perdido, pyar*? —Fueron las primeras palabras que Meena le dirigió a Kaira. Mezclando el idioma de Serendipia con el de Aszus.

   En la taberna, Lilith bailaba junto a Cressida y Ruby. Wilhelm meneaba sus caderas en la cocina mientras preparaba una cantidad inimaginable de patatas. Sao, con los ojos cerrados, marcaba el ritmo con sus manos sobre el lomo del piano.

   —¡Ey! —gritaba Meena en la entrada. Ella, Octubre y Kaira, chorreaban agua. La Princesa no cabía en sí de lo que estaba observando.

   Luego de gritar tres veces sin lograr llamar la atención de nadie, metió dos de sus dedos debajo de sus labios y con fuerza silbó.
   La taberna entera la miró, poco a poco el barullo disminuyó.

   —Lilith —dijo Octubre—. Parece que tienes visita.

   Kaira atemorizada observaba cada rostro en busca de Lilith, la encontró entre la multitud, con los ojos sorprendidos e ilusionados. Con una sonrisa que crecía cada vez más, desesperada comenzó a correr hacia ella, apartando a la multitud. Kaira comenzó a acercarse tímidamente, cruzando miradas con las piratas y sus familias.
   Se encontraron en el centro de la taberna, rodeada de abejas luminosas que parecían danzar a su alrededor, su cuerpos chocaron y con fuerza se abrazaron. Todos las miraban.
   Los expectantes se mantuvieron en silencio, hasta que un borracho desorientado brindó al aire con un gritó triunfal. Todos se sumaron al instante y comenzaron a festejar. Claramente todos estaban bajo la influencia de litros de alcohol y todo les parecía motivo de risas. Incluso para Jacoba, quien luego de hacer una seña como si le explotara la cabeza, comenzó a reír y a besar el rostro de Finn.

   —Quiero luchar. —Le susurró Kaira a Lilith, rodeándola con sus brazos mientras la otra se enterraba en sus ropas— Por favor, déjame luchar... Por nosotras, por Durga y por Makra, por todas nosotras.


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*Pyar: amor, en Hindi.

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